Blanco, lila o rosado
Por PCR de Andrew
Capítulo 1
Dos años habían transcurrido desde que Albert regresara de sus largos viajes por el extranjero para darse a conocer como el líder de los Andrew. En ese tiempo muchas cosas habían cambiado, pero eran dos en particular las que más le dolían: por una parte, su anterior vida libre de ataduras era un recuerdo cada vez más lejano, y por otra, Candy ya no formaba parte de su familia. La joven trabajaba en un hospital de Chicago siendo sólo Candice White, ya que tras mucho rogar, explicar y discutir, había conseguido que Albert dejara de ser su tutor legal.
- Pero, Candy, tú sabes que lo hice por Anthony, por Stear, por Archie… ¡por ti! No puedo dejarte sola. ¡Eso sería horrible!
- Albert, por Dios, no exageres –reclamó Candy.
- Sabes que no exagero, Candy. ¡Y claro que es horrible! ¿Por qué insistes en esto? ¿Por qué?
- Porque no quiero que tengas más problemas por mi causa y porque quiero abrirme camino sola. No quiero ser siempre "la señorita Andrew". Yo no soy una señorita Andrew, ¡nunca lo he sido!
- Pero, Candy… por favor –suplicó Albert tomándola por los hombros- No me hagas esto. Te lo ruego. Tú sabes lo importante que eres para mí, te debo… te debo mi vida- le recordó Albert mirándola a los ojos.
- Y yo a ti, Albert –contestó Candy con un ligero temblor-. Tú me salvaste dos veces, me has salvado siempre, aun cuando yo no sabía quién eras en realidad. Dime, ¿dejarías de hacerlo si ya no llevara tu apellido?
- Sabes que no lo haría –contestó acercándose más a ella- sabes que no permitiría que alguien te dañara.
- Lo sé… Por eso quiero que entiendas que no es tu apellido lo que necesito de ti, Albert… Te necesito… a ti.
Él no se esperaba esa confesión y ella no esperaba decir esas palabras. Albert seguía sosteniéndola por los hombros, mirándola a los ojos, sin creer lo que acaba de oír. Candy temblaba. Albert bajó la vista a sus labios y ella… Ella tuvo miedo y huyó.
Aquella noche, sola en su departamento, el que ella misma pagaba, no el que Albert había insistido en regalarle, no el que la tía abuela demandaba para una "señorita Andrew", Candy repasaba la escena. "¿Por qué salí corriendo? Debe pensar que soy una malagradecida, una caprichosa…pero sus ojos…" No, no podía ni pensarlo. Le había dicho que lo necesitaba y esa era la verdad más grande del universo. "No sabes cuánto te necesito, Albert… no lo sabes. No, no puedo sentir lo que siento llevando tu apellido. ¡No puedo!"
Una vez más, Candy lloró. Pero ya estaba hecho y sólo quedaba esperar que Albert no la considerara una malagradecida. "¿Cómo voy a mirarlo a la cara la próxima vez?" Prácticamente se le había declarado, tal como un día, muchos años antes, había hecho con Anthony. "Me gustas porque eres Anthony", había dicho entonces. ¿Por qué a los ricos les costaba tanto entender que se los apreciara por ser quienes eran? Claro… porque la mayoría sólo los quería por su dinero, no por ser ellos mismos.
"Te necesito a ti". Las palabras volvían una y otra vez a su mente. "Te necesito a ti". Pero si lo necesitaba… ¿por qué huía de su vida? ¿Por qué ya no quería que él la protegiera? ¿Por qué? Lo único que él deseaba, desde que tenía 14 años, era cuidarla, mimarla, darle todo… ¿y ella? Ella se iba. Y él la amaba. "¡No puede ser, no puede ser! Nunca me verá diferente, siempre seré su amigo", se martirizaba otra vez. Pero entonces, su corazón se aceleró al recordarla entre sus brazos. Candy temblaba y lo miraba directamente. Él se había perdido como siempre en su mirada; ella le preguntaba si dejaría de salvarla cuando no llevara su apellido. Él le aseguró que jamás lo haría y la acercó más; Candy tembló… y le dijo que lo necesitaba. Miró sus labios… y ella huyó.
"Debí asustarla", pensó triste… "Su voz", recordó Albert. Ella lo necesitaba. ¡Lo necesitaba! No, Candy no lo dejaba, Candy sólo quería ser libre, tal como él mismo le garantizó que siempre sería. "Tiene razón: no necesito que lleve mi apellido para cuidarla. No necesito nada para estar junto a ella… y ella… ella me necesita a mí", pensó con una mezcla de temor, orgullo y expectación. "Debo hacerlo".
La decisión estaba tomada.
