Las hormonas del alfa impregnan el ambiente, volviéndolo más espeso y asfixiante si cabe. Estás embriagado de su olor, consternado ante aquella marabunta de feromonas que han acudido a tu nariz de manera imprevista y que te están mareando por momentos. Le miras, de arriba abajo, tus ojos discurren por un camino sin previo trazado, variante, que salta de su mano a su nariz, de sus ojos a su torso, dando brincos, queriendo abarcarle entero.

Entonces atisbas una sonrisa leve dibujarse en sus labios y piensas que en esos instantes eres el hombre más afortunado del mundo, porque sabes que va dirigida a ti. Pareces un adolescente inmerso en la efervescencia hormonal y estás tan obnubilado, que la sensatez que gastas si él no está delante parece no haber tenido nunca cabida en ti.

Te deshaces, casi literalmente y para cuando quieres darte cuenta, notas la espalda inmersa en la blandura del colchón y su cálido aliento chocando contra tus labios. Está sobre ti, el peso de sus piernas a ambos lados de tu cuerpo te hunde ligeramente.

Arrugas la nariz, casi por inercia, ante la embriaguez que su aroma produce en ti. Es sofocante y no hay parte de ti que no se sienta arder por dentro. La sangre te hierve, puedes sentir cómo bulle con furia.

Le necesitas.

Le tienes.

Sus labios se mueven con destreza sobre los tuyos y respondes con la torpeza de un primer beso, aunque de sobra sabes que no es así ni de lejos. Su barba raspa las comisuras de tus labios, pero eso no le impide apretar más su boca contra ti. Notas la punta de su lengua tantearte hasta que entreabres los labios para que pueda abrirse paso sin ningún problema. Te busca, la entrelaza con la tuya con tal fluidez que tu febril mente solo piensa en cómo se sentirá cuando le tengas entre tus piernas, tomándote entero.

Y joder, la erección se resiente bajo tus pantalones, más aún cuando le notas rozarse contra ti, como si fuerais dos animales en celo. A medida que aumentan los roces, el beso se hace cada vez más furioso; se entrechocan los dientes, se entrecruzan los jadeos, disminuye el oxígeno y la quemazón en el pecho se hace latente hasta doler.

Os acariciáis con deseo, recorréis impunemente la complexión del contrario, apretáis aquí y pellizcáis allá. Entrelazas los dedos en el vello de su pecho, sintiéndole latir con fuerza contra tu mano: El corazón quiere escapársele y no vas a dejar que eso ocurra.

Casi parece que queréis fundiros el uno en el otro.

Notas que sus manos aterrizan en un punto fijo, la aspereza de sus yemas te raspa la cintura y te retuerces sin quererlo.

-Tranquilo, muñeco - Su voz es semejante a un ronroneo, como si fuera un gato pardo al que has conseguido amansar bajo tus manos. Con el carisma que lo caracteriza te sonríe con ternura, ignoras si fingida o no. Sus dientes de nuevo salen a relucir, dibujando una radiante sonrisa entre su barba cana mientras sus manos se deshacen con presteza de la parte inferior de tu ropa, entreteniéndose en acariciar la erección que tan pronto como te das cuenta, toma entre sus labios.

Lo ha hecho de improvisto, pensabas que iba a desvestirte del todo antes de ello, pero tu ropa se ha quedado a medio bajar y la calidez de su lengua te impide pensar de manera coherente.

Te succiona despacio y por un instante piensas que el orgasmo va a llegar de manera temprana. Te humedece, introduciéndote en su boca casi completamente, sintiendo que el cielo de su boca va a llevarte al tuyo propio. Su mano baja y sube, aprieta con más o menos suavidad en un movimiento mecánico que te desquicia por completo.

Y joder…