Disclaimer: Percy Jackson y los Dioses del Olimpo, junto a los Héroes del Olimpo, son propiedad de Rick Riordan.
Este fic participa del "Calendario de desafíos" del foro El Monte Olimpo.
Muy bien. Aprovechado este reto, voy a sacar a relucir al OC con el que estuve trabajando este tiempo: Caleb Lovelight.
Caleb Lovelight sabía que era distinto al resto de chicos de su edad. Se podía empezar por el hecho de que, a sus casi trece años, ya había sido expulsado de más colegios que cualquier niño de Estados Unidos. Padecía de dislexia y THDA, de forma que sus notas en el colegio eran más bien malas.
El padre de Caleb era un modesto diseñador de ropa, mientras que su madre había sido una modelo que los había abandonado apenas él había nacido. Caleb no sabía que le había pasado a su madre, y tampoco quería saberlo. No le interesaba saber nada de la mujer que los había abandonado cuando él era apenas un recién nacido.
Igualmente eso no impedía que Caleb mirase varias veces las revistas del corazón, fijándose en las modelos que salían allí. Buscaba algún rasgo facial con el que parecerse. Ya fuese un cabello rubio dorado como el suyo o unos ojos azules verdosos. Pero nunca hallaba nada. Ningún parecido al que sostenerse. Era como si su madre hubiese desaparecido.
Por otro lado, estaban las extrañas visiones que el chico tenía. Más de una vez había jurado ver cosas que, con el tiempo, se daba cuenta de que no eran reales. En una ocasión, mientras paseaba por el centro comercial, se había cruzado con dos chicas de unos quince o dieciséis años. Al pasar junto a ellas, habría jurado que una de ellas tenía una pierna metálica y la otra pierna era una pata de burro. En otra ocasión, haciendo cola en una hamburguesería, le había parecido que uno de los clientes tenía solo un ojo.
Por todo eso, Caleb sabía que era distinto. Pero no supo lo que le sucedía, hasta que ocurrió aquello.
Caleb volvía a su casa, en la zona del Bronx, en Nueva York. Era el último día de curso, y le había sorprendido que su padre no fuese a buscarlo como solía hacer siempre.
Así que Chuck, su mejor amigo, le acompaño hasta su casa.
—¿Seguro de que no te meteré en un lío? —le había preguntado.
—No te preocupes —había respondido Chuck—. Mis padres están en el campamento de verano al que suelo ir. Así que no hay problema.
Ambos llegaron a la casa de Caleb cuando Chuck se detuvo de golpe. Olisqueo el aire y puso una extraña mueca. Una mezcla de miedo y aprensión. Le lanzó a Caleb una mirada de lástima.
—Mejor que no entres ahí dentro —dijo Chuck.
Caleb lo miró, enarcando una ceja.
—Es un honor que quieras estar conmigo, Chuck. Pero a mí, esas cosas no me van —bromeó Caleb.
Chuck se sonrojo hasta las orejas.
—¡No lo decía por eso! —exclamó Chuck—. Pero... ¡Oye! ¡Espera!
Pero Caleb ya había entrado al jardín y se acercaba a la puerta principal, a paso ligero. Abrió la puerta de entrada con su llave, comprobando que ésta ni estaba cerrada. Lo que quería decir que su padre si estaba en casa.
—¿Papá? ¿Estás en casa? —preguntó Caleb, entrando dentro. Se dirigió a la cocina y cogió una manzana del frutero—. ¿Por qué no has ido hoy?
Salió de la cocina y entró en el salón, y allí vio una escena que le sorprendió. Su padre estaba sentado en el sillón, dándole la espalda. A cada lado suyo había una chica de unos diecisiete años cada una. Una de ellas, la que se encontraba a la izquierda era rubia y de ojos azules claros. La otra era morena y con unos brillantes ojos verdes oscuros. Eran bastante guapas.
—¿Quienes son, papá? —preguntó Caleb, mirando a las dos chicas con curiosidad. No sabía porque, pero le daban muy mal rollo.
—¡Vaya! —exclamó la morena—. ¡Charlie tenía un hijo, Karen!
La rubia, Karen, soltó una risita.
—¡Que sorpresa, Tiffany! —dijo Karen, mirando a Caleb—. ¿Sabes? Cómo tu padre se ve tan joven, no sabíamos que tenía un hijo. Y menos de tu edad.
Caleb no dijo nada. Siguió mirando a las chicas, confuso. ¿Quienes eran? ¿Por qué estaban allí?
—¿Papá? —preguntó Caleb, en voz baja. Dejó la manzana mordida en la mesita que estaba junto a la puerta y se acercó al hombre sentado—. ¿Qué ocurre?
—Nada, no le pasa nada —sonrió Karen, haciéndole un gesto al chico para que se acercarse.
Caleb se acercó lentamente. Pero mientras se aproximaba, notaba algo raro en el ambiente. Cuando estaba a punto de tocarlo, Caleb se dio cuenta de algo raro. No era capaz de oír, ni de percibir de ningún modo, la respiración de su padre.
—Solamente lo hemos matado —le susurró entonces Tiffany en el oído.
Caleb se giró de golpe, conmocionado. Y lo hizo justo a tiempo para ver venir una especie de garra directa a su pecho. Se apartó a trompices y cayó al suelo de culo. Confuso, Caleb observó a las dos chicas, llevándose una sorpresa al ver que su aspecto había cambiado. La piel de ambas había palidecido. Sus ojos se habían tornado rojos. Sus piernas se habían convertido en dos cosas deformes. Una de ellas era como la de un burro y la otra era como una pierna humana, pero hecha de algo que parecía bronce. Unos afilados colmillos les sobresalían por la boca a ambas.
—¡Vampiros! —exclamó Caleb.
—¡No somos vampiros! —chilló Tiffany.
—Somos empusas —aclaró Karen, con una sonrisa diabólica. Caleb ladeó la cabeza, confundido.
—¿Eh?
Karen dio un chillido y se abalanzó sobre el rubio. Caleb, por instinto, le espetó.
—No te muevas.
Para su sorpresa, Karen le hizo caso.
—¿Se puede saber que haces? —le espetó Tiffany a su compañera. Ésta parpadeo, confusa.
—Yo...
Pero no pudo seguir. La puerta se abrió de golpe y por ella entró Chuck... sin pantalones y luciendo unas dignas piernas de cabra.
—¿Qué? —exclamó Caleb, cada vez más sorprendido.
—¡Sátiro! —exclamaron las dos ch... vamp... cosas.
—¡Muévete, Caleb! —gritó Chuck. Entonces le asestó una patada giratoria digna de Chuck Norris a Karen en la cara.
Karen se tambaleó hacia atrás golpeándose con Tiffany. Chuck aprovechó y tomó la mano de su amigo.
—Salgamos de aquí.
Caleb asintió y ambos salieron corriendo hacia la puerta principal. Pero, con una velocidad envidiable, Tiffany se plantó enfrente de ellos, enseñando los colmillos.
—No te vas a ninguna parte, mestizo —gruñó Tiffany.
—A mi habitación —dijo Caleb, dándose la vuelta.
Los dos amigos subieron las escaleras de y entraron en la habitación de Caleb. Chuck cerró la puerta antes de ponerse en el espacio que había entre la pared y el armario. Apoyó sus dos patas de cabra en la superficie de la madera del mueble, apoyando la espalda en la pared y empujó con todas sus fuerzas. Con un fuente estruendo, el armario cayó, bloqueando la puerta.
—¡La ventana! —advirtió Chuck.
Caleb, entendiendo el mensaje de su amigo, se apresuro a poner las contraventanas, antes de cerrarla. Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos, sumidos en la oscuridad. Después Caleb encendió la luz, mirando fijamente a Chuck.
—¿Qué está ocurriendo? ¿Qué eran esas cosas? ¿Qué eres, Chuck? —preguntó Caleb de forma atropellada.
—Calma, calma —le dijo Chuck—. Mira, estás cosas no se me dan bien, así que iré al grano. Yo soy un sátiro. Nosotros nos encargamos de buscar mestizos, o semidioses, y llevarlos al Campamento Mestizo.
—¿Semidioses? ¿Campamento Mestizo? —Caleb estaba cada vez más confundido.
—Semidioses —confirmó Chuck—. Verás... los dioses del Olimpo, los dioses griegos, están vivos. Existen de verdad. No son la invención de nada...
—¿Qué quieres decir? —preguntó Caleb, sintiendo una extraña anticipación dentro suyo. Algo se removía en su interior. Y no, no eran gases.
Chuck lo miró a los ojos.
—Tu madre es una diosa, Caleb —dijo Chuck con solemnidad—. Y el Campamento Mestizo es el lugar donde gente como tú, mestizos, van para estar a salvo de los monstruos. Esas dos, esas empusas, son monstruos.
Caleb se quedó en silencio. Su cerbero estaba asimilando las palabras que Chuck le acababa de decir. Su madre era una diosa. Chuck era un sátiro, una especie de guías cabras que llevaban a los semidioses como él a un lugar llamado Campamento Mestizo, para que estos estuviesen seguro de los monstruos. Unos monstruos como los que habían matado a su padre...
—Papá... —susurró Caleb, apoyando la espalda contra la pared. No podía creerlo. ¿De verdad lo estaba? ¿De verdad su padre había muerto? Pero si esa mañana lo había visto. Había hablado con él. Esa mañana su padre estaba vivo...
Pero ahora no susurró una voz en su cabeza. Ya no lo está.
La ventana estalló de golpe. Antes de que Caleb o Chuck pudiesen reaccionar, el primero sintió como unas garras se aferraban a su cuello y sintió que su espalda golpeaba con fuerza la pared.
—¿Creías que podías huir, mestizo? —le preguntó Karen en un susurro. Apretó más sus garras alrededor del cuello del rubio.
Caleb soltó un jadeo. ¿Iba a morir? Así parecía. Iba a morir como su padre.
Lágrimas empezaron a descender por su rostro, yendo a parar a las zarpas de aquel monstruo.
—¿Estás llorando? ¿El bebé tiene miedo? —le preguntó Karen con burla.
Pero las lágrimas de Caleb no era por el miedo. Era por la impotencia y la rabia. Karen y Tiffany habían matado a su padre, y él no había podido hacer nada. No había podido vengarse. Levantó su mirada al techo de su habitación, queriendo contemplar en realidad el cielo que lentamente se iba volviendo rojizo.
Si eres una diosa de verdad ayúdame suplicó en su cabeza. Quiero acabar con ellas.
—Vas a morir —canturreó Karen.
Quiero luchar. Quiero vengar a mi padre. ¡Ayúdame, mamá! lo último lo pensó casi con desesperación.
Entonces Caleb sintió como si una mano suave y cálida le acariciaba la mejilla, y en su mano izquierda sintió como le aparecía algo grande y frío. No lo pensó mucho y movió su mano hacía delante. Vio como los ojos de Karen se abrían con la sorpresa y sintió que las dos garras abandonaban su cuello. Dio una especie de gemido, entre incrédulo y de dolor, antes de convertirse en un montón de polvo dorado.
Caleb se quedó petrificado unos segundos. En su mano izquierda sujetaba una espada de doble filo hecha de bronce. Notaba su respiración irregular, así que cerró los ojos y se obligó a calmarse. Aún quedaba otra con vida. Y lo más seguro es que estuviese con Chuck.
A todo eso. ¿Dónde estaba Chuck?
El rubio corrió a lo que, minutos antes era una ventana en perfecto estado. Allí afuera, con las últimas luces de la tarde, Chuck peleaba contra Tiffany empleando una rama gruesa a modo de garrote. Tiffany cojeaba levemente, así que Caleb supuso que Chuck le había conseguido atizar un buen golpe. Pero la expresión mortal de Tiffany le indicaba al rubio que no se iba a rendir con facilidad.
Caleb se descolgó de la ventana y cayó sobre el tejado que había rodeando el primer piso. Lo recorrió y saltó por el otro lado, cayendo al jardín a cuatro patas. Se puso de pie y se acercó a los dos combatientes.
—¡Vas a morir, sátiro! —chillaba Tiffany, en una perfecta interpretación de Drama queen—. ¡Y luego me encargare de ese diosecillo! Espero que Karen halla dejado algo para mí...
—Pues creo que no vas a tener esa suerte —dijo Caleb de golpe, sorprendiendo a Tiffany.
Ésta se giró, solamente para alcanzar ver como el filo de una espada de bronce descendía sobre su cabeza. Apenas tuvo tiempo de abrir la boca antes de convertirse en un montón de polvo de oro, como su compañera monstruosa.
Caleb y Chuck se quedaron en silencio unos instantes.
—¿De dónde has sacado esa espada? —preguntó Chuck al final, rompiendo el silencio.
Caleb iba a responder. Pero sintió que su vista se le nublaba y cayó sumido en la oscuridad.
Cuando Caleb despertó, sintió un suave traqueteo debajo suyo. Confundido se incorporó, intentando ver algo. Parecía hallarse dentro de una furgoneta.
—Parece que ya has despertado —dijo una voz desconocida al lado suyo.
Caleb miró al lugar de donde provenía la voz. Era la de un hombre que iba en silla de ruedas.
—¿Quién eres? —preguntó Caleb. La última vez que había conocido a alguien, éstas resultaron ser unos monstruos sedientos de sangre. Así que era normal que no se fiase.
—Es Quirón —respondió la voz de Chuck. El sátiro se encontraba sentado en la parte delantera de la furgoneta, acompañando al conductor—. El director de actividades del Campamento Mestizo.
Caleb asintió, dando a entender que le había escuchado. Movió su pie derecho y éste se topó con algo. Lo recogió del suelo y fue entonces cuando se fijo en la inscripción que tenía en la hoja: πάθος.
—Páthos —leyó Caleb en voz alta—. Pasión —la respuesta le llegó sin que él se diese cuenta.
—Correcto. Te encontramos con ella —dijo Quirón—. ¿No sabes como te llegó a ti?
Caleb negó con la cabeza.
—Esto... ¿mi padre...
—Su entierro será pasado mañana —le informó Quirón. Caleb cerró los ojos. Había tenido la vana esperanza de que siguiese con vida. Pero no era así—. Lo siento —añadió Quirón.
Y de allí no volvieron ha hablar. El resto de ocupantes de la furgoneta parecieron entender que Caleb no quería hablar. Así que permanecieron en silencio hasta llegar al final del trayecto.
Bajaron junto a un pino y se encaminaron a la parte de arriba de una colina. Caleb apenas tuvo tiempo de contemplar el paisaje que había enfrente suyo cuando un resplandor rosa oscuro, casi rojo, cubrió su cuerpo.
—Eso ha sido rápido —murmuró Chuck.
—¿Qué pasa? —preguntó Caleb, algo nervioso. Habían empezado a aparecer un montón de chicos de entre nueve y diecinueve años, la mayoría vistiendo unas camisetas naranjas. Estos, sin ningún motivo aparente, habían empezado a inclinarse delante suyo—. En serio... ¿qué pasa?
Caleb se giró en dirección a Quirón, esperando saber la respuesta. Pero éste también había inclinado la cabeza, como en señal de reconocimiento.
—Salve, Caleb Lovelight —pronunció Quirón con voz solemne—. Hijo de Afrodita. Señora de las palomas, diosa del amor.
Caleb permaneció en silencio unos instantes.
—Esto... ¿es una especie de código o algo así? —murmuró Caleb a Chuck.
—No —negó éste—. Simplemente tu madre te ha reconocido. Normalmente tardan mucho más.
Caleb asintió, aunque no había entendido mucho la explicación de su amigo. Además, las miradas de todos le estaban empezando a sentir incómodo. Quirón lo debió de notar, ya que se giró a todos los campistas.
—Bueno, ya es suficiente —dijo en voz alta—. Todos de vuelta a la hoguera. Ahora.
Estaba claro que todos respetaban a Quirón, ya que se dieron la vuelta y se marcharon en dirección a la hoguera que resplandecía por el fondo.
—Vamos nosotros también —le propuso Chuck a su amigo.
Él y Quirón empezaron a avanzar hacía dónde estaba el resto de la multitud, pero Caleb se quedó algo rezagado. Dio un último vistazo a la carretera que se hallaba a sus espaldas, antes de empezar a caminar en dirección al comienzo de su nueva vida.
Hola gente.
Bueno, este fic ya tenía ganas de escribirlo. Sobre todo porque quería sacar a relucir a Caleb. Cómo habréis notado, este fic está basado en el futuro posterior a Los Héroes del Olimpo, ya que aparece Chuck Hedge, siendo su mejor amigo.
Espero que os haya gustado.
Se despide,
Grytherin18-Friki.
