¡Hola! aquí les traigo una historia que había comenzado como un one-shot pero se alargará un poco más.

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Se dio la vuelta entre las cobijas una vez más. Observó hacia su derecha y pudo distinguir la cabellera rubia que brillaba como si fuera de oro gracias a los imprudentes rayos del sol que entraban por la ventana.

¿Qué acababa de hacer?

Observó el pecho desnudo del rubio y por un segundo se preguntó qué se sentiría abrazarlo y aferrarse a él. Se levantó y tomó la sábana color beige y la apretó contra su pecho, cubriéndolo con vergüenza.

Se dejó caer en el sofá viejo aún cubierta por la sábana y recordó con melancolía cómo había estado enamorada de él desde el primer día que había entrado a trabajar en la compañía de seguros como su secretaria.

Volteó a la derecha y pudo ver su ropa esparcida por el suelo y la tomó para correr al baño y cambiarse allí, si el chico despertaba no le vería nada nuevo pero tampoco quería hacer tanto ruido y despertarlo, quería más que nada ahorrarse aquella incómoda escena. Sabía que estaban en un hotel de mala muerte y no le preocupaba salir y que la vieran puesto que estaban bastante alejados de la ciudad, en un pueblo.

El vestido azul rey hacía juego con sus zapatillas del mismo color, tomó unas gafas de sol oscuras y se las puso, con la esperanza de que si el rubio despertaba y la veía, el alcohol de la noche anterior y las gafas oscuras le impidieran reconocerla o bien, verla a los ojos. Asomó su rostro dentro de la habitación y el rubio seguía cómodamente dormido.

Sí. Él era su jefe y ella una de sus empleados, él podía dormir todo el maldito día si así lo quisiera pero ella tenía un deber que cumplir. Salió descalza, con los tacones en la mano de la habitación con el corazón acelerado para cerrar la puerta tras de sí y quedarse recargada en ella unos segundos. Su corazón casi se detiene cuando miró una cabellera rubia frente a ella.

¿Disfrutó su estadía?—

Del susto dio un pequeño brinco pero los músculos de su rostro se relajaron al ver que sólo se trataba de una mucama. Se ofendió de sobremanera cuando ésta empezó a reír por lo bajo ante su reacción y decidió pasar de ella, ignorándola olímpicamente.

Al salir del horrible hotel en el que se encontraba, el sonido de los automóviles no se hizo esperar. Aunque el ruido no era tan intenso cómo en la ciudad, sí que había. Levantó su mano para detener algún taxi cerca de diez minutos puesto que no había tantos cómo a ella le hubiera gustado. Cuando al fin se detuvo uno decidió voltear una vez más al hotel y por consiguiente a la ventana de la habitación en dónde había pasado la noche. Sintió un escalofrío al darse cuenta que el chico rubio la miraba fijamente, sin expresión en su rostro.

Trágame tierra—

Subió al taxi avergonzada.

¿Todo bien señora?—-el taxista preguntó.

Señorita—corrigió ella exhalando profundamente.

Disculpe señoritael taxista insistió. Ella lo miró, el tipo parecía unos años más joven que ella, de expresivos ojos verdes y cabello castaño. Debía verse terrible para que le preguntara tan insistentemente por su bienestar.

Sí, no dormí bien…— los ojos rosas de ella chocaron con los verdes de él. –A RRB seguros por favor.—eso bastó para dar por terminada la pequeña conversación. Y el resto del viaje pasó en un silencio incómodo. Los treintaidós minutos más incómodos en transporte público que ella había experimentado hasta ese momento.

Son 94 dólares—sabía que su viaje iba a ser costoso puesto que se encontraban fuera de la ciudad y el lugar estaba retirado.

¡MALDICIÓN!—

¿Ocurre algo?—

Sí, olvidé mi bolsa en el hotel—se golpeó la frente en reprimenda, con razón sentía que algo le faltaba.

Señorita, me temo que no puedo regalarle el viaje…—

No tiene que hacerlo, deme un segundo y le traigo el dinero— el chico de ojos verdes lo pensó por lo que pareció ser un eternidad pero ella comprendió, era una total y completa extraña que bien podía salir corriendo y no pagar ni un centavo.

Acompáñame por el dinero—

Acompáñeme—corrigió él con una sonrisa de medio lado, regresándole la corrección. –La sigo—dijo para ir tras ella.

Miró su reflejo a través de las enormes paredes de vidrio, no se veía tan mal, pero seguramente alguno se daría cuenta de que aún tenía rastros de maquillaje del día anterior. Gracias al cielo, el vestido se lo había puesto el día anterior al salir del trabajo cuando lo compró en una boutique.

Entró apresurada y observó a la recepcionista, una de sus amigas la cual tiene por nombre Kaoru.

Mom…—la chica de cabellos negros se quedó muda al instante. ¿acaso el chico que venía tras de ella era su novio?

Necesito 94 dólares—le dijo en una súplica la pelirroja. Kaoru la miró con curiosidad.

¿Me viste cara de cajero automático acaso?—

Te los regreso hoy mismo, olvidé mi bolsa en…casa. —hizo una breve pausa y la pelinegra alzó una ceja, curiosa. Ella no se tragaba esos cuentos.

¿Él es tu novio Momo?—preguntó.

No, es el taxista al que se los debo—

¿Por qué le debes tanto? Normalmente son quince de aquí a tu casa. —

Es una larga historia que te contaré luego, por favor—los ojos suplicantes de la pelirroja convencieron a Kaoru.

Bien pero si fue una salida con el dichoso novio que aún no nos presentas tienes mucho que contar jovencita—le reprimió –Y tienes hasta mañana en la tarde para regresarme el dinero, con la mitad de eso iré a comprar todo lo de la despensa—

¡Gracias!—Momoko le entregó el dinero al taxista el cual le guiñó un ojo a Kaoru causando risas en ambas.

Momo—La morena hizo una ligera pausa y su semblante risueño cambió a uno de preocupación –Deberías correr, tu jefe aún no llega—

Lo sé—respondió en un susurro, inaudible. –Gracias—Momoko corrió al elevador y al abrirse las puertas, se topó con los ojos azules pertenecientes a la chica más dulce y bella del planeta entero. Miyako Gotokuji. Su amiga más cercana, casi su hermana y más importante aún la novia del chico con el cual ella había pasado la noche.

Buen día Momoko—Sonrió mostrando su perfecta dentadura.

Buenos días—ella aunque intentó devolverle la sonrisa, fue incómoda. Lo cual pareció activar las alarmas en la cabeza de la rubia.

¿Te pasa algo Momo?—Miyako acercó una mano a la frente de la pelirroja, en un claro signo de preocupación.

No, es sólo que no dormí bien anoche—se abrió paso para entrar al elevador junto a ella.

Miyako se sonrojó tiernamente. —¿No llegaste a casa anoche cierto? –

Momoko evadió su mirada. –No—

Miyako sonrió y la miró de reojo.

¿Cuándo nos lo vas a presentar?—pegó más a su pecho el folder que sostenía en las manos. En ese mismo instante el elevador sonó indicando que acababa de llegar a su destino. Miyako suspiró y salió de este.

Puedo presentárselos un día de estos…— Contestó Momoko para que así la rubia la dejara en paz unos días más.

Bien, ya es hora de conocerlo…—

Hasta luego—se despidió la pelirroja antes de presionar el botón que representaba el piso número ocho, el cual era su destino.

Las primeras cuatro horas pasaron volado y tal y como ella lo había predicho su jefe no llegó aunque tampoco era necesario que él estuviera allí y Momoko agradeció al cielo esto aunque le hubiera gustado recuperar su bolso. Decidió auto premiarse dejando de responder llamadas para tomarse un pequeño descanso puesto que ella ya había llamado a quien debía y las llamadas importantes que esperaba del día ya las había tomado e incluso ya había capturado la mayoría de datos necesarios y empezaba a dolerle la cabeza. Se levantó y pasó de largo a la gente que se encontraba trabajando y a uno que otro que escondía su celular al verla pasar. Maldijo mentalmente por olvidar a su bolsa y en ella su celular. Como el elevador acababa de trabajar, decidió subir las escaleras hasta lo que sería el piso diez y se sentó a la orilla del edificio a observar la ciudad.

A pesar del sonido de los automóviles y el smog el lugar era realmente hermoso y eso la entristecía, se sentía tan fuera de lugar…y es que se sentía culpable por lo que había hecho. Sí, lo había hecho en sus cinco sentidos y también sabía que el rubio tenía una relación de dos años con su amiga y claro que no ignoraba el hecho de que ella había estado enamorada de él desde su más tierna infancia. Lo que también sabía a la perfección es que el rubio era un mujeriego y si no era con ella igual le sería infiel a Miyako con cualquier otra chica. ¿Por qué no ella?

Estaba tan preocupada.

Sabía que el rubio era discreto y serio como un muerto. Por ello no le preocupaba precisamente el hecho de que este le fuera a decir algo a Miyako sin antes asegurarse que ella muriera o fuera echada de la cuidad gracias a sus influencias.

Miró el reloj en su muñeca izquierda, había pasado exactamente quince minutos y treinta segundos. Las nubes se acumulaban en el cielo amenazando con llover. Regresó por las escaleras pensando en que si lo que había hecho Miyako en su eterna bondad podría perdonárselo.

Llegó a su escritorio y se sorprendió de encontrar su pequeña bolsa blanca en su asiento. Y su corazón dio un vuelco. Se sentó inmediatamente y tomó el teléfono.

Buen día señor Jojo, ¿Se le ofrece algo?—su corazón palpitaba tan fuerte que había jurado que él pudo escucharlo.

¿Momoko? ¿Dónde te habías metido? ¡Ven de inmediato!—La dulce y autoritaria voz de Miyako la confundió bastante. Boomer era sumamente serio y aunque su novia trabajaba en el departamento de recursos humanos, rara vez si no es que nunca se veían en horas de trabajo.

¿Acaso Boomer si le había contado? Desechó la idea de inmediato, Miyako seguramente estaría llorando y no intentaría confrontarlos, menos a ambos al mismo tiempo.

Corrió al elevador lo más pronto posible sintiendo las lágrimas acumulase en sus ojos, era horrible no saber qué es lo que venía. Cuando por fin las puertas del elevador se abrieron en el piso número nueve dejando ver a dos rubios felices. A uno de ellos se le borró la sonrisa del rostro al verla.

¡Momoko!—la rubia prácticamente era el sol en aquella oficina, brillaba de la felicidad y se abalanzó hacia ella, para abrazarla.

La chica de ojos rosas sonrió confundida y la tomó de la cintura para alejarla un poco y poder ver su rostro en el cual comenzaban a resbalar lágrimas.

Me voy a casar—alzó su mano izquierda y en su dedo anular había un hermoso anillo de piedra blanca.

Quiso gritar y morirse en aquel momento.