Es 2017. Tokio es ahora una inmensa capital modernizada. Adonde quiera que veo hay aparatosos espectaculares anunciando estupideces. Todos se han adaptado a esta nueva era tecnológica. Ya no es común observar a un yokai en su verdadera forma, ellos han encontrado la forma de incorporarse a las costumbres humanas, para perjudicarlos o ayudarles. Se han domesticado.
Los inventos de estos años son interesantes, pero inútiles para mí.
Después de la muerte de la sacerdotisa, Inuyasha cayó en depresión, pero no dejó de ser un fastidio. Hizo de sus cachorros unos dignos adversarios. Él sigue con vida, repartiendo su estupidez cerca del bosque, donde vive. Sólo de vez en cuando huelo su asqueroso aroma.
El monje y la mata-demonios murieron hace mucho tiempo. Desconozco cómo y cuándo. Pueda ser que haya descendientes suyos aún.
Jaken sigue siendo un estorbo, mas debo admitir que resulta útil cuando debo encontrar una nueva morada. Los humanos de esta era son observadores. No puedo dejar que descubran qué soy. No quiero problemas absurdos.
Desde la última vez que te fuiste, Ah-uh tampoco está conmigo. Es probable que ese ser te haya estimado demasiado, al menos sé que tú lo hacías.
Esta es la decima carta que escribo para ti. En realidad, no entiendo porqué hago esto. Ya no estás. Es inútil escribirte cuando sé que no las leerás nunca. Ni aunque vuelvas a pisar este lugar. No me recordarás.
¿Qué sentido tiene volverte a ver si tú tendrás miedo de mí? ¿Qué sentido tiene volver a estar contigo cuando tendré que verte morir cada vez?
Tal vez sea mejor dejar que vivas una vida mundana, como debió ser desde la primera vez que te encontré...
Rin, una vez me preguntaste si te recordaría cuando murieras.
Sí, Rin, lo hago.
