DISCLAIMER: TMNT no me pertenece

Gotas de sangre

Capítulo 1: Luna llena, sábado a la noche

El cielo cubierto de estrellas se ve reflejado sobre el lago congelado. La luna muestra toda su palidez y el viento azota violentamente sobre cualquier cuerpo físico. La mayoría de sus habitantes ya se hallan en sus hogares, acompañados por el calor de la estufa. Sin embargo, en una zona remota de las alcantarillas, dos hombres trabajan arduamente. Con esfuerzo logran introducir exitosamente la última pieza de tubería. Todo a su alrededor está cubierto por herramientas, dos pequeños reflectores apuntando a la sección de su último trabajo y algunas piezas de cañería.

Uno de los trabajadores se limpia la frente sudorosa con una de sus manos mientras que el otro se reposa sobre la húmeda pared.

—No entiendo cómo pudo romperse ésta porquería.

—Lo importante es que ya hicimos el trabajo. Ahora vayamos al circo.

—Tenías que mencionarlo —reprocha Scout—. La melodía de aquel lugar sigue zumbándome los oídos.

—Bueno, al menos nos pagan muy bien —contesta el joven Daniel.

El hombre de unos cincuenta años llamado Scout mira con recelo a Daniel. Pronto, su voz retumba sobre las alcantarillas.

—Claro, nos pagan muy bien pero no les importa mandar a cualquiera de sus hombres para hacer este tipo de trabajo.

—El señor Diamond es dueño de una gran empresa de —La humilde respuesta de Daniel es interrumpida por la grave voz de Scout.

—Sí, sí — dice, agitando sus manos con desdén—, no me tienes que explicar, chico. Suenas como rastrero hablando así del patrón.

En ese momento, un ruido se oye cerca. Scout y Daniel guardan silencio por un momento. Él hombre de más edad habla otra vez.

—¿Qué habrá sido ese ruido?

Daniel para calmarse del sobresalto, responde:

—A lo mejor fue la caída de una rata.

—No lo sé, sonó más fuerte. Mejor será que nos demos prisa y salgamos de aquí.

—Tienes miedo de que una rata come hombres aparezca, ¿no? —bromea el chico.

—Cállate, idiota.

Daniel toma la adelantara y comienza a subir. Cuando está por llegar al último escalón, se repite el sonido. A su vez, también se oye un lamento.

—Shhh —dijo Scout, alarmado.

—¿Qué pasa?, ¿Qué fue eso?

—¡Dios!, ¿Lo has oído? Sonó como el grito de un niño.

Daniel vuelve a bajar las escaleras y saca la linterna del bolsillo trasero de su jeans. Scout deja caer su mochila al suelo sucio y avanza dos pasos hacia adelante. Mira sobre su espalda al mismo tiempo que se vuelve a escuchar el sollozo. Daniel, preocupado, se acerca rápidamente a Scout y llegan hasta la esquina del túnel. Dan una breve mirada de acuerdo y giran hacia la derecha.

Lo que ven allí los deja completamente sin aliento.

La luz que emana de la linterna apunta a unos cuantos metros, hacia una pequeña figura que se arrastra sobre la acumulación de agua, en el medio del suelo. La silueta, sin saber que está siendo observado, sigue arrastrándose y soltando pequeños jadeos.

A simple vista parecía tratarse de un niño común y corriente. Sin embargo, una observación más detallada les revela que hay algo diferente. La silueta tiene el aspecto físico de una tortuga y no la de un niño humano. La única vestimenta visible es la correa que tiene puesta como cinturón.

Los dedos del pie son tres. El ruido viene de sus temblorosos labios.

A medida que los hombres se acercan hacia la tortuga, la luz de las linternas confirma lo que sus ojos están viendo.

Cuando el sonido de pasos y la luminosidad llegan al quelonio, ésta gira bruscamente hacia ellos revelándose aún más.

Sus brazos regordetes están rígidos. Una mano revela una prenda fuertemente entrelazada entre sus tres dedos. La otra, enrollada en un puño apretado y convulso.

Los dos hombres quedan completamente atónitos cuando ven que la mirada de la criatura refleja emociones, algo totalmente inusual para un animal común.

Sus ojos muestran pánico, desesperación, abandono y la sensación aterradora de lo que podría pasarle.

Comienza a retroceder sin perderlos de vista, ensuciándose aún más con el barro. Su espalda y pecho protegidos por una coraza echa biológicamente de queratina choca suavemente con una pared. Dientes blancos con intensión de destrozar cualquier contacto se hacen revelar de inmediato.

Scout toma una decisión.

Rápidamente se dirige hacia la tortuga aterrorizada y lo contiene bajo su peso corporal. Da instrucciones a Daniel para que fuera a buscar algo con que atarlo.

La pequeña tortuga trata de defenderse, retorciéndose violentamente.

El joven echa a correr y busca sin dudar, la cuerda que siempre traía el hombre mayor. También toma el reflector a baterías. Vuelve a correr hacia la dirección anterior, resbalándose unas cuantas veces antes de llegar.

Coloca el reflector sobre el cemento para obtener una mayor visibilidad y guarda su linterna. Se inclina sobre los dos e inmoviliza los brazos del pequeño con la soga.

En un rápido movimiento Scout arrebata el destornillador que traía consigo y, sin vacilar, golpea duramente la cabeza de la tortuga.

Al tiempo que cae en la inconsciencia, Daniel deja salir un chillido y golpea el brazo de su compañero.

—¡Pero qué has hecho!, ¡No tenías por qué golpearlo!

—¡Cállate, Daniel! —se limpia las manos sangrientas contra su camisa andrajosa—. Ven, ayúdame a detener la hemorragia —toma el pedazo de tela que la tortuga había soltado y lo coloca sobre la lesión.

Daniel, de mala gana, asiste al niño sacándose la camiseta y enrollándola sobre la cabeza. Previamente, retira el pañuelo manchado y lo arroja al suelo. Lo levanta al estilo nupcial y mira fijamente a Scout antes de ir hacia la zona de trabajo. El hombre de más edad baja la cabeza y acompaña al joven. Recoge todo su equipo y luego sube las escaleras hacia la superficie.

—Dámelo —le indica, mientras extiende sus brazos hacia Daniel.

—Pero ten mucho cuidado con la cabeza. La herida es algo profunda —sube un escalón y levanta sus brazos.

Scout coge primero la prenda manchada y luego en posición vertical, la tortuga durmiente.

La luna es testigo de aquel escenario. Las estrellas van desapareciendo a medida que el sol se asoma por el horizonte.

Habían perdido la noción del tiempo.

Daniel sale y cubre el agujero con la tapa. Luego, acompaña a Scout a la furgoneta y se sienta en la parte trasera.

Scout coloca suavemente al pequeño sobre el suelo del baúl y venda correctamente la lastimadura. Una vez que termina, cierra firmemente y se adentra hacia el asiento del conductor. Coloca las llaves en el switch de ignición y se pone en marcha enseguida.

El vehículo se mezcla con otros, quedando desapercibido.

Daniel revisa cada tanto la cajuela para comprobar si la criatura sigue inconsciente. Más allá se ven algunos edificios, iluminados a contraluz por el resplandor previo al amanecer.

—¿Qué vamos hacer con él ahora?

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? —Saca la mano de la palanca de cambio y apunta a la cajuela—. Nuestros días de resaca terminan aquí. Con la abominación, nos haremos ricos —su vista se dirige momentáneamente al retrovisor para ver a Daniel—. Dios nos mandó una señal y hay que aprovecharla.

—Creía que lo estábamos llevando para hacerle tratar esa herida hecha por ti —insiste—, podría ayudarnos el señor Gonzales ya que es veterinario.

—Sí que eres pesado con el tema de la lesión. En parte, era lo único que tenía para dejarlo quieto —dice malhumorado—. Ahora, vayamos a lo serio. Sí no quieres entrar en esto, no te obligo pero luego no me vengas con reclamos.

Daniel, enfadado piensa por un momento.

La camioneta llega al estacionamiento del circo. En aquél lugar, hay cientos de rarezas, fenómenos de la naturaleza. Un negocio completamente ilegal pero de gran atracción.

Scout aparca la furgoneta y ambos bajan cautelosamente. El gran patio sigue deshabitado; sólo la carpa iluminada les da la bienvenida.

—Gonzales será el veterinario —dice Scout, después de un momento de silencio—. El señor Diamond tendrá que apostar mucho si quiere esta joya —señala al cuerpo quieto—. Me pregunto cuánto piensa pagar por él.

De repente, diez hombres se aproximan hacia ellos.

—Ahí viene el señor Diamond, Scout.

John Diamond se destaca del resto. Es el único que está encima de un corcel blanco.

—Vaya, vaya —dice lentamente—, ¿Qué tenemos aquí? —le cuestiona a uno que está cerca.

—Pues, son Scout y Daniel, señor.

—Eso lo note. ¿Por qué han venido a estas horas? Tuve que mandar a otro par de idiotas para hacer su trabajo, y, si no fuera por la notificación de mis guardias, seguiría pensando en ustedes.

Daniel intenta disculparse pero una mano en su pecho le hace callar inmediatamente.

—Escucha, Diamond. Tengo algo que ofrecerte —señala a la cajuela—. Es única. La mejor atracción que puedes tener en tu circo y noblemente te lo confío a ti —exclama, con los brazos abiertos.

Ante las palabras de Scout, John cambia su actitud de fiera por curiosa.

—Espero que sea bueno, Scout. No quiero mandar a alguien a ensuciarse las manos por tu insolencia.

—Sugiero que a partir de ahora trates con respeto a tu futuro hombre de negocios —mira hacia Daniel—, ah, se me olvida. Daniel ahora trabaja para mí.

—Deja de parlotear y muéstrame lo que tienes —los mira fríamente, con los brazos cruzados firmemente a su pecho.

—Daniel, ¿nos harías el honor? —vuelve a señalar el baúl.

El chico se apresura y saca a la tortuga de allí. Lo coloca sobre la tierra.

La única evidencia del golpe es la sangre seca y la hinchazón enorme; escondida a simple vista.

Inmediatamente John baja del corcel y se acerca a la criatura.

Está acostado en su plastrón.

—Dale la vuelta —comanda.

Hacen lo que pide. La cabeza y miembros posteriores e inferiores quedan en una posición incómoda debido a su caparazón. John lo examina más de cerca. Incluso toca cada parte del cuerpo con una de sus manos sin guantes para comprobar algún aspecto artificial.

Al levantarse, John corrobora que todo es natural. La impresión queda muy clara en su rostro.

—¿Dónde lo encontraste?

—Es bello, ¿no? Vayamos a un lugar más cálido y hablemos del trato —dice, abriéndose paso hacia el cuerpo inmóvil—. Daniel, por favor, cárgalo y llévaselo a Gonzales.

Daniel recoge a la tortuga y es escoltado por dos de las diez personas hacia el veterinario.

—¿Qué dices sobre el trato? —insiste Scout.

Cómo negociador y dueño del circo, la admiración de tener las mejores atracciones es su gran hobby y su riqueza. Cómo dueño de su empresa en reparaciones de tuberías, no podría pensar siquiera en compras de reliquias como ésta.

—Está bien, vayamos a mi despacho. Necesito saber todo antes de tomar una decisión.

Una vez dentro de la habitación, John cierra la puerta y le invita a sentarse en una de las sillas. Luego va a la suya propia.

—Explícame con detalles el encuentro con la tortuga.

—Descuida. Lo encontré vagando por las alcantarillas.

—Dije, con detalles —repite, con irritación.

—Cuando terminamos de reparar la tubería, escuchamos un ruido. Fuimos a investigar y lo encontramos —explica, a regañadientes.

—¿Cómo obtuvo ése golpe?

—¿El de la cabeza?

—Sí. También he visto raspaduras en ambas rodillas y algunas por todo el cuerpo.

—El de la cabeza fue obra mía. No sabía cómo hacer para que se quedara quieto. Por lo demás, sinceramente no sé cómo los obtuvo.

—No sé mucho de tortugas pero me parece que no se ha perdido en largo plazo. Tal vez unas horas —Diamond reflexiona—. No sufre de mal nutrición y deshidratación. Lo comprobé al ver sus encías y la piel brillante. Tal vez se escapó. Lo cual es malo para mí sí quiero comprarlo.

—¿Por qué? —Scout está preocupado. Su futuro depende de lo que diga.

—Quiere decir que estuvo en manos de otro cuidador y abandonarlo no me resulta una opción fiable. Tal vez, lo esté buscando en estos momentos y la verdad es que no quiero tener ningún problema.

—Bueno, pero, ¿sí resulta que se escapó de algún laboratorio por que se querían deshacer de él?

—No tiene marcas de haber sido tratado en algún lugar como ése. No lleva identificación y además me ha llamado la atención el cinturón que tiene atado en la caparazón —Se rasca la barbilla, pensativo—. Estoy completamente seguro que estaba jugando o algo así y debió de extraviarse sin querer.

—Puede dejar pasar un tiempo antes de mostrarlo al público. No creo que salga en las noticias y se entere —Scout intenta buscar una solución.

—De todas maneras, voy a mudar el circo a Normandía —dice, después de un rato—. Lo quiero.

—Me da gusto, señor.

—Eso sí, tendré que descontarte el maltrato y algunas otras cosas. Esperare el informe del veterinario.

—Muy bien —le da la mano—. ¿Tenemos trato?

—Sí —le estrecha con un fuerte apretón.

En eso se escucha el ruido de pasos que se aproximan. Un momento después, Gonzales entra.

—¿Y bien? —cuestiona John.

—La tortuga parece gozar de un buen estado de salud. Tiene estructuras morfológicas al de un hombre. Su edad es aproximadamente unos cinco, seis años. Su caparazón tiene cicatrices hechas por algún material filoso o contundente. Su musculatura está bien definida para alguien de su edad. Parece que es un deportista. En la correa que tenia puesta pude encontrar evidencia de alguna especie de polvo, muy raro, según mi colega científico. Según los resultados de la muestra de sangre y el ADN, la criatura pareció haber sufrido una especie de mutación radiactiva.

—Con respecto a su edad, ¿cuánto sería cinco años para nosotros? —interrumpe Diamond.

—Las tortugas cumplen los mismos años que los hombres, sí te hacías referir a eso.

—Asique se trata de un niño —dice para sí.

—Ayudaría sí dijera que la tortuga estaba llorando —agrega Scout.

Ante aquello, John y Gonzales dirigieron su atención a él.

—Fascinante. Eso quiere decir que su condición física es la de un animal pero su psicología es la de un humano —jacta Gonzales.

—A lo mejor era el agua de aquel lugar —intenta justificar Diamond—. Falta que se comporte y hable como humano para creer lo que dices, Scout.

Daniel aparece en la puerta, con una camiseta nueva.

—Daniel, ¿puedes explicarle a John lo que vimos en los ojos de la tortuga?

El joven se apoya contra el umbral.

—Había miedo, desesperación en sus ojos. Pude ver cómo lágrimas salían de allí, señor.

—Meramente impresionante. No puedo quejarme entonces —dice John, tomando un sorbo de su bebida—. ¿Se despertó?

—No, pero lo encerré en la jaula del tigre que murió hace poco —dice Daniel.

—Tomen este cheque —se lo entrega a Scout—. Caballeros —refiere a las dos custodias— acompañen a los muchachos a la salida.

—señor, ¿estamos despedidos? —pregunta Daniel.

—¿Qué esperabas? —susurra Scout, marchándose.

—Ahora que tienen dinero, no veo por qué deberían quedarse. A menos, eso es lo que Scout me transfirió desde que llegó —dice, con dureza.

Los dos hombres son custodiados hacia el aparcamiento. Luego esperan hasta que el automóvil se aleje de las puertas, antes de cerrarlas.

John Diamond va hacia la jaula de tigre. Con fascinación, observa los ojos despiertos de la criatura.

—Bienvenido a mi circo. Te aseguro que serás la atracción más vista, cosa rara.

La reacción de la tortuga es automática.

Miedo.