Un lugar soleado.
(NaruHina/ One-shot)
Ella era débil.
Tenía la voz suavecita, la lengua torpe y el alma limpia. Era sutil, no deseaba gritar para que la oyeran ni ser la más hermosa para que la miraran. Ella se conformaba con estar tranquila, haciendo ungüentos y prensando flores con su madre, pero el destino le arrebató a su pilar y cuando una taza de porcelana se cae, se rompe.
Ella se rompió.
Lloraba sin lograr parar, su joven corazón atiborrándose de penas y temores. Los ojos intransigentes de su padre le hacían temblar y en vez de lograr impresionarlo, hacía totalmente lo contrario, convirtiéndose así en la vergüenza del clan y una decepción para Hiashi.
Y un silencio la hería.
Cada uno de sus silencios fue como cuchillas que tú mismo has escondido en tu cuerpo, con el conocimiento de que tarde o temprano te harás daño con ellas. El sentir el constante odio de parte de su protector, quien había jurado dar la vida por ella, le partía un poco más la esencia. Ella se iba apagando, lento pero definitivo, su voz dulce ya no resonaba en ningún lado y las flores del jardín se habían secado.
No así sus lágrimas.
¿Por qué no podía parar de llorar? Era un desespero agónico no poder controlar sus emociones, todas estas al estar tan apretadas dentro suyo apenas veían la oportunidad salían disparadas hacia el exterior, en forma de incesante llanto. Se comenzaba a odiar, un odio profundo hacia sí misma por el hecho de no poder ahogar sus emociones, no poder aplastarlas dentro suyo y poner una máscara en su rostro, se le hacía tan imposible y ya se le estaban acabando las opciones.
Hinata iba perdiendo su luz.
Corrió en contra de los rayos del sol sin cesar, sintiendo sus lágrimas más frías que nunca cuando chocaban contra el viento. Corrió, corrió y corrió, como si así lograra dejar los problemas bien atrás. Corrió tanto que de pronto se halló sola en la obscuridad, no sabía dónde estaba y no era como si importara, el lugar parecía estar en armonía con su interior.
Todo tinieblas, todo apagado, todo dolor.
Presenció claramente como la última gota de su esencia se escapaba de su ojo para besar sus mejillas, esperando la inevitable caída contra el frío suelo. Ya estaba, eso era todo, lo último de su suavidad, sonrisa fácil y sonrojo intenso moriría cuando esa lágrima impactara contra el suelo.
Ya no más debilidad, no más suavidad, no más sentires, no más luz.
—¿Hinata?
La voz preocupada de Naruto no logró exaltarla ni moverla de su lugar, su rostro se hallaba inexpresivo mientras esperaba que la última lágrima cayera, mas esta tardaba demasiado y las tinieblas que la rodeaban parecían ser perturbadas por la presencia del Uzumaki.
"Por supuesto que hasta las tinieblas le temen, pues él es todo luz..." pensó.
—Hinata, ¿te ha pasado algo? ¿Por qué estás en el suelo?
"¿Ahora yo deberé mostrarte mi espalda, Naruto-kun?"
—Hinata, Hina, dime algo, 'ttebayo.
Un pinchazo atravesó el roto corazón de Hinata.
—¿Por qué...?—musitó despacio, casi inaudible.
—¿Qué dices, Hinata?
—¡¿Por qué?!—gritó desde el fondo de su alma empañada, poniéndose de pie y tomando a Naruto por la chaqueta—¡¿Por qué todo ha tenido que ser así?! ¿¡Por qué sigo en este mundo en el que sólo los fuertes viven!?—un río de lágrimas corrió, mas estas no caían al suelo, sino que se perdían en el cuello de la chica que golpeaba el pecho del héroe de la aldea— ¡No tengo propósito, no tengo razón! Todo lo que he hecho es sentir dolor y aferrarme desesperadamente a tu espalda, ¡pero siempre caminas tan lejos de mí! ¿¡Por qué!?—el llanto rompía su garganta y sus puños estaban tan apretados que chorreaban sangre. La mirada de Naruto estaba velada—Una deshonra, tan débil, sólo cayendo y llorando sin parar, incapaz de botar mis sentimientos para convertirme en eso que todos siempre han deseado, en lo que necesitan...Naruto-kun, ¿por qué has venido? Estaba a punto, casi logré mi cometido, un segundo más y ya no existiría esta Hinata, sería fuerte y todo lo que han querido de mí. ¿Por qué...?
—Por que eres mi lugar soleado, y debo evitar que caigas en la obscuridad.
Hinata sintió como si un poco de aire puro entrara a sus pulmones, refrescando su oprimido pecho. El viento sopló solemne y las hojas cayeron suavemente alrededor de ellos.
—Naruto-kun, yo no soy nada importante para ti. Si me perdiera a mí misma no importaría, tienes a tus amigos que te aman y seguramente ellos...
—Te equivocas Hinata, no sabes cuánto te equivocas.
Se atrevió a abrir los ojos, pero aún seguía con su cabeza oculta en el pecho de él, sin soltarlo todavía. Pudo sentir como respiraba pesadamente y esto logró aturdirla un poco.
—Nunca lo he demostrado, lo sé, pero tú para mí siempre has sido más.—su voz tembló ligeramente y Hinata abrió los ojos bien grandes, no dando crédito a lo que oía— Puedo parecerlo, pero no soy estúpido. Tus sentimientos siempre me han perseguido y acunado cuando me siento solo, tus ojos brillan cuando me miras y tu voz se torna más suave cuando me hablas. Todo esto me ponía en un estado de confort, se sentía tan bien recibir todo ese amor... Pero yo nunca te di nada. Por mi propio placer olvidé que tú también sientes y vives, que dependías de mí porque soy tu esperanza y tan preocupado estaba con mis propios asuntos que no pude ver que poco a poco tu llama se fue extinguiendo. De repente me sentí solo, abatido, y recordé tu dulce voz animándome, y para salir de mis tinieblas quise acudir a mi lugar soleado que sabía siempre estaría para mí... Y ahora resulta que he llegado a salvarte a ti de la obscuridad.
Las manos de Naruto nunca fueron delicadas ni suaves, eran toscas y torpes, pero cuando tomó con sus dedos el mentón de Hinata para levantarle el rostro lo hizo con la mayor delicadeza que podía poseer. Entrecerró los ojos y sonrió abnegado, perdiéndose en esos ojos blancos violáceos que brillaban por las lágrimas derramadas. Hinata quiso acabar con todo eso, dejar las últimas gotas de su esencia caer antes de que las palabras de Naruto calaran hondo, pero sus deseos se vieron frustrados cuando con los dedos pulgares, el hijo del cuarto Hokage le limpió todo rastro de lágrimas.
Débil, quebrada y humana.
—No, Hinata, no eres débil; eres tremendamente fuerte.—declaró él dejando en claro que la conocía tan bien como para leerle el pensamiento— Has aguantado todo este tiempo tú sola, estabas a punto de convertirte en eso que siempre te han dicho que debes ser, sólo para complacerlos. No eres egoísta, diste tu vida para salvar la mía, y te conformaste con poder expresar con tu sacrificio tus sentimientos. Hinata...yo quiero que te sanes—pronunció, acariciando los pómulos de la chica y acercándose sutilmente—no quiero ser tu cura; tú puedes sanarte sola. Quiero ver cómo te vuelves a levantar, quiero motivarme y sentirme contagiado de tu fuerza y determinación, quiero ser parte de esa luz que proyectas y poder regocijarme en tu hermosa alma, tan limpia y humana. Yo quiero todo eso, lo deseo, es por eso que soy un egoísta, y está bien para mí si puedo obtener todo lo que deseo recibir de ti...Y disfrutar de aquel lugar soleado que eres para mí, donde siempre podré refugiarme.
Con su dedo limpió la última lágrima y determinado tomó una suave mano entre la suya, ignorando la inocente sangre y dispuesto a curarla aunque había dicho lo contrario, emprendiendo un camino donde ambos se encontraban lado a lado, no mirando la espalda del otro, avanzando juntos y dejando atrás a la infinita obscuridad.
Para llegar a su lugar soleado.
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