El Puño de Sombra golpea desde el abrigo de la muerte misma. No obstaculices el equilibrio.

Capítulo I

El sonido del metal filoso desafiándose infinitamente en el campo de batalla era lo único que resonaba en las cabezas de aquellos contrincantes. Enemigos por decisión, con un pasado lleno de muerte y de ideales diferentes volvían a batirse en un duelo de habilidades mortíferas e imperceptibles. Sus respiraciones eran entrecortadas debido al esfuerzo físico y al desgaste mental que aquello conllevaba. El Maestro de las Sombras comenzó a reir lentamente, burlándose de Akali. Sus cejas se arquearon y volvió a atacar con movimientos veloces y precisos. El intercambio fue equitativo. El manto rojo que cubría el cuello de Zed quedó hecho hilos, mientras que éste había destruido la máscara que cubría el rostro de ella. Una gota de sangre surcaba la mejilla del Puño de la Sombra.

—Ahora te vas a acordar de quien dirige la orden ninja cada vez que te veas frente al espejo— Dijo, con tono de burla— Seguiremos luego con esta pelea, tengo otras cosas que hacer.

Akali lo observo abriendo los ojos como platos. Estaba indignada, era la tercera vez consecutiva que Zed dejaba inconclusa su eterna batalla.

—No, pelea, no vas a huir esta vez— Exclamó mientras alzaba sus cuchillas gemelas, pero solo una sombra se encontraba frente a ella. Se lanzó a intentar darle alcance a su enemigo. Corrió cuanto pudo, más no logró encontrar a aquel hombre. Lanzó un gemido de odio, preguntándose una y otra vez porqué no podía restablecer el equilibrio que había sido arrebatado junto al nacimiento de la Orden de la sombra. A lo lejos retumbaba aquella risa tan familiar y molesta. Cerró sus ojos con furia mientras aquel eco desaparecía en el espacio. Frustrada, no tuvo más alternativa que perderse en la noche al igual que su adversario.

Al cabo de un rato, Zed llegaba al templo en el cual residía junto a sus discípulos y alumnos.

—Maestro, no quiero entrometerme en sus asuntos, pero veo que sus paseos nocturnos son cada vez más habituales. ¿Hay algo que la orden pueda hacer por usted para ayudarlo en lo que necesite?— Consultó uno de sus seguidores más joven, mientras que él se quitaba el armadura y limpiaba sus cuchillas.

—Esto es algo personal, simplemente salgo a divertirme un rato. Pueden tranquilizarse, no hay ninguna amenaza por las cercanías— Explicó mientras sonreía de lado y observaba la cuchilla que tenía un pequeño rastro de sangre.

El muchacho solo lo observo y se disculpo por haber sido entrometido con su maestro, haciéndole saber que contaba con su ayuda en caso de que la precisara. Zed agradeció el gesto y se retiró a sus aposentos para descansar y reponer energías luego de aquel enfrentamiento.

Sin dudas, él se dio cuenta de la situación; La Orden Kinkou estaba tramando algo. Akali no había llegado por si sola a las inmediaciones donde se encontraba su asentamiento. De hecho, era la tercera vez que luchaba contra ella, ya se habían visto los dos días anteriores. Siempre acudía al mismo lugar, en el mismo horario desde que se cruzaron por primera vez luego de tantos años. Y hoy había sucedido nuevamente. Le resultaba divertido luchar contra ella, era un oponente interesante, pero era hora de hacer que hablara. Mañana la iría a buscar nuevamente dispuesto a que le informe sobre los movimientos de la Orden a la cual servía, no postergaría más su duelo.

Zed se durmió con esa determinación en su mente, sabiendo que del otro lado, la ninja de ojos azules pensaba en asistir nuevamente a su encuentro al anochecer.