N. de la A.: Hace mucho tiempo que no escribo nada, y así de pronto me surgió este pequeño drabble. Se que aún me queda por terminar mi otra historia, En el Baño, que dejé sin terminar y no he vuelto a tocar desde hace más de un año. A ver si me viene la inspiración...

Advertencias: Este fic contiene un gran spoiler para quien no haya visto el final de la segunda temporada del anime.

Eternidad.

Ahora que su pequeño humano es como él, Sebastian no deja de arrastrar un sólo día cadáveres frescos que dejan manchas en las alfombras de la mansión, hasta la habitación del pequeño parásito, que se niega a aprender a alimentarse por si mismo.

Aunque últimamente ha estado proveyendo al recién nacido monstruo con presas vivas que se agitan en el abrazo férreo del sirviente, y abren mucho los ojos aunque no miran nada, sólo hay un grito en sus pupilas, el que no puede salir de sus bocas amordazadas.

Todo se ha convertido en una rutina gris para el mayordomo eterno, un ir y venir cargando cuerpos, unas veces lánguidos y mudos, otras veces frenéticos y desesperados. Algunas veces no trae nada, y le da de comer a su amo como un cuervo lo haría con su polluelo, regurgitando en su pico el alimento; igual él posa su boca sobre la del chico y este chupa con ansia de sus labios la materia insustancial que calmará el horror del hambre. Visto desde fuera parece el beso de dos amantes, y muchas veces, acaba siendo tal cosa en efecto. El chico lame ansioso los labios de Sebastian, busca con su lengua la del sirviente, y la encuentra. Y halla también el sendero que desciende por su cuello pálido hasta la clavícula, y luego el pecho, el ombligo y el vientre, y más allá sabe que le espera un delicioso bulto que tensa la tela oscura de los pantalones del uniforme.

Pueden pasar días encadenados el uno al otro, uno dentro del otro pareciendo devorarse, cuando no hacen otra cosa que espantar el vacío de la eternidad que les espera.