Disclaimer: La serie 'Crepúsculo' pertenece a Stephenie Meyer.

Fandom: Twilight

Título: Dieciocho años, tres meses, once días

Rating: PG – 13

Spoilers: Eclipse. ¿Amanecer? ¿Qué es eso?

Personajes/Parejas: Claire/Quil, Sam/Emily, Claire/OMC (muy, muy secundario), otros. Summary: Les ha llevado exactamente dieciocho años, tres meses y once días desde que ella lo eligió por primera vez para llegar a este momento, y Claire decide que no piensa esperar ni un nanosegundo más. Claire/Quil

Notas#1: Originalmente éste iba a ser el segundo capítulo de mi fic 'Satélites' (el cual, BTW, creo que no va a tener continuación) y lo empecé hace siglos, pero me quedó tan largo que consideré que se había ganado el derecho a convertirse en un fic propio.

Notas #2: Encontré una canción que es muy, muy Claire/Quil. Se llama 'Your Guardian Angel', es de The Red Jumpsuit Apparatus.

PARTE 1 DE 4


Dieciocho años, tres meses, once días

Claire tiene dos años, siete meses y cinco días y sus padres están preocupados. Muy preocupados. Sus parientes y amigos tratan de ofrecerles palabras de ánimo y el médico les asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su pequeña es una niña perfectamente sana, pero aún así ellos no pueden evitarlo. Miran a su hija jugar con un camioncito de juguete, soltando risitas de vez en cuando, y casi sin darse cuenta intercambian miradas que les dejan claro que el otro está pensando lo mismo. ¿Qué ha salido mal con ella?

A primera vista, no parecería haber ningún problema con la niña de mejillas redondas y ojos brillantes que parecen interesarse por todo el universo al mismo tiempo. Claire es algo pequeña para su edad pero no demasiado, y es fuerte y vivaz. No se está un momento quieta y desde que aprendió a gatear primero y a caminar después es la pesadilla de los adultos, porque es muy curiosa y movediza. Su madre vive con el temor constante de que un día se caiga por las escaleras o meta los dedos en el enchufe, pese a que su padre ya ha puesto seguros para niños en todas las escaleras y tomas de corriente de la casa.

Claire también es risueña y animada, raras veces llora y tiene un temperamento sociable. Tampoco se enferma a menudo y aunque todavía tiene algunas dificultades para mantenerse quieta, es capaz de concentrarse y aprender a tomar un crayón sin romperlo o colocar los cubos de colores en la manera correcta. Frunce el ceño de un modo muy cómico mientras dibuja o juega con los bloques, poniendo toda su alma y concentración en ello, y nadie diría que tiene un problema de aprendizaje. Y entonces, ¿por qué se preocupan los padres de Claire?

Porque Claire, con sus dos años, diez meses y cinco días, aún no ha aprendido a hablar. Ni un balbuceo, ni un murmullo o galimatías inteligible, ni una sílaba que pudiera confundirse con un torpe intento de decir "ma-má" o "pa-pá" ha salido de sus labios. Los amigos y parientes que ya tienen hijos tratan de explicarles que cada niño tiene su tiempo para estas cosas, que no hay motivo para alarmarse, mientras que los demás se encogen de hombros y sugieren que la lleven a que la vea un médico. Pero los médicos se limitan a revisarle la garganta y sacudir la cabeza, no hay nada malo con su hija, señor; déle algo más de tiempo, señora; estas cosas son así, tráigala de nuevo en seis meses para un chequeo, buenas tardes.

No tienen más remedio que dejarlo correr y Claire es felizmente inconsciente de la preocupación creciente de sus padres y de todos modos, no podría comprenderla. No tiene ningún apuro por aprender a hablar cuando aún tiene tantas cosas para ver e investigar, cosas que debe tocar y llevarse a la boca en un momento de distracción de sus padres. Quizás tenga apenas dos años, pero eso no significa que Claire no tenga sus propias preocupaciones.

La mayoría de los niños no recuerdan su primera palabra pero Claire es la excepción. Es probable que sea el único recuerdo que tiene de la época antes de empezar el jardín de infantes y es muy posible que se haya distorsionado con el paso de tiempo, pero aún está allí, en su memoria.

Claire tiene dos años, siete meses y cinco días y está jugando con sus bloques de colores. Está tratando de hacer una torre alta, muy alta, la más alta que se haya visto jamás. Tristemente Claire no posee ningún conocimiento básico de ingeniería, por lo que se limita a colocar un bloque encima de otro de cualquier manera, prestándole escasa atención al equilibrio precario de su torre. Eventualmente las leyes de la física, que no hacen excepciones ni siquiera para niñas de mejillas redondas y ojos brillantes, entran en acción y la torre se tambalea peligrosamente. Quizás Claire comprende lo que sucederá un segundo antes de que pase (probablemente no), pero no es capaz de detenerlo y los bloques se caen. O lo harían, si no fuera por la manaza morena que los ataja y los coloca de vuelta en su lugar en un pestañeo tan rápido que parece arte de magia y tal vez lo sea.

Claire levanta la vista y se encuentra con un par de ojos oscuros, familiares incluso para su memoria fragmentaria. Es posible que a los padres de Claire les haya parecido un poco extraño al principio encontrar un niñero tan dispuesto en el amigo de Emily, y es posible que se hayan preguntado porqué un muchacho de su edad no parecía tener nada mejor que hacer que cuidar de una niña pequeña, pero Quil se ganó a pulso su confianza y no lo perjudicó el cariño que le demostraban Emily y su prometido. Difícilmente podrían haber encontrado a nadie más entusiasta o confiable, porque Quil es tan cuidadoso con Claire como lo son sus padres y la pequeña lo adora.

La gente, por regla general, raras veces cuestiona las cosas buenas y los padres de Claire prácticamente han adoptado a Quil, que se pasa casi todas las tardes por su casa para jugar un rato con la niña. Le demuestra absoluta devoción y la niña le corresponde con sonrisas desdentadas y caricias con manos pegajosas, risitas y abrazos torpes que el muchacho recibe como si fueran el mejor obsequio del mundo. Hay algo enternecedor (y hasta un poco impresionante) en la infinita paciencia que el joven tiene con la niña, en la forma que sus manazas enormes se vuelven delicadas cuando la toma en brazos y le acomoda el flequillo, en el modo en que su vozarrón se endulza para entonar canciones de cuna. Es una bendición, se dicen los padres de Claire sin hacerse demasiadas preguntas y consideran a Quil parte de la familia.

- Hora de bañarse, linda.

Claire mira a su madre con el ceño fruncido. Es difícil saber si ha comprendido sus palabras, pero cuando la alzan en brazos y la apartan de sus adorados bloques ya no quedan demasiadas dudas.

Lanza un berrido inarticulado, indignada, y agita sus bracitos, las manos apretadas en puños diminutos. Su madre la sostiene con cierta dificultad ante la resistencia manifiesta de la pequeña, que será escueta de tamaño pero no le falta determinación.

- Vamos, Claire – la reprende, empezando a impacientarse – Si te encanta bañarte. Vamos a jugar con tu patito y el botecito, y tus bloques van a seguir aquí cuando vuelvas.

Pero Claire no está estirando las manos hacia sus juguetes y no es en los bloques de colores donde se fijan sus ojos brillantes, sino en el muchacho grandote y moreno que se ha puesto de pie para marcharse.

Él le sonríe, tal vez con un deje de tristeza, y deposita un beso en su frente, una de sus manazas revolviéndole el pelo.

- Nos vemos, pequeña.

Cuando Quil empieza a caminar hacia la puerta, los labios de la niña forman un puchero y estira sus manos diminutas hacia él, pero su madre la está arrastrando hacia el baño y él no la mira.

- Ki... Kiki... Ki...

- Linda, ¿dijiste algo?

La voz de su madre se vuelve aguda por la emoción y el chico se da vuelta para mirarla, abriendo muy grandes los ojos. Claire sigue estirando sus brazos hacia él, desesperada porque nadie la entiende.

- Ki... Kil...

- Te está llamando – dice su mamá, maravillada - ¡Está hablando!

Y en su emoción, se olvida por un momento que Claire sigue tratando de agarrar la campera de su amigo que se ha acercado para mirarla de cerca, como si no pudiera creer lo que ven sus ojos.

- Kiiiil...

Cuando la voz de la niña empieza a tornarse en un berrido de frustración, su madre finalmente la pasa a los brazos de Quil mientras va corriendo a buscar a su marido para que saque la filmadora. Claire, mientras tanto, hunde el rostro en el cuello del joven moreno, sus dedos tironeando de los cabellos oscuros, sintiéndose perfectamente satisfecha cuando él acaricia su cabeza.

Al instante aparecen sus padres, insistiendo en hacer que hable de vuelta para poder filmarlo y Claire, ahora cómodamente sentada en el regazo de Quil, les da el gusto. El baño pendiente es completamente olvidado cuando sus padres invitan a cenar al chico, cuyos ojos brillan como soles cada vez que la niña, tan preciosa a su corazón, dice entre balbuceos torpes el nombre del mejor amigo que tendrá jamás.