N/A: Esta es la continuación del fic anterior (La Semilla de la Destrucción); yep, es la versión de la película, pero con mi toque (Kalah)
Todos los derechos estas reservados para Guillermo del Toro, exceptuando personajes (o cambios) de mi autoría.
Por su comprensión, muchas gracias.
Niñera
El frío se había convertido en un verdadero infierno, peor que en las tantas villas que habitaban y eran acogidas desde Magadan hasta Ohotsk, Rusia. Lugares donde, por una parte y una temporada considerable, Kalah sobrevivió bajo un abrigo de sufrimiento, depresión, impotencia y rabia hacia sí misma tras escapar de las montañas que existían al noroeste de Moscú, abandonando y renunciando para siempre al Buró de Investigación y Defensa de lo Paranormal (BIDP). Mientras la otra parte, cargaba en sí unas capas de poca felicidad y paz, aunque con una responsabilidad mayor que sostener y que cuidar sin las comodidades que se le había regalado desde casi toda su vida.
Lo que ocupaba su mente actualmente era encontrar maneras de eludir a cualquier agente, de cualquier división de la BIDP, a la vez que intentar buscar apoyo de alguna fuente externa. Aunque eso no lo logró sino hasta cinco meses después.
Kalah no comprendía porque Hellboy había mandado al agente John Myers hasta Antártida, después de haberles ayudado y apoyado durante la misión para detener a Rasputín, sin importarle como él lo trató en su estancia y como su "niñera". Lo único que la reconfortaba era que al menos nunca perdió el contacto con él; a pesar de haber sido apenas hace unos meses, y después de tantos fallos desde su última comunicación. Y fue en esa última comunicación cuando le comentó que se encontraba en Antártica, buscándolo.
Utilizando su brazo macizo, combatía contra las mareas de polvo blanco mientras con el otro hacía ademán de estar sosteniendo algo en el interior de aquellos miles de abrigos para protegerse del frío, cuando una pequeña cabeza roja se abrió paso entre ellos. No tiritaba de frío como ella gracias a las chamarras que lo cuidaban del mismo y fue la curiosidad de ver en dónde se encontraban lo que lo hizo asomarse, aunque también le preocupaba la mujer que lo cuidaba.
-¿Falta mucho? —Le preguntó con esa voz infantil que poseía un niño de cinco años, pero Kalah no contestó al encontrarse en su mundo. Tenía que encontrar la cabaña que Myers había usado al principio cuando la división de aquel continente lo enviara a la verdadera base que tenían en cada país, pero la nevisca dificultaba su visión—. ¿Mamá?
-No lo sé, Breogán. —Respondió sin mirarlo y con la voz seca a causa del frío, llevando la mano de piedra a su cabeza para protegerlo del mismo. Estaba exhausta y hambrienta, al igual que él, pero tampoco se encontraba de humor para que su hijo la interrumpiera; aun así suavizo el gesto. Breogán jamás la había visto enojada, más que en ciertas ocasiones, pero Kalah se había plantado la orden de nunca mostrar esa faceta en frente del niño o contra el—. No debe de ser mucho. Ahora sé buen niño y quédate adentro, ¿sí? —Le pidió con una sonrisa maternal, a lo que el pequeño escondió de nuevo la cabeza, aunque a regañadientes—. Mamá debe encontrarnos un refugió y maldecir a tu padre por hacernos venir hasta aquí —murmuró en voz baja, forzando a sus piernas a caminar contra la nieve—. Rojo, antes de hablar, juro que te daré una fuerte patada en el trasero.
Agudizó la vista en el momento en que sus ojos atraparon la imagen de un punto negro a la distancia, el cual estaba a un par de kilómetros de distancia, obligándola a trotar para llegar antes que el frio penetrara todas las capas de abrigos, enfermando a Breogán.
«Esa debe ser. Por favor, que esa sea la cabaña».
En efecto, se trataba de la cabaña donde había permanecido Myers por dos meses.
Antes de entrar verificó que no existiera ninguna trampa escondida o alarma que avisara a la división de Antártida de un posible intruso. Para su gran suerte, resultó ser solo una cabaña ordinaria. Utilizó la credencial que Myers le envió para que pudiese entrar y, con arma en mano, encendió las luces de una por una. Le pidió a Breogán que no se asomara hasta que ella se lo pidiera, quitándole la emoción al niño de ver el interior de la cabaña.
Obviamente no planeaba matar a los agentes que hubiera ahí, tan solo los dejaría inconscientes; aunque, en caso de ocurrir eso, no le dejaría más alternativa que salir de ahí, tomando los suministros que tuvieran y encontrar otro lugar donde pasar unos cuantos días hasta comunicarse nuevamente con John.
Debía proteger a su hijo de esos ojos ambiciosos.
El área se encontraba despejada: contaba con una recamara de buen tamaño para ambos junto a un baño completo a la vez que poseía un espacio que representaba la sala de estar, comedor y cocina al mismo tiempo; de ventanales enormes, cubiertos de nieve como era de esperarse gracias a la inmensa tormenta que azotaba el lugar.
Guardó al buen y viejo Samaritano en el estuche y comenzó a quitarse las chamarras, dejando a Breogán en el sofá de terciopelo negro y desde ahí, él exploró su nuevo entorno, mientras Kalah encendía la chimenea para entrar en calor lo antes posible.
-¿Cuánto tiempo crees que haya estado solo este lugar, mamá?
-No lo sé, pero por la apariencia, ha sido demasiado.
-¿Viviremos aquí? —Breogán la miró preocupado tras hacerle esa pregunta.
-Solo es temporal —respondió su madre sin mirar.
-¿Por qué todo ha sido temporal? Me agradaban los trolls y los elfos de Magadan.
Kalah guardó silencio. Había tantas cosas que le tenía ocultado, todo por mera protección. Pero pronto eso habría de terminar, claro, si las cosas salían como lo ha estado planeando.
Revisó a la pequeña representación demoniaca, pero Breogán le reiteraba que estaba bien para después recostarse en un rincón del enorme sofá, sacando un oso de peluche de la mochila de Kalah. Un pequeño obsequió que le había conseguido para su cumpleaños número dos. Acarició su cabeza y se quedó a la orilla del sillón, observando como el pequeño niño de tez roja dormitaba hecho un ovillo, abrazando a su muñeco; lo besó en la frente después de arroparlo con una sudadera delgada a lo que Breogán respondió con una media sonrisa, abrazando el cuello de la chamarra. Kalah le sonrió bajo un aire maternal.
Sin duda alguna, su llegada le había dado un giro de 360° a su vida desde el momento en que supo de su existencia y después de su nacimiento; sobre todo al saber que sobrevivió a las garras de Rasputín. Aunque dolorosa y desgraciadamente su otro pequeño no había tenido la misma suerte. Y aquello la hizo cambiar para siempre, agregando el hecho de las voces que se asomaban dentro de su cabeza, monstruosas e intimidantes, llenas de poder, obligándola a abrir el segundo candado del portal cuando dijo su verdadero nombre, revelando su forma original y como se estuvo soñando en esa pesadilla que le provocaba el siervo del señor de las sombras. Pero incluso desde la muerte, su padre la salvó nuevamente. O más bien, inútilmente. Todo eso la volvió más recelosa al mundo, introvertida sin su consentimiento y hacia criaturas no humanas; aunque junto a un miedo por querer a ser vista de nuevo ante los ojos humanos. Abandonó el Buró de Investigación y Defensa Paranormal; abandonó a Hellboy, a Abe; e imaginativamente también al profesor Bruttenholm. Su padre. Ya no quería saber nada de la agencia ni del mundo que la acompañaba después de aquello. Nada de misiones llenas de poderes sobrenaturales; de criaturas que el ojo humanos jamás creyó que existían; artefactos de ciencia ficción que servían para matarlas. Nada.
Sin embargo, le dolía la ausencia de Hellboy. Lo quería a su lado más que a nada en el mundo como también al lado de su hijo. Pero en ese momento —cinco años y tres meses atrás— sintió que él no entendería sus razones ni sus pensamientos de irse definitivamente de la agencia y también era muy seguro que él no la habría escuchado cuando acabaron con el ser que yacía en el interior de Rasputín. Le diría que se quedarán en la agencia ya que ahí sería más seguro para el bebé —cosa en la cual él hubiera tenido razón—, o usaría a Abe para que la hiciera razonar en sus opciones. Más en su lugar y cuando llegaron con el agente Myers, lo durmió con ayuda de una técnica que le había enseñado el agente Margo como medida de protección y antes de irse le solicitó al agente junto a Eleazar que cuidaran muy bien de él. Ambos no entendieron porque se los decía hasta que la vieron amenazándolos con el Samaritano que le había quitado a Rojo; les pidió disculpas con lágrimas en los ojos y diciéndoles que no la buscaran nunca y que la dejaran en paz. Myers no dijo nada, estaba muy atónito cómo reaccionar, solo pudo ver como Kalah se iba de ahí; por otro lado, Eleazar intentó hacerla entrar en razón, pero ella no quería ni deseaba. Simplemente quería huir.
Dio un suspiro sin despegar la mirada del suelo cuando volvió a su realidad, recargando el rostro contra las manos de color carmesí y sintiendo como despertaba el sueño que tanto había anhelado desde hace unos meses. Debía descansar un poco, o al menos lo suficiente para esperar al día siguiente y comunicarse con John. Depositó a Breogán entre sus brazos, cuidado de no despertarlo al meterlo a la cama. Se recostó a su lado, protegiéndolo con el calor de su cuerpo e imaginando como una mano se abrazaba a su cintura mientras unos labios se imprimían a contra su cuello, deseándole buenas noches.
A la mañana siguiente, Breogán había despertado con la energía recargada, pero Kalah parecía que no había dormido lo suficiente a lo que deambulaba por la cabaña en un estado adormecido y con el pequeño niño caminando atrás de ella entre saltitos mientras tarareaba una canción que había escuchado en unos de sus tantos viajes por los parajes nórdicos.
Lo sentó en una de las sillas de la mesa y buscó algo de comida enlatada en el almacén. Le sirvió sardinas en salsa de tomate y verduras mixtas, mientras ella se preparaba un café para borrar cualquier rastro de sueño.
Con taza en mano, se sentó en el sillón y sacó el comunicador, mirando de reojo al pequeño. A veces solía ser un pequeño rufián entrometido, pero al ver que todo estaba en orden y él distraído, tomó aire y esperó que todo saliera como esperaba.
-¿Myers? —Lo llamó, pero éste no contestó—. John, ¿estás ahí?
Hubo un pequeño intervalo de silencio, pero ella no desistió, ya antes había pasado. Aunque no era momento para que eso pasara, le era urgente hablar con él.
-¿Kalah? —Se escuchó a los pocos minutos. Myers sonaba adormilado. Ella sonrió, aliviada de saber que el localizador estaba funcionando perfectamente.
-¿Qué hay, niño? —Lo saludó con un tono casual—. ¿Te desperté?
Lo escuchó suspirar como también levantarse de la cama, imaginándose su cara adormilada mientras mira el reloj desde su cama individual.
-¿Sabes qué hora…?
-Necesito que vengas a la cabaña —lo interrumpió aunque en voz baja para que Breogán no la escuchara—. ¿Qué tan lejos queda de la base?
-¡¿Estás aquí?! —Exclamó sorprendido y por fin despierto, pero se obligó a bajar la voz, esperando que ninguno de sus compañeros lo haya escuchado—. ¿Te has vuelto loca, Kalah? Por si no lo sabes, todas las Agencias están buscándote.
Ella se rio con ganas, pero al ver que el niño de tez roja terminó de desayunar le pidió que aguardara en la recamara y no habló hasta ver que él entró a regañadientes.
-¿Todavía? —Musitó asombrada y terminó su café de un sorbo—. Han pasado cinco años y siguen buscando mis huellas… —aunque su semblante se tornó serio, hablando tanto para ella como para su compañero—. Él no se ha dado por vencido.
-Aun te ama, a pesar de que lo hallas abandonado… de nuevo —Le recordó bajo un tono indiferente y ella apretó la mandíbula, intentando no mostrar una faceta enojada con él—. Aunque ahora lo hiciste sin dejar un solo rastro que seguir. ¿Qué querías que pasara, Kalah? —Le preguntó con una arrogancia sarcástica, algo que ella nunca había visto en él—. ¿Qué a Hellboy le diera igual porque sabía que regresarías después de todo lo que pasaron en Moscú? ¿Qué se rindiera de encontrarte? —Ella no contestó, pero él siguió hablando, acompañado de un suspiro cansado, ocultando una ligera molestia—. No le dije nada a nadie. A pesar que estaba haciéndole un gran daño a Rojo, no dije nada.
-Solo ven —finalizó Kalah con una voz taciturna y cortó la conversación. Arrojó el localizador a la mesa y deslizó las manos por la cabeza—. Ya no más espera, Rojo. Ni para ti ni para mí. Nunca más…
—
Alguien tocó a la puerta.
Habían transcurrido un par de horas desde que Kalah había hablado con John, pero aun así tomó sus precauciones en el caso que se tratara de algún otro agente de la BIDP que lo haya atrapado y sacado sus intenciones. Cerró la puerta de la recamara, donde Breogán jugaba con sus muñecos y desenfundó el arma. No podía ver a través de las ventanas a causa de la nieve que se había incrustado al vidrio, como si fueran uno solo, así que no le quedaba de otra que abrir la puerta. Respiró hondo y apuntó el arma en cuanto alcanzó a tomar el pomo y lo giró para abrir.
John pegó un salto tras ver semejante monstruosidad de pistola, cubriéndose la cara tras alzar las manos.
-¡¿Acaso se te hizo costumbre apuntarme con una pistola?!
-Uno siempre debe tener sus precauciones, Johnny —confesó ella con una media sonrisa y lo hizo pasar antes que el frío se apoderara del interior de la cabaña, pero sobre todo de su compañero. Y al verlo entrar en calor puso las cartas sobre la mesa—. Necesitó de tu ayuda.
Captó la atención del agente cuando se sentó en la silla de madera en la pequeña estancia-comedor, pero fue la risa del niño, que apareció de repente por el umbral y quien al ver a John se escondió detrás de su madre como medida de seguridad, llevándolo a preguntar, aunque parecía más una acusación.
-¡¿Uno de los gemelos está vivo?! —Le acusó exaltado y ella respondió con una mirada irónica—. ¿Tienes una idea de cómo va a reaccionar Hellboy cuando se entere? Te va a matar.
-Si es que se entera.
-¿Qué?
Kalah ahogó un suspiro mientras se recargaba en la silla, no antes de regresar a Breogán a la habitación, prometiéndole comprarle dulces si aguardaba ahí y así hizo el niño con una ancha sonrisa.
-Felicidades —musito con el mismo tono que un padre usa al ponerle algún deber a sus hijos de una manera cómica—. Usted ha sido elegido para ser la niñera de Breogán.
-¿Niñera? —Miro en la dirección que se había ido Breogán—. ¿Qué?
-Volveré a Manhattan, pero no me llevaré al niño. Temo que la agencia me lo quiera quitar, que es lo más probable —y alzó la mano para evitar que la interrumpiera—. Citaré a Hellboy en un mercado muy conocido que hay debajo del puente Brooklyn y así nos evitaremos el teatro con la agencia. Tú solo cuida de Breogán en lo que regresamos. Te cederé unos permisos que tome prestados para que te envíen a la División Europea y puedas estar al pendiente de él en lo que necesite, ¿de acuerdo? Conseguí un escondite en un pueblo algo solitario en Inglaterra, nadie sospechara nada.
-Esto es una locura, Kalah. Ellos terminaran descubriéndolo y cuando lo vean lo usarán para que te presenten.
-No les conviene —mencionó con un dejo de amenaza en la voz y en los ojos, helando un poco la sangre del joven hombre por cómo había actuado—.Si ellos llegan a meterse con mi hijo, si llegan a ponerle una sola mano, lamentarán haberlo hecho. Te doy mi palabra, Myers.
Él resopló en su asiento ante todo lo que había escuchado, pero no rechazo la misión. En parte, porque estará mejor en Inglaterra que en este congelador. Mientras la otra parte… bueno, ya encontraría la respuesta allá. Kalah le hizo entrega de la papelería que era protegida por un sello de plástico con las palabras CONFIDENCIAL impresas al frente junto al nombre completo de John.
-¿Cuándo te vas? —Ella le sonrío, mostrando una mochila al lado de ella—. ¿Estás bromeando, verdad?
-No —respondió levantándose de su lugar y llamó a su hijo—. Breogán solo está consciente que me iré por unas semanas por cuestiones de "trabajo" y que tú eres el tío Myers. No lo eches a perder, ¿de acuerdo? —Le guiñó el ojo cuando llegó el pequeñín—. ¿Ya sabes lo que tienes que hacer?
-Sí —contestó Breogán tras asentir para después darle un beso y un abrazo—. Te quiero, mamá.
-Y yo a ti, fortachón. Pronto volveré a casa y los veré lo más pronto posible —miró a Myers después de acomodarle la ropa a su hijo y pedirle que regresara a la habitación—. Hablaré solo para avisarte que me reuní con él, o en el caso que suceda algo.
-Yo lo haré cuando lleguemos a Inglaterra, supongo.
Ella asintió y se echó la correa de la mochila al hombro.
Era hora de volverse a ver con Hellboy y acabar con todo.
