NdeA: ¡Hola! Aquí les traigo un AU, alternativo, desde el momento en que para mí tiene completo sentido la pareja de Sesshoumaru y Kagome ...sí, ¡cada uno con su chifladura! . Desde el primer momento me fascinó Sesshoumaru, como supongo a toda fémina con sangre en las venas, pero no solo por su apariencia absolutamente comestible...sino por todas las interrogantes que hasta la fecha no se han revelado acerca de él, de su historia, sus verdaderas intenciones, y su relación con Inuyasha.
Es un misterio.
Y también su familia...
Así que de tanto pensar en Sesshoumaru, nació esta historia...¡ojalá les guste!
Otra cosita: Soy nuevísima en el mundo del fanfiction en español. Hace unos años que leo el material en inglés, pero de fics en español...(sonrojada). Así que si me pueden recomendar historias, les enviaré besotes, y toneladas de galletitas con la figura de Sesshoumaru! Beso! Meridiana
Ranking: PG-13 , por ahora, pero conociéndome, se volverá R.
Pareja: Sesshoumaru/Kagome
Inuyasha y todo su universo pertenecen a Naoko Takeuchi. Nada es mío. Solamente el delirio, y algunos personajes originales que aparecerán en algún futuro. No demanden, por favor. ¡No tengo dinero! (sniff)
Ahora sí, basta de tanta cháchara, ¡y adelante con la historia!
La Canción del Perro Blanco
Capítulo Uno
Un día cualquiera
"Yo no le canto a la luna
Porque alumbra y nada más
Le canto porque ella sabe
De mi largo caminar..."
Atahualpa Yupanqui
El primer momento de conciencia al despertarse, es el más confuso del el día.
Uno no sabe qué es realidad, y qué es pasado o sueño. Uno se despierta con los ojos abiertos pero desenfocados, sin plena conciencia todavía, aferrándose a los restos de sueños antes de que se desvanezcan como una fina hebra de humo, y uno quede con la sensación de que "algo" ha pasado, de que uno se halló hasta hace unos segundos en algún lugar, pero…¿cuál, dónde?. De hecho, cuando los ojos otra vez logran identificar las cosas de la vida real y uno se acuerda de lo que debe hacer, ya sea con placer, furia o dolor, el reino de los sueños a quedado lejos.
En este estado, una mañana cualquiera de verano, en Japón, una chica se despertó de golpe, con el oscuro pelo sobre la cara, los ojos todavía cerrados y balbuceando: -...araku...el Shikon...Tama...¡Sentado!...-
Hubo un silencio, que sólo fue llenado por el sonido de las chicharras y lejanos ecos de voces. La joven escuchó esto, y el sonido de su agitada respiración.
La luz del sol que entraba a raudales por el ventanal abierto, ayudó a que la chica se despertara completamente, teniendo la leve conciencia de que había hablado en sueños. Después de unos cuantos bostezos, se restregó los ojos y acomodó su cabello, quedándose sentada sobre el tatami, pensativa, con los brazos cruzados sobre sus rodillas, dejando que la luz del sol veraniego la bañara.
Hacía tiempo que no le pasaba. Hacía tiempo que no se despertaba pensando en la cacería del Shikon, que la llevó en una aventura que ahora parecía un sueño, tantos años atrás. Kagome, pues era ella la chica, mejor dicho, mujer, volvió a cerrar los ojos.
Había sido todo tan vívido...en el sueño, estaba otra vez en ese mundo del Sengoku Jidai, con Sango, Miroku y Shippo, todos juntos, persiguiendo a Naraku. Luego, Inuyasha había aparecido, habían discutido como niños y ella lo había sentado, cosa que llenó de furia al hanyou. Sonrió. Un día común en el Sengoku. Entonces, la invadió una terrible sensación de soledad, y un fuerte e inesperado sollozo brotó de su pecho.
Las lágrimas todavía no habían caído, cuando apoyó su mano hacia su izquierda, y de hecho, por eso nunca cayeron. Se detuvieron en sus ojos oscuros.
A veces, lo que tenemos en nuestro inconsciente, remembranzas y sueños, nos puede hacer llorar por lo que nunca se podrá volver a alcanzar. Por lo que nunca será.
Pero también está la realidad por qué vivir. Y con voluntad, se puede volver más deseable que los sueños, pensó Kagome, o mejor dicho, lo sintió. Todavía no estaba lo suficientemente despierta para hilar largos y coherentes pensamientos.
Porque el sitio a la izquierda de Kagome, que hasta hacía unas horas había estado ocupado por alguien, era una realidad tan grata, que hizo que las lágrimas desaparecieran, y que Kagome esbozara una sonrisa, llevándose con este acto los restos de sueños y memorias, y despertando definitivamente al nuevo día.
Boca arriba, se dejó caer, instalándose de lado a lado del tatami, ocupando su sitio, y, con obvio y pícaro placer, el sitio de la persona que había dormido allí. A juzgar por el largo de la depresión dejada en el colchón, esa persona era muy, muy alta. Alta y delgada.
Ya de buen humor, se levantó, y estirándose, fue a buscar ropa para cambiarse y reemplazar su pijama.
Se secó los ojos, sin lágrimas ya, pero todavía húmedos, recordando con resignación lo molesto que era el síndrome premenstrual, que era el verdadero causante de ellas. Al día siguiente, teóricamente le vendría su período, y según recordaba, era el día más lloroso, deprimido y alterado de todo el mes. Recordaba, ya que estaba haciendo un descanso de un mes con sus anticonceptivos. Los que, al sentir otra vez la alteración emocional, serían religiosamente tomados otra vez, maldita sea, ¡por qué los hombres no tendrían ellos los ovarios!
Mientras elegía lo que se pondría, inconscientemente se rascaba los tatuajes de sus hombros, ambos con el mismo diseño de dos franjas color púrpura oscuro. Parecían las franjas de un tigre...salvo por el color, por supuesto.
Kagome se decidió por un suelto pantalón ,y una gastada remera violeta, sintiéndose fresca en ese día que prometía tanto calor.
Al buscar sus sandalias, tropezó con un objeto que emitió un ofendido "cuuíc" que la asustó al tomarla por sorpresa. El objeto era un redondo peluche, con la forma de un simpático perrito blanco, que por cierto, no se hallaba solo en su pieza, sino acompañado por dos o tres congéneres más, todos cuidadosamente diseminados por el piso de madera.
Hacían un curioso contraste con la más que sencilla pieza, que solo contenía el tatami, un placard y dos escritorios. Uno, con un espejo, estaba repleto de maquillajes, perfumes, adornitos, y demás cosas dispuestas en femenino caos, que indicaban que la dueña era Kagome.
El otro, era una mesita a la altura del piso, al estilo japonés. Un pulcro almohadón negro se hallaba enfrente para arrodillarse. Instrumentos para escribir al antiguo estilo caligráfico, como la barra de tinta, y los pinceles, estaban cuidadosamente separados de otros francamente modernos. Todo estaba en perfecto orden.
Sonriendo, Kagome levantó los peluches, y luego, mirando a ambos lados, y no viendo a nadie, empezó a reírse, abrazándolos, y aún atreviéndose a dar un saltito de felicidad. Seguramente, si el "alguien" que ocupaba el lado derecho de su tatami la hubiese visto, la habría mirado como si fuese una causa totalmente perdida. Ella misma tenía que admitir que se sentía algo ridícula y cursi.
Pero se sentía feliz.
Feliz porque se había despertado, porque el sueño había sido sólo un sueño, y porque había visto cosas esa mañana que la estaban haciendo muy feliz.
A veces la realidad, es mejor que cualquier sueño o pasado. A veces es tan buena, que si tuvieras que pasar por todas las dificultades de tu vida para llegar a este simple momento, pasarías todo otra vez. Y diez veces más. Y cien.
Esta Kagome, diez años después de la última vez que estuvo en el Sengoku Jidai, abrazada a unos juguetes, y de frente a una cama en la que alguien dormía con ella todas las noches, pensó en eso. Y comenzó a llorar de nuevo, gracias a su actual desequilibrio hormonal, pero esta vez no detuvo las lágrimas. Porque el motivo, ahora, no eran sueños de cosas pasadas, sino una gran y pura felicidad.
Excusa suficientemente lógica para sus hormonas, para inducir a su cerebro, a que la hiciese estallar en un copioso, asombrado y corto llanto.
-¡¡Malditos hombres, malditos hombres!!- sollozaba en una mezcla de emoción e indignación.
Mirándote al espejo
Ya calmada, unos momentos más tarde, Kagome procedió a peinarse, sentándose en su escritorio. Colocó los peluches adonde pudo, pero al perrito blanco lo dejó a la vista para no olvidárselo luego, ya que era un peluche muy importante, y ya, con cepillo en mano, procedió a peinarse mientras se estudiaba en el espejo.
Llegó a la conclusión de que ella, Kagome, en diez años, en realidad no había cambiado demasiado. Continuaba siendo menuda de cuerpo, su cara inevitablemente redonda, y su cabello rebelde. Bueno, pensó, satisfecha, lo de cabello rebelde ya es mentira, por suerte.
No obstante, al mirarse por segunda vez, se dijo que nadie la hubiera confundido con una niña.
Se había vuelto más curvilínea, unos centímetros más alta, y su rostro tenía una expresión más determinada . Y sus ojos...lucían tan seguros. Ya no llevaban una expresión de pena, como hacía unos años. Cerró los ojos, no iba a pensar en eso. El pasado era el pasado, y nunca más pensaría en él. Sin embargo, se permitió, era bueno, eso, lo de los ojos felices.
Llevaba el cabello más largo que antes, como una concesión a su marido, que adoraba el cabello largo. Ella no lograba hacerle entender que el cabello largo, quizás, había sido un atributo de distinción hacía quinientos años, pero ahora, tan largo, resultaba completamente molesto. Que ahora, no, que la dejara terminar, llevar un cabello corto no significaba falta de feminidad. ¡Tantas de las mujeres más bellas del mundo llevaban el pelo corto!
Le dijo varias cosas, pero lamentablemente, su marido tenía muy bien puesto el switch que posee todo hombre que se considere hombre, sea de cualquier raza, religión o credo, que se enciende para considerar que su chica con los cabellos cortos, es una aberración.
Así que largo quedó su cabello, para darle el gusto, y que la Cosmopolitan mejor no dijese nada sobre los derechos que una tiene sobre una misma, porque ella era la que tenía que vivir con un ser con opiniones de hacía como mil años, y lamentablemente por elección propia, pensó algo molesta Kagome, dejando escapar un gruñido, cepillando con más energía de la necesaria una larga y sedosa mecha.
Ella en realidad hubiera querido cortárselo, ya que con la vida que llevaba, le resultaba una molestia. La mayor parte del tiempo lo llevaba atado en una cola de caballo, o en extraños peinados con hebillas. Años atrás, al comenzar su relación con su marido, había comenzado a usar una gorra negra, a la que adoraba. Ahora estaba gastada y comida por las polillas, pero la seguía usando. Podía meter todo su pelo allí abajo, al estilo rastafari, y estar cómoda y, a veces, ni siquiera peinarse. Y le decían que quedaba original, chic, bohemia. Su marido decía que parecía una pordiosera, una vergüenza. Mejor dicho, no decía nada, pero su mirada y sobre todo, la forma en que fruncía su nariz, eran más que suficientes voceros de sus opiniones.
Bueno, le decía ella, feliz, entonces, saboreando la revancha. Tú quisiste el cabello largo...aguántate las consecuencias.
Con los años, nuevos productos para el cabello y los planchados, su pelo se había vuelto más dócil (aunque nunca del todo), y se había alisado mucho más. Analíticamente, buscó un parecido con su antigua encarnación, Kikyo, ahora que tenía un pelo de largo y textura similar al de ella. Ninguno. Suspiró aliviada.
Su pelo ahora tenía una domada apariencia lacia, lo cual hacía estremecer de felicidad a Kagome. ¡Al fin! Nadie que no tuviera un pelo rebelde y ondeado, jamás podría entender la gran felicidad que da un pelo lacio y dócil... Acariciando una mecha, consideró no caía en la misma forma que esa cortina sin vida que llevaba Kikyo, en su opinión. Su pelo conservaba volumen, y se mecía de un lado al otro cuando lo llevaba suelto y caminaba, y si no tenía cuidado, una brisa la despeinaba.
Pero así, aún y todo, extrañamente, estaba menos parecida a Kikyo que en sus años en el Sengoku. ¡Qué suerte!Nadie diría que era la sacerdotisa, ahora. Ella no parecía muerta, pensó con burla, emitiendo una ahogada risita.
¿Porqué sería?
Estudiando su reflejo, creyó saber por qué. Ella ahora sabía quién era. O tenía una idea bastante cercana. Su personalidad afloraba, dominante, algo que todavía no pasaba del todo en sus años de adolescente, cuando todavía estaba buscando quién era, y pensaba con pena y bronca que la fría y controlada personalidad de Kikyo era la mejor personalidad para tener, algo infinitamente alejado a su torpeza de entonces.
Bueno, también influía en su seguridad, que el hanyou...bueno, que Inuyasha la mirara a Kikyou como a una mujer, y a ella no.
Pero ahora se reía, y pensaba en lo triste que era realmente que alguien tuviese que estar controlándose así todo el tiempo. Y descontrolándose cuando aparecía Inuyasha. Una loca, diría Souta. Y también diría, como de hecho dijo, en una charla referida a Kikyou: "¡Pero es claro como el agua! Por lo que me cuentan, esa lo que necesitaba era una buena pi..." Souta jamás llegó a terminar de exponer su idea, ya que su marido le dirigió tal mirada fulminante, que Souta optó por callarse. Su marido era terriblemente formal, y no soportaba la falta de educación.
Kagome tampoco terminó el pensamiento, porque comenzó a reírse a las carcajadas. Se imaginó a Kikyou, perseguida por un fornido recolector de arroz, riéndose enloquecida y con las faldas levantadas, todo decoro sacerdotal tirado al tacho.
Mmmhhh...quizás también fuese esa la diferencia...siguió con sus profundas meditaciones Kagome, porque en ese asunto, ¡yo me encuentro muy bien!- su reflejo le guiñó el ojo, y una mueca pícara le fue obsequiada, al mismo tiempo que hacía la v de la victoria.
-¡Ahhh! Bueno, basta de tonterías, hay trabajo para hacer- murmuró para sí misma estirándose y abandonando perezosamente la silla . Y esos pensamientos no eran los más adecuados para lo que tendría que hacer ahora.
Primero chequearía todo afuera, a ver como andaba, y luego se pondría a meditar, como hacía todos los días.
Porque Kagome, de alguna manera, había pasado de ser una colegial con traje marinero, a convertirse en un pilar espiritual en Japón, primero como famosa reikista, dado que sus resultados en curación física y espiritual eran increíbles, y luego, al profundizar más en sus poderes, al convertirse en algo similar a un chamán, ya que había aprendido como despertar a voluntad y controlar su intenso poder espiritual, que recién había despertado en sus días del Sengoku Jidai.
Ahora, seguía con su trabajo de sanación espiritual, pero también, estaba en contacto con la más antigua y secreta división del gobierno: la de Protección Espiritual. Estaba preparando junto con otros maestros nuevas defensas contra ataques espirituales, que se habían incrementado en los últimos años. Al mismo tiempo, éstos le enseñaban nuevas maneras de comprender y utilizar su poder, y sobre todo, como no utilizarlo. Tener poder, da tentación de usarlo en cualquier momento, decían, la verdadera fuerza era usarlo lo más mínimamente posible.
Kagome frunció el ceño. Jamás en su vida había imaginado que existiera una parte de su gobierno dedicada a lo espiritual. Pero tampoco, había imaginado que cosas que sucedían en el Sengoku, pudiesen estar sucediendo en el Tokio moderno...que las cosas que había visto...cerró los ojos. Más y más cosas sucedían. Y cada vez más fuertes y con mayor frecuencia.
Kagome reflexionó sobre esto, como cada mañana. Se preguntaba como hacer para identificar la fuente de la energía más poderosa. A veces, también, se preguntaba que hubiera pasado si en el Sengoku hubiese tenido tal despertar...pero movía negativamente la cabeza. No habría pasado nada, era su respuesta. Hubiera sido poder, pero poder sin motivo, sin control, que era lo mismo que nada, y peor aún, la hubiese matado.
Y no tendría la vida que tenía ahora.
Aunque se esté volviendo ligeramente peligrosa, agregó una vocecita en su interior. Kagome movió otra vez la cabeza para ahuyentarla. Mal signo. ¿Cuántas veces ya había movido así la cabeza desde que se había despertado?
Además, siguió con sus pensamientos, faltaba el verdadero factor de su total despertar, la primera gran y real chispa que le abrió los ojos, y cambió para siempre su vida. Algo que hizo que ella reaccionara tan fuerte, que las puertas de su corazón y su alma se abrieron al unísono, dejando perpetuamente libres las compuertas que escondían y retenían tan magnífico poder. Lo que había hecho que finalmente lo aceptara con toda su alma, sin dudas, viniese lo que viniese.
Kagome, pasó un dedo por los tatuajes de uno de sus brazos, con delicadeza, casi la caricia que uno daría a un amante.
Que rara era la vida. Primero, un viaje muy a lo "Alicia en el País de las Maravillas", y luego, una pareja...una pareja que...
Miró al espejo a la chica que la miraba con cómico asombro.
Con una carcajada algo histérica, y palmeándose el muslo, le dijo,riendo, al espejo antes de salir de la habitación:
-¿Quién hubiera dicho que yo iba a terminar con Sesshoumaru?-
¡Ella no, por supuesto!
Dicho esto, salió directo al jardín, sin olvidarse de llevar con ella al peluche blanco,sabiendo donde localizar lo que buscaba.
Seguía viviendo en el templo donde se había criado. Primero, porque le resultaba más barato. Segundo, porque dada su posición presente, necesitaba mucha protección contra cualquier fuerza externa, y el templo estaba cuidado con toda clase de benéficos sortilegios, y también por las fuerzas de seguridad que su departamento le había asignado. Sólo podían pasar sus parientes, amigos autorizados, y la gente que asistía a sus clases y aplicaciones de reiki, testeada su aura primero por dos maestros budistas, para chequear que no tuviesen ninguna peligrosa intención.
Y tercero, y tal vez más importante para Kagome, porque era un lugar sumamente secreto, y de no fácil acceso. Tenía un gran secreto para cuidar.
Así, caminando, llegó adonde quería. Bajo un árbol repleto de ciruelas amarillas, encontró una figura alta y de pelo platinado, con la cabeza levantada, mirando cuidadosamente algo entre las ramas.
Kagome sonrió.
Allí estaba.
Sesshoumaru.
¡Hola! ¡Aquí terminó el primer capítulo! Disculpas mil por lo breve,(costó hacerlo cortito, me encanta escribir larguísimo : ), pero me pareció mejor terminarlo así, a modo de presentación. ¡Besos! Meri
