Disclaimer: los personajes pertenecen a la historia de Disney y Pixar, Brave (Indomable), salvo algún personaje secundario que me haya sacado yo de la manga.

Nota: Este primer capítulo es bastante corto, espero añadir pronto alguno más para compensar, y prometo que lo voy a actualizar porque tengo una escena maravillosa mucho más adelante que no puede caer en el olvido. O eso creo yo.

Espero que disfrutéis leyéndolo.


Capítulo 1

El deber como princesa

Los pasillos del castillo estaban prácticamente desiertos. Desde que había estallado la guerra en el reino y el rey había sido herido gravemente, nadie quería quedarse cerca. Apenas unos pocos sirvientes, de los que son como amigos de toda la vida, se mantenían en sus puestos, la mayoría en las cocinas.

Elinor recorría aquel camino conocido con algo de melancolía. Le apenaba que un sitio que una vez estuvo tan rebosante de vida ahora se mantuviese apagado, tal vez para siempre. Ella era la única hija del rey, y, cuando éste muriera, pasase lo que pasase con la guerra, no le quedaría nadie.

Llegó frente a los aposentos del rey y llamó a la puerta. Una débil voz le indicó que pasase.

-Padre -dijo mientras abría la gruesa hoja de madera-, el curandero dice que querías verme.

-Así es –respondió el debilitado rey con una voz silbante. Le hizo un gesto, indicando que se acercara-. Quiero hablar contigo, mi pequeña.

Ella cerró la puerta tras de sí, y caminó hasta el borde de la cama, que se encontraba iluminada por la ventana. La habitación era bastante triste, todas las riquezas y adornos que pudiera tener el castillo los habían vendido para financiar la guerra, y solo habían conservado los muebles imprescindibles: los enormes lechos en que dormían, un armario oscuro quedaba allí y una mesilla sobre la que estaban todos los frascos de remedios del curandero.

A ella no le quedaba ni armario, tenía un arcón en su habitación para guardar las pocas pertenencias que había podido conservar.

El canoso, ojeroso y pálido hombre que estaba postrado en la cama le alargó una mano que ella cogió al tiempo que se sentaba a su lado.

-¿Qué es lo que quieres, padre?

-Quería darte una buena noticia –dijo, escrutándola con sus ojos grises, preparado para evaluar su reacción-; la guerra ha acabado, mi niña.

Ella suspiró aliviada y le sonrió.

-Eso es maravilloso, padre. ¿De verdad es cierto? Pensaba que estaba todo perdido…

-Pues no es así –el hombre se removió entre sus almohadones, buscando una postura más cómoda-. Los cuatro clanes acudieron a mi llamada, vinieron en auxilio de nuestro ejército y derrotaron de forma aplastante a los extranjeros.

Elinor apretó con fuerza su mano.

-Creo que es la mejor noticia que jamás me han dado, padre.

Las lágrimas parecían querer asomar por sus ojos, por fin acabaría esa pesadilla. Pero su padre no había abandonado su posición seria de escrutinio intenso.

-Hay otra cosa… y no te va a gustar demasiado…

Se hizo el silencio entre ambos y Elinor apretó con insistencia la mano de su padre.

-¿De qué se trata? ¡Dímelo!

-La alianza que han forjado los clanes es débil –le respondió, haciendo una pausa en la que suspiró-, lo más adecuado es que cuando yo muera haya un rey con el que puedan sentirse identificados, que pueda mantenerlos unidos.

Elinor miró a su padre con intensidad, empezaba a adivinar las implicaciones de sus palabras.

-Ya han elegido al que quieren que sea su rey –continuó su padre-, y lo más adecuado es que le proporcionemos la legitimidad a su reinado… dándole tu mano, hija.

Ella se mantuvo impertérrita durante unos instantes. Su padre temió haberla disgustado y le apretó la mano con las pocas fuerzas que tenía.

-Si no estás contenta con ello, encontraremos otra forma de hacer las cosas bien, mi pequeña.

Ella le sostuvo la mirada y sonrió.

-No te preocupes, padre. Es mi deber, como princesa, debo casarme con aquel que pueda mantener y hacer prosperar el reino. Estoy dispuesta a hacerlo.

Ambos se sonrieron, aunque el rey pensó que no parecía muy contenta.

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En otro país, no muy lejos de Escocia, un hombre acudía a la llamada de su rey. Entre las sombras de un pasadizo secreto, apareció en la sala en la que le habían convocado. El rey se encontraba sentado en un enorme sillón de madera oscura y leía unos documentos.

-Majestad –se pronunció el hombre con una reverencia.

-¡Vaya! –exclamó el monarca levantando la vista de las letras-. Si has venido, muy bien.

Siguió leyendo un rato más y el hombre permaneció de pie, haciendo acopio de su paciencia. A ese rey le gustaba mucho hacerse esperar.

Pasados unos diez minutos, apartó los documentos y se quedó mirándolo.

-¿Y bien?

-Hay rumores, majestad –le contestó-, de que van a casar a la princesa con el jefe del clan DunBroch. Los cuatro clanes se dirigen a la capital.

-Eso no nos interesa –dijo el monarca, llevándose un dedo a los labios mientras pensaba-. Aunque una visita suya al castillo puede ser provechosa… Podrás sembrar la discordia entre los clanes, eso sería perfecto para nuestro plan. El resto ha de seguir tal y como lo acordamos. ¿Te encargarás de organizarlo todo desde dentro?

-Por supuesto, alteza.

El rey se levantó de su asiento y se paseó hasta la ventana.

-Mándame noticias cada semana. Puedes retirarte.

Silencioso como una sombra, el hombre desapareció por donde había venido. El monarca sonrió para sí, mientras murmuraba:

-Se arrepentirán de haber ganado la guerra… Escocia va a ser mía…