Se ríe de su indiferencia… de sus respuestas para todo, del toque desenfadado y libertino que le lleva a caminar resuelto con su media sonrisa de ojos vivos y hambrientos, de su orgullo que consigue hacer de los temas más frívolos las conversaciones más intensas que jamás haya tenido y definitivamente su personalidad retorcida de medico aburrido, llena de sátira y rencor.
Era entonces cuando la inocencia tomaba forma de impulso que le hacia mover la mano y encontrar la suya, siempre de manera frugal, casi por error, intentando quitarla rápidamente para que él no sintiera el suspiro de seguridad que le producía aquel ligero contacto tan lejos de lo que ambos describirían como algo más profundo.
Ese era el límite que ella les permitía.
Pero era entonces cuando él, producto de su cabezonería, daba el primer paso y retenía su mano con aspereza rompiendo la inocencia del gesto, intimidándola, la conversación cesaba… la seguridad se perdía y volvía al estado de locura transitoria que le hacia dar media vuelta y volver a casa aterrada.
A veces se levantaba con tiempo, las noticias de la mañana sonaban como un eco desde la cocina, sentada en el sofá murmuraba lo mal que iba el mundo, mientras el café se enfriaba y las circunstancias no parecían las de ayer
