iCarly y sus personajes no me pertenecen.


Final feliz

Es como si no pudiera creerlo porque esta situación parece un sueño y pronto escuchará el chillido agudo de Carly alegando estar tarde, y la típica rapidez del día en el instituto pasará como ráfaga a tu lado, sin que la notes. Clases, escapadas con Freddie al armario del conserje, clases, exámenes y al cuarto, de nuevo.

No, sigues aquí. Un discreto golpe en la rodilla punzando demuestra que la situación es, en efecto, tangible. El aroma a comida caliente inunda tus sentidos y lo engullido empiece a llenarte, haciéndolo todo más cercano. Esto es real, cielos.

Inclinas la cabeza, aún petrificada en el sitio. Así, tu mirada revisa mil veces la posición de tu novio de ¿cuántos años ya?, hincado en una rodilla en el suelo del restaurante, a vista y paciencia de todo el santo lugar, extendiendo una pequeña cajita morada hacia ti.

El contenido de la pequeña cajita es lo que causo tu estado actual. Y dijo eso, junto con muchas otras cursilerías, que escuchaste hasta vomitar de intolerancia en las películas tontas de fines de semana con tu mejor amiga.

—Como si no desearas escucharlo de él, algún día. —se mofó la morena aquella vez, y no comunicaste cuán en lo cierto se encontraba. Puedes ser algo distinta a las demás chicas de tu edad, pero si hay algo que cualquiera soltera de albores de la veintena desea es un final feliz.

Un final feliz, con él. Qué tontería.

—¿Sam? —captas, espabilando. Los ojos café se imprimen en tu mente como acechando y sacando lo peor de una segura muchacha que nunca dejará que nadie la afecte, excepto Freddie, y vaya que lo sabe. El tonto está usando sus mejores argumentos y un grito femenino emocionado pugna por salir de sus labios, para avergonzarla.

Control, Samantha Puckett, control. Fredward Benson no puede enterarse cómo una simple frase suya puede cambiar tu mundo.

—¿E-eso es lo tan importante que no podía esperar? —fuerzas fuera de tu garganta, deslizando una temblorosa sonrisa sarcástica—. Pues, déjame decirte que es la peor propuesta que he oído en mi vida, y eso es algo, —comentas, preguntándote cómo demonios encontraste entereza para bromear acerca de esto—, si has presenciado todas las veces que Gibby se lo ha dicho a Carly, en más de cinco idiomas, y todos no existentes.

—¿Eh? —murmura tu novio, incapaz de detectar qué significa tu argumento.

—Por eso, para evitar que alguna otra pobre tonta escuche esas horribles cursilerías de nuevo, tendré que aceptar. —suspiras, pretendiendo el aplomo de una mártir, cuando la sonrisilla ya muere en risa y un rubor extasiado marcha a tus mejillas—. Acepto, menso.

—¿Es un sí?

—Sí, ya lo dije. ¿Qué más se supone que…?

Jadeas, estupefacta, pues su brazos rodean tu cintura y te encuentras dando vueltas en el aire, con su rostro muy cerca y la risa masculina enviando mariposas, odiosos insectos, a tu estómago. Y, pese a que el público entero del restaurante contempla, sueltas otra risa enérgica, feliz por fin, rodeando su cuello.

Miles de te amo repetidos en tu cuello, vueltas infantiles, una risa eufórica que nunca reconocerás tuya, por vergüenza. Una simple frase. Estúpida, genial, simple frase.

¿Te casarías conmigo?


N/A. Regalo para los fans de Sam&Freddie que leen y comentan mis cosos. Ni idea de dónde salió. No se aceptará comentarios ofensivos a personajes, parejas, personas y/o autores. Expongan sus ideas con respeto y moderación.