CAPITULO PRIMERO: ORGULLO MARCIAL

Los guardaespaldas observaban atentamente el enfrentamiento que se estaba llevando a cabo. Las dos figuras que se movían ágilmente por el tatami, sin desperdiciar ni un solo centímetro, blandían las katanas cortando el aire en un aullido rápido y agudo. Hasta ahora todo iba como debía ser.

Cuando el competidor vestido de traje negro tocó a su oponente en el cuello, otro saltó para ocupar el lugar del caído y el enfrentamiento continúo sin descanso para, a estas alturas, el agotado competidor negro.

Unos fríos ojos dorados y de ceño fruncido también observaban el combate atentamente; aunque sin demostrarlo en la cara, cada vez que la katana del competidor de blanco se acercaba peligrosamente al de negro, el corazón le daba un pequeño brinco y los ojos se agudizaban. No importaba que las katanas estuvieran sin el filo letal que las caracterizaba y que este pequeño combate fuera solo una mísera demostración de fuerza y valor, el poseedor de los ojos dorados sabía cuánto podía llegar a molestar, he incluso doler, un golpe o pequeño corte bien dado por parte de esos pequeños juguetes de los que tanto gustaba.

Ante la mirada atenta de su secretario, el hombre de fría mirada inclinó la cabeza, asintiendo despacio mientras cerraba los ojos: por esto había estado esperando dos años y si el competidor de negro no era capaz de cumplir con sus expectativas, todo habría sido en vano. El gesto podría haber sido pasado por alto, incluso haberse visto como un atisbo de aburrimiento, pero el secretario de gafas negras conocía todos los gestos y movimientos de su jefe: en menos de dos segundos levantó la mano y 5 atentos guardaespaldas se lanzaron al tatami con las katanas en alto.

Por una milésima de segundo el competidor de negro dudó, pero moviéndose con elegancia retrocedió un metro para analizar el nuevo escenario que se le presentaba. Desvió la vista hacia el poseedor de los ojos dorados y el hombre pudo sentir el atisbo de una sonrisa burlona, lo que solo hizo que el pecho se le hinchara de orgullo. En tres rápidos movimientos y con la agilidad de un leopardo, tres de los guardaespaldas de blanco quedaron tendidos en el suelo. Luego de quince minutos de movimiento los seis competidores de blanco estaban tirados tratando, ineficientemente, de aminorar el dolor del acero sin filo sobre la piel y los músculos magullados.

"suficiente" Todo el salón se quedó estático ante la repentina voz de barítono que se escuchó de pronto. El competidor de negro sonrió con gracia e hizo una reverencia en dirección a la voz. Las miradas de se encontraron y dorado con dorado, en un silencio ya conocido por 10 años, uno sintió orgullo apabullante y el otro satisfacción.

El competidor de negro se postró en el suave piso de tatami, dejando la katana a su lado derecho y luego de la reverencia requerida se quitó el men. El largo cabello negro cayó por los hombros hasta mitad de la delgada espalda. Los rosados labios aun en una media sonrisa altiva, mientras que los ojos dorados, de mirada casi tan fría como los del hombre que ahora se encontraba en frente, chispeaban por la adrenalina del triunfo.

"simplemente has excedido mis expectativas…" El hombre se inclinó con gracia y deposito el nuevo cinturón. Los ojos nuevamente se encontraron y ambos intercambiaron una sonrisa amorosa.

El competidor de negro cambio a su nuevo cinturón y luego se levantó para hacer la reverencia correspondiente. Luego de eso tendió la mano en señal de saludo, a lo que el hombre de ojos dorados medio sonrió, aceptando el gesto.

Una ronda de aplausos llenó el dojo, luego de solo algunos segundos el hombre de voz de barítono entrecerró los ojos con desagrado.

"ustedes deberían sentirse avergonzados de que mi hija les haya dado esa paliza… respondan: ¿han o no han competido con todo su potencial?" Los seis hombres adoloridos, más los otros diez que habían pasado antes, aun postrados respetuosamente bajaron la mirada y asintieron al unísono.

La competidora de negro meneo la cabeza y se aclaró la garganta tratando de controlar su respiración. "Si piensas que me han dejado ganar, no tendría sentido que me hayas entregado el nuevo dan, padre". El hombre de ojos dorados sonrió con esa deseable mueca torcida que generaba desmayos.

Ella lo conocía mucho más de lo que él hubiera querido, quizás demasiado para su propio bien. "no he puesto en duda tu capacidad, si no la de ellos. Al fin y al cabo, estos son los guardias que tendremos apostados cuidando nuestros negocios. Permíteme un poco de preocupación."

"Mis felicitaciones Akira sama" Kirishima, el secretario de gafas negras hizo una pequeña reverencia hacia la elegante jovencita de cabello negro. La mujer sonrió complacida.

"gracias, Kirishima… espero que hayas disfrutado el combate", el secretario se arregló los anteojos y asintió dos veces.

"los únicos combates que podría disfrutar más, serían los de Asami sama" Al escuchar su nombre el hombre de ojos dorados medio sonrió con superioridad en dirección a su secretario justo en el momento en que un vistoso torbellino entraba al dojo.

Todos los presentes intercambiaron miradas confusas, pero al identificar al torbellino sonrieron con gusto. Takaba Akihito estaba parado en la puerta del dojo, buscando en todas direcciones la esbelta figura de su hija. Cuando la tuvo en vista, sacándose a tropezones las zapatillas corrió a abrazarla, casi desesperado. Poco a poco los guardaespaldas dejaron el dojo, dándole privacidad a la familia, obviamente luego de un duro gesto por parte de Kirishima, quien a su vez retrocedió un par de pasos, teniendo absoluto conocimiento de lo que ocurriría a continuación

"¡Akira!" gritó mientras la apretaba contra su cuerpo protectoramente para luego revisar el rostro, brazos y torso en busca de alguna magulladura "les dije a ti y a tu padre que no quería que hicieras esto… es tan frustrante que ninguno de los dos nunca me escuche…. ¿te han lastimado verdad?" La muchacha sonrió, tratando en vano de quitar las manos que le subían el hakama por sobre las rodillas, en la desesperada búsqueda de algún moretón o herida.

"Deberías tener más confianza en tu hija, Akihito… por supuesto que a Akira no le ha llegado ni un solo golpe" La mirada color avellana del torbellino humano de cabello marrón claro se cruzó con los dorados ojos de Asami Ryuichi, ojos que aun mantenían esa chispa de orgullo desde que comenzó el combate de la muchacha.

Asami pasó el brazo alrededor de la cintura de su hija, despegándola del abrazo protector de Akihito y la levantó por los aires plantándole un poderoso beso en la mejilla, a lo que el fotógrafo sonrió relajado.

Kirishima sonrió ante la imagen del temido jefe de la mafia más poderosa de Japón levantando a su retoño amorosamente… si eso se llegaba a filtrar quizás no sería bueno para los negocios, pero luego de pensárselo bien: su jefe era Asami Ryuichi. Y Asami Ryuicihi podía hacer lo que se le diera la regalada gana.

Mientras la familia conversaba animadamente saliendo del dojo con Asami rodeando a Akira por la cintura el celular de Kirishima sonó desesperadamente.

Akira y Asami agudizaron el oído, pese a estar también pendientes de la historia que Akihito relataba sobre la sesión de fotos de la cual venia. Ambos sabían que Kirishima había liberado sus agendas para este momento, por lo tanto que el celular sonara solo minutos de terminado el combate no era pronóstico de buenas noticias.

"Asami sama" El hombre de ojos dorados inclinó la cabeza solo milímetros hacia Akihito, sin despegar los ojos de Akira, compartiendo una mirada gélida. Ante esto Akira atentamente pestañeo asentimiento.

"Papá… ¿podrías ir al camerino y traer mi bolsa?... preferiría asearme en casa" Akihito sonrió y se acercó para acariciar la mejilla de su hija.

"Los esperare en el auto" Akihito sabia más y mejor. Hacía mucho tiempo que había dejado de tratar de inmiscuirse en los negocios de Asami, y así era mejor. Desde que Akira se fue a vivir con ellos, hacia 10 años, había notado la sutil conversación silenciosa que padre e hija habituaban de tener una vez que se conocieron mejor. Conocía todos los trucos de Akira y demasiados de Asami para evitar que se preocupara o descubriera más de lo necesario. En este tipo de momento, más aun luego del llamado de Kirishima, era mejor ser ciego, sordo y mudo.

Mientras bajaba por el ascensor privado de Asami, suspiro más tranquilo de saber a Akira aún en una sola pieza. Sonrió con genuina felicidad al recordar cómo Asami la había levantado en brazos para luego darle ese tierno beso en la mejilla. Poco después que Akira llegara a ellos algo en Asami había cambiado, infinitamente para bien. Un escalofrío le recorrió la espalda al también recordar el cómo se habían enterado de la existencia de la chica. Juró nuevamente que jamás volvería a darle a Akira la mirada con la que la recibió hacen 10 años, ahora ella era su todo y junto con Asami la protegerían de todo mal que pudiera avecinarse.