¡Hola a todos! Soy nueva aquí pero por fin me he decidido a subir un fic mío! Este ya lo tenía desde hace mucho, pero lo iré subiendo poco a poco para hacerle un par de correcciones.
Espero que os guste!
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece y no hago esto por dinero. Si Severus Snape me perteneciese... Ejem, (pensamientos fuera) quiero decir que Esmeralda sí que es un personaje mío.
Verde Esmeralda
I. ESMERALDA
- Traémela… viva – dijo la voz de la figura vuelta de espaldas que contemplaba el fuego desde un enorme sillón – Y sin errores – añadió con una voz tan fría que hubiera helado la sangre a cualquiera -.
Lucius Malfoy se inclinó con una leve reverencia, a pesar del escalofrío que acababa de recorrerle la columna vertebral:
- Está muy tenso – pensó el mortífago para sus adentros – Así se hará, mi Amo – respondió, sin embargo, en voz alta -.
Lucius se giró sobre sus talones y atravesó la gran estancia seguido del elegante ondeo de su capa. Cruzó los amplios corredores del Castillo y salió al exterior, donde llovía copiosamente.
- Septiembre va a venir revuelto – pensó Lucius antes de desaparecerse en pos del cumplimiento de su misión -.
El Señor Tenebroso seguía contemplando el fuego con la mirada perdida en el infinito. Su fastidio aumentaba por momentos. Sostenía en la mano derecha una copa que contenía un viscoso líquido rojo semejante a vino. En un arranque de furia la arrojó contra el fuego que se avivó chisporroteante:
- Un arma tan poderosa suelta por ahí… Tengo que atraparla y liquidarla antes de que alguien pueda usarla en mi contra. Además, - admitió – siento una cierta curiosidad…
Lord Voldemort se puso en pie y se asomó al ventanal. La lluvia seguía cayendo incesante y los rayos y truenos no tenían descanso. Sus felinas pupilas contemplaban fijamente el vacío. No le gustaba aquella situación, le hacía sentirse vulnerable… casi humano. Le traía recuerdos desagradables, de cuando todavía muchos lo conocían como Tom, aunque algunos fieles ya le llamaban Lord Voldemort. Su poder entonces no era aún absoluto, pero comenzaba a vislumbrarse el temible ser capaz de provocar tal pánico y destrucción que hasta el pronunciamiento de su nombre acabaría siendo evitado.
La chica caminaba por la acera con paso ligero, ya que aunque había parado de llover el viento era frío.
De repente le turbó una extraña sensación; había algo que no encajaba en la espaciosa calle que estaba recorriendo. Tardó unos instantes en darse cuenta de que era… ¡No había nadie! Ni un solo alma a la vista, ni un solo coche. Aquello era muy raro, pues esa era la hora en que, como ella, mucha gente finalizaba su jornada de trabajo, y abandonaba las numerosas oficinas de aquella zona de negocios, ya de por sí muy transitada a cualquier hora del día. Sujetó con fuerza el paraguas que llevaba agarrado en la mano derecha y aceleró aún más el paso.
- ¡Menos mal! – pensó – Solo tengo que cruzar la esquina y estaré enfrente de la boca de metro. En media hora estaré en casa con mi pijama calentito.
Sin embargo, al girar la esquina, sintió un golpe seco en el estómago. Alguien le había golpeado brutalmente, dejándola sin habla y sin aire, y ahora le colocaba en la cabeza una especie de saco de lona. El oxígeno le volvió de repente y trató de defenderse. Sabía que el atacante estaba a su espalda, así que impulsó hacia atrás el brazo en el que sostenía el paraguas. Un gritó masculino la cercioró de su buena puntería, pero cuando iba a echar a correr y arrancarse el saco de la cabeza, el hombre la rodeó con un brazo echándola contra su pecho, y con el otro le arrancó el paraguas. Ella forcejeó un instante y pidió socorro, pero entonces escuchó:
- ¡Petrificus Totalus!
La chica no pudo entender lo que pasaba. De pronto no podía moverse ni gritar. Era como si decenas de sogas sujetasen su cuerpo y no pudiera despegar la lengua del paladar.
- ¡Estúpida muggle! – espetó la profunda voz masculina -.
A continuación la chica sintió una extraña sensación de vértigo, como si atravesase a toda velocidad un túnel de luces verdes y violetas que traspasaban el saco que le cubría la cabeza…
Minutos más tarde, Lucius Malfoy y su espesa melena rubia platino recorrían esa misma calle, por la que de pronto volvía a circular el tráfico y los transeúntes recorrían en manadas entrando al metro o esperando al autobús.
- La chica tiene que pasar por aquí – pensó, recordando las explícitas instrucciones recibidas -.
Sin embargo, algo acaparó su atención. Había un bonito paraguas azul tirado en medio de la calle. Lucius lo recogió, pero no era eso lo que había llamado su atención, era algo que flotaba en el ambiente… ¡Magia! ¡Alguien acababa de desaparecerse en ese lugar exacto!
- ¡Maldita sea! – exclamó Lucius Malfoy - ¡Se me han adelantado!
Al Señor Tenebroso no iba a gustarle aquello. Con un ágil movimiento, Lucius volvió a desaparecerse. Sorprendentemente, nadie se dio cuenta, todos tenían muchas preocupaciones y ganas de llegar a casa.
Harry se encontraba sentado en su cama, en el desvencijado desván de "La Madriguera". A su lado se encontraba el baúl con toda su ropa y sus libros. Encima reposaba la jaula de Hedwig, que ahora estaba vacía, ya que la lechuza había salido a sus quehaceres nocturnos.
Al día siguiente, primero de septiembre, comenzarían las clases en Hogwarts. Estaba impaciente, no veía el momento de volver a lo que el consideraba su verdadera casa, su único hogar, aunque debía reconocer que "La Madriguera" también era un lugar estupendo y que la Señora Weasley no hacia diferencias entre él y el resto de su numerosa prole.
Harry contemplaba algo que sostenía entre sus manos. Era una fotografía de una joven muy hermosa. Su rostro era un perfecto óvalo. Tenía una encantadora sonrisa que dejaba ver una cuidada y blanca dentadura. La nariz respingona le daba un tierno aire juvenil. Tenía una espesa y rizada melena de color rojo oscuro. Pero, sin duda, lo que más llamaba la atención eran los enormes y brillantes ojos verde esmeralda coronados por largas pestañas negras… Lily Evans había sido una mujer muy bella.
A Harry le parecía curioso que Tía Petunia hubiera conservado tanto tiempo aquella fotografía, ya que no era ningún secreto que no guardaba un grato recuerdo de su hermana, ni de "ese Potter", el tipejo con el que se había casado.
Le había hecho mucha ilusión encontrar aquel tesoro. Tenía muchas fotos de su madre, pero todas estaban hechas con cámaras mágicas, lo que quería decir que las figuras retratadas se movían, saludaban… la fotografía que ahora sostenía entre sus dedos estaba hecha con cámara fotográfica muggle, por lo que mostraba una imagen fija de su madre. Precisamente era eso lo que la hacía mágica a ojos de Harry: había capturado en el tiempo el eterno instante en el que su madre era la mujer más guapa del mundo… al menos esa era la opinión de Harry, mientras la contemplaba extasiado.
¿Cómo la había encontrado¡Ah, sí! Había entrado sigilosamente en el sobrecargado dormitorio de los Dursley, a pesar de que sabía que estos habían salido a ver una exhibición de lucha del "pequeño Dudders".
Había estado leyendo en su libro de pociones el capítulo dedicado a: "Brebajes Basados en Lazos Familiares". Allí se explicaba la manera de encontrar a alguien a través del cabello de un hijo, como preparar poderosos elixires con la sangre de los hermanos…
Harry recordó con un escalofrío la escena del cementerio en el que Voldemort había vuelto a la vida gracias, en parte, a un hueso extraído de la tumba de su difunto padre, Tom Ryddle Senior. A Harry le sobrecogía pensar que una parte del cuerpo de un pariente, algo incluso tan ínfimo como un cabello, pudiera dar lugar a pócimas tan terriblemente poderosas y tan cercanas a la Magia Negra. Y eso que aquel era un libro de texto para estudiantes y solo contenía las aplicaciones más inofensivas.
Pero la curiosidad era uno de los más graves defectos de Harry y este sintió la tentación de probar alguno… claro que para ello necesitaba un cabello de algún pariente cercano y el único pariente que él tenía vivo (aparte de Dudley y Tío Vernon, éste último solo pariente político) era Tía Petunia. Una mueca de desagrado se dibujó en los labios de Harry. Se le encogía el corazón al pensar que la única familia que tenía en el mundo era ese atajo de zopencos. Tenía a su padrino Sirius, pero vete tú a saber donde estaría en ese momento el prófugo, además no era un familiar propiamente dicho, era "solo" el mejor amigo de su malogrado padre James Potter.
No obstante, aprovechando la oportunidad de encontrarse solo en casa, se dirigió al dormitorio de sus tíos. Tía Petunia tenía un horrible tocador rococó repleto de potingues, cremas y cepillos. Seguramente, en alguno de ellos, habría enredado algún pelo de su tía.
Harry abrió el primer cajón. Efectivamente, allí había varios cepillos, y en uno de ellos, enganchado como una oruguita, un cabello de Tía Petunia.
Lo desenredó con cuidado para no partirlo y lo sostuvo entre dos dedos, con la delicadeza de quien manipula una mercancía muy peligrosa. Ya se disponía a salir del cuarto cuando algo llamó su atención: en el interior del cajón, junto a los cepillos, había una bonita caja de plata labrada… ¡Otra vez su indomable curiosidad!
- No se debe hurgar en las pertenencias de los demás – pensó Harry sensatamente - … aunque, por otra parte, solo va a ser un pequeño vistazo, y si es algo muy privado volveré a guardarlo – se justificó el muchacho -.
Se sentó sobre el floreado edredón de la cama de los Dursley y abrió la cajita… ¡Oh, que decepción! Solo eran viejas fotos, hechas con cámara muggle y muchas de ellas en blanco y negro; Harry las fue pasando una a una con desgana: Tío Vernon de joven (igual de gordo), Dudley de bebé (igual de gordo)… apareció entonces la fotografía de un matrimonio mayor. Harry le dio la vuelta; en el reverso, con la cursi caligrafía de Tía Petunia estaba escrito: "Mamá y Papá". Así que eran sus abuelos, los padres de su madre y Tía Petunia.
- Parecen buenas personas – pensó Harry – Me hubiera gustado conocerlos.
La siguiente fotografía mostraba a tres niñas en un prado floreado.
La de la izquierda era Tía Petunia, sin duda; la cara de caballo era del todo inconfundible. La niña de la derecha era la más pequeña. Desde niña Lily Evans había sido una criatura adorable… Pero ¿quien era la niña del medio? Era mayor que las otras dos, ya casi una jovencita. Era también bonita, pero su atractivo tenía algo de frío y misterioso.
Debía ser alguien de la familia, pensó no obstante Harry, ya que sus rasgos eran un afortunado cruce entre los de su madre y Tía Petunia.
Harry también le dio la vuelta a esta foto esperando una explicación en el dorso, pero en aquella no había nada escrito. Sin embargo, a Harry tampoco pareció importarle demasiado, se encogió de hombros y dejó la foto junto al resto con un gesto indiferente.
¡Entonces apareció la foto que ahora tenía entre sus manos! Mostraba a su madre con unos veinticuatro o veinticinco años. A Harry se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Se daría cuenta Tía Petunia si se la llevaba? Probablemente no… así que se la guardó deprisa en el bolsillo trasero del pantalón vaquero y salió corriendo de la habitación.
Había perdido el cabello de Tía Petunia pero ya no se acordaba de los "Brebajes Basados en Lazos Familiares"…
Un portazo devolvió a Harry a la realidad del momento presente. Ron acababa de irrumpir en el cuarto como una exhalación:
- ¡Fred y George están tratando de probar conmigo sus nuevas grajeas diarreicas¡Así que no me has visto!
Harry se había apresurado a esconder entre las sábanas la fotografía de su madre. No sabía por qué, pero no quería que nadie la viera.
- ¿Te pasa algo? – preguntó Ron al ver a su amigo con expresión aturdida -.
- No, no… - murmuró Harry atropelladamente – Oye, es un poco tarde y mañana hay que madrugar. Deberíamos irnos a dormir.
- ¡Oh, es verdad! – exclamó Ron con voz de fastidio - ¡Vuelta a las clases, que pestiño!
- Si Hermione te oyera… - repuso Harry -.
Ron se hizo el loco. Últimamente reaccionaba así cuando alguien mencionaba a la Señorita Granger. A los pocos minutos los chicos ya estaban en pijama y cubriéndose con las espesas colchas de lana tejidas por la Señora Weasley.
- Buenas noches, Harry.
- Buenas noches, Ron.
Harry apagó las luces y se quedó contemplando el techo a oscuras. Instantes después los ronquidos de Ron ya rebotaban contra las paredes. Al poco rato, también él se había quedado dormido y soñaba con los hermosos ojos verdes de su madre.
La chica abrió los ojos lentamente. No recordaba el momento exacto en el que había perdido el conocimiento. Estaba recostada en un cómodo diván color caoba, en lo que parecía un amplio y acogedor despacho. En la chimenea ardía un hermoso fuego. Decenas de pequeños y extraños aparatitos y relojes reposaban sobre mesitas y repisas. De las paredes colgaban retratos de ancianos y ancianas vestidos de peculiar manera, que parecían… moverse. Sobre una alta percha plateada, dormitaba una bellísima ave…
- Insisto, Severus, en que tus métodos son muy cuestionables en ocasiones. No son formas de abordar a una señorita, sobre todo cuando no está habituada a nuestras… costumbres.
La chica giró la cabeza. El hombre que había pronunciado esas palabras era probablemente el más anciano que ella hubiese visto jamás. Sin embargo, no parecía decrépito o cansado, sino sorprendentemente jovial y vigoroso. Tenía una larga melena blanca y ondulada, al igual que la barba que le llegaba hasta la cintura. Unas delicadas gafas de media luna cubrían sus pequeños y vivarachos ojos azules. Vestía una lujosa túnica morada con adornos plateados.
- ¡Oh, veo que ya ha despertado, Señorita Taylor! Espero que se encuentre bien… En primer lugar, quería disculparme por los modos de mi querido Severus – dijo el anciano moviendo la mano hacia el hombre que permanecía de pie, hierático en un rincón -.
La chica reparó por primera vez en aquel hombre. Vestía enteramente de negro. Era alto y delgado. Tenía una descuidada melena negra, muy lisa, que le rozaba los hombros. Los ojos, también negros, eran pequeños pero inteligentes, profundos, con una insondable expresión. La nariz larga y afilada, le daba cierto aire aristocrático, poderoso.
La piel era pálida, cetrina. No sonreía. Su cara no expresaba nada, tal vez una gesto de superioridad. Tenía los brazos cruzados indolentemente sobre el pecho. Miraba a la chica pero parecía no verla. Ella trató de calcular su edad… ¿Cuarenta¿Cuarenta y cinco?
Poseía un atractivo turbador.
- Yo… - intentó articular ella - ¿Qué significa todo esto¿Quiénes son ustedes? – sin embargo, su voz no denotaba miedo o nerviosismo, sino simple y llana curiosidad -.
- ¡Oh, perdone mi mala educación! – se disculpó el agradable anciano – Mi nombre es Albus Dumbledore, Director de Hogwarts, Escuela de Magia y Hechicería, perteneciente a la Orden de Merlín y con seguridad el mago más inteligente del mundo mágico contemporáneo… y este es el Profesor Severus Snape.
La chica no entendía absolutamente nada ¿Magia y Hechicería¿Orden de Merlín?
- Pero, por favor, acérquese – dijo el anciano con voz delicada, señalando una silla frente a su escritorio -.
La chica obedeció al instante; no es que el mago impusiera o diese miedo, pero sentía la necesidad de hacer lo que él le dijera.
- ¿Un caramelo de limón? – añadió ofreciendo a la joven un bonito cuenco de cristal repleto de esos dulces -.
- No, muchas gracias – rechazó la chica con educación - … y, bueno¿Pueden decirme que quieren de mí?
- Nosotros, nada de nada – respondió Dumbledore mientras se introducía un caramelo en la boca – pero hay gente que sí, gente muy peligrosa, si me permite añadirlo… No quisiera andarme con rodeos, Señorita Taylor, usted parece una mujer fuerte: su vida corre un serio peligro.
- ¿Mi vida?... pero… ¿quién¿por qué?
- Bueno, todo a su debido tiempo. De momento, lo dejaremos en que usted tiene algo que la convierte en una preciada posesión. Usted, en malas manos, o en buenas pero equivocadas, sería como una caja de cerillas en manos de un niño, un peligroso juguete. Pero no debe preocuparse, ahora está a salvo. Aquí, en Hogwarts, nadie se atreverá a tocarle un pelo de su rubia melena…
- Entonces¿piensa de verás tenerla aquí? – repuso indignado Severus Snape -.
La chica reconoció la voz profunda del hombre que la había atacado.
- ¿Y donde pretendes que se quede, Severus? – respondió Dumbledore con voz serena pero firme -.
Severus calló al instante y retornó a su silenciosa posición. Era evidente que respetaba mucho al anciano.
Dumbledore miró de nuevo a la chica y su expresión se dulcificó otra vez:
- Al Profesor Snape no le complace tener un muggle entre los muros de Hogwarts. Piensa que puede ser perjudicial para los alumnos… yo, sin embargo, lo veo una gran oportunidad y un interesante experimento sociológico.
- ¿Muggle?- preguntó la chica -.
Era la segunda vez que escuchaba aquella palabra. El Profesor Snape le había llamado "estúpida muggle" cuando consiguió atraparla.
- Persona no mágica – explicó Albus Dumbledore y añadió – Por supuesto no pretendo tenerla encerrada, eso sería un crimen. He tenido una de mis numerosas y brillantes ideas – hizo una pausa para crear expectación y prosiguió – Verá, muchos de nuestros alumnos proceden de familias enteramente mágicas y no han tenido nunca contacto con personas muggles. Eso me parece una seria limitación intelectual en el globalizado mundo en el que vivimos. Pero usted es la persona idónea para suplir esa intolerable carencia. Va a ser nuestra profesora de "Cultura Muggle": les enseñará a los chicos como se defienden los muggles sin magia, cuáles son sus costumbres…
- Pero… - se atrevió a interrumpir la joven – Yo ya tengo trabajo y no puedo dejarlo, solo llevo dos semanas. Soy Asistente de Marketing y Relaciones Públicas de una importante multina…
- ¿¡Y va a compararme eso con dar clase en Hogwarts!? – exclamó Dumbledore furibundo haciendo enmudecer a la chica – Además…
- añadió más tranquilo – … usted ya no trabaja allí. Su recuerdo ha sido borrado de la mente de sus compañeros, para ellos nunca ha pisado esa oficina. También a su familia y amigos se les ha implantado un falso recuerdo; piensan que está usted en Munich, perfeccionando su alemán.
La chica no sabía que pensar… Dumbledore hablaba como si realmente existiera la… magia… pero, todo parecía tan real… Sin embargo, algo en su cabeza, un oscuro pensamiento le acechaba y decía que su peor pesadilla se había realizado: la imagen de una mujer demacrada con camisa de fuerza apoyada en una pared blanca acolchada, con la mirada ausente ocupó su cabeza. Se había vuelto loca como ella… "Esquizofrenia paranoide con episodios psicóticos de extremada violencia"; eso habían dicho los médicos. La chica había preguntado si la mujer que movía los labios hablando con un ser invisible se recuperaría alguna vez. El médico había movido negativamente la cabeza y ella había abandonado llorando el sanatorio…
- No está usted loca, Señorita Taylor – dijo Albus Dumbledore como si le leyera el pensamiento – Ya verá como Hogwarts le encanta… ¡Pero que tarde es¡Y mañana comienzan las clases! El Profesor Snape la acompañará a su cuarto. La Profesora Mc Gonagall ya habrá traído sus cosas. He hecho un conjuro para que en su cuarto funcionen los aparatos muggles, eso en el resto del Castillo no es posible. Espero que encuentre todo a su gusto. Si desea alguna cosa no tiene más que pedirla… ¿Tiene alguna duda, Señorita Taylor?
- Todas – respondió ella -.
- ¡Estupendo, estupendo! – rió el Mago entusiasmado - ¡Tenemos muchos días para despejarlas una a una! Buenas noches, Profesora Taylor.
- Buenas noches, Profesor Dumbledore- respondió ella con una naturalidad que le sorprendió-.
Minutos después caminaba por los corredores de lo que parecía un inmenso y bello castillo. Trataba de alcanzar el paso del Profesor Snape que caminaba delante, pero le resultaba difícil; ella era bajita y aquel hombre daba zancadas de dos metros.
Tras recorrer decenas de pasillos y subir y bajas varias escalinatas, Severus Snape se detuvo ante una puerta de madera labrada con bellos dragones. Se dio la vuelta bruscamente y dijo de forma inexpresiva:
- Estas son sus habitaciones, Señorita Taylor.
- Muchas gracias – respondió ella con una leve sonrisa – Pero, por favor, llámeme Esmeralda, es mi nombre.
Severus contempló los hermosos ojos verdes de la joven; tenían el tono exacto de esa piedra preciosa. Una mueca de desagrado se dibujó en sus finos labios:
- Buenas noches, Señorita Taylor – respondió Snape con una frialdad que dejó a Esmeralda totalmente cortada -.
El hombre se dio la vuelta y se marchó apresuradamente por el mismo lugar por el que había venido.
- ¡Que hombre tan desagradable! – pensó en voz alta Esmeralda- ¿Por qué estará tan enfadado? A lo mejor todavía le duele el paraguazo…
Teniendo en cuenta la altura de Esmeralda y la de Snape, era evidente donde había acertado a dar la joven, aunque ella no había podido verlo. Se sonrojó ligeramente, aunque no pudo reprimir una carcajada.
Giró el pomo de la puerta y entró en su nuevo cuarto.
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La viuda Negra
Miembro de la Orden Severusiana
