Hola, queridos lectores. Nuevamente me he aventurado a escribir una historia Drarry, un poco más larga (dos partes).
Todos los derechos de los personajes a J.K. Rowling, quien nos dio este maravilloso mundo.
"No"
Por Daymin.
Parte 1.
Harry Potter estaba aburrido de la vida, y por Merlín que le pesaba reconocerlo, sin siquiera atreverse a mencionarlo frente a otros, mucho menos a decirlo ante sus seres queridos.
¿Cómo llegó a esto? Solía cuestionarse en sus momentos de soledad.
Él era una persona rodeada de magia, alguien que vivió los horrores de una guerra y salió victorioso, regresó de la muerte, glorioso al derrotar a un señor oscuro.
Estaba siendo egoísta, lo sabía. Era un hombre adulto que constantemente pensaba en su juventud, en todo lo que no vivió, o en aquello que vivió demás, en todo lo que se le fue arrebatado, o nunca tuvo. Extrañaba sus días en Hogwarts, vivir en aquel maravilloso castillo, el olor del campo de Quidditch, a Dumbledore, a Sirius, a Remus...La lista era demasiado larga.
Pero había algo que echaba de menos, incluso con más fuerza que con la que extrañaba a sus muertos, algo que no estuvo seguro de cuando dejó de tener y temía que no regresara jamás. Harry Potter añoraba, con todas su fuerzas, que le dijeran "no".
Era algo estúpido, lo sabía, porque ¿A quién no le gustaría ser complacido hasta en sus más locos caprichos? A él, por supuesto, porque, por más que pasaran los años, siempre sería aquel Harry que vivía en el número 4 de Privet Drive, quien no era lo suficientemente digno para ser parte de los Dursley, nada más que un simple bicho raro y huérfano.
Harry sabía que existían heridas que nunca terminaban de sanar.
Algunos días, los días malos –como les decía Ron-, conseguía sentirse tan intranquilo y ansiosos que se sentía incapaz de concentrarse en algo más allá que no fuera su trabajo como Auror. Era como si una fuerza proveniente de lo más profundo de su pecho tomara el control de todas sus acciones, algo que hacía las cosas a su alrededor más brillantes, más ruidosas, más insoportables.
Las risas, el sonido de los cubiertos, las hojas arrugándose, el viento contra los árboles, todo resultaba desgarradoramente intolerable, y terminaba con migraña y de mal humor, justo como se sentía en ese momento, justo como se sintió los primeros meses después de la guerra.
"Es normal" Dijeron todos a su alrededor, y con el tiempo fue así, cada vez los días malos eran tan recurrentes que realmente se convirtieron en el estado de ánimo normal de Harry Potter.
— ¿Seguro que estás bien?
Las brasas en la chimenea bailaron al compás de las palabras preocupadas de Ron, su rostro encendido en un brillante fuego figuraba su inconformidad.
—Muy seguro, sólo estoy cansando. —Comentó con notable agotamiento al repetir lo mismo por tercera vez.
— ¿Un mal día?
—Uno muy malo.
Harry pudo distinguir, entre los contornos borrosos del rostro de Ron en las brasas, sus cejas arrugarse, claramente desconforme y preocupado, después vino un suspiro que sólo avivó un poco más el fuego.
—De acuerdo, está bien…—Finalmente se dio por vencido. —Ven a visitarnos cuando te sientas mejor.
Después de un par de despedidas cordiales, terminaron la conversación y el rostro de Ron desapareció de su chimenea.
Harry suspiró derrotado. ¿Por qué todo lo que hacía era aceptado por todos? Se había salido a media jornada del trabajo y lo único que consiguió fue el rostro de Ron y unas cuantas palabras preocupadas. Estaba aburrido.
Se sentía como un maldito desagradecido, manteniendo a todos al borde sobre él, no era que no valorara esa genuina angustia, pero no podía evitar probar un poco más, empujar más al fondo en los días malos, en busca de su preciado "no".
Dejó caer todo su peso contra el respaldo del sillón, sintiéndose repentinamente agotado y abrumado por el calor del fuego. Deshizo el nudo de su corbata y bebió un largo trago de whiskey de fuego.
Estaba siendo tan infantil. Se odiaba a si mismo por comportarse de ese modo.
Entrecerró los ojos, en un intento por enfocar el candelabro sin luz que colgaba sobre su cabeza, sin conseguirlo realmente al no usar sus anteojos.
Un gran nudo se formó en su garganta. Se sentía tan solo. Pero no podía culpar a los demás, era él quien siempre terminaba cortando lazos con todos aquellos que no fueran lo suficientemente cercanos a él, como Ron o Hermione.
Tampoco podía ser culpado del todo, el resto del mundo mágico le abrumada, tantas palabras dulces, halagos y personas dispuestas a hacerlo todo por él. Era aterrador, no lo merecía, él no había hecho nada diferente a otro en su lugar.
Los privilegios que obtenía a cambio eran ridículos, todo le era concedido si lo pedía, incluso su empleo como Auror. Desde luego que a estas alturas de la vida era más que indicado para hacer su trabajo bien, pero en un inicio no era más que un niño con demasiada buena suerte y buenos amigos y, desde luego, malas notas.
En un principio, años más joven, estaba agradecido de todos esos favores, estando demasiado avergonzando como para si quiera decir algo, pero ahora sólo conseguía sentirse molesto, ¿realmente nadie podía decirle no al niño que vivió?
Ni siquiera Hermione. Después de la guerra, al ver los estragos que dejó esta en Harry en un inicio, se suavizó. Le reprendía de vez en cuando, para después preguntarle cómo se sentía y si había algo que podía hacer por él.
Lo más cercano que estuvo Harry a ser rechazado fue por Ginny Weasley, si es que se le podía llamar rechazo. Ella dijo "sí" a la propuesta de matrimonio y, algún tiempo después, también dijo "sí" cuando Harry mencionó que no estaba funcionando.
Le enfermaba pensar en eso. No era nada cercano a lo que decían los demás sobre él, no era el salvador del mundo, ni el hombre más valiente. Sólo era Harry Potter que, aunque ya no vivía en el número 4 de Privet Drive, era igual de miserable.
...
Miró atentamente la lechuza frente a él, no estuvo seguro de cuánto tiempo pasó, pero fue el suficiente para que el ave comenzara a irritarse y ulular, sacándole de su ensimismamiento, fue entonces que pasó a la siguiente de la larga fila.
Realmente no planeaba comprar nada, como cada una de las decenas de veces que terminaba ahí, simplemente se volvió un hábito -uno malo tal vez-. Tras uno de sus grandes ataques de ansiedad había terminado entre las tiendas del callejón Diagon, lo demasiado abrumado como para estar en casa. Tras escuchar el alboroto de aleteos y ver ojos brillantes a través de los cristales del Emporio de la Lechuza, pensó en Hedwig, y ese simple pensamiento suplantó el resto de los malos recuerdos. Y entró.
Ahora cada vez que se sentía lo suficientemente cansando del mundo entraba a esa tienda y pasaba horas disfrutando de la compañía de las aves. El dueño jamás dijo nada más allá de un saludo cordial y cálido, dejándole continuar con su larga inspección, sin mostrar algún indicio de enojo al no venderle nada. Era un hombre mayor, un hombre que seguramente pasó la mayor parte de su vida entre plumas y ulúlelos, él parecía entender la calma que eso traía a Harry, y estaba agradecido.
Además, un poco de promoción de la medida de "El niño que vivió viene seguido" nunca estaba demás. A Harry ni siquiera le molestaba, al contrario, se sentía un poco mejor ante la idea de que no era el único beneficiado por su nombre. Si alguien podía obtener algo deseado al mencionarle, él estaría de acuerdo con eso.
La lechuza, un poco menos paciente que la anterior, le lanzó un rápido picotazo, como diciéndole que era un tonto. Harry sólo sonrió, y pasó a la siguiente.
Aún después de tantos años, echaba mucho de menos a Hedwig.
Cerca de tres tercios de hora después, la tienda estaba bastante concurrida, pero nadie se atrevía a sacar de sus pensamientos a Harry, cosa que agradecía, usualmente se rumoreaba que acudía a visitar a las lechuzas porque le ayudaban a pensar y resolver los casos sobre magos oscuros.
Harry iba a pensar, pero no sobre magos oscuros o trabajo, sino sobre sí mismo. Se tomaba el tiempo suficiente para pegar los pedazos confundidos de su mente y, al salir de ahí, ser un poco más el Harry Potter que todos querían que fuera.
El ruido a su alrededor cesó repentinamente, algo parecía ocurrir, incluso todas las aves se quedaron quietas y en silencio, como si supieran más de lo que parecía. La campanilla del mostrador sonó una vez, y casi de inmediato la suave voz del vendedor fue lo único que se escuchó.
—Señor Malfoy, bienvenido.
Harry se perdió del resto de las palabras cordiales del viejo señor tras escuchar aquel apellido. Debía ser él, no había otra persona que causara tanto alboroto silencioso de esa manera.
Tragó grueso y avanzó suavemente entre las aves, fingiendo normalidad e intentando esclarecer a donde quería llegar. Después de años de entrenamiento como Auror, había logrado suprimir un poco de aquella brutal valentía e impulsividad que le caracterizaba.
Dio un rápido vistazo entre las estanterías, sólo lo suficientemente largo como para comprobar de quien se trataba y, en efecto, de pie frente al dueño del Emporio de la Lechuza se encontraba Draco Malfoy. Tan sólo con una rápida mirada, usado sus mejores dotes de Auror, había conseguido las características en tiempo récord.
Malfoy mantenía una postura recta y elegante, hablando casi sin abrir los labios, sus ropas eran oscuras y costosas, y en su mano derecha reposaba un bastón que, de no ser por su cabello relativamente corto y el flequillo que caía en su frente, Harry habría jurado que se trataba de Lucius Malfoy.
—Tengo exactamente lo que busca. —Harry escuchó decir al dueño, mientras avanzaba sin rumbo fijo por los estantes.
Entonces caminó a paso firme, lo suficientemente cerca del mostrador como para dejarle en claro a Malfoy que él estaba ahí, y que se mantendría atento. Decidió mirar una vez más, encontrado los ojos plata sobre él.
Ambos se miraron fijamente, con la misma postura segura y sin titubeos, hasta que Malfoy inclinó suavemente su cabeza en un saludo, entonces el contactó se perdió antes de que Harry pudiera hacer algo más. El vendedor apareció con una gran jaula con un búho imponente dentro, se lo dio a Malfoy y, tras el pago, este desapareció de la tienda sin más.
El primer impulso que tuvo fue el de salir tras el rubio, pero nuevamente lo pensó dos veces, consiguiendo que sus pies se mantuvieran pegados al suelo que pisaba. Miró al búho frente a él, similar al que Malfoy había comprado, e intento contar hasta diez, lentamente, recordando que ya no estaban en sexto año, no había razón para comportarse paranoico.
...
Cuando finalmente dejó a las lechuzas en paz, era lo bastantemente tarde como para pensar en hacer otra cosa que no fuera ir a casa. Hasta que, de algún lugar, apareció nuevamente aquella rubia –casi blanca- cabellera, perfectamente peinada.
Harry se sentía completamente cansado como para pensar en nada más, y caminó hacia él, sin estar seguro de que quería conseguir, simplemente estaba demasiado sedado por el cansancio. Además, los dos eran adultos, adultos que compartirían simples saludos y después no se volverían a ver.
—Ey, Malfoy. —Poco después de su comentario informal y de acercarse al rubio, fue que finalmente se preguntó qué carajo estaba haciendo.
Malfoy pareció pensar lo mismo, pues sus ojos se estrecharon sutilmente, mientras apretaba con un poco más de fuerza su bastón, Harry supuso que debía contener su varita, y no le culpaba, él mismo se encontró llevando despreocupadamente su mano a su propia varita. Ambos tenían un mal historial de encuentros, no podían ser culpados por su actitud desconfiada.
—Potter. —Murmuró firmemente, sin modificar ni un poco su postura o gesto.
Y ahí pareció morir el saludo. Harry nunca había mantenido una conversación decente, libre de insultos, con Draco Malfoy, era normal que no supiera como continuar. Después de unos instantes de silencio, y tras el insistente y desesperado ulular del búho de Draco, Harry continuó.
—Es algo tarde para estar de compras ¿no? —Deseó morder su lengua, pero las palabras ya habían sido dichas, con más recelo del que quiso dejar al descubierto.
Después de todo, los malos hábitos son difíciles de dejar.
Malfoy rodó los ojos y soltó un sonido exasperado. — ¿De verdad, Potter? —Dijo mordaz. — ¿Haz cruzado la calle para acusarme sobre cualquier tontería? ¿Por qué no maduras?
A pesar de que su molestia era evidente, en ningún momento dijo algún insulto hiriente, nada sobre dinero o pureza de sangre, quizás después de todo el rubio tenía razón y estaba siendo demasiado infantil.
—Realmente sólo quería saludar…supongo.
Draco afiló un poco más sus ojos.
—Bueno, está hecho entonces, así que si me disculpas, tengo una vida. —Soltó, sosteniendo con más fuerza la gran jaula.
— ¡Espera!
Ambos se sorprendieron ante el tono matizado con súplica de Harry, quién nunca pensó en decir algo realmente, mucho menos detener al otro, pero lo había hecho y ahora sí se sentía confundido.
— ¿Ahora que necesita su excelencia?
Era muy evidente el gran desagrado que parecía sentir Malfoy por él.
— ¿Quisieras…? —Murmuró bajito, provocando que Draco elevara una ceja con interrogación pintada en su rostro. Harry aclaró su garganta, preguntándose qué estaba pasando y porque se sentía tan impaciente. — ¿Quisieras conversar un rato?
Hubo un largo silencio, demasiado asfixiante, que fue roto por una seca carcajada por parte del rubio.
— ¿Qué es lo qué pretendes, Potter? No estoy para tus bromas.
—No estoy bromeando. —Se defendió.
Finalmente Draco soltó la jaula suavemente y usó su mano libre para pasarla por su cabellera, hábito que hacía cuando estaba a punto de perder el control.
—No seas imbécil, Potter. —Rasgó la tensión. —En dado caso que yo aceptara, ¿de qué se supone que conversaremos? Nunca fuimos amigos, no tenemos nada que nos una, ¿quieres hablarme sobre tu perfecta vida? ¿Quieres conocer mis últimos planes malvados? —Harry realmente no tuvo una buena respuesta que dar. —Déjalo, Potter, sigue con tu vida y yo seguiré con la mía. Tenemos un pasado en común, pero sólo eso.
Tomó nuevamente su búho y comenzó a caminar, a paso seguro, con la intención de alejarse lo más posible de Harry.
—Malfoy… —Insistió el moreno, tan sólo siguiendo aquel instinto que le rogaba ser el último en decir algo.
Draco giró sobre sus talones, sin perder su porte elegante y le enfrentó con digna apariencia.
—No, Potter. —Y, en un parpadeo, desapareció.
Harry esperó sentirse muy molesto ante el rechazo, pensó en hacer una riña o alguna tontería impulsiva digna de él, pero no fue así. Su cuerpo se sintió ligero, tan ligero que creyó estar volando. Y, a pesar de la repentina paz, su pulso se había vuelto loco, golpeando su pecho con fuerza. Se sentía eufórico. Se sentía vivo.
¿Quién podría decirle "no" al niño que vivió? Draco Malfoy, por supuesto.
Muchas gracias por el tiempo dedicado a leer esta primera parte. Es mi segundo escrito Drarry, así que soy bastante nueva por estos lares, por lo que intento familiarizarme con los personajes y por darles una bonita historia.
Pido disculpas por si hay algún error, de ser así lo corregiré a la brevedad.
Nos leemos pronto.
