Era insoportable. Podía sentirlo por todo su cuerpo. Sus huesos repiqueteaban su nombre. La ansiedad se lo recordaba todo el tiempo, y no importaba cuanto se rascara, la sensación no se iba; realmente lo odiaba.
Odiaba estar encerrado en el subsuelo. Odiaba estar encerrado allí abajo con ellos. Su hermano, los monstruos de la guardia real, el rey, Undyne, los despreciaba, los aborrecía.
Largarse, alejarse de todo y de todos, ese era su deseo más fuerte, su anhelo, su quimera. Pero la barrera lo hacía imposible, aquella fuerza lo mantenía encerrado con ellos, sus huesos ardían, y de tanto rascar sus dedos dejaban marcas profundas, casi grietas.
Fue un día normal, o tan normal como se podía considerar dadas las circunstancias. Estaba sentado en su garita cerca del gran portón, "vigilando" aun cuando nadie pasara por allí desde hace ya mucho tiempo. Sintió el ruido de algo moverse, algo pesado y poco ágil, arrastrándose. Tardo poco en darse cuenta de que era, había pocas cosas en la zona que pudieran hacer semejante escándalo.
Se movió rápidamente hasta poder ver la gran puerta, esperando ver a la mujer que siempre se hallaba del otro lado. Quizás al fin se había cansado de todo, y había decidido salir de su escondite para buscar al rey, lo que pasara después sería poco agradable a la vista pero al menos Sans se entretendría, un cambio de rutina más que bienvenido.
Pero lo que salió no era ni por asomo lo que él esperaba: un niño, un humano. Mil y un ideas se le pasaron por la cabeza, desde asustarlo, hablarle, incluso amenazarlo un poco solo para saber de qué madera estaba hecho. Pero entonces recordó algo: las almas humanas. Una sola, un alma más, el rey podría destruir la barrera, y al fin podría tener esa guerra contra los Humanos que tanto deseaba. Pero eso a Sans poco y nada le importaba, si la barrera era destruida, el al fin podría ser libre.
No dudo ni por medio segundo. Salto de su escondite justo detrás del humano, y lo abrazo. Los huesos de su cuerpo salieron como lanzas en todas las direcciones posibles, tomando por sorpresa al niño, que no llego a decir ni hacer ruido alguno antes de que su cuerpo cayera al suelo, dejando una enorme mancha roja en la nieve.
*que mal educado, recién llegas y ya haces semejante enchastre. Delante de Sans se materializo el alma roja del niño.
*pero bueno, que le vamos a hacer?
*supongo que con esto bastara. Sans tomo con ambas manos el pequeño e inestable corazón rojo.
*disculpa aceptada chico.
Sans saco se encamino a su garita, dentro de ella había una capsula para contener almas. Nadie creía que fueran a servir para algo, pero desde lo que paso la ultima vez, el rey dictamino que todos los vigilantes debían tener una. No podía perderse otra alma por semejante descuido. Sans coloco el alma dentro, y la capsula tomo un color rojo idéntico al del corazón.
*nada personal. Susurro Sans, aunque poco le importaba si el alma escuchaba o entendía sus palabras. Al fin seria libre.
El camino a su casa se le hizo extrañamente largo, mas aun considerando que Sans conocía todos los atajos. Los pies le pesaban, como si consigo arrastrase toda la tierra que hay por encima de su cabeza.
