Disclaimer:
Ni Severus ni Sherlock me pertenecen, por más que me duela.
Advertencias:
Crossover Harry Potter/Sherlock BBC. Universo alterno, o algo así, aunque he procurado respetar los respectivos cánones tanto como la trama me lo ha permitido. He dividido el fic en tres partes diferenciadas por una razón que resultará evidente cuando lo leáis.
Tener un buen amigo
Tomo I: Infancia
Septiembre
La había seleccionado para Gryffindor. El maldito sombrero la había seleccionado para Gryffindor.
Con ojos tristes, Severus observó a su amiga mientras se sentaba en la mesa que le correspondía. Inmediatamente sus compañeros empezaron a ofrecerle sonrisas y palmaditas en la espalda a modo de bienvenida. La subdirectora McGonagall dijo otro nombre en voz alta y una niña escuálida y con largas trenzas de color paja se sentó en el taburete para ser seleccionada.
Severus tragó saliva y le supo amarga. No podía dejar de mirar a Lily, que ya parecía haberse olvidado de él y ahora estaba charlando animadamente con una cría pecosa y de grandes mejillas coloradas que hacía muchos aspavientos al hablar. De la otra punta de la mesa de Gryffindor se levantaron dos niños y fueron a sentarse con su Lily. Eran aquellos dos chicos que les habían incordiado en el expreso. Severus apretó los puños junto a su cuerpo. ¿Cómo se atrevían? ¿Cómo se atrevían a acercarse siquiera a su Lily?
De pronto, con un sentimiento de fatalidad que no debería conocer a tan temprana edad, Severus aflojó los puños y bajó la cabeza. ¿Qué más daba con quién se sentara? Lo importante, lo decisivo, era que la habían seleccionado para Gryffindor, y ya no había nada que pudiera reparar el daño que ese estúpido sombrero le había causado.
McGonagall fue pronunciando un nombre tras otro, pero el niño de ojos oscuros y tristes ya no escuchaba, sólo seguía meditando sobre su mala fortuna con rostro ensombrecido. El hecho de que hubieran puesto a Lily en la Casa de los leones había abierto de golpe una brecha insondable entre ellos que no se veía capaz de salvar. Lo sabía, en su interior lo sabía con certeza: la única amiga que tenía en el mundo se estaba alejando de él a pasos agigantados, ¡y sólo hacía unos minutos que se había quitado el sombrero seleccionador de la cabeza!
La subdirectora llegó a la letra hache de su lista y, al oír su nombre, un niño alto y espigado pasó al lado de Severus como una exhalación, empujándole hacia atrás inadvertidamente con las prisas. Severus giró la cabeza hacia él y le dedicó su mejor mirada de indignación, pero el otro no se dio ni cuenta, tan excitado estaba por toda aquella ceremonia. El niño se subió al taburete de un salto, cogió el sombrero de las manos de la profesora y empezó a examinarlo minuciosamente sin llegar a colocárselo, poniendo una cara de asombro que provocó algunas risas entre los alumnos sentados a las mesas. McGonagall carraspeó y le instó a que se lo pusiera en la cabeza, como todos los demás, y el chico hizo un comentario que provocó todavía más risas entre los presentes.
—Sabe que esto es totalmente imposible, ¿verdad? —Le preguntó a la subdirectora, haciendo girar el sombrero entre sus manos, como buscando dónde estaba el truco—. Los sombreros no hablan y mucho menos toman decisiones. Es absurdo.
La adusta mujer frunció el ceño, recuperó el sombrero de manos del niño y se lo puso ella misma en la cabeza, provocando en el crío una inequívoca expresión de desconfianza.
—¡Slytherin! —gritó el sombrero con voz aguda, y Severus hizo rodar los ojos, exasperado.
—Lo que me faltaba, encima me tocará compartir Casa con ése —rezongó en un murmullo.
El muchacho se fue a sentar en una esquina de la mesa observando lo que había a su alrededor como si no tuviera suficientes ojos para captarlo todo, y Severus esperó a que le llegase su turno, con ánimo sombrío, olvidándose de él y centrando de nuevo todos sus pensamientos en Lily y en cómo conseguir lo imposible: que la diferencia de Casas no les separase.
OoOoO
Las dos primeras semanas pareció que nada había cambiado entre ellos, y Severus se permitió albergar la pequeña esperanza de que había sobrevalorado la importancia de pertenecer a Casas distintas.
Había incluso una clase que compartían con los de Gryffindor, Pociones, y a Severus se le alegraba el corazón cada vez que le tocaba ir al aula del profesor Slughorn, porque sabía que podría sentarse con Lily y hacer juntos los ejercicios prácticos que les impusiesen.
Lily, además, estaba demostrando tener mucho talento para las pociones, cosa que a Severus le llenaba de orgullo, porque él mismo tenía un interés especial en dicha asignatura, ya que su madre le había enseñado a elaborarlas desde que era muy pequeño, y sentía que esa era una cosa más que les unía a ambos.
Sin embargo, el miércoles de la tercera semana no fue como él había previsto. Había quedado con Lily para pasear un rato por los jardines antes de las clases de la tarde, por lo que Severus estaba esperando en el patio interior a que llegase, pero, cuando ya pasaban diez minutos de la hora, se acercó una niña de Gryffindor y le dijo que Lily le había dado una nota para que se la entregara. Severus abrió el trozo de pergamino, pulcramente plegado en cuatro partes, y lo leyó con avidez:
"Lo siento, Sev, Mary y yo tenemos que presentar una redacción esta tarde para la profesora Sinistra y todavía nos quedan algunos puntos por desarrollar. Estamos trabajando en ello y me parece que irá para largo, así que no puedo ir a pasear contigo. Lamento no haberte podido avisar antes. Lily"
Pese a su decepción, Severus miró la flor que la niña había dibujado junto a su firma y una pequeña sonrisa curvó sus labios. Se llevó el pergamino a la nariz un instante, como si pudiera aspirar el olor del lirio garabateado o el aroma de la piel de su amiga, y después se guardó la nota en el bolsillo de la túnica estudiantil y se dispuso a pasear solo por los jardines, como si ella caminase también a su lado, hablando de libros y de hechizos, ondeando su melena pelirroja como un mar de lava sin darse ni cuenta y, en general, haciendo su vida más alegre.
Al llegar junto al lago, Severus se fijó en un hermoso roble de exuberante follaje en el que no había reparado antes. No era que no hubiera paseado por allí con anterioridad, pero es que, cuando iba con Lily, sus ojos no encontraban nada en que valiera la pena posarse excepto ella, de modo que nunca se había dado cuenta de su existencia. Pero ahora, sin nada más que copara su atención, el majestuoso árbol se le antojó algo digno de admiración, y se le ocurrió que desde lo alto se debía poder contemplar una gran extensión de los terrenos del colegio, por lo que se acercó corriendo a él y empezó a trepar por su tronco sin pensárselo dos veces.
—Me preguntaba cuánto tardaría alguien en darse cuenta de que este es el mejor puesto de observación del jardín —dijo una voz por encima de su cabeza—. Desde aquí se puede ver todo. Si Hogwarts fuese un barco pirata, este sería su palo mayor.
Severus levantó la vista con el ceño fruncido y se encontró a otro niño sentado en una de las ramas más altas, balanceando los pies en el aire con rostro plácido. Era el chico alto y espigado que le había cuestionado a la subdirectora la factibilidad de que un sombrero de tela fuese capaz de hablar y razonar. De pronto, a Severus se le ocurrió pensar que nunca le había visto hablando con nadie entre clases ni en las horas libres, por lo que probablemente no tenía ningún amigo, y un repentino sentimiento de superioridad le embargó: él sí tenía una amiga con quién hablar.
Acabó de trepar por el árbol sin responder nada al comentario, considerando que no era de extrañar que no tuviera ningún amigo, ya que aquél era un chico bastante extraño. Les hacía preguntas a los profesores que éstos no sabían contestar, como cuando le preguntó al profesor Flitwick cuál era la ecuación matemática que explicaba la manera en que la magia podía vencer la ley de la gravedad; se le podía ver muchas veces hablando solo por los pasillos del colegio; y tenía una verdadera obsesión por examinarlo todo bajo aquella estúpida lupa que siempre guardaba en su bolsillo. Estas peculiaridades le habían hecho ganarse un mote entre los alumnos: "el listillo de la lupa".
De inmediato, Severus se sintió mal por pensar en esto. Él tampoco era un chico popular, ni siquiera entre los miembros de su propia Casa, y conocer el apodo de su compañero pero no su nombre le hizo sentir mezquino. Se acomodó en una robusta rama enfrente del otro niño y se lo quedó mirando.
—Lo siento, no recuerdo cómo te llamas —dijo con sincera aflicción.
El otro crío sonrió y le tendió la mano.
—Me llamo Sherlock. Sherlock Holmes. Pero creo que tus amigos y tú me conocéis por "el listillo de la lupa".
Las mejillas de Severus se incendiaron de un rojo intenso y tomó la mano del otro niño para estrecharla en un apretón avergonzado.
—No son mis amigos —dijo—, yo sólo tengo una amiga y ella nunca utiliza apodos para referirse a la gente. Pero sí, es verdad que te llaman así.
Sherlock sacudió la cabeza y sus rizos negros danzaron alrededor de su cara alegremente.
—No te preocupes, no me importa. Me han llamado cosas peores —afirmó con indiferencia—. Si me llaman listillo es porque ellos son estúpidos. Y es cierto que siempre llevo una lupa —dijo, sacándosela del bolsillo derecho—. Me gusta examinarlo y analizarlo todo, es la única manera de comprender las cosas a fondo.
Y, como si quisiera demostrar su aseveración, empezó a estudiar la corteza del árbol con su lupa con sumo interés. A Severus le pareció que, de golpe, el resto del mundo acababa de desaparecer para Sherlock, puesto que su rostro se veía totalmente concentrado en lo que hacía.
—¿Qué cosas quieres comprender? —preguntó, sin importarle realmente su respuesta, ya que acababa de decidir que aquel muchacho no sólo era excéntrico, sino que también le flojeaba algún tornillo. ¿Qué podía haber en aquella corteza que fuera tan interesante?
—¿Mmm? —preguntó el otro, con aire distraído— Ah… todo. Absolutamente todo. Por ejemplo, ¿sabes que no hay hormigas en Hogwarts?
—¿Qué? —exclamó Severus, genuinamente sorprendido por el comentario.
—Ni una sola. En toda la extensión de los jardines no he visto ni una sola hormiga en todo este tiempo. Es evidente que no he podido ir todavía al bosque prohibido, pero…
—Ni podrás hacerlo, por eso está prohibido —puntualizó Severus, pero el otro no le hizo caso.
—… tengo la sospecha de que cuando lo haga tampoco encontraré ninguna allí. ¿Sabes lo extraño que es esto?
Severus se encogió de hombros, sin saber qué decir.
—Quizá hay algún hechizo contra hormigas, igual que hay uno contra muggles —comentó al fin.
—¡Bah! ¡Hechizos! —escupió Sherlock con desdén, dando el tema por zanjado. Se guardó la lupa en el bolsillo y después, entornando los ojos y bajando la voz en tono confidencial, dijo— Te diré algo: se aprende mucho más estando cinco minutos aquí sentado y mirando lo que nos rodea que durante las dos horas de clase del profesor Binns.
—Es cierto, ahora que lo dices… no te he visto en la clase de Historia de la magia de esta mañana —dijo Severus con asombro—. ¿Has estado aquí todo el tiempo?
—Esas clases son una pérdida de tiempo total —soltó el otro con un ademán irritado, como si la existencia de esa asignatura fuera una afrenta personal contra él—. ¿Quién quiere llenarse la cabeza con datos absurdos cuando hay tantísimas otras cosas que de verdad vale la pena memorizar? Tengo que reservar espacio en mi cerebro para lo que es realmente importante. Por ejemplo, las alteraciones celulares que sufre un organismo vivo expuesto a una energía "sobrenatural" como la magia —dijo, arañando la corteza del árbol suavemente como si estuviera ansioso por examinarla de nuevo con su lupa—. Y perdóname el uso de la palabra "sobrenatural", sólo la he utilizado porque aún no se me ha ocurrido nada mejor para explicar este fenómeno extraño que es la magia. El caso es que cuando conoces bien lo que te rodea, puedes extraer unas conclusiones más exactas y así tus deducciones siempre serán acertadas.
—No tengo ni la más remota idea de lo que estás diciendo. Hablas muy raro.
Sherlock chasqueó la lengua con impaciencia y Severus se sintió ofendido sin saber muy bien por qué, pero no tuvo tiempo de replicar porque el otro chico se le adelantó con las palabras más asombrosas que había escuchado jamás.
—Te lo demostraré —hizo una breve pausa para observarle durante un instante y después prosiguió, enlazando una frase tras otra sin parar siquiera para respirar—. Vives en una pequeña aldea industrial, aunque tu madre no es de allí. Tu familia es de clase trabajadora, tu madre es bruja, pero tu padre no. Tenéis serios problemas económicos porque tu padre se quedó sin empleo hace ya cierto tiempo, probablemente porque la fábrica en la que trabajaba cerró, echando a todos los obreros a la calle. Tu padre es de carácter conservador, no le gusta la magia y a veces se pone algo violento y lo paga contigo y con tu madre, aunque no sé si es a causa de la magia misma o por otros motivos, y tu madre no es muy buena ama de casa, pero hace cuanto puede. A esa amiga pelirroja que tienes la conoces desde hace tiempo, mucho antes de que viniéseis a Hogwarts, pero, por algún motivo, hay algo que te hace temer que ella pueda alejarse de ti, quizá sea porque estáis en Casas diferentes, aunque aún no comprendo muy bien qué importancia puede tener esto, el tema de las Casas entra dentro de la categoría de "relaciones sociales", algo en lo que a decir verdad no tengo demasiados conocimientos.
Sherlock se quedó en silencio y observó con interés a Severus, como si esperase que éste le felicitara por su sagacidad, pero el niño se había quedado tan helado que no supo reaccionar. Cuando lo consiguió, una mezcla de rabia, estupefacción y temor le hizo ponerse en pie de un salto en la rama sobre la que había estado sentado, apoyando una mano en el tronco para mantener el equilibrio.
—¡Has usado legeremancia conmigo! —Le acusó, apuntándole con el índice de la mano libre—. ¡Eres un desgraciado! ¿Cómo te atreves? No tienes ningún derecho, ¡yo no sé oclumancia, no puedo bloquearte!
Los azules ojos de Sherlock le interrogaron con desconcierto, su cabeza algo inclinada hacia un lado, un rizo rebelde deslizándose con suavidad por su frente.
—¿Que he usado qué contigo? —preguntó.
Severus todavía estaba furioso, pero la mirada confusa del otro chico parecía sincera, y se preguntó si sería posible que se hubiera enterado de todo aquello de algún otro modo.
—Si no sabes legeremancia, ¿quién te ha hablado de mí? —preguntó con temor. La única persona que sabía todas esas cosas de él era Lily y no podía creer que ella hubiera traicionado su intimidad de aquella manera.
—Tú me has hablado de ti —contestó Sherlock, con tono apacible—, yo sólo he tenido que observar. Son deducciones muy lógicas, si te paras a pensarlo.
—¿De qué diablos hablas?
Sherlock sonrió y señaló los libros que Severus cargaba al hombro, atados con una cuerda.
—Sé que tu familia tiene problemas económicos y que es de clase trabajadora porque no tienes siquiera una mochila para llevar tus libros de texto, por eso tienes que sujetarlos con un trozo de cordel y un nudo corredizo, como se hacía cuando mis padres iban a la escuela. Además, esos libros son de segunda mano, como se puede apreciar por el sello de la librería de viejo "Cheap'n'quick", que está estampado en el canto de las hojas; igual que tus zapatos, que están muy desgastados, pero aún así son los únicos que has usado durante estas dos semanas que llevamos de colegio. Además, os vi en la estación de King's Cross a ti y a tu madre, y noté que ella tenía acento del norte, probablemente de Cokeworth, pero ese acento no era muy fuerte y tú no lo tienes en absoluto, de modo que lo más probable es que ella no sea originaria de allí y sólo se le haya quedado esa manera de hablar por los años que hace que vive en el pueblo. Por otro lado, Cokeworth es una pequeña aldea industrial que quedó prácticamente abandonada a mediados de la pasada década, cuando la crisis hizo cerrar la mayoría de las fábricas. Esto me hace deducir que tu padre debía trabajar en una de ellas y que, por tanto, él no es mago, puesto que ningún mago trabajaría en algo tan poco estimulante pudiendo ejercer tareas más lucrativas y menos agotadoras. Que tu madre no es buena ama de casa es obvio por el estado de tus ropas. La túnica escolar es nueva, pero las prendas que llevas debajo están desgastadas y no son siquiera de tu talla. Aunque las puntadas son demasiado visibles por su falta de habilidad como costurera, tus pantalones tienen el dobladillo recogido para que no te arrastren por el suelo, por eso he dicho que ella hace cuanto puede a pesar de todo. Que tu padre a veces se pone violento también me quedó claro en la estación por las marcas que tenías en las muñecas, evidentemente hechas por alguien de superior fuerza que te había agarrado de ellas para gritarte, zarandearte o intimidarte. Tu madre también tenía en la mejilla derecha un moratón que ya estaba empezando a desvanecerse, de modo que no era ella la causante de tus hematomas, sino sólo otra víctima más. Y que tu padre es conservador y no le gusta la magia lo deduzco del hecho de que no permite que tu madre trabaje, ya que si así fuera, estoy seguro de que una bruja como ella (y vi que llevaba varita, por tanto ella también tiene magia) podría reunir el dinero suficiente para mantener a su familia sin que su único hijo tuviera que ir vestido como un desharrapado. Por último, lo de que a tu amiga pelirroja la conoces desde hace tiempo también lo descubrí en la estación. Los dos os hablábais con una familiaridad muy reveladora cuando subísteis al expreso, y sé que tienes miedo de que ella se aleje de ti por la manera en que siempre intentas recuperar su atención cuando te da la sensación de que se está interesando por alguna otra cosa más que por lo que le estás diciendo. ¿Me he dejado algo?
Severus le miró con los ojos como platos durante unos segundos, después parpadeó con rapidez para espantar unas lágrimas que se habían acumulado en ellos y gritó, a pleno pulmón:
—¡Eres un imbécil! ¡Te odio! ¡No te acerques a mí nunca más! ¡Te crees muy listo, pero no eres más que un arrogante, capullo y estúpido charlatán! No tenías ningún derecho a usar legeremancia conmigo, ¡yo no sé oclumancia!
Y, diciendo esto, se bajó del árbol a toda velocidad, sin reparar en la expresión de desconcierto del chico que había quedado arriba.
—¿Qué he hecho mal? —preguntó Sherlock, desde lo alto—. ¿Qué he dicho?
Pero Severus ya se alejaba del roble con paso apresurado y los puños apretados, sin mirar atrás.
