15 de Agosto.

De nuevo a mí alrededor se juntaban las cenizas sin tener la compasión de dejar mi cuerpo inerte al descubierto. Lo único que se veía intacto eran mis heridas, causadas por el accidente en el cual me acababa de ver implicada. A lo lejos se veían las flamas donde se hallaban los vestigios del autobús escolar, amenazando con explotar en cualquier momento en que entraran en contacto con el tanque de la gasolina.

Mis ojos comenzaron a arder con fuerza, así que dé un impulso los cerré con fuerza. Casi me parecía oír aquella voz que me susurraba: Abre tus ojos pequeña niña. Respire de manera agitada durante un par de segundos. Escuché el sonido que producía aquella cosa al momento de tragarme. Abrí los ojos de par en par, solo para encontrar que el cuerpo de mi yo pasada había desaparecido en aquel mundo interminable.

Apretando los puños, me acerqué al lugar en el que había estado yaciendo mi cuerpo y delinee la figura que había dejado con la mirada.

-Buena suerte…

Me susurré a mí misma antes de alejarme unos cuantos pasos. Sonreí mientras mis ojos se volvían de color rojo. La escena se volvió borrosa mientras desaparecía de ahí y daba lugar a mi yo pasada. Una vez más, no pude evitar que el accidente pasara; sin embargo, el paso de los años y la cantidad de veces que había visto mi propia muerte impidieron que las lágrimas escaparan de mis ojos.

Cuando volví a abrir los ojos miraba al techo de mi habitación y estaba de vuelta en casa, en mi propio presente. Me levanté algo mareada y puse una mano en mi cabeza.

-¿Qué recuerdo…?

Hice un repaso mental de mis memorias a sabiendas de que olvidaba algo y nada en el mundo me haría recordarlo. Suspiré y, colocándome los audífonos en la cabeza, volví a recostarme en mi cama.

Incluso en este presente…

Era 15 de Agosto.