El sol alumbró su camino al llegar al Santuario de Atenas.
El cansancio de su viaje no resultaba enteramente del esfuerzo físico que éste le había significado, ni del combate que había enfrentado, sino también el agotamiento emocional de una batalla que, literalmente, le había puesto fragmentos de su vida delante de sus ojos.
Sus pies resonaron por la Calzada del Santuario, aún desierta, salvo por los soldados que habían sido los vigilantes nocturnos y que esperaban ansiosos el cambio de guardia. Bajo su manto llevaba aquello por lo que había sido enviado, aunque las circunstancias de su combate lo habían obligado a no cumplirla tal y como se lo hubieran pedido. Observó como los soldados lo observaban con esos ojos asustados que producía en la gente.
Temido. Odiado. Despreciado. Tal era el destino que había tenido que enfrentar. Un paria en medio de un Santuario que, por muy seguro que fuese, guardando secretos terribles, se convertía en un infierno de rumores que podían acabar con la reputación de cualquiera.
Había aprendido a caminar con gesto adusto entre la gente, pues si bien no todo mundo conocía cuál era su rango dentro de la pequeña Ciudad-Estado, se rumoraba que la tragedia lo rodeaba. En medio de la revuelta que enfrentaba en estos momentos Su Santidad y las incontables muertes que se habían sucedido, el endurecimiento de los derechos civiles en los pueblos de Athene y Rodorio, no habían sido suficientes para distraer la atención de la gente para que lo tomase como uno más de ellos.
No. Meditó.
No era un hombre que no tuviera oportunidad de hacer nada. Había recibido una orden para visitar al nuevo Patriarca, una vez más. Y suspiró. En los últimos días sus deberes habían aumentado. Tal era su misión, tal era su maldición.
Ser llamado a ser la justicia implacable de Athena: El Verdugo del Santuario.
POLLUX DIOSCUROS presenta:
CRÓNICAS ZODIACALES: ESCORPIÓN:
NATURALEZA
Capítulo 1: IntocableUbicada en medio del Mar Mediterráneo, existe una Isla que los mapas y las cartas geográficas marcan como deshabitada. Fuerte e indómita, la Isla Kanon, como es llamada, tiene como barrera natural, en su configuración casi perfectamente redonda, un volcán activo en su centro.
La inusual actividad electromagnética alrededor de la isla es atribuida al explosivo coloso, haciendo que tanto navíos como aeronaves procuren no pasar cerca de la misma. Algunos de los expertos navegantes de los cielos y los mares, parecen no estar muy convencidos ante estas explicaciones, pues entre ellos intercambian las informaciones de reiteradas zonas, sobre todo en los alrededores de Grecia, que comparten estas características, aún en sitios donde no existían condiciones geográficas parecidas.
Lo verdaderamente cierto, es que Kanon era una de las extensiones que El Santuario de Athena en Grecia, poseía. Increíble como pudiera parecer, una aldea de devotos de Athena, con la misión de resguardar aquel sitio de entrenamiento y recuperación para los Santos de Athena, existía allí desde tiempos inmemoriales. La aldea Kanon, único nombre con el que solían referirse a ella, no era ajena, a pesar de gozar de la protección directa de una Diosa, a vivir las tragedias humanas inherentes a la presencia de los hombres.
Un grupo de hombres, ataviados con chitones1 blancos y cubiertos por himationes2 rojos de grecas doradas, que designaban su rango de funcionarios del Santuario, levantó una nube de polvo alrededor de su presencia que se aproximaba a caballo a la aldea. Algunas aves de corral y perros corrieron para evitar ser arrollados por la comitiva que se detuvo frente a una casa de apariencia humilde, desde donde salió un hombre de aspecto maduro, casi calvo, de piel bronceada y mirada noble.
"¡Bienvenidos sean, señores!" pronunció el hombre sinceramente haciendo una reverencia respetuosa. "¡Qué Niké les corone! ¿A qué debemos el honor de la visita de Excelencias del Santuario?"
Uno de los hombres detrás del que encabezaba la comitiva, bajó rápidamente de su caballo luego de que el obvio líder del grupo lo mirase discretamente y se acercó hacia el jefe que los recibió, mientras que algunos de los habitantes de Kanon se aproximaban a rodear el lugar ante el recibimiento inusual de tantos visitantes.
"Menalippus3" dijo el hombre que se aproximara al hombre maduro. "¡Qué Niké te corone!" exclamó correspondiendo con otra reverencia respetuosa al hombre que era el Jefe de la Aldea Kanon. Buscándose entre las ropas, el jinete extrajo un rollo de papel que presentaba el sello Patriarcal, extendiéndoselo al hombre de piel morena. "Su Santidad nos ha hecho venir, por favor, lee esto."
Menalippus tomó el papel, sospechando ya las causas que habían llevado a aquellos hombres hasta allá, alegrándose, puesto que era algo que había rogado a Athena que ocurriera desde hacía mucho tiempo. Extendiendo delante de sus ojos el pergamino, el líder de Kanon pudo comprobar que sus sospechas eran ciertas, y que la respuesta a sus ruegos al fin había llegado.
"¡Bendita sea Athena que escuchó mis súplicas!" exclamó el hombre maduro enrollando de nueva cuenta el pergamino. Mirando hacia el líder del grupo, Menalippus dijo. "Ha venido por el niño."
Los hombres observaron con atención la reacción de la gente al escuchar aquellas palabras. Los grupos de curiosos que se habían formado a sus alrededores parecieron estremecerse ante aquella declaración, haciendo que se deshicieran nerviosamente esparciéndose por los alrededores o introduciéndose a sus humildes viviendas.
"Sí, así es. ¿Dónde está?" preguntó finalmente el líder del grupo, mientras que su comitiva, conformada por otros siete hombres, se miraban entre sí confundidos, sin explicarse la causa de la reacción de la gente.
"Como Su Santidad ordenara en su anterior misiva, él ha sido mantenido apartado del resto de la población. Es muy peligroso aproximarse hasta él."
El líder del grupo alzó una ceja al escuchar aquellas palabras, maldiciendo el hecho de que no se le informara sobre los riesgos que corría al ir por un niño a una isla. Jamás pensó que por ello le hubieran dado una comitiva de siete hombres.
"¡Tráigalo inmediatamente!" ordenó el hombre. "Hemos llegado temprano pues deseamos regresar al Santuario para esta misma noche, Su Santidad recibirá al niño el día de mañana."
"¿Su Santidad?" preguntó Menalippus. "Su Excelencia..." dijo de forma respetuosa, aproximándose al hombre que diera la orden. "...Me gustaría saber, ¿qué harán con él?"
El hombre, líder del grupo respondió de manera escueta.
"Menalippus, únicamente porque es usted un hombre que goza de una reputación tan buena entre la gente del Santuario es que le responderé a esta pregunta, sin embargo, esto será en el interior de su habitación, la respuesta es muy confidencial."
"Comprendo" asintió Menalippus. "¡Helena!" exclamó el hombre a una mujer de piel blanca y cabello castaño.
"¿Sí, padre?" preguntó ella.
"Lleva a Helen a dar un paseo" dijo el líder de la aldea a su hija, la cual comprendió que su padre ordenaba esto buscando discreción para hablar con el enviado del Papa.
"Sí, así lo haré."
"Por favor, Su Excelencia, pase por aquí" dijo el hombre señalando el camino al representante del Santuario.
Una vez dentro, Menalippus ofreció una copa de vino al recién llegado. El líder de la comitiva bebió el contenido, mientras que el líder de la aldea lo observaba.
"Debe de ser un niño especial, ¿no es cierto?" preguntó el líder de la comitiva al Jefe de la Aldea de Kanon. "No todos los días se mandan a ocho hombres del Santuario a recoger a alguien que el propio Patriarca quiere ver."
Menalippus escuchó con gravedad las palabras, asintiendo.
"Es un niño muy inusual, ciertamente" respondió Menalippus. "Su Excelencia, ¿a qué es llevado al Santuario?"
El hombre le miró de vuelta y respondió.
"Su Santidad ha dicho que es un Elegido." respondió. "Será entrenado para convertirse en un Caballero de Oro."
Las palabras del hombre hicieron que Menalippus sonriera. En su rostro pareció dibujarse una especie de alivio difícil de explicar para el líder de la comitiva que procedía de Grecia.
"¡Alabada sea Athena y su infinita misericordia!" dijo el padre de Helena. "¡Nada ocurre en este mundo sin la voluntad de los Dioses!"
"Menalippus" interrumpió el hombre a caballo. "Dígame, ¿cuál es el nombre del niño?" preguntó.
El cuestionado cambió su gesto de alivio por uno de genuina pena.
"En realidad, el niño no tiene nombre" respondió Menalippus. "Aunque yo suelo decirle 'Paidi'4"
"¿Cómo? ¿Por qué?" preguntó extrañado el hombre de capa roja5.
"Únicamente puedo decirle que es a causa de eso que lo hace tan único, Señor" explicó Menalippus lamentando. "Algo que ha marcado a este niño desde su nacimiento."
"¿Qué es?" preguntó el hombre a Menalippus, totalmente asombrado ante estas respuestas. "¿Por qué es tan temido este niño?"
Menalippus guardó silencio y se limitó a responder.
"La tragedia suele seguir a este niño, dondequiera que esté."
"¿Desde su nacimiento?" se preguntó el hombre al escuchar aquellas palabras, dejando escapar una gota de sudor que recorrió su sien. "¡Tráigalo!"
"En seguida" respondió Menalippus tranquilamente. "Voy por él." El hombre salió de la habitación por una puerta trasera, que lo condujo hasta un pequeño cuarto. "¡Paidi!" exclamó, buscándole. Escuchó un sonido detrás del camastro de la habitación, logrando intuir Menalippus que ahí se encontraba el pequeño, escondido. "Paidi, ven, sal a la luz."
Desde detrás del camastro y en la penumbra, ya que tenía cerradas unas improvisadas cortinas sobre la ventana, una pequeña cabeza, cubierta de cabellos azules se asomó. Sus ojos parecían denotar pena y tristeza. De piel sumamente blanca, el niño se levantó finalmente del todo. Menalippus observó la mano del niño, sosteniendo una liebre muerta entre sus dedos. Mirándole de vuelta, el pequeño declaró.
"¡No lo quería hacer, Menalippus!" exclamó. "¡Lo juro!"
Sonriendo compasivamente, el hombre rogó por su propio bienestar a Athena, conociendo que el final de su misión con aquel pequeño había llegado. Acercándose, tomó la liebre para dejarla a un lado y lo tranquilizó.
"¡Vamos, vamos!" dijo el hombre acariciando su cabeza. "Yo lo sé, no debes preocuparte."
"¡Quiero irme de aquí! ¡Quiero ver a Athena y preguntarle por qué me ha hecho así como soy, Menalippus!" exclamó Paidi. "¡Nadie me quiere y estoy muy triste de vivir solo!"
Menalippus sonrió con simpatía al pequeño. Sabía que su tristeza era auténtica, pero que ahora todo cambiaría. Ahora iría en presencia de El Patriarca y sería entrenado para ser un Santo Dorado.
"Paidi, Athena ha escuchado tus ruegos" reveló el hombre, mirando al niño. "Han venido unos hombres para llevarte de aquí y conducirte a la presencia del Representante de La de los Ojos Grises en nuestro mundo." Paidi miró hacia el hombre con la esperanza reflejada en sus, antes totalmente tristes, ojos. "¡Y serás llevado a conocer tu destino! No reniegues de tu naturaleza, puesto que nada ocurre en este mundo sin que tenga un motivo o propósito, Paidi."
El niño asintió. Miró de vuelta al hombre de ojos compasivos y dijo.
"Yo sólo deseo no estar solo, nunca más."
"Eso podrás preguntárselo al Patriarca, un hombre muy sabio y compasivo que te está esperando. Tendrás que tranquilizarte, Paidi, para que no ocurra nada... malo, en tu viaje hacia El Santuario." dijo Menalippus con tranquilidad, mientras que el niño bajaba su mirada sabiendo perfectamente a lo que el hombre se refería.
"Así lo haré, Menalippus. Por favor, venda mis ojos." dijo el niño, intentando mantener un gesto de tranquilidad.
"Muy bien" aceptó el hombre, cogiendo una venda. Tomando entre su mano el rostro de Paidi, Menalippus sonrió hacia el niño, que había asumido una postura valiente al enfrentar su destino. "¡Qué Niké te corone, pequeño Paidi!"
Minutos más tarde, Menalippus entró con el pequeño de alrededor de cinco años conduciéndolo de la mano.
"¿Pero qué?" cuestionó el líder de la comitiva. "¿Es ciego?"
"No." replicó Menalippus. "Es una medida de precaución. No deben quitarle la venda en el camino."
El hombre observó al pequeño con una sensación de extrañeza ante lo inusual de toda la situación.
"Está bien, así lo haré" mirando a Menalippus, el hombre hizo una reverencia y agregó. "Por favor, tráigalo hasta acá afuera para encargarlo a uno de mis hombres."
El líder de la aldea obedeció. Los hombres del Santuario observaron como su jefe salía junto con Menalippus acompañados por aquel niño, del cual, ya habían escuchado varias historias mientras que su líder hablaba en el interior de la vivienda. La sola presencia del pequeño hizo que muchos corrieran despavoridos, mientras que los soldados maldijeron no poder hacer lo mismo.
Paidi no lo decía, pero a pesar de tener sus ojos vendados podía distinguirlos a todos ellos, incluso, sentir por momentos algunas sensaciones que podía percibir de parte de la gente que lo rodeaba. En toda su vida siempre había sido lo mismo de parte de la mayoría de la gente: desprecio, temor, rechazo. Pero Menalippus le había dicho que sería llevado de ahí y en su corazón pensó que todo cambiaría al fin. Los sentidos agudos del niño permitieron que pudiera moverse prácticamente sin ayuda.
"¡Gracias, Menalippus!" exclamó el líder de la comitiva, dando media vuelta y despidiéndose.
"¡Paidí!" gritó Menalippus. "¡No te rindas jamás!"
El niño sintió un vuelco en el corazón al dejar a la única persona que jamás lo hubiera tratado amablemente. Sabía que Menalippus le temía, pero que su valor y su compasión, siempre habían sido más fuertes para con él. Ahora que lo dejaba, comprendía cuánto le había importado aquel hombre que le hablaba consolándole, cuando le decía que Athena era la Diosa compasiva que tenía respuesta para todo.
"¡Adiós, Menalippus!" respondió el niño agitando su mano nostálgicamente de vuelta hacia donde sabía se encontraba aquel hombre amable. "¡Adiós!"
El viaje no fue muy agradable para Paidi, pues no encontró nada muy diferente entre los hombres que lo trasladaban hacia el desconocido Santuario. Algunos lo trataban toscamente, otros, se limitaban a intentar a ser amables, pero hablaban tan apresuradamente que por momentos difícilmente les comprendía.
Se había tapado los ojos, pero el resto de sus sentidos podían percibir lo que ocurría; sabía muy bien que entre los hombres echaban suertes para ver quién de ellos sería el desafortunado que iría a encontrarse con aquel niño al cual, para variar, ya le habían hallado un mote despectivo, como siempre ocurría. Ahora sabía que era "Thanasimos", el letal. Al llegar a lo que adivinó era un barco, fue conducido a una parte hacia atrás del mismo, sobre la cubierta, mientras que le decían que le habían puesto su comida ahí mismo. Los pasos apresurados del hombre que le había llevado los platos aún se escuchaban cuando Paidi retiró el vendaje sobre sus ojos.
Delante de él, se encontró con el mar y la vista de la Isla Kanon y su volcán llameante a lo lejos, envolviéndose en una especie de niebla que levantaba el propio calor bochornoso del Mediterráneo. El sonido de las olas era lo único que escuchaba, además de la superficie del mar rota por el paso del navío en el que iban, que se mecía de arriba hacia abajo para reiniciar su movimiento una y otra vez. Era la primera vez que salía de aquel patio donde le habían conservado desde que recordaba, y de pronto, la isla se le antojó tan pequeña, con todo y su volcán, al encontrarse en medio de la vastedad del mar. Temió. Sintió un estremecimiento preguntándose si en verdad se iba a encontrar con un futuro glorioso como el que Menalippus le pintara en sus palabras o, si acaso, no había sido todo sino una manera de deshacerse de él. Mirando hacia su lado, encontró los platillos que debía de comer y comenzó a hacerlo, a pesar de sentir revuelto el estómago.
El día, como el barco, siguió su curso.
Paidi abrió los ojos luego de un rato de haberse quedado dormido, pudo sentir que la embarcación se movía un poco más fuerte que como lo había hecho hasta hacía poco. Miró hacia el mar, y observó que el atardecer ya caía, pintando de rojo el cielo en un espectacular crepúsculo que lo hizo sentir la soledad más inmensa.
Escuchó como los hombres corrían de un lado al otro intentando controlar el navío, eso sí, siempre evitando la popa, lugar donde se encontraba. Pudo también definir que la causa del movimiento del barco, el cual hacía que su estómago se sintiera ahora más revuelto, se debía a la proximidad de algunas rocas que pegaban contra un risco enorme.
"¡Ya estamos en Cabo Sunion!" escuchó gritar a uno de los hombres. "¡Hemos llegado al Santuario!"
"¡Prepárense para el descenso en unos momentos!" vociferó otro hombre, que tenía la voz de aquel que estuviera dentro de la casa de Menalippus. "¡Hipólito, apresúrate y ve por el niño!"
Paidi escuchó sabiendo que se referían a él y procedió a vendarse sus ojos, antes de hacerlo, observó como el disco solar parecía ahora hundirse en medio del mar, mientras que algunas estrellas ya se dibujaban en el cielo.
"¡Qué mal!" exclamó uno de los hombres en su camino hacia el complejo central del Santuario mientras andaban en el caballo. "¡Ya deseo llegar al Santuario y que amanezca pronto para poder dejar de ver a este maldito mocoso!"
"¡Silencio, silencio!" respondió otro. "Que no te escuche Philipus o te arrancará la lengua de un solo tajo."
"¡Bah!" se escuchó decir a otro. "¿Philipus? ¡Si él ni siquiera se ha aproximado al niño! ¡Tiene tanto o más miedo que nosotros!" añadió aquella voz insolente. "No creo que se encuentre convencido de que esté seguro cerca del Thanasimos." dijo. "¡De hecho, no ha dejado de tomar de su cantimplora en todo este tiempo!" Agregó mordazmente. "¡Está dándose valor con el vino de casa!"
Hubo varias risas.
"Bueno, si es así..." especuló otro de aquellos hombres. "¿Por qué no hacer lo mismo? ¡No podrá decirnos nada!"
"¡Tienes razón!" dijeron los demás.
Conforme fueron avanzando, el camino se fue haciendo más pesado para Paidi y más ligero para los hombres que fueron olvidando el temor que sentían hacia aquel pequeño descrito como "el letal".
El aire traía consigo aún la canción del mar, pero cada vez esta era más lejana. El grupo paró cuando el aire enfrió y la luna había llegado a lo más alto del cielo. Paidi pudo escuchar cómo levantaban algunos pabellones para dormir, y encendían un fuego alrededor del cual todos se reunieron para seguir bebiendo y celebrando que habían llegado con vida a pesar de tener que proteger a "un pajarraco de mal agüero". El niño se sentó, con los ojos aún vendados en un rincón detrás de una tienda, poniéndole una miserable fogata y olvidando darle de comer más que un vaso de latón de agua y un pan.
Paidi comió lo que le dieron de mala gana, dejando el pan escupiéndolo al sentirlo lleno de moho. El temor había dado lugar al rechazo y al escarnio que trae el desprecio. Rodeó poco a poco con sus brazos sus piernas, mientras que esperaba que los hombres acallaran sus voces y lo dejaran. De pronto, escuchó carcajadas de algunos de ellos que se movían torpemente hacia donde él se encontraba, él fingió estar dormido.
"¡Este niño es un asesino!" escuchó que uno de ellos decía. "¡De seguro que lo hemos escoltado hasta aquí porque es una amenaza y El Patriarca ordenará que se le encierre! ¡No puede ser posible que una alimaña como esta pueda vivir!"
"¿Escucharon lo que decían en Kanon?" preguntó otra voz que mostraba la misma torpeza que la anterior, producto de haber ingerido alcohol. "¡Donde se para este mocoso siembra la muerte y sigue la desgracia!"
"¡Nadie lo quiere!" gritó otro. "¡Agradecieron a los Dioses que nosotros fuéramos por él y los rescatáramos de un monstruo como éste!"
"¿Qué clase de bestia pudo dar por nacimiento a una cosa como estas?" preguntó otro más.
Paidi comenzó a apretar sus ojos intentando contener las lágrimas ante aquellas palabras tan crueles. ¿Por qué? ¿Por qué le decían eso si él jamás había querido hacerle daño a nadie? ¡Él no les había hecho ningún daño a ellos! Y sus palabras, vomitadas a través de bocas que se habían hecho valientes a costa del vino y ante un pequeño que no ofrecía ninguna amenaza, fueron haciéndose cada vez más hirientes.
"¡Momento!" dijo uno, ordenando silencio. "¡Miren!"
El cuerpo del pequeño de cinco años se estremecía a causa del frío, el temor y el llanto. Sus lágrimas podían verse atravesar la tela de los vendajes que cubrían sus ojos.
"¡Está llorando!"
Todos carcajearon burlándose de la reacción del niño.
"¡Es cómo ver a un alacrán llorar porque es una maldita alimaña venenosa!" exclamó uno de ellos.
"¿Se imaginan?" preguntó uno de ellos. "¡Dicen que su nacimiento maldijo a su familia y que por eso es huérfano!"
Sin poder soportar más, Paidi se levantó arrancándose la venda y echando a correr a través del campamento, llorando.
"¡Déjenme!" gritó. "¡Déjenme!"
Todos quedaron carcajeando, embrutecidos por el alcohol.
"¡Oigan!" exclamó otro. "¡No podemos dejar que se vaya, si no, Philipus se molestará con nosotros!"
"¡Maldita sea!" respondieron algunos. "¡Yo no voy!"
"¡Dejémoslo a la suerte!"
Paidi respiraba agitado mientras caminaba entre los caballos que se agitaron a su paso. Una tenue luz dorada parecía emerger del cuerpo del niño que limpiaba sus ojos, intentando hacerse el fuerte. Sabía que era despreciado, pero nunca había estado tan expuesto a las burlas de la gente, siempre seguro, en su lugar a salvo cerca de la choza de Menalippus.
"No sé si fue buena idea venir aquí..." dijo finalmente. "¿Porqué me hiciste irme, Menalippus? ¿Te querías deshacer de mí? ¡Maldito! ¡Y maldita sea la vida que me ha hecho así!" prorrumpió con coraje, con temor contenido que encontró una válvula de escape que explotó incontenible. Los caballos comenzaron a agitarse, cuando Paidi pareció comenzar a vibrar, cada vez más, y mostrando una calidad ausente en sus ojos llenos de lágrimas.
Del otro lado del campamento, Philipus salió de su tienda para hallar que sus hombres se encontraban ausentes.
"¡Hipólito! ¡Hipólito!" exclamó el capitán, llamando a su brazo derecho. "¿Dónde demonios están?"
Los hombres, asustados, olvidaron su ebriedad para presentarse ante el líder de todos ellos.
"¡Señor!"
"¡Partida de imbéciles!" exclamó Philipus al observarlos en tan avanzado estado de embriaguez. "¡Les permití tomar pero no para que se pusieran como las bestias que son! ¿No tienen decoro? ¿Dónde está el niño?"
Uno de ellos mostró la venda que cubriera los ojos de Paidi mientras decían.
"Señor, escapó."
"¿Qué palabras has dicho?" preguntó Philipus recordando la advertencia de Menalippus al respecto de la peligrosidad de que el niño anduviera sin sus ojos vendados. "¡Búsquenlo inmediatamente!"
Un grito vino desde donde se encontraban los caballos, mientras que varios de las bestias pasaron corriendo, creando caos, alrededor de ellos, apagando el fuego y tirando algunas tiendas. Philipus, abriéndose paso a través de la confusión y del temor, avanzó hacia el sitio donde escuchó de donde había provenido el grito del niño. Llegando a la escena, halló al pequeño de cabello azul brillando en energía dorada mientras que sus ojos parecían blancos, en medio de una especie de frenesí. Delante de él, dos caballos caídos, arrojaban espuma mientras se convulsionaban.
"¡Por el veneno de Pitón!" maldijo Philipus al encontrar la escena. Moviéndose con cautela, el hombre se aproximó hasta el niño que tenía fija la vista hacia donde se encontraban las bestias moribundas. "¡Para! ¡Detente ya!" Ordenó.
Paidi no pareció hacer caso. Desesperado, Philipus volvió al niño hacia él para ordenarle, mientras lo abofeteaba. El golpe no fue tan duro, pues el líder de aquellos hombres sintió que su cuerpo se paralizaba de pronto mientras que un sobrenatural temor hizo presa de él. Sintió un fuerte golpe en el brazo, mientras que soltaba a Paidi, el cual cayó al suelo tras recibir aquella bofetada que lo tranquilizó.
Cuando el pequeño recuperó sus sentidos del todo, observó alrededor de sí la escena del campamento desecho, las bestias muertas y a aquel hombre que jamás había visto con sus ojos, desmayado, presa de un ataque al corazón.
"¡No!" exclamó una vez más. "¡Yo no quería, perdón!"
El grupo de hombres que lo escarnecieran se aproximaron para hallar a su general caído. Miraron de vuelta al niño, el cual los observó de vuelta con ojos compungidos.
Se miraron entre sí, mientras que algunos reaccionaron ignorando al pequeño y levantar a su líder...
Y pasó la noche...
Delante del Palacio Patriarcal, Hipólito presentó ante otro de los Funcionarios del Templo a un pequeño vendado de los ojos. Observando de vuelta al hombre, el Funcionario del Templo preguntó.
"¿Hipólito? ¿Dónde se encuentra Philipus?"
"Señor Gigas..." respondió la mano derecha de aquel por el que preguntaran. "...Ocurrió algo."
"¿Qué dices?"
"¡Todo es por culpa de este... este monstruo!" acusó Hipólito señalando a Paidi. "¡Gigas! ¿Pero es que acaso la sabiduría de Su Ilustrísima puede haberse equivocado al pedir estar delante de la presencia de un ser tan terrible como este?" preguntó Hipólito. "¡Su sola presencia ayer por la noche ocasionó la muerte de dos caballos y casi mata a Philipus!"
"¿Qué dices?" cuestionó Gigas escuchando el relato y mirando con desconfianza al pequeño de cabellos azules.
"Este demonio intentó escapar de nosotros, y mientras huía mató a dos caballos, ¡con sólo mirarlos!" exclamó Hipólito. "¡Igualmente casi acabó con la vida de Philipus el cual lo detuvo en su huida!"
Gigas volvió su rostro rápidamente hacia el niño que le presentaban con los ojos vendados, preguntándose si tal poder podría ser cierto en alguien que parecía tan desvalido y pequeño.
"¡No es posible que lo lleven ante Su Santidad así como así!"
Paidi frunció el ceño ante estas palabras. Su respiración se agitó. ¡No podía ser que lo quitaran de estar frente al Patriarca, aquel que Menalipus le describiera como la persona que le podría dar tantas respuestas que él esperaba!
Gigas meditó ante las palabras del asustado Hipólito, considerando el poder del niño. Pensó que si era verdad lo que le contaban la presencia de aquel pequeño tenía una razón específica y que era algo que El Santuario requería.
"Tranquilízate, Hipólito" dijo Gigas finalmente como respuesta. "Daré todas estas advertencias a Su Ilustrísima, pero puedo decirte que si ha pedido que se traiga hasta su presencia a este niño es porque él y Athena así lo desean."
La angustia de Paidi se apaciguó en un momento. Era la primera vez que escuchaba con claridad que alguien deseaba verle, estar cerca de él. ¿Sería verdad?
"¡No puedo creerlo!" exclamó Hipólito.
"Y no hay necesidad" replicó Gigas, cortante. "No digas más, Hipólito. El decirlo te pone en franca rebelión, tienes mi palabra de que tu mensaje y tu relato serán referidos a Su Santidad. Ya has cumplido con tu misión, puedes retirarte."
Hipólito observó a Gigas, el cual mantuvo su gesto serio ante aquellas palabras. Asintiendo poco a poco, el que fuese la mano derecha de Philipus hizo una reverencia para alejarse de ahí. Paidi escuchó los pasos del hombre alejarse, descendiendo la escalera delante del edificio donde se encontraban. Después, pudo sentir como el otro hombre, el llamado Gigas, se aproximaba a él.
"¿Necesitas que te guíe?" preguntó el hombre cautelosamente.
"No" respondió Paidi rápidamente. "Puedo caminar así."
"Entonces sígueme." pidió Gigas, abriéndose paso por altos pasillos guardados por varios soldados. El hombre no mostró, en su comportamiento, ningún gesto que pudiera Paidi reconocer como uno de concesión o amabilidad, era obvio que la historia contada por Hipólito había causado que en Gigas se gestara un temor respetuoso que, para tranquilidad del niño, no se tradujo en nada parecido al desprecio y el escarnio del que fuera objeto la noche anterior.
En un momento dado, Gigas detuvo sus pasos, haciendo que Paidi hiciera lo mismo.
"Espera aquí. Ya estamos en la Cámara del Patriarca." dijo, abriendo las puertas y haciéndolo pasar apenas, cerrando la puerta detrás de él. Alejándose, Gigas llegó hasta el fondo de la majestuosa habitación, rematada en un altar que era coronada por un trono, donde un hombre de imponente túnica blanca y dorado, que portaba un elegante casco, esperaba. Arrodillándose ante él, Gigas habló.
"Su Santidad, he aquí a aquel que esperaba."
Mirándole desde detrás de una máscara lustrada cual un espejo, El Patriarca del Santuario, un antiguo Guerrero de la Diosa Athena, respondió.
"Acércale, por favor, Gigas."
"Su Ilustrísima..." comenzó a hablar Gigas respetuosamente. "Quiero advertirle sobre la naturaleza de este pequeño."
"¿Qué quieres decir?" preguntó el Máximo de los 88 Santos de Athena.
"El hombre que lo trajo hasta mí me ha dicho que el día de ayer mató a dos caballos con sólo mirarles, así como casi terminar con la vida del venerable Philipus."
"Ya veo." respondió el hombre en el trono. "Entonces eso fue lo que ayer sentí por la noche como emanación de Cosmo. ¿Ya está siendo tratado Philipus?" preguntó el Representante de Athena preocupado.
Gigas advirtió hasta ese momento que ni siquiera había preguntado, más por falta de sensibilidad y un genuino interés en el hombre, acerca de su estado de salud, por lo que no tuvo más remedio que ocultar su falta de atención con la única respuesta posible.
"¡Me ocuparé de que reciba la mejor atención, Su Santidad!"
"Muy bien, entonces acerca al niño por favor, y retírale la venda de los ojos." La voz del Patriarca demostraba serenidad absoluta detrás de la autoridad de su tono.
"¡Pero Su Ilustrísima!"
"¡Gigas!" exclamó de vuelta El Patriarca. "Haz lo que te ordeno."
"Sí, Su Excelencia" obedeció el hombre haciendo una reverencia y alejándose del Patriarca para encontrarse con el niño. "¡Sígueme!" ordenó, una vez más.
Paidi obedeció. Sintió como aquel hombre retiraba el vendaje del niño mientras le ordenaba.
"¡Arrodíllate y baja la cabeza!"
Dócilmente, Paidi hizo caso, mientras que la venda caía al suelo. El Patriarca lo observó todo desde su trono, percibiendo el temor del Funcionario del Santuario de poder recibir un daño.
"Puedes irte, Gigas. Déjame a solas con el niño."
"Sí, Su Santidad." respondió aliviado Gigas, retirándose rápidamente.
El Hombre Santo esperó a que Gigas saliera del Salón para hablar a Paidi.
"Levanta la cabeza, hijo. Estás seguro aquí." La fuerza de su Cosmo se extendió hacia el niño como una energía cálida que reconfortó el alma del pequeño, el cual, levantó su vista. Se encontró con aquel imponente hombre que se puso de pie para bajar las escaleras del altar. Emocionado como nunca, Paidi sintió estremecerse su alma, mientras que, como solía ocurrirle cuando se encontraba nervioso, sintió aquel estremecimiento al que acompañaba el destello de aquella energía dorada que salía de su ser.
"¡No!" exclamó el pequeño controlándose, temeroso de hacer daño a aquel que podía ayudarle. "¡No puedo, perdóneme!" Dijo.
Con tranquilidad, el Patriarca reconoció lo que pasaba, y sin temor alguno se puso delante del niño tocando su entrecejo, brillando en Cosmo, para controlar aquella explosión de energía del pequeño.
Asombrosamente para Paidi, su inseguridad pasó y aquel estremecimiento que presagiaba un momento de horror se detuvo. Sorprendido, el niño miró de vuelta al hombre.
La postura del hombre, tan compasiva y protectora, ocasionó en Paidi que su corazón se tranquilizara, llenándose de confianza por no haber causado daño. ¿Sería que él se encontraba ahí para ser curado?
"¿Usted va a curarme?" preguntó el niño finalmente. "¿Usted puede hacerlo?"
El hombre lo escuchó, mientras que se sentaba en uno de los escalones cercanos al niño en una actitud totalmente lejana de cualquier postura ostentosa. Con tranquilidad, el hombre se removió el caso, para revelar una abundante cabellera de color verde y un rostro arrugado que, sin embargo, conservaba un cierto aire de juventud. Los ojos nobles de aquel hombre eran color lila y no lucían cejas; sin embargo, para Paidi fue muy notorio que un par de lunares del mismo color de sus ojos, se hallaban sobre su frente. El rostro de él era amable y sonreía.
"¿Curarte?" preguntó ahora el hombre una vez más, dejando escapar una voz amable que no se parecía en nada a la voz profunda que se escuchaba cuando llevaba puesta la máscara. "Para curar a alguien antes tendría que estar enfermo, y tú, no lo estás."
Paidi abrió los ojos ante esta declaración.
"Pero entonces, dígame Señor..." pidió el niño en un ruego de angustia, relajándose al fin. "¿Por qué? ¿Por qué soy así? ¿Por qué he sido maldecido así por los Dioses?"
El Patriarca miró al niño con gesto algo triste, podía percibir la congoja en el corazón de un pequeño que había vivido una angustia inimaginable. ¡Qué terrible era el desconocimiento y la ignorancia! Pensó.
"El hecho de que te encuentres aquí es precisamente para responderte a esas preguntas" respondió el hombre al fin. "Tú no estás maldito, lo que tú tienes, es un don."
"¿Un don?" preguntó el niño ante estas palabras. "¿Quiere decir que...?"
El Patriarca acarició la cabeza del pequeño en un gesto cariñoso, mientras rogaba a Athena le diera las palabras precisas para poder explicar algo tan complicado a un niño que ya no era como los demás, al haber vivido tan duramente hasta entonces.
"Tú has nacido con un don único, pequeño" declaró El Patriarca. "Es difícil de comprenderlo de esta manera en estos momentos, y créemelo, conozco tu historia y cuánto has sufrido." añadió el hombre. "Athena también lo sabe y por esto, Ella te ofrece una disculpa."
"¿Una disculpa?" preguntó el pequeño de cabellos azules ante estas palabras, mientras que pasaba de una sorpresa a otra. "¿A mí?"
Poniéndose de pie, el Patriarca tomó al pequeño de un hombro y lo invitó a caminar con él hacia uno de los costados del Salón.
"Sí, a ti" asintió. "Athena conoce tus sufrimientos y el camino de soledad que hasta ahora has tenido que recorrer a causa de este don que has tomado por ser una maldición. Pequeño, hasta ahora no conoces el mundo, pero te aseguro que es un lugar maravilloso."
Llegaron hasta un balcón que se abría para mostrar al Santuario desde una vista aérea. Asombrado ante la majestuosidad del sitio, Paidi pudo acercarse hasta la orilla del mismo y mirar las calles y los edificios blancos que deslumbraban al recibir la luz del Sol de Apolo bañarle. Pudo observar que las estructuras eran enormes, y que delante de ellas, se podía ver una Torre que parecía ser un reloj, así como la estatua de la Diosa Athena, parecida a la que Menalipus tenía en un pequeño altar en su habitación. A diferencia de aquélla, ésta era mucho más grande, y se encontraba posada sobre una enorme columna que la hacía sobresalir casi a la altura de la misma Torre de reloj que observara un tanto atrás.
"Sí, es un mundo hermoso pero que se encuentra en peligro constante." dijo el Patriarca.
"¿Peligro? ¿Por qué?"
Mirando al niño con tranquilidad, el Representante de Athena en la Tierra respondió.
"Los hombres, a pesar de que pueden llegar a ser crueles con aquellos que no comprenden, son amados por Athena." Le dijo el hombre al niño. "Y a veces son crueles porque temen a lo que es diferente. Esto no te debe de hacer juzgarles cruelmente, sino comprenderles. Tú eres uno de ellos, pero no eres como el resto, tú eres especial" mirando hacia el pequeño, el hombre de cabello verde continuó. "Paidi, no te puedo prometer que con tu llegada aquí serás inmediatamente feliz, lo que espera más adelante son días muy duros, dolor en tu cuerpo y en tu corazón, pues el camino para ser un Santo es uno muy duro de recorrer, tu sufrimiento, hasta ahora, sólo ha sido parte de este proceso que tienes predestinado a vivir."
"¿Predestinado?" se preguntó en su mente el pequeño de cabellos azules.
"Pero puedo prometerte que, al menos, mientras tú estés aquí conmigo, podrás comprender que vale la pena vivir y luchar por este mundo y por sus habitantes. Que puedas sentir el amor de Athena por ti, como por todos los hombres."
"¿Yo estaré con usted?" preguntó el pequeño sintiendo el alivio de poder permanecer cerca de aquel hombre que le hubiera demostrado piedad, compasión y hasta ternura.
"Sí, si así lo deseas. Y sólo por un tiempo. Yo sólo te pondré en camino de que alcances tu destino."
Paidi abrió los ojos asombrado ante estas palabras, recordando lo que Menalippus le dijera antes.
"¡Sí, Señor!" Dijo el pequeño. "¡Por favor, enséñeme!"
Sonriendo ante estas palabras, El Patriarca se puso de pie para decirle.
"Tu llamado es grande, Paidi: Ser la mano de Athena para ejecutar justicia no es uno fácil, por ello es que ella quiere que estés bajo mi resguardo antes de que tengas que irte para seguir aprendiendo más y logres alcanzar tu destino." posando su mano en el hombro del pequeño, el Máximo de los 88 Santos de Athena añadió. "Desde hoy podrás llamarme Maestro."
Paidi asintió vigorosamente. Le habían prometido más dolor, pero sin embargo, ahora no temía. Mirando al hombre ante sí, respaldado detrás con la imagen de Athena sobre la columna, la esperanza brilló en su corazón.
Al fin estaba en casa. Y tenía una familia.
Continuará...
1 Chitón: La toga tradicional griega.- Nota del Autor.
2 Himatión: Traducida literalmente como "capa", traje tradicional griego.- Nota del Autor.
3 Este personaje aparece en la historia de Saint Seiya como el anciano que muere a manos de los discípulos de Shaka. En fanfics ubicados dentro del universo de LAS CRÓNICAS ZODIACALES también es posible encontrarle en ESLABONES ROTOS, escrito en colaboración con Zelha/Lady Dragon. - Nota del Autor.
4 Paidi: Niño, en griego.- Nota del Autor.
5 Tal y como se revela en las novelas de la GIGANTOMACHIA, los colores de las capas de los Funcionarios del Santuario denotan el rango de importancia que un hombre tiene dentro de la organización política del Santuario.- Nota del Autor.
