Capítulo 1: Soft and lovely reality (5x14)

Punto de vista de Richard Castle.

Increíble. La noche con Kate había sido increíble. No tan sólo por la entrega mutua de pasión a la que habíamos dado rienda suelta, sino que también por el permanente vuelco que había causado en mi corazón después de regalarme un derrumbe más de su muro en forma de cajón. Me podía y sigo pudiendo esperar una infinidad de detalles de Kate, pero este cajón supera a todas mis expectativas.

Tal había sido el impacto emocional, que del aturdimiento fui incapaz de lanzarme con ferocidad a sus labios en un primer momento. Fue ella. Rozó mis mejillas con sus yemas, aún frías por el halo helado de la calle y posó sus labios contra los míos, regalándome aquel tímido y tierno beso. Respondí lo mejor que mi cuerpo supo hacer en aquel momento. Probablemente, no saqué a relucir mi mejor actuación. Entonces, ella me hizo su segundo regalo: me invitó a tener un hueco en su cama aquella noche. Y entonces supe que era mi momento. Era el momento de hacerla estremecer con tan sólo un roce de nuestras pieles, de hacerla vibrar bajo sus sábanas de color canela con el encaje perfecto de nuestros cuerpos, mientras escuchaba aquel angelical "Rick" pegado al lóbulo de mi oreja, acompañado de sus gemidos. Quería pedirle perdón por haber desperdiciado mi regalo en nuestro primer San Valentín.

Habíamos llevado el incidente con Gates con humor, ya que después de unos momentos de incertidumbre, nuestro permiso para ser compañeros de trabajo se mantenía. Pero no poder regalarle nada, y aún más después de su regalo, me dejó un terrible sabor de boca. Por eso estaba allí, andando por una de las calles más caras del Upper West Side, habiendo dormido tan sólo unas escasas dos horas, algo impensable para mí, que durante tantos años me ha gustado leer el periódico acompañado de una refinada comida. O de una buena hamburguesa con queso. Pero por Katherine Houghton Beckett valía la pena cambiar costumbres.

Llevo una hora andando mirando por todos los escaparates de las joyerías de la zona. ¿Un anillo? No, esto tengo muy claro que no. No es el momento, quizá la asusto. No dudé ni la mitad con Meredith ni con Gina, pero puedo reconocerme a mí mismo que no me daba tanto miedo perderlas. ¿Otros pendientes? Repetitivo, pero antes de ayer mi madre y Alexis alabaron mi buen gusto para este complemento femenino. ¿Y un brazalete? Podría llevarlo, si quiere, entrelazado al reloj de su padre. Sería un símbolo muy bonito.

Aún hecho un lío, sigo observando. Creo que ya he pasado tres veces por delante de la joyería en la que estoy. Suspiro, y hago un ademán de entrar. Quizás si me enseñan más allá de lo que hay en el escaparate me decido. Antes de entrar, cedo el paso a una cincuentona operada que canturrea una risa irritable, presumiendo del pedazo de diamante que lleva en el dedo angular. La vuelvo a mirar, con cautela, mientras me mantengo en el umbral de la joyería. Entonces, levanto la cabeza y me doy cuenta. ¿Qué hago yo allí? Beckett no encaja con ninguna de las mujeres que andan por aquellas calles. Ella es mejor. Es mejor que cualquiera de los regalos que albergan la infinidad de tiendas de la zona. Es Katherine Houghton Beckett. Vamos Rick, ¿en qué narices estabas pensando? Y de repente lo tengo muy claro. Igual que el día que supe que ella encarnaría la protagonista de mi futura saga de libros.

La he invitado a pasar la noche en mi loft cuando acabe su jornada. Ha aceptado, y me ha preguntado cómo que hoy no me había dejado ver aún por la comisaría. La he convencido que debía escribir. Lo tenía hecho: día libre e invitación aceptada. El resto del día lo he dedicado a llevar a cabo a mi plan. Y ahora ya son las ocho menos cinco, tengo la puerta entreabierta. Entrará, estoy seguro. Y hasta que no reaccione no seré capaz de quitarme estos malditos nervios de adolescente de encima.

Oigo sus tacones frenarse en seco delante de mi puerta. Lo que había previsto, le extraña que esté abierta. Siempre que viene llama al timbre y yo corro a abrirla. Y así me permito vivir una y otra vez el encuentro navideño que nos habíamos propiciado en aquel umbral dos meses atrás. De repente, aparta la puerta con su mano, dejándola abierta y entra con cautela, con la pistola por delante de su cuerpo. Estoy seguro de que iba a gritar mi nombre, pero lo calla cuando me ve apoyado en la barra de mármol de mi cocina sonriente, sano y vivo.

- Castle, ¿qué es esto? – la he sorprendido. Beckett observa, sin moverse de lugar la mesa enfundada en un bonito mantel rojo pero sin preparar. Rápidamente, mueve sus ojos hacia mí y el mármol, que sostiene tres objetos que creo que van a gustarle. Yo no voy a decirle nada. Es parte del plan.

Guarda su pistola en su cintura y empieza a hacer sonar sus tacones otra vez. Cambia su rostro, intenta poner cara de indiferencia, para hacerme sufrir, para que esté nervioso por saber su veredicto. Pero Kate, cariño; después de cuatro años y medio entiendo perfectamente cada una de tus miradas. Y tu las mías. Estás enormemente sorprendida por qué no tienes ni idea de qué sucederá, y probablemente, por primera vez en tu vida, esta situación te gusta. Bueno, descontando lo de la otra noche claro… Oh, vamos. ¿Hasta en un momento como este me va a traicionar mi mente perversa?

Y casi sin darme cuenta, ha llegado delante de mí y de la primera parada. En el ala derecha del mármol reposan dos humeantes cafés, ambos con un toque de vainilla. No puede aguantarlo más: veo como sonríe. Yo sonrío también. Levanta los ojos hacía mí. Le brillan. Le está gustando más de lo que pensaba. Es mi momento.

- Eres belleza… - mi voz es prácticamente un susurro, ya que estoy apoyado de tal manera en el mármol que casi rozo su frente. Puedo sentir su aliento y su olor a cerezas. Tan solo su olor ya consigue enloquecerme. Con delicadeza, me aparto del mármol. Aún no es hora de locuras, Richard.

Cojo los dos cafés y a paso lento, los sirvo en la mesa, dejándole tiempo para que ella siga avanzando en el mármol y se encuentre una bolsa del Remy's.

Me había prometido a mi mismo no acercarme demasiado a ella. Separar las cosas, romanticismo y pasión. Pero cuando acabo de poner los cafés en la mesa y me giro, y la veo de espaldas husmeando en la bolsa no puedo contenerme. Me acerco a ella por la espalda y le rodeo con mi cuerpo, dejando caer mis brazos encima el mármol, a pocos centímetros de los suyos. Está rodeada por mi cuerpo, no tiene escapatoria. Quiere girarse, lo noto. No Kate, aún no es hora. Tu belleza y tu asombroso cuerpo no podrán con mi plan.

Puedo sentir su espalda en mi pecho y como sus piernas quieren entrelazarse a las mías. Aprovecho que tiene poco espacio para moverse y me inclino hacia su oreja izquierda. Oigo como el aire caliente que desprende mi aliento le hace soltar una risita nerviosa. Creo que poco a poco se va haciendo una idea de qué hay en aquella bolsa y de mi plan, y la abre.

- Pasión…

Me aparto, otra vez de manera delicada de ella, y cojo las cajas que guardan nuestras hamburguesas de queso para dejarlas encima de la mesa dónde ya estaban los cafés. Me vuelvo a dar la vuelta. Esta vez me porto bien con mi plan y me dirijo al otro lado del mármol, como la primera vez. Ella me mira, divertida y curiosa. Realmente se cree que me va a sacar alguna palabra con aquellos bonitos ojos. Sigue intentándolo Kate, llevo mentalizándome todo el día. Capta mi mensaje y baja la mirada hacía las dos copas de cristal llenas de un delicado vino francés. Coge la que tiene más cerca y la huele. Creo que el vino le ha gustado. Cojo yo mi copa y la alzo, haciéndole entender que quiero brindar.

- Y feroz intelecto… - mi voz se mezcla con el ruido de los cristales al chocar, pero sé que ella me ha oído perfectamente.

Por sorpresa le cojo la copa de la mano después de que pegara un sorbo. Así puedo tocarle la mano. Ella muestra resistencia, aumentando el tiempo de roce entre nuestras manos. Le miro, divertido. Es imposible no fundirse con aquellos ojos. Siempre me han gustado, pero hoy tienen un brillo especial. Pero no Kate, llevo entrenando todo el día y yo hoy, pongo punto y final a mi plan.

Después de una bonita danza de miradas, me cede su copa, con lo que por fin, puedo acomodar el último instrumento encima de la mesa. Ya está completa: nuestros cafés matutinos, nuestras no citas en el Remy's y el vino que saboreamos des de que compartimos las noches. Aparto su silla, con delicadeza, ofreciéndole asiento. Me rio por la mirada – un intento de enfado, pero tranquila Kate, que no me lo creo - que me echa. Ella siempre tiene que ser la primera, y está acostumbrado a ello. Y que le aparten la silla no es habitual. A pesar de esto lo acepta, se acerca, y se sienta. Aunque se niega a que sea yo quién vuelva a acomodar su silla en su sitio. Antes de lo que esperaba, ella coge un pequeño impulso y encaja la silla con la mesa. No puedo evitar reírme mientras me dirijo a mi silla, delante de ella. Oigo como ella contiene la risa. Cuando me siento, ella quiere hablar. Veo como entreabre sus labios. Pero no Kate, aún no es tu turno.

Rápidamente, para que no vocalice una palabra, me saco del bolsillo un pequeño estuche cuadrado, sin envolver en papel de regalo. Se lo doy, intentando ser el máximo de serio posible delante de la risita que lucha por salir de mis labios.

Ella lo coge. Ha dejado de reír, está altamente sorprendida otra vez. Ha dudado una milésima en cogerlo, ha dudado en decirme algo, pero finalmente, solo lo ha cogido. Cuando los dos sostenemos el estuche, por encima de las copas, yo otorgándolo y ella recibiéndolo, el silencio que reside en mi sala de estar se quiebra. Por mi culpa.

- Sé mi Valentín.

Esta vez es incapaz de reírse, la sorpresa le puede. Puedo ver emoción en sus ojos. No se esperaba nada de esto, ni mucho menos se imagina que hay en el estuche. Lo abre, muy delicadamente. Es el momento de la noche en que estoy más nervioso. Necesito saber si va a gustarle. No sé si lo nota, porqué tiene la mirada agachada hacía el estuche, pero estoy interrogando el momento con mis ojos azules, deseoso de saber su opinión. Y deseoso de ella.

Kate lo coge con extrema delicadeza, y poco a poco, aparta el objeto de la caja que lo ha resguardado las últimas horas. Sostiene la llave entre sus dedos, delante de mis ojos, incapaz de articular ninguna palabra. Deja que el llavero que encaja con la llave dé vueltas sobre mismo, hasta que lo para con las yemas de los dedos de su mano disponible. Es entonces cuando aprecia un detalle que aún no había visto. Ve el "ALWAYS" grabado en la parte delantera y trasera de aquel llavero en forma de chaleco antibalas.

- Ca-Castle… E-Es… - increíble. Katherine Houghton Beckett está sin palabras.

La miro, risueño. Le sonrío con toda mi alma, intentándole decir que si estoy sonriendo es gracias a ella.

- Bienvenida a casa, Kate. Espero haber acertado con el color. – a mí el romanticismo no me quita el ingenio.

Pero aún me queda algo pendiente. Ayer fue ella quién modestamente, se lanzó a mis labios. Perdóname Kate, no va a repetirse. Me levanto de la mesa y me acerco a ella por la espalda. Sé que lo ha visto, sé que me nota, pero sigue mirando al llavero y su llave. Y me deja hacer. Le abrazo por detrás y apoyo mi cabeza en su hombro. Con cautela, pongo mi mano izquierda sobre su mejilla izquierda, para indicarle que voltee la cabeza hacia mí. Y lo hace, demasiado decidida. Pero Kate, me lo he preparado. Antes de que ella pueda sorprenderme, me adelanto a ella, haciendo tambalear incluso la silla y le atrapo los labios, fundiéndome con ella en un tierno beso. Me separo. Espero que ella se gire, poniéndose completamente delante de mí. Le doy mi mano, preguntándole si se quiere levantar. Acepta. Me la da, se levanta, y la impulso hacia mi cuerpo. Nuestros cuerpos están completamente juntos. Le volteo por la cintura, y con suma agilidad, la vuelvo a besar. Esta vez, con fuerza. Con ferocidad. Ella acepta el beso, y entreabre sus labios, dándome permiso para que entre en su boca. Nos exploramos mutuamente con nuestras lenguas, jugamos con ellas. Me mordisquea el labio en varias ocasiones. Me encanta, me recuerda tanto a nuestro primer beso, en aquel callejón, de encubierto.

Hace rato que sus manos han dejado mi espalda para alborotarme el pelo. El beso cada vez es más intenso, más húmedo. Nuestras lenguas han empezando una danza magistral, anhelosa de seguir. Pero la necesidad de respirar hace que nos separemos. Nos separamos y nos miramos. Rojos, con las respiraciones entrecortadas. Ambos. Ella se ríe y se lanza a mi cuello, rodeándolo con un brazo y rozando mi nuca con la punta de su nariz.

- Feliz San Valentín…veinticuatro horas después. – le sonrío. Ella me sonríe y entrelaza su mano libre con la mía. - ¿Cenamos, detective?

Me lanza una mirada divertida, que me inquiere si realmente quiero cenar. Sí, sí que quiero. Y sé que tu también, Kate. La noche es muy larga, y te prometo que la vamos a aprovechar. Pero me apetece sentarme delante de ti. Que me digas que te ha parecido mi regalo. Que compartamos estas hamburguesas y con ellas recordemos nuestras noches en el Remy's al largo de estos cuatro años, en los que intentabas acostarte conmigo. Quiero beber de este vino y para guardar junto a él el recuerdo de una noche más contigo. Y me muero por ver la sonrisa que pondrás antes de beber el café. Y sé que tu también. Sé que quieres observar mis reacciones y escuchar mis teorías sobre el caso en el que has estado trabajando hoy. Y no te voy a negar este placer. Ni el posterior a este, más cómodos, en nuestra cama, nuestras sábanas, nuestra casa.

- Cenemos, Rick.