Disclaimer: The story doesn't belong to us, the characters are property of S. Meyer and the plot belongs to BittenBee. We just translate with her permission.

Disclaimer: La historia no nos pertenece, los personajes son de S. Meyer y la trama de BittenBee, solo nos adjudicamos la traducción.


The Dress

By: BittenBee

Traducción: Flor Carrizo

Beta: Yanina Barboza


Parte I

Los habitantes de la ciudad marchaban bajo el agobiante repiqueteo del capitalismo, que se hacía eco en la época de las fiestas. Luces brillantes parpadeaban en los árboles y creaban brillantes escaparates que atraían a los compradores, tanto a los molestos como a los felices. Las tiendas pedían reabastecimientos de último minuto y cambios, los repartidores estaban bajo un montón de cartas y paquetes, camiones de sal y camiones quitanieves trabajaban como elfos. La energía frenética que esas actividades generaban era toda en nombre de la Navidad.

Para ese momento, Bella ya estaba acostumbrada al exasperante ritmo de las fiestas, incluso a los impacientes residentes que evitaban la frenética batalla con poca tolerancia. Mientras ella se movía hacia la salida más cercana del metro, se encontró a sí misma inmersa en la manada de gente que salía en avalancha por las puertas abiertas. Saliendo a la superficie por los túneles, se encontró con el agudo frío, el aire fresco y el atronador ruido del tráfico. Se tropezó con uno de los escalones, apenas recuperando el equilibrio a tiempo. La fuerza de la multitud estaba solo un paso detrás de ella.

No ser pisoteado hasta la muerte era un obstáculo a vencer, pero todavía había algunas cuadras de hielo fundido por delante. Al menos se podría tomar su tiempo evitando resbalones una vez que llegara a su tranquilo vecindario, Murray Hill. Cuando se mudó a Nueva York, hacía más o menos un año, rápidamente aprendió que East y West Village eran muy populares y caros, igual que Upper Manhattan que siempre había estado fuera de la cuestión. Pero descubrió que en Murray Hill había apartamentos que se podían encontrar si uno tenía la suerte suficiente de hallar una unidad que se acababa de desocupar. Por supuesto, todos los neoyorquinos tenían su propia opinión sobre el lugar más agradable o más barato para vivir. De todas formas, Bella estaba feliz con el lugar en el que terminó.

Sus mejillas estaban rojas por la temperatura invernal, a pesar de la bufanda, los guantes y el gorro tejido. Subió los escalones de piedra de su edificio, agarró el correo del buzón y subió los demás escalones hasta su apartamento. Escuchó la música navideña que se reproducía en el interior y, cuando abrió la puerta, su seudo-compañera de piso, Alice, estaba dando vueltas por la cocina —vestida con jeans, un suéter y unas pantuflas rosas gigantes— haciendo chocolate caliente con mini malvaviscos.

Alice estaba subarrendando la sala de Bella desde hacía seis meses, mientras que hacía la transición de una mala ruptura y terminaba su maestría. Habían buscado apartamentos esporádicamente, pero todavía no habían encontrada nada para Alice. Era una buena compañera de apartamento y mantenía sus cosas, las que no estaban en un almacén, limpias, ordenas y fuera del camino. Convirtieron el armario de la sala en uno para Alice e hicieron una especie de Tetris en el baño para meter todos sus cosméticos. Bella ya se había acostumbrado a tenerla alrededor y se dio cuenta de que era agradable tener compañía cada vez que pasaba por la puerta.

—Se podría pensar que está llegando el apocalipsis —dijo Bella como saludo, sacándose metódicamente toda su ropa de invierno y dejándola sobre el respaldo del sofá.

—No tendré tiempo para comprar hasta después de los finales y en ese momento solo quedarán las sobras —dijo Alice—. Para ti.

Bella tomó la taza humeante que le daba.

—Gracias.

Se sentaron en la barra de desayuno y Alice se puso a clasificar el correo mientras Bella le daba la bienvenida al calor que comenzaba a sentir. Alice le lanzó un paquete a Bella y siguió con su clasificación.

Bella miró el paquete y frunció el ceño ante el remitente desconocido. La escritura era muy pequeña y pulcra, con una floritura pasada de moda en algunas letras.

—No conozco ningún Edward Cullen. Debe ser tuyo. —Lo empujó de nuevo hacia Alice, que estaba tarareando Wonderful Christmas Time de Paul McCartney mientras abría una tarjeta navideña.

Alice miró de cerca el paquete y replicó instantáneamente:

—Nop.

Ella bajó la taza y estudió el suave papel del paquete.

—¿Estás segura de que no compraste algo en línea?

Alice dejó a un lado el correo y miró el paquete con más interés.

—Segura.

—No tiene destinatario —dijo.

—Pero tú vives aquí. Esa es la dirección que tiene, ¿no? ¿Para quién más podría ser?

Bella no tenía una respuesta. Sus regalos de Navidad eran recuerdos que sus padres le traían de sus vacaciones anuales. Definitivamente, ella no estaba esperando nada de nadie más. Continuó tomando sorbos de su chocolate caliente.

—Ábrelo —dijo Alice de repente.

—Debe ser un error. ¿Qué pasa si es para alguien más? ¿No es contra la ley?

—Tal vez hay una pista dentro o una carta que puede resolver todo este misterio. Vamos, ábrelo. Ahora tengo curiosidad.

Bella cedió, también esperando resolver el misterio, y abrió el paquete cautelosamente. Sacó otro paquete envuelto en papel de seda. De él se deslizó un vestido y lo sostuvo en alto. Era un vestido interesante y por encima de la moda: verde azulado, con un tirante púrpura de dos pulgadas de ancho que empezaba atrás del hombro derecho y cruzaba hasta el frente. Terminaba en forma de una flor. El púrpura oscuro contrastaba bien con el verde azulado del vestido. Parecía ser de su talla. No había una tarjeta.

¿Cómo abrirlo podría hacerlo más inexplicable?

Los ojos color avellana de Alice estaban asombrados. Ella sacó la etiqueta.

—Oh, mi Dios. Es Versace.

—Ver… ¿qué?

—VER-SA-CHEE. —Bella dejó que Alice lo sostuviera—. ¿Cómo no conoces…? No importa. ¡Qué vestido! ¿Y no tienes idea de quién te lo mandó? —Alice lo sostuvo contra ella para ver cómo le quedaba.

Bella se rio de su reverencia y de su creciente excitación.

—En serio. No tengo ni la menor idea de quién lo envió o por qué.

—¿Qué hay de un Santa secreto? Estamos haciendo eso en una de mis clases este año. Me quedé atascada con alguien que no conozco de una especialidad diferente. Es otra razón por la que no me importan las electivas obligatorias.

—No hay Santa secreto para mí. A Jenks le gusta llevarnos a un almuerzo por las fiestas. —Ella empezó a recoger el papel y el envoltorio—. Será mejor que lo devuelva al remitente.

Alice se aferró al vestido, rechazando la idea.

—No puedes devolver un vestido así. Por favor, Bells. Usa tu sentido común. ¿Cuándo vas a tener otro como éste?

—Pero no es mío. Esta persona, obviamente, cometió un error. ¿Y qué si la persona a la que iba dirigido nunca recibe su regalo de Navidad?

La culpa comenzó a aflojar a Alice y lo devolvió.

—Tu moral es realmente inoportuna.

—Aparentemente. —Bella reempaquetó todo, excepto el sello que estaba rasgado—. Supongo que hubiera sido lindo recibir un regalo como este de alguien especial.

—Tal vez deberías ponértelo antes de regresarlo… Solo para ver cómo te queda.

Ella estrechó los ojos.

—Alice, no me tientes… —Bella miró hacia abajo al paquete con apreciación. Tanta tentación, y estaba justo en sus manos…

Se miraron entre sí, la travesura y el triunfo circulaban en el aire.

Ella corrió hacia su habitación. Alice no estaba muy atrás y se frenó en la puerta para esperar. Pasaron cinco minutos.

—¡Vamos, Bells! Estoy muriendo aquí afuera. Déjame ver.

—Está bien, está bien. —El suspiro de Bella se escuchó a través de la puerta. Cuando la abrió y le mostró el ajustado vestido con unos pocos pasos sin gracia, Alice era toda aprobación, sacando algunas fotos con la cámara de su celular.

—Luce muy bien, en serio.

Bella fue hacia el espejo y se miró. El vestido parecía transformarla en una mujer sexy y sofisticada. Sexy y Bella usualmente no cruzaban sus caminos. La gente siempre la describía como "adorable" y "dulce". Se peinó el ondulado cabello marrón con los dedos, luego lo alisó hacia atrás y se lo recogió sobre un hombro. El vestido se le aferraba suavemente, acentuando las curvas que ella había olvidado debajo de todos los jeans y los suéteres que usaba. Más allá de los detalles y las curvas, se detenía a mitad del muslo de una forma elegante y provocadora.

—Realmente debería devolverlo.

Alice apareció con un par de zapatos de tacón negros.

—Pruébatelo con estos.

Los zapatos eran como un lifting y complementaban el efecto dramático del conjunto.

—Demonios. —Se mordió el labio inferior—. Quiero conservar este vestido.

Alice lanzó un puño al aire.

—Mundo, díganle hola al bombón Bella.

—Ja, ja. —Ella se sacó los zapatos y le dio al vestido una última mirada de admiración—. Voy a enviarlo de regreso. —Y se escapó a su habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

El resto de la semana, el vestido estuvo colgado en la puerta de su armario. A ella le gustaba mirarlo. Representaba sueños inverosímiles, una fantasía que nunca tuvo las agallas o la gracia (o el dinero) para hacer realidad. Además, sabía que nunca en su vida tendría una ocasión donde pudiera usarlo.

Nunca se sintió tan dividida en su vida. Tarde o temprano, tendría que tomar una decisión.

Rosalie, una compañera de trabajo y amiga, le dio una segunda opinión. No había dudas de cómo se sentía Alice sobre esto. Después de que Bella le contara toda la historia de este misterio de las fiestas, Rosalie no le dio la respuesta que ella estaba buscando.

—Quédatelo.

—Pero no es para mí.

—Entonces devuélvelo.

—Pero… es precioso.

—Entonces quédatelo.

Como las respuestas concretas de Rosalie fueron de poca ayuda, Bella hizo varias cosas para ayudarse a tomar una decisión.

Primero, llamó a su madre y le preguntó si conocía a un Edward Cullen. Renée no tenía idea y se lanzó de lleno a los chismes familiares y recordatorios sobre la fiesta de Navidad de la familia Swan de ese año, y si ella podría recoger algunos platos para la fiesta del supermercado de antemano.

Segundo, hizo búsquedas en LinkedIn y WhitePages por Edward Cullen. Surgieron cuatro posibilidades: Eden Cullen, Edwin Cullen, Edgar Cullen y un verdadero Edward Cullen. Sus lugares de empleo y las direcciones eran de lugares diferentes, desde Texas hasta Hong Kong. Sin embargo, Edward Cullen trabajaba en una especie de agencia de publicidad en Nueva York. Y la dirección que aparecía también coincidía con el remitente de su paquete misterioso.

Ella podría intentar una llamada telefónica o averiguar antes de preguntarle en persona, pero eso parecía una acción socialmente desagradable solo para aclarar una discrepancia sobre un paquete de correo. El problema era que Alice la estaba contagiando. Ella quería el vestido. Sin embargo, en el momento en que él lo pidiera de regreso y se disculpara por la confusión, sería el momento en que ella se daría por vencida.

Esa conclusión la llevó a la tercera acción: escribir una nota de agradecimiento.

Se agachó en su escritorio, fingiendo trabajar duro alrededor de los teléfonos que sonaban y la quejosa fotocopiadora y, cuidadosamente, escribió la carta en un papel de la empresa.

Querido Sr. Edward Cullen:

Muchas gracias por el vestido Versace que envió. Es muy hermoso y distinto a cualquier regalo que alguna vez haya recibido.

Desafortunadamente, no puedo recordar si nos conocimos antes.

¿Quién es usted?

Atentamente.

Bella Swan

Eso debería ser suficiente. Simple, agradecido y al punto. Lo envió directamente, limpiando parcialmente su consciencia.

Si él nunca respondía, ella había hecho todo lo que podía, ¿no?

Dos días después, se atragantó con su café de la mañana cuando se topó con un mensaje en su bandeja de entrada.

De: Edward Cullen

Para:

Fecha: 7 de diciembre de 2011. 7:51 AM ESTE

Querida Sra. Bella Swan:

Lo siento. Pensé que la mujer para quien era el vestido todavía vivía donde aparentemente usted vive ahora.

Espero que no esté molesta por mi correo electrónico. El correo postal es tan lento y, usualmente, se atasca en esta época del año.

Edward Cullen

—¿Entonces él te deja quedarte con el vestido? —preguntó Alice en el almuerzo del sábado.

Se encontraban en un restaurante informal en el que habían estado a menudo. Este tenía un bar y en el verano tenía una adorable área al aire libre delimitada y rodeada por plantas en cestas colgantes. Pero como era invierno, estaban sentadas adentro, donde había calefacción y decoraciones navideñas. Estaba muy ruidoso por las conversaciones haciendo eco en el interior.

—No estoy segura. En realidad no lo mencionó. Solo se disculpó por confundirme con otra mujer.

—Eso es muy raro. ¿Y todavía no le respondiste?

—No.

—Él probablemente asumió que se lo vas a devolver —dijo Rosalie.

—Demonios. Supongo que puedo preguntar. Pero ¿hay alguna forma discreta de hacer una pregunta como esa?

Ellas no dijeron nada. El mesero rellenó sus vasos discretamente y se fue.

—Ya sé… —dijo Alice—. Proponle encontrarse a tomar un café y lleva el vestido. Si él pregunta, puedes devolvérselo por medio de una amistosa taza de café. Pero si él no…

—Sería una cita incómoda —dijo Bella—. ¿Por qué me haría eso a mí misma?

—Además —dijo Rosalie, moviéndose el cabello rubio del hombro y tomando un trago de vino—, no conoces nada sobre este tipo. Él puede ser un oficinista acosador o un viejo. Abuelo Cullen.

—No creo que él sea viejo o jubilado. Trabaja en una agencia de publicidad. Jenks todavía no tiene sesenta y evita todos los avances tecnológicos. Pero, ya sabes, este Edward Cullen podría ser casado o algo. Todavía incómodo.

—Si él es casado, no debería encontrarse a tomar café con mujeres jóvenes en primer lugar —dijo Rosalie.

Bella abandonó su ensalada césar de pollo.

—Toda esta especulación me está dando dolor de estómago. Debería devolver el vestido y terminar con esto.

Sin embargo, tenía problemas con devolverlo por razones que ya no entendía. Y releer su correo electrónico no ayudaba. Ya no había misterio sobre de dónde había venido el vestido, solo a quién estaba dirigido. Tenía que admitirse a sí misma que lo que realmente le impedía dejar el tema era el misterio de él. Estaba empezando a ocupar un espacio en su cerebro. Su imaginación iba desde Edward Cullen, el hombre adultero de mediana edad enviándole regalos inapropiados a su amante, hasta Edward Cullen, un hombre de la mafia enviando el vestido como una especie de amenaza velada a una mujer que había decidido escapar por su vida. Pero eso era improbable…

La correspondencia en línea la hizo un poco más atrevida de lo que solía ser en persona. Ella respondió su correo.

De: Bella Swan

Para: Edward Cullen

Fecha: 8 de diciembre de 2011. 8:42 AM ESTE

Querido Edward Cullen:

No hay problema. Los accidentes pasan. ¿Quieres que te devuelva el vestido? Si no, disfrutaré usándolo en estas fiestas.

Bella Swan

Treinta minutos después, una notificación de Facebook apareció en su bandeja de entrada personal.

"Edward Cullen te envió una solicitud de amistad."


Y esta es la segunda historia que vamos a compartir con ustedes en este Mes Navideño en Élite Fanfiction... ¿Qué les ha parecido este primer capítulo? ¿Qué creen que va a pasar ahora que Edward agregó a Bella a Facebook?

Y hablando de Facebook... recuerden que tenemos un grupo exclusivo para las traducciones y el grupo de Élite Fanfiction, que es donde nació todo esto. Pueden encontrar los links en nuestro perfil para unirse ;) ;)

¡Nos leemos en el próximo capítulo!