Fijo mi mirada en el vaso; joder, ya está vacío otra vez y todavía no noto ni un ligero mareo, buceo en mi mente buscando alguna señal de confusión en mi cerebro, todo correcto. Gruño.

-Hijos de puta de rusos-Murmuro por lo bajo antes de llamar la atención del barman con una mano para después señalar el vaso de cristal vacío y después añado un dedo a la suma para señalarle que esta vez el whisky sería doble.

Me paso las manos por mi cabello con pesadez mientras rumio algo acerca de los días en Rusia.

Mi nombre es Gala Johnson. Dicho así no dice mucho acerca de mi, y si dijera que tengo veinte y un años recién cumplidos probablemente tampoco, y muy probablemente si añado a que vivo en Nueva York os imaginaréis a la típica niñita de buena cuna americana bebiendo en un bar de mala muerte para sentirse rebelde por que su novio (Otro niñito de buena cuna también, por supuesto) la ha dejado. ¡Já! Ojalá ese fuese mi caso, pero estoy entrenada para soportar tanto alcohol en la sangre que haría llorar a todos los borrachos desagraciados, gordos y marcados de tatuajes absurdos que componen el resto de las sillas ocupadas del local, en resumen, es difícil emborracharme, lo cual ahora mismo es una putada, por que lo único que quiero es abandonar mi cerebro.

Mi teléfono móvil suena en mi bolsillo, lo ignoro de primeras, no tengo ganas de hablar con nadie. En realidad llevo sin tener ganas los últimos tres meses. Las palabras de mi superior todavía me resuenan en la cabeza cuando cierro los ojos y mi cerebro toma el control completamente, "Estás rota" "Disfruta un poco y se normal por una vez en tu vida". El siguiente vaso aterriza delante de mi y el teléfono vuelve a sonar, alguien insistente. Me resigno y alargo el brazo hasta el bolsillo de mis pantalones, teléfono privado. Suspiro y le doy al botón verde.

-Si no se está hundiendo el mundo, realmente no me importa lo que tengas que decirme-Gruño al teléfono y de mi garganta sale una combinación de sonidos roncos.

-Yo también me alegro de oír tu voz, Johnson-Me responde una voz con humor al otro lado de la línea, grave, ronca y con débil acento americano debidamente oculto por el paso de los años en Inglaterra, la reconozco inmediatamente.

-¿Qué coño quieres, Smithson?-Ladro sin una pizca de humor, totalmente enserio.

-Que me devuelvas un favor-Responde y su tono cambia a ser profesional.

-Sabes mi respuesta-Tomo un trago que pasa dejando una ligera sensación de quemazón en mi garganta pero que consigue suavizarme la voz.

-Pero yo te hice un favor...-Comienza, pero no quiero escuchar.

-Estoy fuera, lo sabes.-Replico-No puedo serte de ayuda, lo siento.

El silencio se hace entre ambos teléfonos y cuento hasta siete antes de que él responda.

-¿Estás en tu casa?-Pregunta.

Abro la boca para soltar una mentira y decir que si, que estoy en casa, bebiendo té y viendo una película de amor en la televisión en vez de decir que estoy bebiendo en un bar de mala muerte con una barra que no ha visto el jabón en años.

-¿Vas a ir?-Pregunto-Por que si vas a venir, no. No estoy en casa.

-Muy bien, me pasaré por tu casa mañana a primera hora-Dice y cuelga antes de que tenga tiempo de replicar. Suelto un taco en voz baja, me bebo lo que me queda en el vaso de un trago y suelto un billete de veinte sobre la barra antes de irme allí.

Soy Gala Johnson, y hasta hace tres meses era agente de la inteligencia americana. Soy una muñeca rota de la que nadie en realidad quiere ocuparse.