Disclaimer: Ni Digimon ni la idea de este fic me pertenecen ;)
Carga el peso del mundo
I. Hilos del caos.
El día era soleado, no había nubes que impidieran al sol lanzar sus rayos, un cielo extraño, estable. Eso no era bueno, por lo menos no para Takeru Takaishi. Desde niño había aprendido a ser perceptivo, a ver luz en la oscuridad y a ver oscuridad en la luz «mantenerse internamente tranquilo, incluso en medio del caos violento; no olvidar la posibilidad del desorden en tiempos de orden», leyó alguna vez en un libro. Y esa tranquilidad aparentemente imperturbable del día le hacía fruncir el ceño con regularidad.
Tratando de ahuyentar aquellos pensamientos, se dispuso a arreglarse para ir a la escuela.
—Takeru.
Escuchó una voz pequeña, soñolienta. Unos ojos enormes y azules lo miraban con curiosidad e impaciencia.
—Me voy a la escuela, regreso en la tarde, Patamon. —Trato de sonreírle.
Una vez que cruzó la puerta, el digimon salió disparado de la cama que compartía con su compañero y se posó en su cabeza.
—Voy contigo, que tal si se aparece un digimon en el camino e intenta matarte, Takeru.
El chico sonrió ante la ocurrencia de su amigo, sin embargo, algo dentro de él se sacudió al escuchar esas inocentes palabras, aunque eran poco probables.
Atravesó la pequeña cocina, su madre le había dejado dinero para el descanso en la escuela.
Salió de casa, la puerta crujió a sus espaldas al tiempo en que un par de aves alzaban sus alas para emprender el vuelo.
Desde que el mundo había descubierto la existencia de los digimons algo en su interior se removía constantemente ¿Estaba bien? Toda acción trae consigo consecuencias, buenas y malas, malas o buenas. En este caso, ¿cuál de las dos opciones saldría a flote primero? Por ahora todo estaba bien, los humanos parecían aceptar a sus amigos digitales, pero hasta cuándo sería así.
Caminaba ensimismado en sus pensamientos, con un peculiar ser sobre su cabeza, cuando de repente observó una escena que le hizo retornar, una y otra vez, a sus ideas.
Un hombre se detuvo de repente, a su lado, un Terriermon cargaba con sus largas orejas un par de bolsas. El chico no paso por desapercibida la pequeña línea, roja y casi inexistente, en la mejilla del digimon. De un momento a otro el sujeto pateó al Terriermon, haciendo que este chocara contra una pared.
La gente murmuraba, los niños abrazaban con fervor a sus nuevos amigos. Por culpa de todo el embrollo que se respiraba Takeru no se percató del momento en que Patamon voló hacía aquel digimon herido, encarando al agresor con gesto retador.
A él se le paró el corazón cuando vio que una mano se alzaba, venenosa, como la lengua de una serpiente.
Corrió tan rápido como su cuerpo crispado se lo permitió, llegando justo a tiempo para detener el golpe que dio de lleno en su ojo.
—¡Takeru!
La cabeza comenzó a dolerle, el mundo se volvió negro, solo escuchaba la voz de Patamon que gritaba su nombre entre sollozos. Todo su rostro ardía, quemaba, por lapsos de tiempo sentía como su cuerpo se acalambraba.
—¡¿Takeru?! —Volvió a escuchar su nombre, pero esta vez en boca de otra persona, alguien a quien él reconocería incluso en la oscuridad infinita.
—Hi… kari —dijo entrecortadamente, fingiendo una sonrisa.
—¿Qué les paso?
Ella se arrodillo, apartando delicadamente la mano que Takeru se negaba a quitar de su ojo. Resopló sonoramente cuando vio que no era nada grave, seguramente le dejaría un moretón horrible el cual haría que Mimi torciera la boca, pero no iba más allá.
—Hikari. —Le jalaron repetidamente de la falda, era Gatomon—. Mira, allí, un Terriermon.
Y como si esa fuera una especie de contraseña secreta, Takeru se levantó con brusquedad paralizándose frente a Hikari. El único ojo que por ahora actuaba como un todo en cuanto a su vista, viraba a todos lados, sin encontrar a quien buscaba.
Gatomon se acercó titubeante al digimon tirado en el piso, sus enormes ojos gatunos parpadeaban continuamente.
—Está muy mal, tiene heridas por todas partes. Hikari, ¿qué hacemos?
—Hay que llevarlo a casa —exclamó Patamon, volando de nuevo a la cabeza de su compañero.
—Pero los chicos tienen clase ahora mismo.
—No importa, lo traeremos con nosotros y mientras estemos en la escuela lo cuidaran ustedes, ¿de acuerdo, Patamon, Gatomon? Durante el descanso iremos a verlos.
Estos asintieron, intercambiando miradas.
—Takeru, quiero saber qué paso, cuéntamelo, por favor.
—Bien, pero empecemos a caminar o llegaremos tarde.
—¿Y dices que ese hombre desapareció cuando yo llegue?
—Eso creo, cuando recibí el golpe todo se volvió negro, no estoy seguro de que paso después. Pero recuerdo su rostro, muy bien.
Hikari noto como el cuello de Takeru se tensaba. Era algo que pasaba muy a menudo en los últimos meses, ella no sabía por qué, sin embargo tenía leves sospechas. Ver esos ojos azules llenos de temor, era como recibir un balde de agua fría. Hikari sentía lo mismo, desde hace mucho, pero al contrario de su amigo trataba de ocultarlo. Cada día le era más difícil hacerlo, pues el chico a su lado se encargaba de recordarle a cada segundo la misión que ellos, como niños elegidos de antaño, debían sobrellevar siempre sin descanso. Lo sabía cada vez que Takeru abrazaba con fervor a Patamon mientras sus manos temblaban imperceptiblemente a ojos de cualquiera, menos de ella. El corazón tambaleante de Takeru se volvió parte del día a día de Hikari, pese a que hacia todo lo que estuviera en sus manos para evadir lo que se involucrara con el tema.
Aunque las noticias que se anunciaban en la televisión, las que había escuchado por accidente esa mañana mientras su padre tomaba el desayuno, las que escucho a lo lejos hace dos semanas antes de salir con Miyako, le asustaban. No creía posible que cada día, con más frecuencia, se encontraran seres digitales abandonados en la calle, con heridas serias, o simplemente con hambre.
—Llegamos —murmuró Hikari con el Terriermon entre sus brazos, acunándolo. Aquellas palabras salieron más como una lamentación que como una afirmación.
—Si Daisuke nos ve comenzará a hacer un montón de preguntas acerca de este digimon. Adelántate, yo lo dejaré en un lugar seguro junto a Patamon y Gatomon.
Ella no pudo hacer más que asentir robóticamente, dos veces seguidas.
El viento se alzó, haciéndole cosquillas cuando rozó sus dedos.
Los pasos de Takeru se hacían cada vez más lejanos, solo quedaba en el aire el débil aroma que siempre se desprendía de él, aquel que se impregnaba en sus pensamientos hasta colarse en cada uno de sus latidos. Pero esta vez el olor se esfumó tan rápido como si nunca hubiese existido.
«Takeru».
٭٭٭
—Patamon, ¿crees que los humanos nos detestan?
El pequeño frunció el ceño. El viento que golpeaba su cuerpo se sentía bien. Le gustaba la azotea de la escuela, desde ahí se veía todo.
Ya que el mundo conocía su existencia no era necesario estar allí, escondidos, como solían hacerlo antes. Ahora incluso podían esperar a sus compañeros dentro del salón de clases, como lo hacian algunos.
Pero inconscientemente era algo que se les había hecho costumbre, tal vez en el fondo sabían que era algo preventivo.
—Pero Takeru, Hikari y los demás…
—No —lo detuvo abruptamente—, ellos son diferentes. Hablo de las personas que hacen este tipo de cosas. Las que golpeaban a sus mascotas antes de que llegáramos, las que ahora nos ven a nosotros como su nuevo juguete.
—No creo que nos detesten, yo, no lo creo.
Gatomon se dio cuenta de que no comprendía lo que quería decir. Su cola se movía de un lado a otro, controlando así la impotencia.
Ella sufrió maltrato antes a manos de un digimon maligno. Patamon no lo comprendía, jamás vivió algo similar. Por ello, al ver al Terriermon respirando pausadamente, las memorias que se esfumaron desde que estaba con Hikari regresaban agolpadas. En esas heridas que por el momento se mantenían estables, era como verse ella misma encerrada y llena de odio.
—Takeru actúa extraño —soltó de un momento a otro.
—¿Eh?
—Que Takeru no es el mismo de siempre. A veces parece triste, y yo no sé qué hacer. Pienso que es por mi culpa.
—No es tu culpa, Hikari también esta así en ocasiones. Son cosas de los humanos en las que no podemos intervenir. Se enamoran, se hieren unos a otros, y son felices unos a otros. Nosotros no lo comprendemos. Ese es su ritmo de vida.
—Quiero ayudar a Takeru.
—Entonces solo quédate a su lado. Si te deprimes no podrá salir adelante al verte así.
Una brisa suave los cubrió a ambos.
Sus niños dejaron de ser niños hace tiempo, eso lo sabían perfectamente. Tal vez, tontamente, seguían aferrándose a algo por lo que ya no tenía caso luchar. Y cuando llegaban a este punto, retornaban a los sentimientos que los hacían quedarse. No era un capricho. Es que deseaban con toda el alma ser testigos de lo que se convertirían ellos, los niños que volvían cuando pronunciaban sus nombres con convicción, como si pronunciaran viejos conjuros que nadie sabe, a cada mirada anhelante, se percataban de que con cada luz que moría en sus ojos, nacían dos más. Vivían en una evolución constante. Patamon y Gatomon, y posiblemente todos los demás, ambicionaban ser parte de ese cambio. Aunque fuera doloroso presenciarlo desde un punto lejano.
—Ya casi suena la campana del almuerzo.
—Hikari trajo un almuerzo extra hoy. Dijo que la mamá de Takeru esta muy ocupada y que no le da tiempo de prepararle el desayuno. Es muy amable con él, ¿no crees?
—A mi me gusta que lo sea. —Sonrió dulcemente—. A Takeru le hace feliz, y cuando están juntos me siento tranquilo. Pienso que Hikari puede proteger a Takeru si yo no estoy, y Takeru protegería a Hikari si tú no estuvieras.
Gatomon abrió los ojos, Patamon robó palabras de su boca que quizá no se atrevería a decir en voz alta por orgullo. Pero tenía razón. Takeru ocuparía su lugar si ella dejará ese mundo. Nunca lo diría frente a Takaishi, por supuesto.
Cuando escucharon el timbre que anunciaba el descanso dieron un salto involuntario. Se sonrieron mutuamente, y cuando estaban por salir corriendo, un sonido los alertó.
Se colocaron en posición defensiva, suspiraron sonoramente cuando notaron que solo se trataba del Terriermon despertando.
٭٭٭
Al extender sus manos podía tocar el cielo, lo sentía claramente cuando los rayos del sol se bifurcaban a través de sus dedos y atrapaba el cielo en su puño. A lo largo de toda su vida escuchó decir a las personas que el cielo es inalcanzable, y que por lo tanto era el límite de todo lo que existe, para él, aunque tan solo era un niño, esas palabras le parecían odiosas por toda la falsedad que cargaban.
Entonces, salía a la calle, estiraba su brazo, y se daba cuenta de que lo podía alcanzar en un simple movimiento. Después, aquella infinidad azulada lo mareaba y maravillaba al mismo tiempo.
El cielo no es el límite, y tampoco es inalcanzable. Por algo sus ojos eran azules, decía su mamá.
—¡Takeru!
—Hikari. —Se traspapeló un momento por la cercanía de unos ojos rojizos—. Ah, lo siento, estaba pensando.
—Descuida, sé muy bien que es algo inevitable para ti. Pero me asusta cuando te vas por mucho tiempo.
—Tranquila, siempre regresaré contigo.
Recientemente cuando estaban juntos de improviso la situación se volvía incomoda.
—T-te traje el almuerzo, apuesto a que no trajiste nada más que dinero, ¿cierto?
—No. Muchas gracias.
Y ahí estaba de nuevo el gesto que Hikari añoraba. Esa mirada afable, cargada de un sinfín de cosas absolutas para ella. La infinidad que se reflejaba en ellos era la misma que veía en el cielo matinal.
La diferencia, era que la distancia que la separaba de esos ojos azules la percibía lejanísima. En un lugar apartado y oscuro en el que a pesar de todo quería zambullirse.
—Hikari-chan, ¿no me trajiste almuerzo a mi también?
—¡¿Ah?! Lo siento mucho, Daisuke-kun, pensé que preparabas tu comida.
Daisuke gruñó con los brazos cruzados. Sigilosamente le dedico una mirada de reproche a Takeru, cambiándola automáticamente por una risilla traviesa.«El tonto de Takaishi es un suertudo», pensó. ¿Cuándo exactamente los celos mutaron en felicidad por sus amigos? No lo sabía.
—Oh, Daisuke —exclamó Takeru, recordando algo. Hikari supo de qué se trataba en cuanto cruzaron miradas—. Tenemos algo importante que contarte, esta mañana al venir a la escuela…
—¡Takeru!
—¡Hikari!
Patamon y Gatomon entraron visiblemente apresurados al aula. Otro ser azul, que Daisuke reconoció primero, llegó detrás de ellos
—El digimon… el que estaba con nosotros… —Comenzó Patamon entre jadeos.
—¡Se ha escapado! —Concluyó Gatomon.
—Si repruebo esa materia será culpa suya.
—Tu fuiste el que quiso venir con nosotros, Daisuke —repusó Takeru sin detener el paso.
—¿A dónde debemos ir? No sabemos qué dirección tomo.
—Takaishi, Hikari-chan tiene razón.
—Lo sé —se detuvo, haciendo que los otros dos hicieran lo mismo—, pero tengo un mal presentimiento, algo me dice que debo seguir corriendo aunque no sepa a dónde.
—Tal vez debamos comenzar por ahí —Daisuke apunto con la mirada.
En el horizonte se levantaba algo a lo que llamaban la luz de la digievolución.
Corrieron sin pensarlo un segundo más. Calles se cerraban a su paso, personas atiborraban su camino cada vez con mayor frecuencia. Se detuvieron cuando se vieron atrapados entre un mar de gente. Estaban en un parque, al parecer se llevaba a cabo un tipo de evento.
Todo lucía tranquilo. Las personas transitaban en paz tomadas de la mano, riendo y canturreando.
—No esta aquí, debió irse.
—No, miren, en ese edificio —Daisuke fue el primero en notar el bulto que se alzaba en la cima de un alto edificio.
Las orejas largas que seguía manteniendo sobresalían a simple vista. Su cuerpo ahora era enorme y regordete, unos pantalones cubrían sus piernas y dos armas actuaban como sus manos. Un cartucho de balas listas para usarse colgaban sobre su hombro atravesando su estómago verticalmente.
—Es Gargomon, Takeru, ¿quieres que digievolucione?
—Espera, no queremos armar un alboroto. Hay que acercarnos.
Caminaron con cautela. La sombra del enorme edificio los tapaba por completo.
Se quedaron de pie, daba la impresión de que esperaban algo. Y eso algo llego.
Gargomon se impulsó sin que ellos lo notaran, dando un enorme salto, hasta que aterrizó frente a ellos levantando una nube de polvo.
La tierra tembló sonoramente asustando a más de un transeúnte.
—No te haremos daño pero, ¿puedes venir con nosotros?
Hikari se acercó extendiéndole la mano. A Takeru no le agradaba la sonrisa que Gargomon mantenía en su rostro, que junto a esas cicatrices lucía tétrico.
Gargomon alzó ambos brazos, sacudió violentamente su cabeza y apuntó a Hikari. Gatomon, Patamon y Veemon digievolucionaron rápidamente, pero fue demasiado tarde, lo siguiente que se escucho fue el sonido de balas al dispararse sin retorno.
٭٭٭
—¡Oye, Taichi! ¿Qué tienes? Estas muy distraído.
—Nada, es solo que… ¿No te parece raro? —Paso una mano por detrás de su cuello—. El mundo ha estado muy tranquilo últimamente, Agumon y los demás viven con nosotros, todo esto, aun me cuesta creerlo.
—Todo esto lo logramos juntos, nuestros mundos merecen vivir en paz, aun si eso significa que debamos vivir mezclados.
—Yamato —lo miró con firmeza—, vivíamos en paz antes, por separado. El Digimundo estuvo en riesgo, nosotros ayudamos con eso. El mundo real estuvo en riesgo por culpa de esos disturbios, volvimos a ayudar. Si se desatara una guerra Digimon-Humano, ¿de qué lado debemos estar?
Esos ojos azules se turbaron dos simples segundos para después volver a su habitual estado.
—Te lo dije antes, ahora vivimos mezclados, no hay que elegir ningún bando porque eso nunca pasará.
Yamato se dio la vuelta, Taichi estaba por replicar pero la intervención del rubio no lo dejo hacerlo.
—Y si eso llegara a suceder, yo lucharía contra el lado que crea incorrecto, contra los que piensan diferente a mi respecto a la paz de este nuevo mundo… Te espero afuera.
Le dedicó una sonrisa torcida y salió del salón, con las manos entre los bolsillos.
Hubo algo en la mirada de su amigo que no lo dejaba tranquilo, parecía tan decidido, todo lo contrario a lo que él era en esos momentos. Inseguridades subían y bajaban como en una montaña rusa.
—¿Hasta cuándo seguirás viendo esa ventana? ¿No te cansas de ver tu reflejo?
Sora aparecía en los momentos indicados, cuando él necesitaba reír o apoyar su cabeza en un hombro confiable.
—Es que no me reconozco —su semblante se tornó sombrío—, el Taichi que se refleja aquí no soy yo, no puedo volver a ser ese niño de once años, el que corría siempre al lado de Greymon sin miedo a tropezar y les dedicaba palabras de aliento.
Sora está encerrada en un otoño eterno, pensaba Taichi con frecuencia cuando veía ese cabello pelirrojo tan vivo y esos ojos que parecían quemarle cuando chocaba contra ellos. Ella no podía ser invierno ni verano, ella era una parte de ambos, un equilibrio perfecto. Proporcionaba a todo el que estuviera cerca el calor suficiente sin llegar a fastidiar, y a su vez emanaba la madurez de un viento frío y suave. Ella era un otoño eterno.
—No necesitamos a ese Taichi, te necesitamos a ti, al que eres ahora. Al que camina por las calles, guiado por el niño que una vez fue, observado por el que quiere llegar a ser.
Claramente sintió un extraño alivió que lo embargo al instante. Creía que en cualquier momento un montón de hojas secas y de colores cálidos le caerían encima. Lo que cayó sobre él no fueron esas hojas, fue la mano de Sora que lo atrajo hacia ella, colocándolo en su hombro.
—Sé que estas preocupado —retomó las palabras—, pero recuerda que estamos aquí. Si uno cae todos caemos. Estoy segura de que todos te seguirán a donde sea. No te preocupes por el mañana, hazlo por el presente. Si el día de hoy es desastroso, entonces mañana lo arreglaremos, juntos.
Se incorporó de nuevo, sintiendo el ambiente otoñal por todas partes. Estaba en lo cierto al decir que Sora era como un otoño eterno.
Estaba por darle las gracias cuando el rostro de Sora se giró a la ventana, sus labios se abrieron queriendo decir algo y su piel empalideció.
—Taichi… —Logro mascullar.
Los pájaros trinaban de forma extraña cuando él viró. Nubes de humo, grises y borrosas, ascendían al techo celeste, lejos de ahí.
—Taichi, algo está pasando. Gabumon y los otros nos esperan en la salida.
Yamato entro deprisa acompañado de Mimi.
«Hikari», fue lo primero que llego a su cabeza antes de salir corriendo.
Se dice que los comienzos claros son contados, pero en realidad, ¿cuántos finales se pueden narrar sin titubear? El final es la parte más difícil de una historia, es cuando el héroe cae, o se levanta triunfal ante la atónita mirada del villano. Es cuando el amor de dos amantes sale victorioso, o culmina de manera trágica. En toda historia debe haber un fin. Sin embargo…
El mundo está lleno de inicios, no hay lugar para los finales.
¡Hola! Ay, puedo escuchar la decepción hasta aquí. Solo quiero aclarar que este fic es para el reto de patrito117, y según yo serán tres capítulos. Lo deje en rating T por posibles cosillas un poco feas. Después explicaré en que consistía el reto y bueno, espero les haya gustado, en especial a ti, Patriot.
¡Gracias por leer!
