Epílogo

Su madre siempre había destacado que su única hija había obtenido demasiado cerebro en vez de belleza. No era que a para ella eso fuera una molestia, pero sabía que para su pequeña niña sería un impedimento bastante importante.

Así es como Isabella había aprendido a verse. Se paró frente del espejo del tocador de su madre y se observó. Si, no había punto de comparación con las demás niñas de su edad. Desde jóvenes se podía saber si serían bellas o no. En su caso, eso había sido definitivo. No sería la gran belleza londinense que se esperaba que fuera.

Para ella era suficiente tener el amor de sus padres, pero solo porque era una niña. Luego entendería las consecuencias de tal cosa.

-Vamos Isabella, llegaremos tarde- ella hizo una mueca cuando su madre se volteó. Era inapropiado para una damita. Caminó despacio en un intento de ser elegante, pero su madre la regaño insistiendo en que estaba caminando a zancadas por el pasillo. Ella rodó los ojos, su madre solía ser difícil de complacer. O tal vez hubiera sido más fácil si ella hubiera salido rubia, ojos color cielo como su madre, delgada pero no exageradamente como lo era ella y hubiera destacado de las demás niñas. Pero no, ésa era la realidad y la golpeaba con fuerza.

Llegaron al palacio Cullen en menos de quince minutos. Las mansiones se encontraban cerca y las familias estaban en contacto por sus hijos. Isabella era única hija, pero su mejor amiga, Alice tenía un gemelo, Emmett. Solían hacer un buen trío. Eran parecidos en facciones y en pequeñeces. Descartando que fueran extraordinariamente bellos para tener diez años. Emmett era enorme y aparentaba un par de años más, pero Alice era un hada salida de un cuento.

Los Masen eran una pareja maravillosa y así como se los respetaba por aquello, lo hacían porque eran los millonarios condes de Cullen's House. Una gran proporción de tierras demasiado importantes en Forks. El padre de Isabella era solo varón y tenía el dinero suficiente. Nunca les había faltado nada pero no se daban con privilegios.

-¡Isabella!- La pequeña Alice corrió a sus brazos y se abrazaron. Ella le tendió el regalo y los ojos de la niña se iluminaron.

-Feliz cumpleaños- sonrió encantada.

-Gracias, no tenías que hacerlo- Isabella rodó los ojos y se dirigió a Emmett con una sonrisa.

-Para ti, espero que te agrade. Feliz cumpleaños, Emm- él sonrió y la abrazó, prácticamente eran como hermanos. Siempre lo habían sido. Alice y ella eran más unidas. Practicaban, estudiaban y compartían la mayor parte del tiempo juntas. Pero ellas nunca dejaban de lado a Emmett.

-Gracias, Isabella. Vamos, tenemos que reunirnos con los demás niños.

-De acuerdo- Alice caminó junto a ellos y entraron en el salón atestado de niños.

Isabella debía admitir que nunca le agradaría ser una dama de alta sociedad y mucho menos, estar rodeada de ellos. Eran como parásitos buscando donde aferrarse a la comodidad de una buena amistad. Bueno, en realidad ella ni siquiera pensaba eso. Pero lo escuchaba demasiado seguido de boca de sus padres.

Las niñas se unieron a las demás. Esta sería la fiesta que todo el mundo recordaría. Ser un invitado para la casa de los condes era todo un honor. Los padres acudían para llevar a sus hijos, ninguno perdía la oportunidad para codearse con ellos.

-¿Que le compraste a Alice?- Jessica Stanley. Isabella nunca se había llevado bien con ella. Pero sonrió y se volteó para hablarle.

-Un libro que insistió en que le encantaba- Jessica pareció algo espantada- ¿Tú?- le preguntó mientras miraba la caja que llevaba en las manos.

-Una caja llena de cintas de satín y seda. Hasta de raso- sonrió maliciosa. Abrió la caja y se las enseñó. Isabella abrió los ojos y sonrió.

-Son hermosas...- iba a tocar una cuando ella cerró la caja. Isabella frunció el ceño, pero no le parecía extraño proviniendo de ella.

-No creo que debes tocarlas...- había estado comiendo pastel, pero se había lavado las manos. Se las enseñó.

-No tengo restos de comida ¿Lo ves?- Jessica sonrió y volvió a abrir la caja.

-De acuerdo- Isabella tomó una de color violeta y la admiró. Ella no tenía demasiadas cintas, porque detestaba usarlas. No le era agradable para nada tener que arreglarse el cabello a cada media hora porque las dichosas cintas se desajustan y resbalan de su sedoso cabello- No, Isabella, el violeta no.

-¿Por qué no?- dijo confusa.

-Por que todo el mundo sabe que el violeta queda mejor en el cabello rubio- dijo queriendo remarcar su poca sabiduría.

-Tal vez el verde. He visto a mi madre usarlas de ese color.

-El verde pasa, pero se ve mejor en el cabello rubio. Todo se ve mejor en el cabello rubio- una pequeña furia fue creciendo en el pecho infantil de Isabella.

-Entonces no sé cual deberías de usar tú. Tienes el cabello castaño como el mío...- su desafío desató la ira caprichosa de la desdeñosa Jessica.

-¡No! ¡Mi cabello no es castaño! ¡El tuyo lo es!- le arrebató la cinta de las manos y la volvió a su lugar. Isabella rió.

-Entonces deberías de mirarte al espejo cuando llegues a casa, Jessica. Tal vez no hayas notado que tus cabellos son de ese color.

-¡Mientes! El mío es castaño claro. Es mejor claro que oscuro. Mientras el mío era rubio el tuyo siempre ha sido igual. El castaño oscuro está pasado de moda.

-¿Quién impone la moda de los cabellos?- creyendo aquello una farsa inventada por ella- Creo que estás decepcionada. No eres rubia, pero tampoco castaña- contuvo las ganas de reír que tenía.

-¡Calla! No tendré el cabello rubio pero soy bella, cosa que tú no puedes decir lo mismo- pinchazo al autoestima de Isabella, su punto débil. Su poca gracia- Mira tus piernas, flacas y largas. Eres demasiado delgada y tienes los labios grandes. Nadie te querrá así.

-¡Cállate estúpida!- la voz de Alice resonó en el salón. Jessica ni se inmutó.

-Vamos, Alice. Se que es tú amiga pero no podemos mentir. Ella es fea- Isabella no era agraciada como la mayoría de las niñas. Pero siempre le había sido fiel y siempre había estado allí para ella. Entonces Alice estaría allí para cuando la necesitara.

-Te dije que te calles. No vuelvas a decir una palabra en contra de Isabella. Es mi mejor amiga y este es mi cumpleaños. Si sigues molestando ¡Te iras!- Jessica bajó la vista. Si lograba eso, sus padres la asesinarían. La repudiarían.

-Lo siento, Alice- murmuró y Alice se enfureció más.

-No me pidas disculpa a mí. Pídeselas a Isabella-

-Lo siento, Isabella-

-Disculpas aceptadas- dijo a regañadientes. Estaba eternamente agradecida con Alice.

La fiesta terminó a las cuatro de la tarde. Hora en la que todos los padres creían que sus niños pequeños deberían estar de vuelta a la casa. Todos los niños fueron puntuales en retirarse, excepto Isabella.

Malhumorada y entristecida se sentó al lado de su amiga. Su padre siempre olvidaba ir a retirarla. Prácticamente, siempre se olvidaba de todo lo que fuera importante cuando estaba con sus libros y sus traducciones.

-Lo siento, Madame Cullen. Mi padre debe de estar trabajando en una traducción nueva...

-Lo sé, cariño- Esme Masen siempre era comprensiva y cariñosa, además, pensaba que la niña no tenía la culpa de tener un padre distraído y una madre desconsiderada- Pero no tengo idea de qué puede haber pasado...

-Yo sí- dijo Isabella en un tono quejumbroso, estaba acostumbrándose a que su padre le hiciera esto cada vez que tenía que presentarse en un cumpleaños, fiesta o aniversario de algo importante para uno de sus amiguitos- Mi madre está en Suecia visitando a su padre y lo ha dejado a mi cargo- suspiró- Pero ha olvidado que tiene una hija...- recuperó la sonrisa- Momentáneamente.

-Bueno...- Esme estaba preocupada. La próxima vez que lo viera le daría una reprimenda maternal- Pero tienes que volver a casa... Tal vez debas ir con algún sirviente...- lo consideró.

-Puedo ir con ella- se ofreció Alice y Emmett a la vez.

-Ustedes dos deben guardar sus juguetes y escribir las notas de agradecimiento. Si no lo hacen hoy, olvidarán de quién ha venido cada cosa.

-De acuerdo...- murmuraron.

-¿Que tal si le pedimos a Anthony que la acompañe?- dijo Esme con una sonrisa.

-¿Anthony?- Alice sonrió y se acercó a su amiga

-¿Anthony?- Isabella estaba perpleja- ¿Tu hermano mayor? Nunca lo he conocido...- le dijo a Alice.

-Ya lo conocerás, es un encanto. Ha sido una suerte conseguir que viniera para el cumpleaños de los gemelos. Aunque temió aparecer en la fiesta...- se ahorró el detalle de explicar la dramática escena que le había hecho diciéndole que temía aparecer y que algún padre intentara querer casarlo con una niña de diez años.

-Que suerte tienes, Bella- le susurró mientras su madre informaba que requería su presencia- Anthony es un vizconde muy guapo... casi tanto como yo- rió con encanto y la miró- Suerte...- susurró cuando lo vio bajar por las escaleras.

-¿Madre?- Cuando Isabella giró creyó morir. Aquella criatura era un dios de aquél libro que le costaba recordar el nombre. Se lo había robado a su padre y se había enamorado de cada personaje. Pero no lo suficiente como para compararlo con él. Ah, si. Lo recordaba. Eran los dioses del olimpo y en ese momento creía estar frente a uno.

-¡Anthony!- él hizo una mueca cuando lo nombró- ¿Podrías acompañar a Lady Isabella a su hogar? Me temo que su padre ha tenido un tras tiempo- él sonrió y se dirigió a la niña.

-De acuerdo ¿Vamos?- Isabella miró vacilante la mano que él le extendía. Pero la tomó y se despidió de la familia- ¿A dónde vive Isabella?-

-A unos kilómetros, Lord Anthony- él hizo una mueca nuevamente y paró el camino.

-Lo siento... debí llamarlo señor o,.. Solo Anthony- él parecía estar sufriendo- Lo siento... como quiera que lo llame...- Anthony parecía estar a punto de soltarla del enfado.

-No ¿Sabes que? Te voy a contar un secreto...- los ojos de la niña se agrandaron y él sonrió-Detesto mi nombre de pila- Isabella frunció el ceño.

-¿Entonces como quiere que lo llame?-

-Bueno, mi segundo nombre es Edward. He hecho que me llamaran así desde que estudio en Eton. Vizconde Edward- la niña sonrió.

-Suena bien- se encogió de hombros despreocupada. La respuesta de la niña no lo conformó.

-Pero... ¿Le parece que suena mejor que Anthony, Lady Isabella?- aquel nombre se le hacía muy largo. La vio hacer una mueca y se disgustó, había esperado que le agradara el nombre.

Bueno, tan solo era una niña. No tenía que esperar demasiado.

-Si, suena mucho mejor. El otro es muy refinado, no creo que vaya con su personalidad-

-Estoy de acuerdo con usted, Isabella- ella se volvió algo molesta.

-No vuelva a llamarme así, parece que cada vez que pronuncia mi nombre lo tortura- comenzó a caminar y él aún la tenía tomada de la mano. La altanería estaba lejos de esta señorita, pero algo de su actitud le hacía sonreír.

-Entonces ¿Desea que la llame de otra manera?- inquirió con una sonrisa y la niña sonrió.

-Bella. Solo Alice me llama así. Si se lo digo a Emmett podría olvidarlo algún día y llamarme Bella en público.

-¿Y cual es el problema? Creo que es un bello nombre- le dijo deteniéndose a pedir que ensillaran a su caballo y un pony.

-El problema...- comenzó al oír lo del pony- ¿Pony? Quiero una yegua- Edward la miró. No parecía una niña caprichosa ni enfadada. Fruncía el ceño y le daba un aire de sensata madurez.

-De acuerdo- dijo sin rechistar y ordenó ambos caballos- Entonces...- la niña la lo miró esperando que hablara. Ella astutamente había dejado el tema atrás mediante la distracción. No le agradaba sacar a flote su falta de gracia frente a alguien que parecía que le hubieran otorgado de todo y no había rogado que pararan- Vamos... cuénteme cual es el problema de su diminutivo.

-Ah...- los caballos llegaron y ella se distrajo. Pero comenzaba a creer que evitaba el tema. Era una niña con inteligencia. Con mayor razón seguiría insistiendo. Una vez que estuvieron en camino sobre los caballos no habló. Solo la miró, solía ser insistente cuando quería. Esperaría a que ella hablara, sino, no hablaría. La niña suspiró y lo miró con firmeza a los ojos. Esos ojos color chocolate parecían absorberlo y por un momento se permitió introducirse en ellos- ¿No le parece obvio?- lo sacó de su ensoñación y se preguntó qué demonios estaba haciendo. No era más que una niña.

-¿Que cosa?- estaba confuso, su mente había perdido el hilo de la conversación. Ella rodó los ojos y se volvió al frente para ver donde iba mientras apuraba el paso. Eso lo asombró, estaba acostumbrado a que las damas fueran muy despacio para pasar más tiempo con él. Bueno... peor nunca había... técnicamente andado a caballo con una niña. De todas formas, ya le parecía inusual que pidiera una yegua e vez de un pony. Además de hablarle con tanta prudencia como si fuera un hombre sabio y no una niña.

-Mi diminutivo suele crear falsas expectativas. Se emocionan cuando conocen mi nombre y cuando me ven... se decepcionan- en su voz neutra no había ni un rastro de emoción. Había acabado aceptando su realidad.

-¿Por qué crees eso, Bella?- le preguntó como si fuera lo más normal del mundo y no lo entendía.

-Solo mírame...- por un momento su voz le hizo creer que hablaba con una muchacha no con una niña- Soy demasiado delgada, tengo la cara alargada y delgada, mi cabello y mis ojos son castaños...

-¿Eso crees?- la observó y asintió- Bueno, creo que tienes razón- Ella se volteó, eso le era insoportable. Claro ¿Por qué habría de hacerle un cumplido? Si él era un adonis de perfección- Yo creo que si tienes un cuerpo demasiado delgado, tu cara es algo alargada y tus cabellos y ojos son castaños. ¿Qué hay de malo con eso?

-Estoy fuera del estatus social. Nunca seré como las demás niñas- dijo con tristeza- Además, Jessica dijo que tengo los labios grandes- su frustración se notó- Ni siquiera me había dado cuenta de aquello.

-Bueno, esa Jessica es una estúpida. No deberías de prestarle atención. Si vuelve a mencionarlo dile que tienes los labios plenos.

-¿Que diferencia hay?- se tragó una sonrisa, su inocencia de niña era encantadora.

-Que son mejores los labios llenos que los grandes- dijo con simpleza y esbozó su sonrisa encantadora.

-¿Mejores para que?- era una niña irrefutable.

-Para besar- se aclaró la garganta, no era cómo hablar de eso con una niña de diez años- Son mejores... para eso. Pero yo creo que solo deberías esperar a crecer.

-De acuerdo- miró al frente y se ruborizó encantadoramente.

-¿Podrías dejar de acelerar tu caballo?

-Es que...- ella rió y eso lo hizo sonreír. Era muy natural- Suele pasarme cuando me distraigo. Además detesto pasear estúpidamente a caballo. Me gusta ir a velocidad pero nadie aprueba eso, es inadecuado para una niña- rodó los ojos y lo miró con una sonrisa traviesa. Edward rió y apuró el paso, convirtiéndolo en un trote no muy fuerte.

-Pero sabes qué...- se había quedado pensativo y se cayó al caer en lo que iba a decir, elaboró un cambio de pensamientos mientras ella lo miraba insistente- Nada, déjalo- le dijo cuando no se le ocurrió algo.

-Vamos, dímelo- ella sonrió y su eso pareció darle un calorcito. Esa niña era especial, desde luego.

-Creo que deberías llevar un diario- se bajó del caballo para ayudarla a bajar.

-¿Un diario? ¿Quién querría leerlo?- dijo con obviedad y eso abrumó a Edward. Se sobrepasaba los límites de cognición delimitados para su edad.

-Tú. Porque cuando seas mayor, leerás lo que escribiste y serás tan bella que te reirás de Jessica y de cualquiera que ahora te llame fea. Eres hermosa por dentro, comienza por eso- le tomó la mano y le besó el dorso con elegancia.

-De acuerdo...- él soltó su mano- Prometo jamás llamarte Anthony de nuevo.

-Recordaré llamarte Bella- se despidieron y ella entró en su casa.

Corrió adentro y encontró a su padre escribiendo en sus interminables cuadernos. Charlie Swann levantó la vista hacia la niña y frunció el ceño.

-¿Que no es demasiado tarde para ti señorita? Deberías estar en la cama- Isabella suspiró y se acercó.

-Te he dicho que enciendas más de una vela cuando escribes. Es de noche y te arruinará la vista- lo reprendió suavemente.

-Lo siento, no me había dado cuenta- la miró y sonrió. Ni siquiera se le pasó por la cabeza recordar que había tenido que ir a buscarla al cumpleaños de los pequeños del conde.

-Esta bien... ¿Padre?- él volvió a mirarla.

-¿Si, Bella?- eso era algo que jamás olvidaba. Llamarla por su diminutivo cuando estaban a solas. Ella sonrió y se acercó.

-¿Tienes un cuaderno de sobra? Deseo empezar a escribir un diario- dijo sin darle mucha importancia. Eso iluminó los ojos de su padre. Siempre tenía la esperanza de que su niña se dedicara a la literatura, como él.

-Claro, toma este. Es nuevo- ella le besó la mejilla, le agradeció y corrió hacia su habitación. Abrió la primera hoja y sonrió.

13 octubre 1810

Querido Diario: Hoy, me he enamorado.