Pov. Dean

Dean llegó al convento de Santa Clara gracias a Cass, pero era demasiado tarde. Cuando finalmente abrió la puerta de la capilla, vio a Lilith muerta. Ruby mira a Sam, sonríe sabiendo que ha ganado la batalla, pero él no se lo va a permitir. Le ha robado a su hermano y ha despertado el Apocalipsis, esa zorra ha levantado a Lucifer de su tumba y Dean Winchester está decidido a matarla, la va a matar. ¡Dios, no hay cosa que desee más en el mundo que atravesarle a esa puta la daga que les dio!

Dirige su mirada a Sam, al verlo, su hermano siente un profundo alivio. Dean camina hacia Ruby con la daga. La muy zorra trata de hacerle daño, pero Sam la coge por detrás, le agarra los brazos y Dean le clava el puñal con un suspiro interno. Esa puta se ha ido al Infierno y Dean sabe que lo primero que hará cuando regresé allí, porque no tiene ninguna duda de que ese será su destino cuando muera, va a matarla cien veces, sí, la matará. La torturará tal y como le enseñó Alistair porque las ganas de venganza que siente no se van ir hasta que le haga sufrir lo mismo que ella a él, desde luego que no.

Sam lo mira, le sonríe aliviado. Dean está muy cabreado con su hermano, porque eligió a una demonio por encima de él, porque el muy capullo ha despertado el Apocalipsis. Aunque en el fondo, Dean lo sabe, todo ha ocurrido por su culpa. No porque él rompiese el primer sello, eso no fue tan grave. Ha sido su culpa porque siempre ha consentido a Sam, siempre le ha permitido hacer lo que le diera la realísima gana. Nunca le trató como John le dijo que lo tratara, y ahora, ya es demasiado tarde para cambiar, todo se le ha escapado de las manos.

Dean mira a Sam, su hermano está parado, no consigue moverse. Sólo le dice "Él está aquí".

Dean sólo sabe una jodida cosa en el mundo y es que no se quiere encontrar con Lucifer. No sabe si podrá escapar del primer demonio, pero sí tiene claro que lo va a intentar. Agarra a su hermano, lo arrastra para salir del lugar. Una luz brillante inunda la estancia, la puerta se cierra de golpe. Los dos Winchester tratan de abrirla, pero les resulta inútil. Se dan la vuelta, la luz se hace aún más brillante y lo único en lo que Dean piensa en ese momento es en Castiel, porque le ha fallado.

Cuando se dan cuenta, Dean y Sam están en un avión, ninguno de los dos sabe cómo han llegado allí, pero tampoco les preocupa. Lo único que tienen en mente es que ya no están en Ilchester, que no se han cruzado con Lucifer.

El capitán anuncia que el aeropuerto de Baltimore está cerca, lo único que Dean puede pensar es que está deseando llegar allí. Sam y él se miran, no entienden lo que ha ocurrido, pero eso no importa. Están a salvo. De nuevo una luz brillante inunda el exterior. Dean y Sam están seguros de que es o Lucifer u otro Ángel. La luz se hace más brillante, Dean mira por la ventana y lo ve. No sabe muy bien lo que es, pero le da miedo, mucho más del que ha sentido en su vida.

Después no recuerda mucho más. Cuando es consciente otra vez de ser el mismo se encuentra en el Impala, en su nena para ir hasta la casa de Chuck.

Dean quiere llegar allí, ver a Castiel, sentirse en calma y en paz con el universo, porque cuando Dean está con él piensa que todo es posible, incluso derrotar a Lucifer.

Llegan a la casa de Chuck, lo primero que piensa Dean es que algo anda jodidamente mal, todo está destrozado, hay sangre por todas partes. El corazón se le detiene en el pecho, intenta no pensar en lo peor, pero no puede evitarlo. Él es un Winchester, está maldito y aquellos a quienes quiere están condenados a morir. No quiere imaginar a Cass muerto, desea pensar que su Ángel se ha calzado sus alas, que ha huido, no puede pensar en cómo sería el mundo sin Castiel porque es demasiado… demasiado desesperanzador, demasiado doloroso.

Entran en una habitación, algo golpea a Sam en la cabeza. A Dean se le salta el corazón en el pecho. Cass, gracias a Dios que estás vivo. Piensa, sin embargo a quien se encuentra es a Chuck aterrorizado.

- ¿Dónde está Cass? – Pregunta cuando por fin le pueden salir las palabras de la boca.

- Ha muerto, se fue. El Arcángel le dio una paliza. – Contesta Chuck. – Lo siento.

¿Muerto?¿Ido?¿Cass ha muerto? La cabeza de Dean se pone a mil revoluciones, siente que se va a ahogar. El mundo se está yendo al carajo, el mundo se está yendo por el retrete. Dean piensa que Dios no existe, cuando Castiel aún estaba vivo él pensaba que Dios existía, tenía que existir si lo había creado a él. Si había sido capaz de crear una criatura tan hermosa como Castiel debía existir. Había tenido fe, incluso esperanza, de que Dios estuviera ahí arriba. Dios aprieta, pero no ahoga, Dean. Le decía su madre antes de dormir.

Entonces, con dolorosa claridad, regresa a su mente un recuerdo de su infancia que ha enterrado en su memoria, uno de cuando tenía 5 años.

Una noche, Mary estaba con él en el dormitorio y le sonreía, feliz.

- Dean, cariño, reza todas las noches a tu Ángel de la Guarda, él siempre te protegerá. No te olvides de que siempre vela por ti.

- ¿Cómo voy a rezarle si no se su nombre, mamá? – Preguntó, porque Dean de pequeño era un niño muy curioso. Ella le dedicó una mirada cariñosa, acarició su cabello y le sonrió.

- Se llama Castiel.

- ¿Estás segura? – Dean la observó preocupado, quería estar seguro de que rezaba a su Ángel de la Guarda y no al de cualquier otro niño, bueno, no estaba bien rezarle al Ángel de otro, tenía que estar seguro de rezarle al suyo porque sino su Ángel se sentiría triste y Dean no quería que su Ángel estuviese triste.

- Lo vi el día que tú naciste. – Continuó. – Tu parto fue muy difícil, cariño. Tan difícil que cuando saliste… no respirabas. Los médicos te golpearon muy fuerte, te hicieron el boca a boca… pero tú no reaccionabas. Yo creí que me moriría si te ocurría algo malo.

Los médicos te colocaron en mis brazos, me dijeron que no había nada qué hacer, que te habías ido… yo lloré como nunca había llorado en mi vida, sentí que el alma se me desgarraba. Te aferré contra mi pecho. Al ver la escena, los médicos se marcharon para buscar a tu padre. Dejándonos solos.

Oí cómo se abría la puerta de la habitación, pensé que serían tu padre y los médicos de vuelta, pero cuando levanté la mirada, vi a un niño moreno, tenía los ojos azules, una mirada cargada de bondad.

El niño te miró con ternura, me llamó por mi nombre, me dijo que te colocara en sus brazos. Yo no quería porque era muy pequeño, pero… no sé… sentí que tenía que hacer caso al niño, te observaba con una mirada tan cargada de bondad, de ternura y amor…

Te coloqué en sus brazos, él sonrió al cogerte, con mucha ternura acarició tu cabeza, después besó tu coronilla y tú te reíste, tan alto, tan fuerte, con una risa tan cargada de vida…

Entonces lo supe, supe que era un Ángel porque vi sus alas reflejadas en la pared del fondo. El niño te puso nuevamente en mis brazos, sentí tu cuerpecito ligero, el latido de tu corazón que minutos antes no estaba allí y me sentí más feliz de lo que nunca he estado en la vida.

- Gracias. – Le dije, el niño me sonrió.

- Me llamo Castiel. – Dijo. – Y siempre lo protegeré, desde hoy seré su Ángel de la Guarda. - Aseguró.

Cuando volví a mirar a la pared sus alas habían desaparecido. El pequeño me miró extrañado, me preguntó cómo había llegado allí si estaba viendo a su abuelita que estaba enferma.

Yo no supe que decirle. Me explicó que se llamaba Jimmy, no parecía recordar nada, así que simplemente le dije que había venido porque había oído llorar a un bebé. Él aceptó mi explicación, después se marchó.

Cuando los médicos regresaron con tu padre tú respirabas, tenías una sonrisa maravillosa y 35 pequeñas pecas en tu nariz. En nuestra familia nadie tiene pecas, así que yo siempre pensé que las pecas habían sido un regalo de Castiel para ti, un recordatorio de que él siempre velaría por ti.

El recuerdo asalta a Dean, el dolor le atraviesa como una daga. Siente que las piernas le tiemblan, quiere gritar, maldecir… hacer tantas cosas…

Sam le dice a Chuck que tenía algo en el pelo, cuando se mesa el cabello, Chuck se encuentra con un molar.

Un molar de Castiel. Piensa Dean. – Estúpido bastardo. – Dice, porque así lo siente. Porque su Ángel de la Guarda ha dado la vida por él, un simple hombre que no merece redención, Dean lo sabe, él no la merece. Piensa en sus pecas, en lo mucho que las ha odiado siempre, pero ahora sabe que son un obsequio de Cass y desea poder besar cada una de ellas, ya que cada una es un trocito de su Cass, de su estúpido, perfecto, maravilloso y hermosísimo Ángel.

Dean siente que el mundo entero se puede ir al carajo, piensa que le importa una mierda el Apocalipsis, que Lucifer bien se puede ir a tomar por culo, porque a él, Dean Winchester, todo le da igual.

Cuando está reflexionando sobre Cass otra vez, Chuck avisa de que los Arcángeles están llegando. Dean desearía ser un Ángel, desearía ser uno de ellos porque lo único que puede matar a un Ángel es otro. Dean, anhela, más que nada en el mundo matarlos a todos y cada uno de ellos porque le han robado algo importante, algo que ignoraba que tuviera. Le han robado su corazón, la razón de su existencia.

Dean, Sam y Chuck esperan a los Arcángeles. Ellos entran con intención de llevárselos, pero los tres ya están preparados para esos cabrones.

Zacharias habla, pero el mayor de los Winchester no escucha, le da igual lo que ese gran hijo de puta diga, porque para él, todos los Arcángeles están muertos. Tienen una conversación, Zacharias le dice que tiene que ir con él, está dispuesto a llevárselo a la fuerza. Entonces se da cuenta de que tiene sangre, demasiado tarde. Dean emplea la técnica que aprendió de Cass para alejar a los Ángeles. Cuando ya se han ido lo único que puede decir, antes de que se le quiebre la voz, es que eso lo aprendió de su amigo Cass. Aunque a Dean, lo que realmente le gustaría decir, es que eso lo aprendió de su amor, pero no lo hace. Porque no quiere la compasión de Chuck, porque no desea que Sam lo mire con esa cara de corderito, tratando de animarlo. Dean no lo dice, pero para él todo ha terminado.

Sigue con Sam como si todo permaneciese, pero Dean sabe que no es así. Sin querer revela a los demonios donde está el único elemento que puede acabar con ellos, la espada de San Michael.

Por su culpa, Bobby resulta herido, aún así sabe que debe intentar ir a por la espada. Llegan tarde, pero los demonios están muertos. En un primer momento, Dean piensa que eso está bien, hasta que ve a Zacharias y sus secuaces.

Dean no tiene tiempo de preparar una trampa para expulsarlos, no tiene tiempo, ni siquiera para pensar. Zacharias vuelve a hablarle, le vuelve a decir cosas que no le interesan. Es apenas un murmullo en sus oídos porque él está pensado todavía en Cass, en lo que esos cabrones le han hecho. Es así hasta que escucha que él es el recipiente de uno de ellos, el de San Michael, ni más ni menos, el tipo que puede acabar con el puto Apocalipsis.

Pero Dean sabe que no hará lo que los Arcángeles digan, porque su Ángel rebelde ha sido víctima de esos grandes manipuladores, esos hijos de puta sin corazón. Zacharias amenaza con dejar en silla de ruedas a Bobby si no acepta ser el recipiente de Michael. Dean quiere a Bobby, siempre lo ha sentido como un padre, pero quiere más a Cass y se niega a obedecer las órdenes de Zacharias.

Zacharias al ver que se niega amenaza la vida de Sam. Dean quiere a Sam, siempre lo ha querido. Lo bastante para dar su vida por él, lo suficiente para poner su vida por encima de los miles de millones de seres humanos del mundo. Pero, aunque quiere a Sam, sin duda quería muchísimo más a Castiel porque Dean, por primera vez, se atreve a reconocer que ama a Castiel, que lo ama más de lo que puede entender, más de lo que puede expresar, mucho más de lo que nunca ha amado a nadie. Porque Cass era perfecto para él, y lo sabe. Anhela al Ángel como respirar, siente que la mitad de sí mismo se ha muerto con él, así que, aún sintiéndolo por Sam, se niega a obedecer a Zacharias.

Zacharias lo amenaza con un cáncer en su último tramo. Dean al escucharlo tiene ganas de reír, pero se contiene. Quiere carcajearse porque si lo mata, él no estará el día en que el mundo se vaya al retrete. Le da igual regresar al Infierno, no le importa un carajo volver allá. Se atrincherará, se convertirá en el ayudante de Alistair e irá a por la zorra de Ruby, después, por los Arcángeles que mataron a su Ángel. Dean siente un dolor espantoso cuando Zacharias le envía la enfermedad, siente que su cuerpo se está muriendo poco a poco, pero lo cierto es que a Dean todo le importa una mierda.

En el fondo, Dean piensa que morir es mucho más fácil, sabe que Sam y él irán al Purgatorio, nunca lo ha dudado. Pero es mejor volver abajo que traicionar a Castiel aliándose con sus asesinos. Porque Dean sabe todo lo que Cass dio por él, porque Dean comprende que Cass es todo lo que necesita para mantener la esperanza, sin Cass, que el mundo se vaya a la puta mierda. Que los Ángeles y Lucifer tiren de la cadena y lo envíen todo por el retrete, lo cierto es que le importa un carajo.

Lo lamenta por aquellos que deja atrás, lo siente por Ellen, por Jo, por Bobby que se está debatiendo por salvar su vida en una sala de un hospital. De verdad que ellos le importan, mucho, más de lo que se atrevería a reconocer en voz alta. Pero prefiere estar en la Inmundicia que en primera fila para la batalla final al lado de los asesinos de su Ángel. El tiempo de cazar, para Dean, se ha terminado.

Zacharias lo amenaza una vez más, Dean pide que lo mate. Y entonces, una luz brillante inunda la estancia. Su primer pensamiento es que Lucifer los ha encontrado, su segundo pensamiento es que más Arcángeles se van a unir a la tortura de los hermanos Winchester hasta que ellos hagan lo que al hijo puta de Zacharias le venga en gana. Pero entonces lo ve, a él. A su amor, a su Ángel del Señor, a su Ángel de la Guarda en persona. El corazón se le acelera, su pecho late con un frenesí que nunca antes ha sentido. Todo vuelve a cobrar sentido, todo vuelve a merecer la pena. Todo, absolutamente todo, es posible.

Y Dean, aunque nunca lo reconocerá delante de nadie, por un instante está convencido de que Dios existe, porque sólo él podía traer de vuelta a su Ángel, porque sí, que a nadie le quepa la menor duda, ese Ángel que ha entrado para salvar su culo y el de Sam es suyo, por derecho, por nacimiento y porque, todas y cada una de sus treinta y cinco pecas, están ahí para recordárselo.

Sus ojos se cruzan con los azules de Cass, entonces siente tanta felicidad que cree que podría volar sin necesidad de alas.

Pov. Castiel

Castiel no se puede creer lo que ha ocurrido. Está seguro, segurísimo, de que los Arcángeles lo han matado. Sintió cómo su cuerpo se despedazó en millones de átomos extendiéndose por el universo. Recuerda demasiado bien el dolor de su propia muerte, porque antes de exhalar su último suspiro lo único que pensó fue en Dean. En su pequeño milagro, el niño al que había devuelto a la vida al escuchar el profundo lamento de su madre.

Cuando Cass salvó a Dean, supo que eso estaba fuera de sus funciones aunque había preparado la excusa perfecta si tenía que hablar con su Padre por su actitud.

Padre, Vos siempre decís que debemos amarlos más que nada. Yo oí a esa mujer, quise ayudarla. Sólo quería que os sintierais orgulloso, porque lo que yo más anhelo en el mundo es vuestra felicidad.

Y era cierto, en parte. Él sabía que si su Padre no quería que el niño naciera no debería de intervenir, pero, en serio, no lo pudo evitar. Su madre necesitaba a un Ángel, ella les rezaba todas las noches para que protegiesen a su marido y a su bebé no nato, nunca pedía por ella misma. Era una mujer de fe muy arraigada, así que Castiel pensó que merecía la pena desobedecer, un poquito, por Mary Winchester.

Su Padre le mandó llamar. Pero eso nunca lo había dicho, nunca había explicado a sus hermanos que Él le había concedido el honor de verlo, le daba demasiada vergüenza. Acudió a su llamada temblando, pensó que lo castigaría. No lo hizo. Lo miró, le dedicó una sonrisa cargada de bondad y cuando se dio cuenta estaba de nuevo en el campamento.

Nunca entendió por qué, pero se había tomado la molestia de cumplir la promesa que le hizo a Mary, siempre protegió a su hijo.

¿Cómo, sino, un chaval de ocho años podía enfrentarse a un monstruo y salir victorioso?

Para eso había que tener suerte o un Ángel con los ojos puestos sobre ti. Lo vio crecer, leyó su alma y le gustó. Entendió que Dean era diferente a todos los demás, en tantísimos sentidos que no sabía por dónde empezar.

Es cierto que, muchas veces, demasiadas, acababa haciendo daño a las mujeres porque Dean era un canalla con ellas, pero en el fondo, Castiel no se lo reprochaba. Su vida no había sido fácil. Aunque hería a esas jóvenes, que se enamoraban locamente de Dean, aún cuando les rompía el corazón, salvaba a muchas vidas, todos los días, a todas horas. Protegía a los inocentes, destruía a los monstruos, cuidaba de Sam con una lealtad que no conocía límites.

Para Cass eso era más que suficiente, así que no tenía demasiado en cuenta sus "faltas".

Lo vigiló de cerca hasta los 28 años. Entonces le encomendaron cuidar a otra persona. Eran órdenes de sus superiores, así que las siguió al pie de la letra. Su sorpresa fue mayúscula cuando, dos años después, lo llamaron y le explicaron que Dean había caído en la Inmundicia.

Al principio sintió una gran decepción, estuvo a punto de negarse a ir porque no quería devolverlo a la Tierra si había cometido un delito tan grande que borrase de un plumazo todas sus buenas obras, condenándole al Pozo sin fondo.

Lo sacó de allí porque, según se dijo, era lo que le había prometido a su madre. Al verlo en el Infierno, al ver lo que había hecho a pobres almas inocentes se sintió tan decepcionado…

Su Dean, su niño milagro, se había convertido en un maldito demonio, no, en algo mucho peor. Porque el alma de Dean estaba intacta mientras cometía todos esos atropellos.

Lo cogió, lo elevó. Como recordatorio de su gran decepción le dejó su mano marcada en la piel.

Entonces, mientras dormía, empezó a espiar sus sueños. En ellos vio lo que le habían hecho, las torturas a las que le habían sometido durante cuarenta años, los 365 días del año, arrancándole la piel a tiras, los huesos, los músculos. Luego lo recomponían, vuelta a empezar.

Se horrorizó al ver lo que esos tipos le habían hecho a su niño milagro, entonces Castiel se empezó a dar cuenta de otra cosa, su niño milagro ya no era más un niño, era un hombre, hermoso, mucho más que ninguna otra cosa que hubiera visto en su larga existencia.

Entonces recordó el orgullo que siempre había supuesto Dean para él, su niño… perdón… hombre milagro. Castiel entonces volvió a vigilarlo, muchas veces se metía en sus sueños para verlo tranquilo, relajado. Lo único que Cass deseaba era poder sanar su alma porque tenía unas cicatrices enormes que lo cubrían de arriba abajo. Las cicatrices estaban zurcidas, pero de vez en cuando, Cass se daba cuenta de que sangraban.

Entonces, un día, Castiel lo comprendió todo.

Entendió a su padre, supo por qué decía que los seres humanos tenían que ser amados más que ninguna otra cosa en el mundo. Porque ellos eran frágiles, porque sufrían. Eran imperfectos, en tantísimos sentidos, Cass se preguntaba cómo no lo había visto antes. Lo hermosos que eran, lo frágiles, necesitados de protección que estaban. Especialmente Dean Winchester, porque el mayor de los hermanos era tan perfecto, en todos los sentidos para Castiel, que sentía dolor al mirarlo.

A veces, mientras Dean dormía, Cass bajaba a la cama del hotel para observarlo. Entonces contemplaba sus pecas, sintiéndose orgulloso. Porque esas pequeñas manchitas eran suyas, él las había creado para recordarse a sí mismo que Dean era suyo, su niño… perdón… su hombre milagro, y que nadie, ni humano, ni demonio, ni los propios Ángeles de su Padre tenía derecho a tenerlo.

Era suyo, por derecho, por nacimiento, punto y final.

Está pensando en ello cuando siente un dolor horrible en su estómago. Concentra su energía, desde dónde demonios está, y lo percibe. A su Dean, a su hombre milagro, a su todo sufriendo. La ira lo sorprende, nunca la había sentido.

Nunca.

La reconoce porque es un sentimiento frío, fuerte, oscuro, que le sale de las entrañas. Sin pensar, se tele transporta a dónde su universo está siendo herido. En un instante mata a uno de los Arcángeles que lo había atrapado, no siente remordimiento al ver a su hermano caer al suelo. Piensa seriamente que, cuando encuentre a su Padre, y lo encontrará porque ahora sabe que está en la Tierra, le pedirá disculpas por su actitud, pero seguirá eliminando a todos aquellos que le hagan daño a su Dean, sean humanos, demonios o los mismísimos Ángeles del cielo.

Ahora sé que estás aquí Padre, lo sé, sé que me has escuchado, sé que has oído mis súplicas porque él, mi hombre milagro está a salvo. Porque él, mi Dean, aún vive. Me has escuchado, Padre. Muchas gracias por salvarlo, muchas gracias por protegerlo. Ahora, Padre, te entiendo de verdad. Juro que, desde hoy y por siempre, lo amaré por encima de todas las cosas. Lo mantendré a salvo, lo cuidaré con mi propia vida. Lo voy a dar todo por él Padre, tal y como tú querías. Porque ahora ya lo comprendo, porque ahora ya entiendo que no hay nada, en este mundo, en nuestro Paraíso, comparable a Dean Winchester.

Lo amaré hasta que no me queden fuerzas, Padre. Lo amaré… lo amaré más que a ti, como tú nos ordenaste. Porque él lo merece, porque él es cuanto puedo pedir… porque él es… es… mi corazón, Padre. Mi universo, mi todo. Más de lo que he pedido, mucho más, sin duda, de lo que merezco. Pero es mío y de nadie más. Siempre será mi milagro, siempre, siempre será mi Dean Winchester.

Gracias Padre, te pido perdón, pero mientras él esté en peligro seguiré matando hombres, demonios, cualquier cosa que lo amenace porque sin él… yo… yo no soy nada.

Entonces sus ojos se cruzan con los de Dean. Lo mira, él le está sonriendo de forma cálida. Su pecho se acelera, el suyo, no el de Jimmy, porque cuando fue asesinado el alma de Jimmy llegó al Paraíso y, aunque a veces, el cuerpo todavía le transmite sensaciones de que su recipiente está ahí, él sabe que no es tal, sino un simple eco de aquél que habitó ese cuerpo durante 35 años humanos.

Mira a Dean una vez más, entonces el mundo recobra el color y todo, absolutamente todo, es perfecto.

No importa que tenga encima el Apocalipsis, ni siquiera que Sam haya despertado a Lucifer. Porque sabe, no tiene ninguna duda, que está donde debe y con quién debe.

Le importa una mierda que los suyos lo persigan, le da todo absolutamente igual porque Dean está vivo. Cuenta sus treinta y cinco pecas, y lo sabe, su Padre está en la Tierra, porque lo ve reflejado en la sonrisa pícara de Dean, en sus ojos verdes, y, sobre todo, en su alma.

Y él, Castiel, lo va a encontrar.

Habla con los Winchester, les dice que deben tener cuidado y toma una decisión. Si los Ángeles, los Arcángeles y Lucifer van detrás de su Dean, debe ser protegido. Entonces aprieta su abdomen y el de Sam. Con un poco de energía celestial graba en sus costillas una serie de amuletos que no permitirán que nadie los encuentre. Al menos, de esta manera, estará a salvo incluso cuando no esté cerca de él.

Pov. Dean

Dean observa fijamente a Castiel. Lo mira de cerca para asegurarse de que es él, no un producto de su imaginación. El Ángel guardián les está diciendo a él y Sam que deben tener cuidado, que hay mucha gente que va tras ellos. Siente cómo Castiel apoya su mano en su abdomen. Por un instante el mundo se detiene, el ruido se amortigua. Lo único de lo que Dean es consciente es de que, Cass, está con él. Un calor sube por sus entrañas, un ligero cosquilleo en sus costillas. Después escucha a Cass diciéndole que los ha marcado.

Dean piensa que él ya tiene su propia marca de Cass, de hecho tiene dos que le recuerdan que su Ángel está ahí para él.

La primera, las 35 pecas que Cass le dio cuando lo devolvió a la vida por primera vez.

La segunda la gran mano de Cass en su brazo, de cuando su Ángel lo salvó una segunda vez.

Dean piensa que no le importa, en absoluto, tener marcas de Cass por todo su cuerpo. De hecho, por un instante, Dean desea que el Ángel le deje marcas por todas partes, para que el mundo entero sepa que Dean es de Castiel, aunque no piensa decirlo en voz alta.

A Dean le gustaría poder confesar sus sentimientos hacia Cass, porque hay días en los que le arden en el pecho, hay días en los que desea fervientemente explicarle que lo ama, pero Dean sabe que sería muy egoísta por su parte. Dean sabe que Cass ha renunciado a muchas cosas por él, de hecho, a casi todo. Y, aunque la cosa que más le gustaría en el mundo es poder confesar a Cass lo mucho, lo muchísimo que lo ama, sabe que no está bien.

Primero, porque Dean ha estado en la Inmundicia.

Segundo, porque Dean es sólo un ser humano, uno de los miles de millones que hay en el mundo, lo que es más, uno que realmente no merece redención.

Dean ama a Cass, lo sabe, tan seguro como que el mundo es mundo, tan seguro como que él es Dean Winchester. Pero no puede decírselo, porque no es justo que siga renunciando a cosas por él.

A Dean le gustaría poder llevarse a Cass a cualquier otra parte, lejos de Sam, lejos de los Demonios, lejos de todo absolutamente.

Dean desearía estar con Cass en una pequeña playa del norte de España, dejando que él le besase todas y cada una de las 35 pecas que tiene en su nariz. Pero nunca lo reconocerá porque no quiere obligar a Cass a que sea algo que no quiere sólo por hacerlo feliz a él.

Y Dean sabe que aunque Castiel no responda a su afecto sería capaz de aceptarlo para que fuese feliz. Porque Cass es un Ángel y eso hacen los Ángeles, sacrificarse por los seres humanos, incluso por aquellos que no lo merecen.

Pov. Castiel

Castiel quiere sonreír. Está haciendo un esfuerzo enorme para evitarlo mientras tiene su mano en las costillas de Dean. Percibe el calor de su cuerpo, el aroma de Dean está en todas partes. En ese lugar infestado de Arcángeles muertos, en ese lugar, infestado de polvo lo único que él huele es Dean.

Porque Dean no huele cómo las demás personas. Su piel siempre tiene un ligero aroma a sándalo, a canela, a mar y a hierba recién cortada. Cuando está enfadado, cosa que últimamente ocurre frecuentemente, tiene un ligero olorcillo a azufre. Castiel sabe que ese olor aún permanece en Dean porque hace poco tiempo que fue sacado del Purgatorio, pero también que en la tierra ese olor desaparecerá. A Castiel ni siquiera le molesta el olor a azufre cuando Dean se enfada, porque cuando ocurre eso sus ojos verdes brillan con muchísima intensidad, como si tuvieran un farol tras las corneas y eso, a Cass, le gusta.

Cass quiere llevarse a Dean a algún otro lugar, quiere estar solo con Dean, sin Sam, sin Arcángeles, sin demonios. Solos los dos, en una playa tranquila de la costa gallega. De un tiempo a esta parte, Cass desea besar todas y cada una de las pecas de Dean, pero eso es algo que nunca reconocerá.

Hay muchas cosas que le gustaría decirle a su niño… perdón, hombre milagro, pero no se atreve… porque conoce a Dean y él, nunca, jamás, aceptaría sus sentimientos hacia él.

Porque no es una mujer a la que pueda romper el corazón cuando lo desee.

Porque no es como él. Seguro que Dean considera que, por muy Ángel que sea Cass, sigue siendo… no humano.

Cass se plantea que, aún en el remoto caso de que Dean pudiese sentir interés por él, no renunciará a sus alas. Esa decisión no es producto del egoísmo, ya que Cass piensa que si pierde sus alas no podrá proteger a Dean de nada y él quiere cuidarlo, quiere protegerlo.

Castiel ama a Dean, está seguro. Probablemente desde el instante mismo en el que decidió tomarlo por su protegido. Castiel lo ama tanto, tanto, que le duele el pecho cuando está lejos. Tanto, que sería capaz de entregar su vida a Lucifer, a los Arcángeles, a todos con tal de que Dean sobreviviese, con tal de que su niño… perdón, hombre milagro, viviese.

Porque el amor que siente Castiel por Dean es tan intenso, tanto, que no puede evitar preguntarse qué sería de él si ese muchacho de ojos verdes no se hubiera cruzado en su vida. Cass sabe la respuesta, la conoce desde hace tiempo.

Sin Dean, sin el mayor de los Winchester, Castiel no sería nada, sólo vacío. Él sabe que antes de conocer a Dean estaba muerto.

Castiel, por un instante, entiende por qué Anna cayó, también porque estuvo con Dean. Él no sabe lo que es besar a otra persona porque nunca ha sido besado, mucho menos que se siente al estar con otro ser, pero le gustaría experimentarlo con Dean, pero sólo con él.

En un instante, Cass se va. No quiere seguir allí, porque sus sentimientos están a punto de salir a la luz.

Pov. Dean

Cuando llega al hospital para ver a Bobby le duele la mandíbula. Le duele porque ha tenido que apretarla fuerte para no carcajearse debido a la alegría que siente. Dean está feliz porque su Ángel, el suyo y que nadie se atreva a decir lo contrario, está vivo.

Dean quiere reír, reírse hasta que ya no le queden fuerzas porque Cass está vivo, pero sabe que no estaría bien, teniendo el Apocalipsis encima, mostrarse tan contento.

Lo cierto es que a Dean el Final de los Tiempos ha dejado de preocuparle, en serio, ¿para qué angustiarse porque el mundo se vaya al retrete?

Él tiene a Castiel, así que la verdad, todo lo demás le importa un carajo.

Si el mundo entero se rompe en mil pedazos, ¡qué se rompa! Él tiene a Cass, todo lo demás es prescindible.

Dean deja a Sam en la habitación de Bobby, él se marcha un momento. Quiere reírse, de hecho, tiene toda la intención de carcajearse cuando esté lejos de Bobby y Sam. Dean camina por el hospital, llega a una sala, entra y se empieza a reír. Se ríe tanto que hasta llora de felicidad. Su pecho va a mil por hora, se siente invencible. Es preso de un ataque de hilaridad.

Quiere dar gracias a Dios, porque aunque Dean siga sin reconocer que cree en Él, porque es un tipo duro y se supone que debe seguir siéndolo, no tiene dudas de que existe, de que estará en algún lugar y que, llegado el momento, Dios los salvará. Dean jamás le dirá a Sam que ha puesto todas sus esperanzas en el Gran Padre del Cielo, porque no desea explicar a su hermano que ahora cree en Él porque Cass, su Cass, ha vuelto.

Está tan feliz que apenas se da cuenta de la guapísima enfermera que ha entrado en la sala en la que se encuentra. La joven lo observa con curiosidad.

- ¿Qué haces aquí? – Le pregunta.

Dean quiere contestarle que se está riendo porque su Ángel de la Guarda ha regresado de entre los muertos, pero decide que mejor omite ese comentario o acabará en un psiquiátrico.

Se limita a decirle que tiene un fuerte dolor en las costillas, que le arden muchísimo.

La verdad es que a Dean no le duelen las costillas, de hecho, se siente ligero como una pluma después de que Cass le salvase el culo, pero su Ángel ha dicho que lo ha marcado y quiere ver la marca. Lo desea con toda su alma, quiere saber qué otra cosa, además de las pecas, a parte de la gran mano de Cass grabada a fuego en su piel, le ha marcado su Angelito.

Los médicos le llevan a hacer unas radiografías, cuando ven las costillas de Dean se quedan sin palabras. Hay varias marcas en cada una de ellas, símbolos que Dean no ha visto nunca, pero deduce que es enoquiano. Los médicos se reúnen en otra sala, debaten durante muchísimo tiempo cómo es posible que un tipo tenga escrito en las costillas todos esos símbolos.

Le dicen a Dean que tiene que quedarse en observación, pero Dean les asegura que ya se encuentra mejor. Se va, dejándolos absolutamente perplejos ante lo que han visto.

Pov. Castiel

Castiel está en su refugio en la tierra. Es una pequeña casa en la localidad de Lawrence, Kansas. Sus últimos dueños legítimos, una mujer y sus hijos, la han abandonado. Ellos saben que la casa ya es un lugar seguro porque Dean y Sam, cuando todavía eran sólo Dean y Sam, sin Apocalipsis, sin Lucifer, sin Arcángeles del Señor, habían exorcizado el hogar, pero no lo sienten como suyo. En cada rincón de la casa, en la cocina, en cada pequeña viga de madera, se encuentra la esencia de sus primeros moradores: John y Mary Winchester.

La casa ha sido puesta en venta, pero lo cierto es que nadie la ha querido comprar. A Castiel le gusta que nadie la haya comprado porque así puede refugiarse en ella. Porque así puede recordar a su niño… perdón… hombre milagro en cualquier momento.

En ese instante, Cass se encuentra en la habitación de Dean. Han pasado muchos, muchísimos años, desde que John y sus hijos abandonaron la casa, pero el olor de Dean impregna cada rincón.

A Cass le gusta la casa porque es acogedora.

A Castiel se le escapa el concepto de hogar de los seres humanos. Él nunca ha tenido nada que se pudiera considerar así. Aunque ha vivido en el Cielo nunca lo había considerado un hogar.

Ahora, Castiel… no, Cass, como lo llama Dean, desea poder tener algo suyo, un lugar propio. Un hogar para poder compartirlo todo con su persona favorita del universo: Dean Winchester.

Cass anhela, con todo su corazón, poder estar una tarde de abril sentado en el porche de la entrada. Se imagina un columpio, de esos enormes de madera que ha visto en muchas casas de los humanos, en una noche de luna llena, abrazando a Dean. La escena perfecta, los dos mirando el Cielo y él explicándole los nombres de todas las estrellas. Los verdaderos, no esos con los que las habían bautizado los seres humanos. Ve a Dean observando las estrellas con esos ojos verdes, ilusionado, después lo imagina sonriéndole y besándole.

Castiel hasta puede imaginarse a sus hijos. Porque sí, Castiel querría tener hijos con Dean. Un par de niños huérfanos, hermanos. Un niño, una niña. Sam también estaría en su vida, porque Cass no es capaz de imaginarse un mundo en el que Dean y Sam se tengan que separar. Castiel puede incluso imaginarse a sus nietos, corriendo por la casa, rompiendo jarrones y jugando con los nietos de Sam.

Ve la estampa completa. Los hermanos Winchester, sus hijos, sus nietos, a sí mismo y a la mujer de Sam. Lo ve y suspira, porque no quiere perder sus alas, pero le encantaría tener la oportunidad de vivir esa experiencia, envejecer al lado de Dean.

Entonces piensa que necesita verlo, así que coge el teléfono y llama a Sam. No se atreve, aún no, llamar a Dean.

Pov. Dean

Dean va a la habitación de Bobby. Continúa feliz, ahora incluso un poquito más porque ha visto la marca de Castiel.

Sam le dice que Bobby está mal, Dean lo sabe. Entiende que su amigo está angustiado por verse postrado en una silla de ruedas, y quiere animarlo. De verdad, desea poder hacerlo. Pero no es capaz porque su mente sigue detenida pensando en Cass. En la manera en la que entró para salvarlos a Sam y a él, en el modo en que sus ojos brillaron de forma, un poco distinta, a la de siempre cuando sus miradas se cruzaron.

Dean quiere saltar, gritar, reírse…

El teléfono de Sam suena. Dean escucha el nombre de Castiel y el corazón se le acelera. Sabe que la cosa irá a peor, sabe que ahora cada vez que tenga cerca a su Ángel va a tener que esforzarse por no mostrar sentimiento alguno. Es consciente de lo duro que va a ser verlo, sin poder confesarle la verdad, pero Dean está decidido a mantener el secreto sobre su amor para que Cass no se vea obligado a ser lo que no quiere.

A los pocos minutos siente unos pasos detrás de sí, se gira y se encuentra con la mirada azulón de Cass.

Piensa que está guapo, incluso con esa gabardina horrible que siempre lleva encima. Piensa que podría acostumbrarse a tenerlo todos los días, durante los siguientes cincuenta años de su vida, a su lado. Pero no se lo dice.

Lo único que le pregunta es por qué necesita un teléfono móvil. A Dean le gustaría preguntar también por qué llama a Sam, no a él, pero no lo hace. Sólo lo mira mientras el corazón le late con intensidad en el pecho.

Pov. Cass

Tras hablar por teléfono con Sam, Cass se planta en el hospital. Al llegar, lo primero que ve, es a Dean. Sabe que Sam está a su lado, pero realmente no lo ve. Porque Dean huele maravillosamente bien, porque Dean parece estar de buen humor y eso, eso, logra que Cass no sea capaz de distinguir otra cosa.

Dean le pregunta por qué tiene que usar un teléfono móvil para encontrarlos.

Entonces le explica que cuando les puso esa marca en sus costillas los ocultaba de todos los ángeles, incluido él mismo.

A Cass le gustaría decirle a Dean que tardó mucho tiempo tomar esa decisión porque no le gusta nada, ni un poquito, no poder localizarlo siempre que lo desea. Le gustaría explicarle que, si por él fuera, le marcaría de otra manera. Para poder ser el único que lo viera, que lo localizara. Le gustaría decirle que, aunque le cae bien Sam, desearía que no estuviesen tan unidos porque Cass, por primera vez, se da cuenta de que tiene celos de Sam Winchester.

Porque puede estar con él todo el tiempo. Cass, hasta que conoció a Dean, deseaba muy pocas cosas en la vida. Necesitaba muchas menos. Sin embargo, desde que lo trajo de vuelta del Purgatorio sólo desea más y más de Dean.

Castiel piensa que sentir tanto, tantísimo, por una persona es fantástico, en serio, pero también aterrador. Porque Cass teme perderse para siempre en los ojos verdes de Dean, de hecho, a veces aún se sorprende de no haberse caído ya en el abismo por las sensaciones que una sola mirada de esos ojos le causa.

Bobby le pide que los sane, pero Castiel no puede. Al revelarse ha perdido la capacidad sanadora de los Ángeles. Cass desea curar a Bobby, sólo porque puede imaginar la sonrisa de Dean si su amigo vuelve a andar, pero ya no puede hacer nada más por Bobby.

Y entonces le preguntan por qué ha ido hasta ahí.

Cass quiere contestar que por Dean, pero en lugar de eso pide prestado el amuleto que Dean siempre lleva encima, un regalo de Sam con un importante valor sentimental, con el que puede hallar a su Padre.

¡Y vaya qué si lo quiere encontrar!

Él es el único que puede salvar a Dean de convertirse en el vehículo de su hermano.

Cass no quiere que Dean sea un recipiente de un Arcángel, porque a Castiel le gusta que Dean sea sólo Dean.

Pov. Dean

Cass le ha pedido su amuleto, el mismo que le regaló Sammie mucho tiempo atrás, que forma parte de sí mismo. En un primer instante piensa que no le gustaría dejárselo a Cass, porque es un obsequio que le recuerda por qué desea tantísimo salvar a su hermano. Sin embargo, Cass lo necesita, y él, estaría dispuesto a hacer cosas mucho peores por su Ángel.

Dean se quita el amuleto, se lo tiende a Cass y por un instante se siente desnudo sin él, pero entonces ve la mirada de Castiel, de corderito… perdón, Ángel degollado y no puede negarse. Al entregárselo, su Ángelde la Guarda, y no te atrevas a decir otra cosa porque Dean te mata, tiene una mirada esperanzada, sus ojos, hermosos, tienen un brillo mucho más bonito.

Y entonces, todo, absolutamente todo el Universo canta al mismo son. Todo es perfecto, los pajaritos están en las ventanas, los niños comiendo golosinas y el universo entero, entero, de verdad, se estremece de alegría con Dean.

Pov. Cass

Cuando Dean le tiende el amuleto, piensa que le gustaría tener alguna excusa para no marcharse, pero no se le ocurre ninguna. Dean le pide que cuide el amuleto y Cass lo hará, una pequeña parte del Ángel se regocija al pensar que tendrá un objeto que Dean ha llevado siempre.

Cass puede recordar el día que Sam le dio a Dean el amuleto. Lo recuerda muy bien porque cuando Sam se durmió, Dean se quedó dos horas mirando el regalo y, porque ese, fue el primer día en el que Dean Winchester se juró a sí mismo que salvaría a Sam de todos los monstruos que hubiera, que daría su vida por su hermano pequeño.

Por un instante se siente tentado de decirle a Sam un par de cosas que debería oír. Castiel sabe que Dean no le ha dicho lo que siente, sabe que se siente muy dolorido por los actos de Sam. De hecho, lo que le impide darle a ese criajo desagradecido una buena lección es que Dean se enfadaría con él.

Así que, sin despedirse se desvanece.

Pov. Dean

Dean se siente una mierda desde que se separó de Sam. Aún le cuesta comprender qué fue lo que pasó para que su hermano se fuera. La excusa que le ha puesto es que no se sentía fuerte, nada seguro de poder controlar su sed de sangre de demonio. Pero Dean lo sabe, conoce muy bien a su hermano, mejor de lo que se conoce Sam a sí mismo y sabe, porque él es un tío cojonudo y brillante, que lo que realmente le pasa es que aún está dolido después de que le confesase que ya no confiaba en él por haber elegido a Ruby.

¡Joder había elegido a una puta demonio en lugar de a él!

Eso duele, hostia, lo único que quiso dejar claro es que se sentía mal, que le había dolido la forma en la que Sam reaccionó. En un primer momento no pensaba sincerarse de ese modo, pero… no pudo evitarlo.

A Dean le pueden acusar de muchas cosas: de chulo, de borracho, de Casanova… pero no de mentiroso. Dean es, simple y llanamente, incapaz de mentir a sus seres queridos o a las mujeres con las que se acuesta. Es un arrogante y un canalla, pero nunca un mentiroso.

Está lavando su cazadora y un aleteo de alas irrumpe en el baño. Al principio no lo escucha y no ve a Cass. Sólo cae en la cuenta de que hay alguien más cuando levanta la vista y ve su imagen reflejada en el espejo.

En un primer momento el corazón le late a mil por hora. Dean está deseando abrazar a Cass, las ganas de besar la boca del Ángel apenas le dejan respirar, lo que hace que se sienta francamente incómodo.

Dean para salir de la situación le habla de espacio personal. Castiel se disculpa, después se aleja y Dean se arrepiente de haber dicho nada.

¡Vaya qué si lo hace, joder!

En ese instante lo único que quiere es abrazarlo, dejarse mecer en sus brazos. Escuchar su sensual y tranquilizadora voz diciéndole que todo se va a arreglar.

Los pensamientos de Dean se deslizan sin orden, ni concierto, por su cabeza. Así que el mayor de los Winchester vuelve a decir una tontería de la que se arrepiente al instante. Le pregunta a su Ángel, que nadie ose ni siquiera pensar que Castiel se va a alejar de él. Todos los demás que se vayan al carajo porque ese Ángel del Señor le pertenece, es suyo, suyo y nada más que suyo, cómo le ha localizado si la marca en sus costillas hace que esté lejos del radar de los Arcángeles.

Cass le responde que gracias a Bobby, después le pregunta por Sam.

El primer pensamiento coherente ante la cuestión del Ángel sobre su hermano es cabreo, uno monumental, de esos que no había tenido desde… hm… nunca.

Por un instante desea tener a Sam allí sólo por el placer de golpearlo porque su Ángel, suyo, no de su puñetero hermano menor, ha querido saber dónde está.

En serio, ¿es qué también le va a arrebatar eso Sam? ¿A mi Ángel? ¿Es que ese crío de mierda no tiene suficiente con haberme dado la espalda por culpa de un demonio que ahora intenta quitarme lo único que atesoro como propio?

Dean no le ha dicho a Sam nada sobre sus sentimientos hacia Cass, en fin, no lo vio necesario porque a Sam le gustan las mujeres, ¿no?

Claro que, bien pensado, pre-Castiel a él también le gustaban las mujeres, mucho, muchísimo. Disfrutaba con su compañía en casi cualquier circunstancia, excepto por las noches, a Dean le gusta dormir solo. Por un instante, Dean piensa que si fuese Cass su compañía nocturna le pediría que se quedase y, probablemente, lo abrazaría toda la noche. Se imagina la sensación que debe suponer despertar con Castiel, lo que le provoca un estremecimiento. Suena demasiado placentero, demasiado tentador, incluso para él.

¿Y ahora qué, genio?

Cazador-presa o presa-cazador, el orden de los factores no altera el resultado, Dean toma la determinación de ir a por todas. Aunque sea un Ángel del Señor con envoltorio masculino, Dean piensa atarse a él. A poder ser con una alianza. Porque sí, Dean Winchester, ha decidido convertir a ese inexpresivo Angelito en suyo por la eternidad.

Y, cuando lo haga, le pedirá que marque cada rincón de su cuerpo para demostrar al puto universo que Cass le posee y que él posee a Cass. Búscate a otro envoltorio, Michael, que este cuerpo ya tiene dueño.

Pov. Cass

Cass se aparece en el hotel de mala muerte que está Dean después de hablar con Bobby. Cass está furioso porque Dean lleva días sin cogerle el teléfono, está pensando en sermonearle de mala manera cuando ve su imagen reflejada en el espejo. El corazón le late en el pecho tan apresuradamente, que Cass piensa que se le va a escapar. Que el cuerpo de Jimmy no va a poder contenerlo.

Lo observa, durante un tiempo, sin hacer ruido.

Le gusta la manera en la que Dean está tratando de limpiar una mancha de sangre de su cazadora, le gusta la forma en la que está frunciendo el ceño y, sobre todo, le gusta disfrutar mirándolo tan de cerca sin que él se dé cuenta.

El hechizo se rompe cuando su Dean, suyo hostia, Michael no pienso compartirlo contigo, se sobresalta al verlo en el espejo.

Escucha los latidos acelerados de su humano, puede percibir la incomodidad de Dean, lo que hace que Cass se sienta mal. A su milagro no parece gustarle su presencia y eso, duele, más que cuando murió en casa de Chuck.

Dean habla de espacio personal. Cass es consciente de que debe ser la milésima vez que se queja porque lo invade, pero, sesiente demasiado bien con Dean tan cerca. Cass quiere acercar su mano a la mejilla de Dean, acariciársela y después… besarlo hasta que no nos quede aire en los pulmones y nos tengamos que separar.

La situación se le escapa a Cass de las manos, está a punto de hacer una gilipollez, como, por ejemplo, atrapar los labios de Dean en un beso cargado de amor, pero del de verdad. De ese del que tanta necesidad tienen los humanos. De ese que implica compartir todo con otra persona, de ese… ese tipo de amor, que hasta ahora nunca había sentido.

Busca a Sam por todo el dormitorio, deseando verlo para se le quiten esas ganas, pero el menor de los Winchester no está. Por una milésima de segundo, Cass desea gritar, reírse, llorar, todo a la vez, por la euforia que siente de poder estar a solas con Dean, como antes, cuando recién salido del Infierno, su milagro y él mantenían charlas, mientras Sam iba perdiéndose en Ruby. Cuándo sólo eran él y Dean, sin el Apocalipsis, solos, comprendiéndose, compenetrándose.

La época preferida de Castiel.

Cass, entonces, es consciente de que el Apocalipsis es tan culpa suya como de Sam, porque él sabía cómo acababa la historia y, al principio, no había intentado impedirlo, disfrutaba demasiado de la compañía de Dean, sin Sam.

Dean le dice que Sam y él se van a mantener separados por un tiempo y es consciente de toda la amargura, todo el dolor, que desprende la voz de Dean.

Entonces, una vez más, desea poder besarlo, poder explicarle que ya no está solo en el mundo. Que lo tiene a él, porque Dean Winchester es todo lo que quiere, de hecho, mucho más de lo que esperaba.

Sin embargo, Castiel se calla. Piensa que su cazador tiene bastante con superar el dolor que le causa la pérdida de Sam como para además, tener que enfrentarse a los sentimientos de un Ángel que lo ha amado desde… siempre.

Para evitar que se le escape un te amo, Dean Winchester, Castiel le dice a Dean el motivo por el que está allí.

Para ser honesto, la razón es una triste excusa para estar con Dean. Castiel ha descubierto que ahora pasar más de un día lejos de su Winchester, si le tocas un pelo Lucifer, me comeré tus entrañas, se vuelve loco: literalmente.

Cass ha descubierto que es adicto, necesita a Dean todos los días, 24 horas al día, 365 días al año. Y si le falta, sufre síndrome de abstinencia. Cass no piensa contárselo nunca a nadie, pero, de hecho, un par de veces se ha encontrado a sí mismo hecho un grumo en una cama suspirando, como una adolescente loca, desesperada, dolorosa y profundamente enamorada.

Pero Castiel es un Ángel del Señor, no se puede permitir esa actitud y se dedica a buscar miles de excusas con las que aproximarse a mi presa. Aunque Cass, nunca, jamás, se atreverá a reconocerlo en voz alta, ha pensado ir a por el mayor de los Winchester y cazarlo. Lo va a atrapar con una alianza, probablemente de oro blanco, y se va atar a él para siempre.

Pero, por el momento, se conforma con tener un día a Dean para sí mismo, un día completo que disfrutar en su compañía. Así que pone su mejor cara de póker y le pide ayuda para cazar a Raphael, su asesino.

Pov. Dean

Dean escucha a Cass pidiéndole ayuda para ir a su asesino. La idea de matar al cabrón que le hizo daño a Castiel hace que Dean tenga ganas de gritar, decir que sí, que va a ir a por ese desgraciado y le va a dar la paliza de su vida. La emoción ante la posibilidad de lastimar a quien hirió a su amor lo supera por un instante. Pero lo disimula muy bien diciéndole a Cass que le dé una buena razón por la que lo deba ayudar.

La respuesta de su Ángel es sencilla "Porque tú eres el único que puede ayudarme". Con esas simple ocho palabras, Dean se siente en el mismísimo Paraíso. Su Castiel lo necesita a él, ni más ni menos. Y Dean lo sabe, sabe que no habría una sola cosa en el mundo que no haría por Cass.

Sus miradas se cruzan por un instante, sin poder evitarlo, el corazón de Dean se detiene en el pecho, avergonzado por la situación baja su mirada, pero sus ojos se escapan hacia la boca de Cass.

Su Ángel, como siempre tiene los labios secos, Dean se cuestiona cómo se sentirá uno al rozar esos labios, acariciarlos con ternura y, sobre todo con pasión. Imaginarse a sí mismo, besando a Cass, logra que Dean se humedezca sus labios con la punta de la lengua. En el instante en que percibe lo que está haciendo, vuelve sus ojos verdes a los azules de Castiel y le pregunta en dónde se encuentra el Arcángel.

Cass le explica que está en Maine y aproxima dos de sus dedos a la frente de Dean para tele transportarlo. El mayor de los Winchester se echa para atrás en ese preciso instante.

Recuerda demasiado bien lo placentero que es volar en los brazos del Ángel, la última vez que lo hizo creyó que se moriría de felicidad al sentir la proximidad de su cuerpo, el calor que emanaba y durante una semana completa se emocionaba cada vez que lo recordaba.

A Dean le gusta esa emoción, pero estando a las puertas del Apocalipsis lo que menos necesita es temblar como una estúpida adolescente por pensar en su Cass. Sin embargo no es eso lo que le dice a su Ángel del Señor, le explica que la última vez que voló con él no pudo cagar durante una semana.

¿En serio tenía que decirle eso a Cass? Hostia, puta, va a pensar que soy un gilipollas.

Dean mira a Cass a los ojos, el corazón se le enternece como un buñuelo cuando descubre en la cara de su Ángel una mirada de desconcierto, tiene que obligarse a darse una patada mental para no aproximarse más a él y sellar sus labios con un beso.

Así que, una vez más, retrocede alejándose otro poco de su amor.

Prepárate, Raphael, voy a por ti. Me pagarás lo que le has hecho a Cass por triplicado.

Al final, Dean sugiere a Cass que se vayan en su coche. Con lo que, de paso, tiene la ocasión perfecta para estar más tiempo en compañía de su Angelito.

Pov. Cass

Cass reprime un brinco de alegría cuándo Dean le dice que le ayudará. Siente que el mundo entero se puede quebrar en mil pedazos en ese preciso instante, piensa que en realidad si todo se acaba poco importará, porque Dean, mi Dean, ha accedido a ayudarle, aún a pesar de que es arriesgado, le acompañará.

Castiel no duda que mataría a Raphael si intenta hacerle daño a su milagro. Lo matará y no de una forma sencilla, sino torturándolo en el proceso, recreándose en el dolor de su cuerpo si osa, si piensa por un instante, hacer daño a mi Dean u obligarle a que se entregue a Michael.

Dean es mucho más que un simple humano, mucho más que un peón en la prevención del Apocalipsis. Dean es, simple y llanamente, el universo de Cass, sin Dean, él estaría muerto y es consciente de ello.

Castiel entiende que no hay una sola cosa, ni una, que no haría por él. Se estremece al pensar que por Dean, incluso sería capaz de enfrentarse a su mismo Padre.

Por Dean merecen la pena todos los sacrificios, todos los riesgos.

Al observarlo ve como Dean se humedece los labios con la lengua, se siente tentado de aproximar los suyos a los de Dean. Cass desea averiguar a qué sabe Dean, quiere probar su piel, centímetro a centímetro, acariciar cada uno de sus músculos, mecerse en sus brazos hasta que ya no le queden más fuerzas. Quiere entregarse a él como nunca lo ha hecho en su vida. Ser uno con él hasta que el mundo entero desaparezca.

El Cielo, el Infierno, el Apocalipsis, sus Hermanos, su Padre, Sam, todo se puede ir al carajo porque Castiel lo único que anhela es estar con Dean, para siempre.

Se obliga a recordar que quiere encontrar a Raphael, así que aproxima su mano a la cabeza de Dean con toda la intención de tele transportarlo.

Castiel aún recuerda que sintió la primera vez que voló con Dean en brazos, rememora cómo el corazón de su cazador botaba en el pecho, recuerda la cercanía de su cuerpo, el calor que emanaba, el olor de Dean esparciéndose, mezclándose con su propio olor y dando como resultado uno mucho más embriagador. Cass piensa que los dos juntos son la perfección, lo piensa, pero no lo dice porque los Ángeles no pueden confesar esas cosas, no pueden demostrar sentimientos.

Entonces, ocurre, no puede evitar plantearse qué ocurriría si él cayera, qué pasaría si se cortase sus propias alas y se arrancase su gracia como Anna. Comprende que debe ser muy doloroso, Anna se lo explicó una vez, era como cortar su cuerpo con una espada de Arcángel bien afilada, imagina que ese dolor no sería nada comparado con la alegría de verse, a sí mismo, acompañando a Dean por el resto de su existencia. Pero Cass, simplemente, no puede arrancarse su gracia sin más, ¿quién cuidaría de Dean entonces?

Castiel ha reflexionado mucho, muchísimo sobre el asunto. Está decidido a permanecer al lado de Dean para siempre, en ese cuerpo humano, envejecer como cualquier otro, pero cuando por fin logre su objetivo de tener a Dean, porque lo voy a tener sin duda, lo va a marcar de una manera especial para poder sentirlo en todo momento y acudir en su ayuda si lo necesita.

Cass sabe que el proceso de esa marca en sencillo, muy simple, para que cualquier Ángel de la Guarda pueda estar conectado a su protegido en todo momento. Castiel marcó una vez a Dean así, cuando era pequeño, pero tras su paso por el Infierno, la marca se había evaporado. No se la puso otra vez porque sabía que el proceso sería doloroso para Dean y se había arrepentido mucho, muchísimo, de tomar esa determinación. Castiel deseaba haber dejado su señal en la piel de Dean cuando lo había traído de vuelta y, más aún, teniendo en cuenta que había tenido que llamar a Bobby para ubicar a Dean en ese hotel en que se encontraban.

¡A un simple mortal cuándo yo soy un Ángel del Señor!

Dean le explica a Cass que irán en coche y, Cass, sin poder evitarlo, sonríe para sí mismo. El trayecto en coche implica un par de días con Dean, mucho más tiempo del que tendría si simplemente lo tele transporta.

Pov. Dean

Después de ver al Sheriff de Maine, tras estar en San Pedro con el recipiente de Raphael, Cass y Dean se separaron. Han pasado tres horas desde entonces, con lo que Dean, empieza a estar realmente preocupado por su Ángel que no ha aparecido.

Su corazón late a mil por hora al pensar que tal vez ese puñetero Arcángel ha ido a por su Castiel, lo ha herido y se angustia al imaginarse a su amor, en algún lugar, malherido, siendo torturado por un cabrón. Está a punto de salir a buscarlo cuando reaparece en la habitación.

El corazón de Dean se calma al observarlo, parece que tiene todos los huesos en su sitio, no hay ninguna herida en su rostro o en su cuerpo, así que suelta un profundo suspiro de alivio.

Después le pregunta dónde ha estado, sintiéndose algo enfadado por haber perdido su pista durante tres horas.

Castiel le dice que ha estado en Jerusalén, a Dean no le importa mucho la ciudad en la que nació Jesús, aún así le pregunta a Cass qué tal fue la visita. Su Ángel le explica que ha logrado un aceite muy especial, muy raro para atrapar a Raphael.

Dean y Cass hablan durante un rato. Finalmente, Dean hace una cuestión que le lleva rondando la cabeza desde que a su Ángel se le ocurrió la brillante idea de intentar atrapar a Raphael.

Pregunta a Cass por las posibilidades que tienen de salir con vida de ese encuentro. Cass le dice que él todas, pero no dice nada sobre sí mismo.

El corazón de Dean se para, observa a Castiel por un instante. En su mente se imagina un mundo sin mi Cass y no le gusta en absoluto. Así que decide que, cuando Castiel no esté mirando, guardará un poco de ese aceite para derramarlo encima del asesino de Cass si éste pretende hacerle daño.

Después le pregunta que si esa es su última noche en la tierra, qué quiere hacer. Castiel se sienta en la silla, después lo mira y le dice que había pensado en quedarse sentado tranquilamente.

Dean no puede permitir que su Ángel pase así su última noche. Le pregunta si quiere ir a emborracharse o acostarse con alguna mujer. (Aunque no lo reconocerá ni muerto, Dean desea que Cass le diga que no tiene intención de estar con ninguna mujer, que sólo está interesado en él)

Cass mira a Dean, angustiado, se frota la nuca, preocupado, y a Dean se le derrite el corazón cuando comprende la realidad de esos gestos. Su Ángel, su tierno, perfecto, maravilloso, dulce y encantador Ángel es virgen.

Ese pensamiento le produce tal alegría que se ve obligado a bromear con Epi y Blas. Después, con el corazón roto por tener que tomar esa decisión, le dice a Cass que no morirá virgen bajo su guardia.

A Dean le gustaría ser él quien rompiese el celibato de Cass, pero no va a hacerlo. Porque, como desde que se enamoró de Castiel es un caballero, ha decidido poner en marcha un plan de seducción completo antes de ir a por todas. Y lo va a seducir, ya lo cree que lo hará, de tal manera que su Cass sea incapaz de pensar en otra cosa que no sea Dean, y, cuando piense en él, siempre utilice posesivo delante: "mi Dean"

Su Ángel, además, le ha brindado la ocasión perfecta para poner en juego el primer punto de su perfectamente planificado plan de "ataque y caza de Cass"

Plan maestro del ataque y caza de Cass, por Dean Winchester. Punto 1.

Lleva a tu amor a un lugar donde haya mucho donde elegir, para que descubra que tú eres lo único que quiere. El sitio tiene que ser elegante, pero al mismo tiempo, decadente. Con ambiente seductor, pero al mismo tiempo deprimente. Traducción: Casa de Citas o Club.

Con una media sonrisa asomada en sus labios, Dean insta a su Ángel para que lo siga.

Pov. Cass

Cass se siente sumamente incómodo cuando Dean le pregunta si está interesado en mujeres. Lo cierto es que, hasta que conoció a Dean, las mujeres, los hombres o los Ángeles no le interesaban. Nunca ha sentido la necesidad de estar con otra persona, entregarse completamente. Siempre había pensado que estaba incapacitado para amar a alguien que no fuese su Padre, ahora sabía que se equivocaba.

Siempre había creído que vivía sólo por y para la misión que su Padre le había encomendado. Así era hasta que conoció a ese cazador de ojos verdes que se había metido poco a poco en su corazón convirtiéndose en toda la razón de su existencia.

Durante milenios había pensado que no estaba capacitado para amar, en tan sólo unos meses, esa idea se le antoja absurda, ya que ha encontrado una persona a la que quiere amar.

Por primera vez en su, larguísima, existencia hay algo que quiere para sí mismo.

Se siente incómodo al confesar a Dean que nunca ha estado con nadie, Ángel o humano. Le dice que es porque nunca ha tenido tiempo aunque ahora Cass sabe que, en realidad, no lo conocía a él.

Castiel quiere confesarle a Dean que el motivo por el que se quiere quedar sentado tranquilamente en ese lugar es para estar con él, porque desea mirarlo durante toda la noche, rememorar cada uno de sus rasgos, por si es la definitiva noche de su vida.

Cuando Dean le cuenta que no piensa dejar que muera virgen, Castiel desea explicarle que, si eso es lo que quiere, lo único que tiene que hacer es entregarse a él.

Permitirle disfrutar esa noche del contacto de su cuerpo, sintiendo cada pequeña partícula de la piel de su cazador, besando todos y cada uno de los músculos que lo sostienen. Desea entregarse a él, tan fervientemente, que se obliga a sí mismo a pensar en el Apocalipsis para no saltar encima de su presa.

Y, por primera vez, Cass siente que toda su vida se ha estado preparando para entregarse a Dean Winchester, que toda su existencia, ha sido sólo el camino hasta encontrar su lugar en el mundo.

Castiel lo sabe, ese lugar es Dean Winchester.

Pov. Dean

Dean elige un club que conoce para llevar a Cass. El lugar no está mal, no es uno de esos clubes cutres, sino el mejor de la ciudad. El motivo de su elección es simple, prefiere ir a ese lugar porque así Castiel no pensará que lo está llevando a un mal lugar, con lo que, ni remotamente sospechará que eso forma parte del "Plan maestro del ataque y caza de Cass por Dean Winchester".

Al llegar se sientan en una mesa, piden unas cervezas y una joven no tarda en aproximarse a su mesa para observar a Cass embelesada. Dean desea con toda su alma, aunque jamás lo reconocerá, empujar a esa mujer bien lejos de su Ángel, pero no lo hace porque eso forma parte de su plan.

Plan maestro del ataque y caza de Cass por Dean Winchester. Punto 2.

Tu objetivo debe probar otras cosas para descubrir que tú eres lo único que quiere. Así pues, mímale, permítele experimentar y, cuando regrese a ti, sabrá que eres lo mejor que le ha pasado.

Tras presentar oficialmente a Cass y a la chica, lo empuja para que se vaya con ella. En el momento en que lo hace siente que su corazón se quiebra en mil pedacitos, como un espejo cuando se cae desde una altura muy elevada, pero Dean sabe, desde luego que sí, que para lograr objetivos hay que seguir una estrategia y eso es lo que hace, maldita sea.

Pov. Cass

Castiel no quiere irse con la mujer que lo está mirando, no desea estar con ninguna otra persona que no sea Dean Winchester. Intenta librarse de la situación, pero Dean acaba tendiéndole un fajo de billetes y empujándolo hacia Chasticity.

Castiel busca en su cabeza una excusa para no seguir adelante con eso, pero lo cierto es que está bloqueado. Le aterra la idea de que Dean le permita estar con otra persona. Le angustia la posibilidad de que, a pesar de su plan para seducir al mayor de los Winchester, éste no sienta nada por él.

Cass sólo desea desvanecerse en el aire para salir de la incómoda situación que está viviendo, pero no lo hace. La mirada de Dean, cargada de confianza, lo insta a que siga adelante.

Sigue a Chasticity hasta un dormitorio. Al entrar en él, ella empieza a desprenderse de la ropa que lleva puesta. Castiel cierra los ojos para no mirar, la mujer le observa con cierta ternura.

Lee su pensamiento, descubre que es la primera vez que Chasticity se siente a gusto con uno de sus clientes, lee que a ella no le gusta esa vida, que quiere huir de ella. También lee que lo desea y que sabe que es virgen.

De pronto sabe lo que tiene qué hacer. Chasticity sólo está buscando una excusa para alejarse de esa vida de perdición y él se la ofrece en bandeja.

Le explica que su padre no se marchó por ella, entonces, por un segundo siente cómo ella se alegra ante esa noticia, pero entonces se enfada. Se pregunta por qué va a seguir con ese tipo de vida, si no es culpa suya lo que ocurrió en su casa.

La joven toma una determinación, va a abandonar ese lugar y buscar trabajo como profesora de guardería, el sueño que ha tenido desde su infancia.

Castiel se alegra de haber hecho una buena acción. Cuando va a salir con una sonrisa en los labios, Chasticity se pone a gritar.

Pov. Dean

Dean está tomándose una cerveza con una mujer cuando se oye el grito de otra por todo el local. Sin pensárselo ni un momento, el mayor de los Winchester se levanta, camina hacia el lugar del que proviene el grito. Al llegar se encuentra a la mujer con la que ha ido Cass furiosa, gritándole como una loca que desea que se muera.

Dean se enfurece con Chasticity por decirle todas esas cosas desagradables a Cass, está a punto de decirle algo cuando cae en la cuenta de que ella ha gritado, lo que sólo puede significar que Castiel ha hecho algo que la haya disgustado.

Dean se pregunta si su Ángel le habrá pedido algo realmente indecente a esa mujer, aún a pesar de que le advirtió que no se saliera de lo habitual. La posibilidad de que sea así, hace que Dean se enoje. Mira a Cass con desaprobación y le pregunta qué ha hecho.

Castiel le explica que le ha hablado a la mujer de su padre. Lo cierto es que siente un enorme alivio al ver que su ángel, no ha sido profanado todavía, de hecho le dan ganas de coger y besarlo allí mismo, pero no lo hace.

Plan maestro de ataque y caza de Cass por Dean Winchester. Punto 3.

Dale siempre la razón a tu amor, incluso en las situaciones más marcianas, como por ejemplo, cuando él le habla a una mujer de mala vida sobre su padre. Con eso lo tienes en el bote.

Dean sonríe a Cass, después lo agarra del brazo y se lo lleva con él lejos del antro en el que están. Lo cierto es que se siente eufórico al salir de allí con su Ángel, sabiendo que aún no ha caído en los brazos de nadie. Entonces llega a la conclusión de que él será la primera vez de Cass, caiga quien caiga.

Antes de subirse al coche, Castiel le pregunta qué es tan divertido, Dean quiere decirle que estar con él es divertido, de hecho, lo mejor que le ha pasado en la vida. Sin embargo, sólo le dice que hacía mucho tiempo que no se divertía tanto.

Pov. Cass

Cass se siente liviano cuando Dean lo agarra del brazo. Por un instante piensa que sería capaz de volar sin alas, al notar el calor de la tibia mano de Dean sobre su piel, al percibir la dureza de su agarre y, al mismo tiempo, la delicadeza y ternura. Castiel mentiría si no reconoce que en ese mismo instante se encuentra en las puertas del mismísimo Paraíso.

Y luego está la sonrisa, la carcajada jovial y encantadora que suelta cuando están lejos del club que han visitado.

A Cass se le escapa el corazón del pecho ante esa risa. Cass conoce a Dean mejor de lo que conoce a nadie en el mundo, lo ha vigilado durante toda su vida, y desde que lo conoce, hace ya mucho tiempo, nunca le ha visto tan satisfecho, feliz. No sonreía tanto desde que era pequeño y Mary aún estaba viva.

Así que no puede evitar reírse. Además se felicita a sí mismo, aunque Cass jamás lo reconocerá delante de nadie porque la soberbia es uno de los siete pecados capitales y él es un Ángel del Señor, por haber hecho reír a Dean.