Disclaimer: Inuyasha y compañía no me pertenecen, son de la magnífica Rumiko Takahashi. La trama es totalmente mía y está hecha sin fines de lucro.
Esto es un regalo para las niñas del círculo mercenario. La verdad es que sólo tengo un One-shot de la pareja, pero nada romántico. Esto ha sido nuevo para mí y la personalidad de Bankotsu no es mi fuerte. Sólo tendrá dos capítulos y un epílogo. Espero les guste y sin más blablablá las dejo leer.
Capítulo 1
Te necesito cuando despierto, cuando duermo, cuando respiro, te necesito cuando vivo.
Kagome Higurashi abrió los ojos despacio y con parsimonia. La luz era cegadora y el ligero olor a alcohol, mezclado con el aire acondicionado le inundó las fosas nasales. Escuchó que alguien a su lado se quejaba. Y enfrente un grupo de personas estaban reunidas alrededor de una cama. En ese momento terminó de abrir los ojos y observó el lugar con detenimiento. Cortinas blancas, corredizas. Paredes blancas y varias camas a su alrededor. Era un hospital.
Estaba confundida.
Estuvo varios minutos observando al grupo de personas y escuchando los quejidos de la persona a su lado. Hasta que por fin una enfermera entró y le tomó la temperatura.
—Qué alegría que ya haya despertado. —Kagome no contestó—, ¿Sabes cómo te llamas?
—Kagome —contestó sin reconocer su propia voz.
—De acuerdo, ¿Cómo llegaste aquí? —ella parpadeó un par de veces antes de intentar recordar. Sin embargo le fue imposible hacerlo. Las imágenes pasaban tan borrosas y confusas en su cabeza, tanto que lo único que lograban era provocarle un horrible dolor de cabeza. Además no sabía que diantres hacía ahí. ¡Dios!, quería ir a casa, quería ver a alguien conocido. Negó con la cabeza fervientemente.
—Yo no sé qué hago aquí. —se agarró la cabeza con ambas manos. La desesperación se apoderó de ella.
—Tranquila. No debes presionarte cariño. Ahora será mejor que te recuestes. —la enfermera le acomodó la almohada y le levantó la camilla para que pudiese quedar recostada—. Debes estar un poco confundida. Es normal.
—¿Lo es? —la enfermera sonrió y asintió—. ¿Hay alguien que conozca por aquí?
—Sí, tu esposo está afuera. Lo haré pasar.
Su esposo.
Asintió y luego la enfermera salió. Kagome recordó vagamente. Claro, su esposo Inuyasha debía estar preocupado por ella. Se tocó el cabello y palpó que estaba hecho un lío. Dios, que horror que él la viera de esa forma. Buscó su bolso, que de seguro debía estar por ahí y lo encontró en la silla. Sacó un lápiz labial y un espejo. También encontró un cepillo para el cabello. Después de quedar ligeramente presentable se reacomodó en la cama a esperar a que él entrara.
—Oh, Dios, no sabes lo preocupado que estaba por ti. Me haces tanta falta mi amor. —Kagome se alegró de verlo entrar con esa desesperación que un hombre enamorado podía demostrar por su mujer. Él la besó en los labios con pasión y a ella se le contrajo el estómago de alegría. Amaba a su esposo. Y que él estuviese ahí compensaba la confusión y aturdimiento que tenía.
—Inuyasha, ¿Cómo llegue aquí? —él la abrazó y luego se alejó de ella.
—¿No lo recuerdas? —ella negó. Inuyasha pareció sorprendido, entonces dejó escapar un suspiro y la abrazó—. Fue terrible. Por un momento creí que ibas a morir. Estabas tan preocupada por los preparativos para la cena que andabas corriendo por la casa. Y luego… —él detuvo sus palabras como si intentara tragar un nudo en su garganta—. Luego tú caíste por las escaleras y te golpeaste en la cabeza. Ha sido el peor día de mi vida. No sabes lo preocupado que estaba por ti.
Kagome trató de organizar las imágenes en su cabeza, pero por más que lo intentaba, todo era tan confuso. Tan extraño. Y no lograba recordar lo último que había estado haciendo. No recordaba nada de lo que había pasado; se llevó las manos a la cabeza intentando reprimir el dolor que la embargó.
—¿Te sientes bien? —ella asintió.
—Quiero ir a casa.
—Así será mi amor. Déjame arreglar las cosas para que podamos irnos.
Para la noche, Kagome ya estaba de regreso en su casa. Después de ciertos análisis le dieron de alta y pudo sentirse tranquila de nuevo al estar en un lugar conocido. El servicio doméstico la recibió con gran alegría y en cierta parte con preocupación. Es bueno recordar todas las caras, se dijo cuándo uno a uno le mostró su beneplácito al verla.
Después de tanto ajetreo, Inuyasha intervino para que la dejaran ir a descansar. La habitación estaba tan acogedora como recordaba. La cama, el lecho conyugal, su closet, su lámpara de noche. Un libro en uno de los burós, que ella no recordaba ni la primera página. Abrió el libro, la autora tampoco le era conocida, y la trama, ¡Dios!, no era del tipo que ella estaba acostumbrada a leer. Su confusión la preocupó. ¿Por qué no lograba recordar los últimos días antes del accidente?
—Te extrañé tanto. Tenía miedo de perderte —su esposo le rodeó la cintura con los brazos. La atrajo hacia él, hacia su pecho. Ella se regocijó con el aroma de su esposo. Era bueno recordar, era su olor tan familiar y tan reconfortante. Él la llevó al lecho y le hizo el amor de una manera que ella ni siquiera recordaba, pero que era espectacular. Era amor lo que sentía.
En ese momento no le importaba nada de lo que pasara. ¿Qué si no recordaba? Él estaba a su lado y era lo más importante. De hecho no recordaba haberse sentido tan feliz como en ese momento.
Los días que siguieron a esos fueron tan excitantes y placenteros como ese. Su esposo le trajo flores a diario, le hizo el amor de una manera enloquecedora y la amó de una manera sorprendente. Aun no recuperaba su memoria, seguía teniendo la laguna mental, pero ya se estaba acostumbrando.
Comenzó a regresar a su vida poco a poco. Atendió las cenas de su esposo. Demostró que era una mujer en toda la extensión de la palabra. Los accionistas llegaban a cenar cada dos semanas y cada que pasaba eso intentaba tener todo bajo control. Esa era la vida que recordaba. Ella complaciendo a su amado y su amado, enorgulleciéndose de ella.
Hasta que el pasado te alcanza.
—Señora, hay un hombre esperándola en el despacho del señor. —precisamente ese día tenía una de las cenas de negocios. Estaba escogiendo el menú y una de las chicas del servicio estaba parada en la puerta de su pequeño estudio. Kagome la miró por encima de las gafas y asintió.
—¿Te dijo cuál es su nombre?
—Bankotsu, señora. —Kagome trató de recordar ese nombre, pero no le parecía conocido de ningún lado, ni lograba imaginarse el aspecto del hombre. Observó el menú que estaba por terminar y lo dejó sobre el escritorio.
—Gracias, en un momento me reúno con él. —la chica asintió y cerró la puerta al salir.
Kagome se arregló el moño y se miró en el espejo para componer su aspecto. Se quitó las gafas y a continuación salió con rumbo al despacho de su esposo. La puerta estaba aconchada, al abrirla, el olor de los jazmines en un jarrón y el olor del café recién hecho le endulzó la nariz.
El hombre sentado en el sofá de la esquina se levantó en cuanto la vio entrar. A Kagome le pareció un hombre interesante, era guapo y de unos ojos azules preciosos, de cabello negro como el de un cuervo y la piel bronceada, las cejas pobladas y justas le daban un aspecto bastante masculino. Pero lo que en definitiva le daba ese aire interesante era el perfil de su nariz. Era de buena altura y su cuerpo parecía esculpido por el mismísimo Dios. Se quedó sin aliento al verlo. Era sin duda imponente. Pronto se dio cuenta del rumbo de sus pensamientos y se reprimió.
Era una mujer casada.
—¿En qué le puedo servir? —él pareció confundido. Luego sus manos se tensaron y los nudillos se le pusieron blancos—. Dios, ¿se encuentra bien? —fue a su lado y lo ayudó a sentarse de nuevo en el sofá. Sus manos se rozaron y una electricidad desconcertante la recorrió por todo el cuerpo.
—Kagome —murmuró él—, ¿qué te han hecho?
—No entiendo a qué se refiere. —contestó volviendo a recomponerse.
—¿No recuerdas absolutamente nada? —ella se sentó frente a él. Lo estudió de pies a cabeza. Siendo sincera consigo misma, aquel hombre se le hacía familiar de algún modo, pero era imposible recordar de donde lo conocía.
—Esto, pues, recuerdo. —arguyó mirando las tazas de café. Le extendió una a él. Éste miró la taza, pero no le hizo el menor caso posible.
—No, no es cierto. No me recuerdas. —él la miraba de una forma que podría parecer verdaderamente apasionada. A Kagome le dolió la cabeza intentando recordar de donde conocía a Bankotsu, pero era imposible. Las imágenes seguían confusas en su cabeza.
—Bueno, la verdad no sé quién es usted. —contestó al final de tanto darle vueltas al asunto.
—Kagome, mírame, soy yo. Bankotsu. —él se levantó del sofá y caminó hacia ella. Kagome se levantó tan rápido como él lo hizo poniéndose en guardia. Él se detuvo a dos pasos de ella. Con los ojos cristalinos y llenos de desesperación.
—Disculpa, pero yo... —se volvió para llamar al servicio y despedir al hombre.
—Por favor no me hagas esto. —él colocó las manos en su cintura. Deteniéndola. Deteniéndole la respiración en el mismo momento. De una manera tan perturbadora y descabellada. Era como si su cuerpo recordara lo que su mente no. Pero ¡Dios!, eso estaba mal, porque ella era una mujer casada, una mujer que debía fidelidad a su esposo. Y definitivamente, si alguien entraba y los encontraba en aquella posición, malinterpretaría las cosas.
Se alejó del hombre de un manotazo, tomándolo desprevenido.
—¿Qué le pasa? —él se alejó y negó con la cabeza. Luego volvió a acercarse.
—Estoy tan desesperado que no sé lo que hago. —la tomó de las manos y luego de la nuca. Atrayéndola hacia él.
—Si no me suelta ahora mismo me veré obligada a llamar a seguridad. —forcejeó contra el pecho de Bankotsu, intentando alejarse de su agarre.
—No, no lo harás. —concluyo él. Entonces la besó. Despacio y luego desesperado. Kagome abrió los ojos sorprendida. ¿Qué diantres le pasaba a ese hombre? Golpeó su pecho con los puños, pero él no se alejó ni un centímetro de ella.
Luego sin que pudiese controlarlo, su cuerpo despertó ante los labios arrebatadores de aquel extraño. Su carne ardía de una manera sorprendente. Y su interior gritaba por ser poseída ahí mismo en el centro del despacho. El olor de Bankotsu era tan embriagador y tan familiar, pero no recordaba nada. Sabía que era un error lo que hacía, porque él era un desconocido, pero ya había dejado de forcejear. Se estaba dejando llevar por el sentimiento que la embargaba. Por la pasión desenfrenada que le atolondraba los sentidos.
Cuando él la dejó, sintió desesperación. Y unas ganas inmensas de volver a la protección de sus brazos. ¿Por qué? Se preguntó mirándolo a los ojos. Él la miraba con dulzura. Luego comenzó a verlo borroso y fue cuando se dio cuenta de que estaba llorando.
Era un sentimiento desgarrador. Como un puñal que le atravesaba el pecho y las entrañas. El corazón le dolía, si es que eso era posible.
—¿Quién eres? —preguntó con la voz cortada por las lágrimas.
—Soy yo, Bankotsu. Debes recordarme mi amor. —ella negó y retrocedió. Tropezó con el sofá y cayó sentada sobre este.
—¿Por qué estoy llorando si ni siquiera te conozco?
—Porque si me conoces, pero no lo recuerdas. —ella se agarró la cabeza. Le dolía. Todo pasaba tan rápido que no era capaz de identificar lo que sucedía. Solo recordaba que estaba parada en las escaleras. Inuyasha estaba parado al fondo del pasillo y le extendía la mano mientras corría hacia ella. Y luego recordaba que todo le daba vueltas mientras rodaba escaleras abajo. Y… y ya no era capaz de recordar nada más.
—Salga de mi casa ahora mismo —pidió con la voz trémula, él volvió a acercarse a ella tratando de que se calmara.
—¿Prefieres que sea yo el que te pida que salgas de mi casa? —Inuyasha entró en el despacho hecho una furia. Empujó a Bankotsu hasta el otro sofá y tomó a Kagome en brazos.
—¿Estás bien? —ella negó mientras se agarraba la cabeza con fuerza.
—Me va a explotar. —murmuró de una forma ininteligible.
—Eres un imbécil. ¿Te das cuenta de lo que has provocado?
—Esto no ha sido mi culpa. Todo es tu maldita culpa. Por no haberla cuidado como era debido. —Bankotsu avanzó hacia él con la clara intención de quitarle a Kagome de los brazos.
—No te atrevas a dar un solo paso más o te vas a arrepentir. —a Kagome los sonidos le llegaban tan lejanos y distantes, y a la misma vez con una fuerza ensordecedora. La cabeza le iba a explotar. Las imágenes no dejaban de pasarle tan rápido, una tras otra sin ninguna coherencia.
—El que se va a arrepentir eres tú. Kagome no se merece esto, ni mucho menos tú engaño. —Bankotsu pasó al lado de ellos y se detuvo antes de salir—. Kagome, te estaré esperando y…
—Lárgate ya de una buena vez —gritó Inuyasha.
—Y cuando recuerdes, ya sabrás donde encontrarme —concluyó sin inmutarse por la interrupción. Como si Inuyasha no hubiese hablado.
Inuyasha salió segundos después del despacho y corrió escaleras arriba con Kagome en brazos. La depositó en la cama y mandó a hablar a su doncella. Le dieron una pastilla para el dolor y un tranquilizante que la dejó dormir un buen rato. Aunque ella realmente no durmió. Soñó.
Estaba parada en las escaleras, e Inuyasha al fondo del pasillo. La miraba con el ceño fruncido. Entonces en ese momento ella se giró y el piso le dio vueltas. Escuchó el grito de Inuyasha aunado a un par de maldiciones. Luego todo era confuso de nuevo.
Estaba perdida en un enorme mar de confusión donde Bankotsu se acercaba a ella con la mano intentando tocarla, pero entonces se desvanecía con las olas. Y ella volvía a quedar sumergida en una completa oscuridad y desesperación.
Continuará…
Hola preciosas mercenarias. Como dije en el grupo y al inicio del capítulo. Esto es un nuevo reto. Tal vez el personaje esté Ooc, pero la verdad es que no he trabajado mucho con él y su personalidad no es mi fuerte. De hecho creo que todos están Ooc. Al menos espero les guste.
¿Me lo dejan saber en un review?
Con cariño Danper
