Ruidos
—Ah, Mikasa, eras tú, ¡qué susto me diste, trepada ahí en la oscuridad!
Sentada al borde de la cornisa del techo de las barracas, Mikasa no se movió de su posición.
—¿No te da miedo estar ahí, toda sola? —le preguntó Sasha. Aunque saber que había alguien más a esa hora de la madrugada al exterior de las barracas pareció tranquilizarla.
—¿Miedo de qué? —dijo Mikasa—. No hay titanes a la vista.
—Ah, pero, bueno, ya sabes, de la oscuridad y los ruidos raros… —le dijo Sasha, dando una mirada hacia la arboleda a unos metros.
—¿Ruidos raros? —dijo Mikasa—. Si les prestas atención, te darás cuenta de quienes pueden estar haciendo esos ruidos… Venados, polillas, ranas… hojas.
—Ugh, eso mismo —suspiró Sasha—. Es fácil pegarse un susto con uno de esos bichos saltándote de la nada, sobre todo si vas al baño…
—Son solo animales, a eso no hay que tenerle miedo —repuso Mikasa—. Cuando era niña vivía cerca a un bosque.
—¡Ah, yo también! Pero eso no te quieta el miedo.
—Mi madre me enseñó a no tenerle miedo al ruido, el ruido es señal de vida… En cambio…
—¿En cambio? —preguntó Sasha,
Y por un instante, juró que el mundo se había detenido, hasta las plantas contenían el aliento, al igual que ella y Mikasa, como si ocultaran sus presencias de algo, una existencia densa y pesada que pasó entre ellas tan rápido como un parpadeo.
Al siguiente instante, los zancudos volvieron a zumbar, las ranas a croar y una polilla suicida insistía su camino hacia una lámpara colgada a unos metros.
—Cuídate del silencio —sentenció Mikasa—. Es la única señal que te advierte que está cerca.
