Disclaimer: Los personajes y la trama le pertenecen a Masami Kurumada; la animación a T(r)o(ll)ei Animation y a Bandai; el deseo de escribir esto, sin el propósito de lucrar y esperando cero remuneración económica al publicarlo, a mí.

Título: 1431.

Resumen: Milo, algo reticente y a petición de su madre, pasa una noche en el Hotel Monachopsis cuando están de visita a su abuela en lo que su hermanita sale del hospital. Cuando entra, se da cuenta de que la forma en la que se maneja el lugar es muy diferente a la que usualmente lo hace un hotel. Sobretodo, supuso, después de pasar tanto tiempo con el sobrino del dueño, Camus.

Advertencias: AU, Genderbend (Female) Milo, Violencia, Fem/Slash(kinda, not really), uh... muchas cosas, las cuales tendrán advertencia propia en capítulos...

Comentarios: El capítulo 1 de esto (actualmente, escribiendo el cuatro) fue publicado originalmente el 7 de octubre de 2016.

Aclararé unas cuantas cosas:

Monachopsis: La sensación persistente pero sutil de estar fuera de lugar.

Ypsilóteri: en griego υψηλότερη, significa "mayor."

Jet Lag: Cuando recién llegas a un lugar y no te acostumbras a sus usos horarios… o algo así.

¡Disfruten la lectura!


1431


Capítulo Primero. El Hotel Monachopsis.


Milo frunció un poco el ceño frente a semejante vista.

— ¿No hubiera sido mejor idea, no sé, quedarnos en otro hotel, como…em, cualquier otro hotel? —dijo la chica algo mosqueada por la extraña fachada del lugar. Daba la impresión de que el lugar no había sido pisado en años.

Aunque, ahí estaba. Frente al lugar con la maleta de ruedillas y el teléfono en su otra mano, atendiendo una llamada con Calvera. Del otro lado de la línea se escuchó un resoplido cansado seguido de un sonidillo de resignación de parte de la madre.

«Estarás bien ahí, Milo. Mañana tu padre y yo llegaremos. Necesitamos checar que Sonia salga bien de la clínica. ¿Qué tanto puede ocurrirte en una noche por quedarte sola?»

Milo tuvo que morderse la lengua para no contestarle eso a su madre.

—Morir de aburrimiento —es una opción, supuso ella. No era una videollamada, pero no necesitaba ser una adivina como para suponer que su madre le dirigía una mirada escéptica.

«Nadie se muere de aburrimiento con las cosas que tienes en tu teléfono, ni con tus libros, mi amor.» le respondió tras un largo silencio—si es que un largo silencio se podía contar como siete segundos.

Milo rodó los ojos. —Aun así, mamá. Este lugar parece no haber sido tocado por el hombre desde que sucedió la WWII, y dudo mucho que haya alguien vivo dentro —lo último lo dijo como un susurro para sí, no con el fin de que su madre no lo escuchase, pero sintiendo un escalofrío recorrer su espalda apenas hubo pronunciado la primera sílaba.

«No exageres, cariño. Anteayer llamamos para confirmar la cita que teníamos en el lugar y nos dijeron que el complejo estaba en el 3004 de la West Hardbore. Que es donde estás, ¿me equivoco?»

—No mamá, no te equivocas —como estaba medio hastiada por la forma en la que su madre tenía siempre la razón, no pudo evitar arrastrar con algo de molestia las palabras, probablemente hubiera recibido una reprimenda si su madre estuviera en físico. Pero a siete mil kilómetros de con ella, dudaba mucho que utilizara sus llamadas para ponerse a retarla por haberle contestado con semejante tono.

Después de despedirse con un beso y varias otras cosas, guardó el inteligente en los tejanos y se dedicó a observar unos cuantos segundos la fachada del local antes de poner en la pantalla el número de emergencias local por si llegaba a ocurrirle que el edificio le venía encima.

Para muy sorpresa suya, internamente, el lugar podía compararse a cualquier hotel que encontrase de "5 estrellas." Por fuera no podía notarse, pero el recibidor estaba decorado con un tapizado de un material parecido a la seda de color rojo con bordes ocre. Las paredes tenía empapelado de diseño extravagante y un candelabro de araña que iluminaba casi de forma cegadora la estancia. Algo en la decoración anticuada le hizo a Milo recordar la ocasión en la que había sido obligada a ver Titanic con sus hermanita menor—aunque no sabía cómo sus padres les habían permitido verla, teniendo aquella escena en la que Jack y Rose tenían sexo en el coche y la muerte tan espontánea del otro...—. se encogió de hombros y se dirigió a recepcionista, una joven chica de cabellos castaños, rizados y cortos, que tenía una pañoleta en el cuello.

—Bienvenida al Hotel Monachopsis, mi nombre es Mii, ¿en qué puedo ayudarle?

Milo se aclaró la garganta. —Hola, sí, vengo por una reservación previa.

— ¿A nombre de quién estaba la reservación?

—Umm… Kardia Ypsilóteri. —no estaba del todo segura quién había hecho la reservación, como sea, en ese momento la chica estaba buscando en los documentos.

—Tengo reservaciones a Ypsilóteri… Milo.

—Oh, ese es mi nombre —aún más sorprendente, pensó para sí. Generalmente, cuando era viaje familiar era la reservación a nombre de su padre. Decidió no darle demasiadas vueltas al asunto.

—De acuerdo señorita Ypsilóteri —dijo Mii saliendo de la recepción con una llave en mano le hizo una seña—, por aquí, sígame.

Milo asintió algo extrañada. Tomó su maleta de ruedas y le siguió a un elevador.

—Y dígame señorita, ¿es su primera vez en la ciudad?

Milo negó. —En teoría aquí nací, pero nos mudamos hace mucho y vinimos a visitar a mi abuela.

Mii asintió. El elevador se detuvo en el tercer piso y la recepcionista se sorprendió al ver a alguien en la puerta.

— ¡Justi iba a ir a buscarte, Cam! —dijo entre divertida y medio mandilona— me dijo Shura que te encontrabas por aquí pero… creí que estabas en el segundo atendiendo al vómito de bebé.

El mencionado negó con la cabeza. —Estaba revisando que la habitación estuviese adecuada para recibir invitados, tal como me pediste —dijo y observó a la recién llegada.

Mii negó con la cabeza. —Hay ocasiones en las que no llego a discernir del todo tus pensamientos —se lamentó—. ¿Te importaría… traerte las otras cosas de la chica? Dijeron que estaba en la entrada.

Cam se encogió de hombros. —No me importaría, es mi trabajo.

Mii asintió y le indicó a Milo que la siguiera en lo que el otro iba por el resto de su equipaje.

Finalmente, arribaron a la habitación con el número 307 en oro bien pulido.

—Esta es la habitación reservada, señorita Ypsilóteri —le abrió la puerta y Milo se sorprendió de lo cómodo que parecía el lugar y lo moderno que estaba por dentro—. Disfrute de su estancia en nuestro hotel. Cualquier duda o necesidad que se le presente, no dude en llamarme a mí o a Camus.

La pelirroja asintió. Dejó su maleta al lado de la cama y se puso a revisar los textos y archivos que tenía en su teléfono.

A los pocos minutos, alguien comenzó a tocar la puerta. Justo a tiempo para salvarla de su aburrimiento.

Se levantó de la cama dejando su teléfono a mitad de una conversación que estaba manteniendo con una amiga y abrió la puerta, encontrándose de nuevo con el chico que había estado ahí antes.

—Oh, hola —saludó algo extrañada—. Camus… ¿cierto?

—Claro. Vine a dejar tus maletas.

—Um… déjalas donde gustes, al cabo no es como que me quedaré mucho tiempo aquí en el hotel.

Camus se rió un poco por el tono de la chica. —¿Aburrida?

—Aburruda le queda corto, me tendré que quedar sola por esta noche en el hotel.

El botones (o al menos eso supuso Milo) asintió con la cabeza en señal de comprensión. La chica lo observó durante unos segundos incómoda, como si esperara que él fuera a decir algo más.

—Creo que Mii no se dignó a presentarnos del todo —dijo él—. Mi nombre es Camus. Mi tío, Dégel, administra el hotel. Mii es mi prima, está a cargo en lo que mi tío se encuentra en el extranjero.

—Soy Milo, estoy aquí de visita.

Sin saberlo con exactitud, ambos soltaron una carcajada. Era algo espontáneo. No había forma de explicarlo del todo con palabras que tuvieran sentido.

—No sé si te interese, pero en el quinto piso hay una piscina y unos amigos, Mii y yo vamos a subirnos un rato, para divertirnos.

Milo abrió los ojos algo sorprendida. No se esperaba siquiera iniciar una conversación con el botones, para empezar. Como sea, había algo en el chico que la hizo entrar de inmediato en confianza. Era… no tenía forma de describirlo. Sólo era.

Milo se giró dubitante a su maleta y una pequeña sonrisa se instaló en su rostro.

—Puede que haya empacado un traje de baño o dos —dijo sonriéndole y asintiendo con la cabeza.

—Genial. ¿Te importa si salgo para que te vistas y todo eso? —Milo negó con la cabeza—. De acuerdo. Vendré en unos veinte minutos.

Cuando llegaron a la habitación mencionada (un penthouse para ser más explícitos. De ahí que hubiera piscina) Camus y Milo habían hablado más de lo que parecía posible en un trayecto de elevador de treinta segundos y el resto que les faltaba de caminar.

Camus había abierto la puerta y Milo se había encontrado con que todos estaban actuando bastante… sueltos. Eran dos chicos y Mii, sin contarlos a ellos dos que acababan de entrar. Estaban diciendo cosas que Milo no alcanzaba a escuchar pero que hacían reír—moderadamente—a la castaña.

Mii se vio un poco extrañada al inicio al ver a Camus acompañado de una chica—y una cliente, además—pero luego les sonrió, se salió de la alberca y se fue hacia ellos.

—No recordaba la última vez que hablaste con una chica —le dijo sin miramientos. En aquellos momentos, no parecía la recatada chica que tenía el cabello moderadamente peinado, la pañoleta arreglada y el uniforme sin escote; no, lo que veía era una adolescente… justo como ella.

Camus sonrió burlesco. — ¿Qué dices? ¿Es que acaso tú no cuentas como una mujer?

Mii no pareció enojarse por el comentario. —Vale, vale. No te había visto hablar con una mujer que no fuera yo, ¿feliz?

Camus sacudió la cabeza, negando. —No es como si chicas viniesen muy seguido por aquí.

No lo dijo como si lo lamentara, sin embargo.

De alguna manera, los chicos que luego reconoció como Aioria y Shura, se las habían apañado para conseguir unas cuantas cervezas y en una mesa cercana estaban un par de cócteles adulterados.

En la misma mesa había también algo de botana y en alguna parte de la habitación había un garrafón con agua en caso de que fuera necesario. Mii había puesto algo de música prendida y todos estaban conversando amenamente en el—que tarde se dio cuenta Milo—jacuzzi.

A pesar de que difícilmente había cumplido los dieciséis años hace no menos una semana, el aura que tenían los otros era de animosidad. Y no podía negarse. Después de todo… ¿no sería sólo una noche la que pasaría ahí? ¿Qué tenía de malo si se divertía… al menos por un rato?

Lo prohibido siempre atrae, y aquello fue algo que Milo entendió cuando la boca de la botella tocó sus labios y el sabor efervescentemente amargo de la cebada fermentada hubo traspasado su garganta. Tosió un par de veces y Mii soltó una ligera risita frente a su inexperiencia.

Pasado un rato y con todos en un estado de animosidad aún más suelto, Mii se salió del jacuzzi y se secó rápidamente el cabello con una toalla mientras les indicaba a todos que se acercaran a ella.

— ¿Quién quiere jugar un rato? —preguntó con una sonrisa imborrable. Shura alzó la mano y casi de inmediato sus otros dos compinches alzaron la mano de igual forma. Milo sólo se limitó a reír discretamente y asentir con la cabeza—. Bueno, bue~no. ¿Y quién quiere iniciar?

Al lado izquierdo de Shura estaba Aioria, a su izquierda estaba Milo, frente a él estaba Mii y a la izquierda de ésta estaba Cam. Shura se decidió por alzar la mano y presentarse como el que iría primero.

Mii le prestó la botella y el otro la giró con una experiencia casi increíble. La boquilla apuntó en un punto a Camus y Shura partiéndose de la risa se acercó a su amigo y queriendo tener una cámara para grabar su expresión le besó mordiéndole ligeramente el labio.

Cuando se hubieron separado, Mii le alcanzó a su primo la botella y él la giró con algo—por no decir un poco más—de reticencia. En esta ocasión todas las cosas apuntaron a Milo. Con ella, como era una desconocida, se acercó inseguro. Milo, algo mosqueada por la lentitud de este lo tomó del brazo y lo acercó en uno de piquito rápido. Sintió el calor inundar sus mejillas (o las de Camus, no estaba segura) cuando se volvieron a acercar para otro beso. Esta vez más profundo.

Milo suspiró profundo al tiempo que el otro le entregaba la botella. Y volvió a soltar otro suspiro cuando comenzó a girar la botella de nuevo.

No es que la idea de besar a cualquiera en aquella habitación le desagradase, a ser sincera diría que se sentía bastante cómoda pasando tiempo con ellos, y no era que no quisiese seguir jugando; pero el beso de Camus… el beso de Camus.

La botella apuntó a Mii.

Milo rodó los ojos, rió por lo bajo y se acercó a la chica frente a ella. A diferencia del primero y segundo con Camus, este se fue directo al grano. No hubo dubitaciones para que las lenguas iniciaran una pelea por tener el control ni que comenzara a succionar uno de sus labios al tiempo que ella hacía lo mismo con el contrario.

A diferencia del de Camus, no podía sentir nada más que deseo. Y de nuevo, a diferencia del de Camus, sentía mucho deseo. Y cuando se refería a mucho, es que el tiempo mínimo en el reto ya había sido superado y seguía sin saciarse.

Se separó dos segundos para respirar. Y se regresó al ataque.

No pasó nada más entre ellas, y cuando todos se hubieron aburrido del juego, se fueron nuevamente al jacuzzi; y en esta ocasión, Milo no perdió cuenta de la forma en la que la mirada de Camus no dejaba de perseguirla.

Bebió de su cerveza entre nerviosa y agradada por la idea de que el chico estuviera persiguiéndole como si no hubiera otra chica en la tierra. Finalmente, cuando se hubo hartado de aquél juego del Gato y el Ratón dejó su bebida fuera del jacuzzi y se giró de abrupto para atacar los labios de Camus, los cuales la recibieron con anhelo y casi la misma satisfacción que los de su prima.

Y a diferencia de su prima, hubo más de dos iguales a esos.

Prácticamente, unos minutos después, estaba recargada entre una de las paredes del jacuzzi y Camus, quien estaba divirtiéndose sin cesar con su cuello, en el que repartía ligeras y juguetonas lamiditas que a Milo le enviaban electrochoques por todo el cuerpo. Y era una sensación que no le desagradaba en lo absoluto.

Camus se giró para volver a besarla en los labios, Milo posicionó sus manos detrás del cuello del otro y enredó sus piernas en la cintura de Camus, en la que ya sentía a la erección del otro crecer.

Se sentó en sus piernas y Camus la sacó casi por completo del jacuzzi, dejando sólo a sus pies dentro mientras comenzaba a aspirar el olor que expedía el estómago de Milo y comenzar a dejar chupetones en él.

— ¡Consíganse un cuarto! —dijo después de un rato el que Milo reconocía como Aioria con un dejé de burla. Milo, al recordar que no era la única en la habitación además de su acompañante se congeló al instante y dejó de hacer lo que hacía con Camus, al tiempo que le prohibía avanzar.

Repentinamente, sentía que toda gota de alcohol se hubiera ido de su cuerpo, o que se hubiera acumulado detrás de sus mejillas.

—Yo, eh… —dijo observando incómoda a Camus, quien parecía casi tan fastidiado por la interrupción como ella. Se levantó de su lugar y le ofreció una mano para que hiciese lo mismo. Ella lo hizo y sintió de nuevo a sus mejillas enrojecerse al abrir un poco los labios para permitir que Camus le diera un pequeño beso.

»Supongo que lo mejor sería irme… —dijo la chica. Camus asintió.

—Permíteme encaminarte a tu habitación —le respondió. Milo asintió y fue a buscar la toalla que se había traído en lo que se despedía de Mii y un poco (no muy segura) de Shura.

Cuando ambos salieron de la habitación un silencio incómodo cayó sobre el pasillo. No era demasiado el recorrido, debido al elevador, pero eso no implicaba que debido a que no soltasen palabras se sentía como si fuera el doble que el trayecto de ida.

— ¿Tú estabas acostumbrada a esa clase de juegos? —rompió el silencio Camus. Milo, algo tomada por sorpresa negó con la cabeza.

—A decir verdad no sé qué me ocurrió ahí. Fue como si… fuera otra persona. No tengo palabras para describirlo.

Camus asintió con la cabeza. —Seguramente fue por la cerveza. Dime, ¿habías bebido antes?

La expresión de la chica no cambió en lo absoluto. —El haberla aceptado es lo que me desconcierta más —aquella respuesta Camus la tomó como una clara negación.

— ¿Y por qué no lo dijiste? Que no querías jugar, me refiero.

—Porque estaba el ambiente. ¿Qué es lo que podría suceder? ¿Besarme con alguno de ustedes? No me importaba en lo absoluto el hacerlo.

—Suenas como si ya hubieras besado a un amigo antes.

—Me prohibían tener pareja y yo no quería besar a nadie con quien no tuviera algo establecido. Supongo que —se mordió un labio frente a la estupidez que estaba por decir—… que frente a la ausencia de ellos, me permití ser rebelde por un momento. Ya sabes, como aquella típica frase de "lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas" y cosas así.

Camus asintió, no muy seguro de qué responderle.

— ¿Eso significa que fui tu primero? —más que intentar sonar interesado, planeaba tener un acento socarrón, como de cuando bebes agua de un manantial virgen. Como cuando te has atrevido a profanar una existencia casi divina.

En teoría, pensó, quizá no podía estar del todo incorrecto.

—Podría decirse —admitió sintiendo sus mejillas enrojecerse y como aquella parte del licor hacía a su estómago flotar.

Milo se giró para observar a Camus y por primera vez se dio cuenta de que ya llevaban rato conversando frente a la puerta de su habitación, y también se daba cuenta de que estuvo recargada todo ese tiempo en la puerta y que estuvo evitando la mirada del otro.

Definitivamente, había algo en los ojos de Camus que la hacía sentirse… extraña.

Que la atraían.

Se acercó sin siquiera pensarlo. Fue algo esporádico, espontáneo o como sea que se le diga.

Cuando el beso se terminó, ni ella misma tenía la certeza de por qué lo único que veía era un manto negro. Tardó unos segundos en darse cuenta que inconscientemente había cerrado los ojos y que el chico la miraba expectante.

Parpadeó un par de veces, confundida.

Camus tosió un poco. —Cámbiate, por favor. Hay algo que necesito mostrarte.

Milo, algo fuera de lugar, asintió.

—Genial.

— ¿Lista?

Milo había abierto la puerta debido a que habían tocado. Llevaba una camisa de algodón de manga larga sin cuello color celeste, una especie de faldón que le llegaba un poco más arriba de las rodillas de color tinto. Tenía unas botas de cuero sintético que le rozaban las rodillas y el cabello arrebasándole los hombros por unos cuantos centímetros.

Milo asintió con la cabeza energéticamente. Camus sonrió y le ofreció el brazo como una parodia a los modales que en algún tiempo hubo para "Cortejar" a una chica.

— ¿Y a dónde vamos? —preguntó emocionada. Camus pareció pensárselo un poco antes de poner un dedo sobre su boca.

—Eventualmente lo verás.

Camus no dijo otra palabra, y Milo no preguntó otra.

El chico le abrió la puerta de las escaleras (esperando que a la chica no le importara caminar) y comenzaron a subir las escaleras en silencio. En ocasiones sus dedos se rozaban un poco. Y cada vez que eso sucedía, Milo sentía sus mejillas enrojecer.

Repasemos, no estaba haciendo nada malo, ¿verdad? Sus padres no tenían que saber que no estaba dormida, que estuvo en un jacuzzi y que estuvo consumiendo bebidas adulteradas. Tampoco debían saber lo del juego de la botella…

Ni de su aparente atracción hacia Camus.

Espera, ¿a eso se le llamaba atracción? Llevaban menos de cinco horas conociéndose. ¿Cómo eso sería posible?

Sus ojos se abrieron con sorpresa conforme reflexionaba. Había algo en todo esto… que no encajaba.

No encajaba.

Le daban escalofríos de sólo pensar—o reflexionar, más bien—en el hecho de que estaba actuando tan naturalmente frente a algún desconocido.

—Llegamos —dijo Camus al tiempo que abría la puerta. Debajo de ellos se encontraba el techo y frente a ellos la mejor vista que Milo hubiera imaginado.

—Wow —no pudo evitar soltar de lo increíble que era.

Y no era para menos. La altura no era extensa, pero había un 70% del territorio cubierto por espesas matas de árbol (a los que Milo se había acostumbrado de pequeña) y eran iluminadas por la luz que residía dentro de las casa tras ellos. Dándole a las plantas la apariencia de que había vida dentro y no detrás de ellos.

El resto del paisaje se complementaba con el cielo totalmente despejado y una refrescante brisa de verano.

—Sabía que te gustaría —dijo el otro al tiempo que le indicaba un par de sillas en las que podrían sentarse. Conversaron un rato y después de eso Milo comenzó a sentirse terriblemente cansada.

—Perdona, debe ser el Jet lag —dijo sin prestarle mucha (quizá nada) de importancia.

Y antes de darse cuenta, Camus le besó en la frente y le dedicó unas buenas noches. Ambos al tiempo que las luces se volvían oscuras y los sonidos distantes.

A la mañana siguiente, lo primero que despertó a la joven fue lo extranjera que se le hacía la sábana. Parpadeó un par de veces y se quejó con pequeños gemiditos, fruncía el ceño y alzaba un poco desestabilizada la cabeza; intentando atisbar algo que recordara de su actual situación.

Minutos después, cuando hubo recordado que estaba en un hotel y que…

Espera.

Espera.

¿Cómo había llegado hasta su cuarto?

¿Cómo había llegado hasta su cuarto?

¿Cómo?

Una nota en su mesita de noche le resolvió todas sus dudas.

"Espero que hayas descansado muy bien. Me tomé la molestia de traerte de vuelta a tu habitación, espero que no te hayas molestado por eso.

El desayuno está servido a partir de las 8.

Camus."

Sin saber muy bien por qué, una sonrisa se escurrió y se hizo camino a los labios de Milo, sintiendo una ola de estupidez—o al menos supuso que aquél sentimiento de que no estaba su estómago y una aprehensa anhelante era estupidez—recorrerla.

Dejó ahí mismo la nota y se cambió el faldón que se había puesto el día anterior por unos vaqueros. Y de la misma forma las botas por unos Converse. La blusa era ideal para casi cualquier ocasión así que se la dejó.

Tomó la llave de la habitación y checó una última vez la hora en el móvil para asegurarse de que estaba a tiempo de la barra desayunadora.

Cuando hubo bajado las escaleras se encontró con unas cuantas personas en el comedor, entre ellas destacaban demasiado Camus, Mii y sus amigos. Mii vestía el mismo uniforme que le había visto portar el día anterior, mientras que Camus llevaba ropas informales. Sus amigos, imitándole.

—Buenos días —saludó acercándose.

Estuvieron así platicando lo que pareció una hora—después de explicarle a Milo cómo funcionaba eso de la barra desayunadora—de manera amena, como si de verdad se conociesen de años.

Bueno, Milo no dudaba que entre ellos lo hacían, pero sólo recordar la primera impresión que había tenido sobre el lugar se sentía seriamente extranjera en aquella conversación, y recordar que sólo había llegado hace un poco más de doce horas no le daban un lugar con qué suavizar la caída de una piedra que se lanzaba en picada en su estómago, precisamente.

Estuvieron platicando durante unas cuantas horas más hasta que decidieron que era suficiente del descanso y fueron abandonando uno a uno la estancia, dejando a Camus y a Milo conversando.

— ¡Milo! —le llegó una voz a lo lejos que no pudo reconocer al instante.

Sorprendida, alzó la cabeza y la giró en diferentes direcciones, buscando el lugar de origen.

Cuando por fin hubo unos pequeños bracitos colisionando contra su cintura y una pequeña cabeza que se refugiara en su pecho, supo con ternura que quien estaba clamando por ella fuera su hermanita menor, Sonia.

—Sonia —sonrió de igual manera y le correspondió el abrazo.

— ¡Sonia! —se escuchó otro grito de dos voces al unísono en la lejanía que Milo reconoció como las voces de sus padres. Cuando ambos aparecieron en la entrada, observando a Sonia y a Milo abrazarse, se quedaron petrificados en sus lugares.

—Te dije mami,¡te dije que estaba aquí, que la había escuchado! —dijo la pequeña, sin soltar a su hermana mayor.

Pero ni el padre ni la madre respondieron a la niña. Ambos observaron a Milo, quien arqueó una ceja extrañada frente a tan extranjera observancia.

Aun así, decidió no dimitir el tema y le revolvió un poco el cabello a su hermana. — ¿Cómo les fue en el vuelo? ¿Y los exámenes de Sonia, cómo salió?

— ¡Dicen que mis pulmones están limpios ahora, y que ya se me quitaron todas las caries! —y abrió la boca para probar que su dentadura era extremadamente brillante. A lo que Milo sonrió nuevamente y la abrazó.

— ¿Están bien? —volvió a preguntar, esta vez, su tono de voz, demostrando un acento de preocupación—. Parece como si hubieran visto un fantasma.

Kardia no dijo nada. Se fue de la estancia, no sin susurrar algo a su esposa e ir hacia la recepción, y conversar un poco intranquilo con Mii.

Calvera se quedó pensando unos minutos, su mirada puesta en la nada. Después asintió a algo en el aire y se dirigió está vez a Milo, con la voz algo ronca.

—Tráete tu maleta de la habitación. Ya es hora de abandonar el hotel. ¿De acuerdo?

Milo asintió. Le dijo algo a su hermanita para que se le despegara y le dijo algo a Camus para que le ayudara con su maleta. Este asintió y se encaminó al elevador, guiando a madre e hijas consigo.

Si a su madre le incodaba su presencia, bien Milo sabía que la dama no podía ser más obvia. Había estado muy… tensa mientras salían en dirección fuera del hotel y sintió cómo su madre soltaba un hondo y bien justificado suspiro. Uno que no sabía la razón que le exigía soltarlo, y que tampoco parecía saberlo Sonia, quien, a los ojos de Milo, no parecía diferente de la forma de su madre pero parecía… ¿cómo decirlo? Más grande.

—Mamá, ¿ya me vas a decir qué es lo que te irrita de mi presencia? —¿y si se había enterado del juego de la noche pasada y se sentía asqueada? ¿Enfurecida de que su hija más recta hiciese semejante acto merecedor de oprobio?

Calvera, cuando las tres estuvieron en el auto, recargó la cabeza en el volante y, Milo pudo notar, parecía contener lágrimas.

—Pareces muy real —fue lo que dijo Calvera. Milo, aún más extrañada por lo que dijo su madre, no dejó que la confusa expresión en su rostro se hiciese menor.

—No te entiendo.

Calvera aspiro y espiró varias veces, sintiendo a las lágrimas formarse enormes en sus ojos. Recargó la cabeza en el volante y dejó que cayeran en su vestido.

—Milo, ¿cuánto tiempo pasó, según tú?

—Bueno… una noche.

La chica no pudo evitar que un escalofrío recorriese su espina dorsal al ver cómo su madre negaba dolorosamente.

—Claro que no, cariño. Fuimos al día siguiente, y el lugar estaba abandonado —la mujer tragó grueso, intentando que no se le quebrase la voz más de lo que lo hacía—. Milo, estuviste desaparecida durante dos años.

Justo en ese momento llegaba Kardia, tomando el asiento del co-piloto. Milo, después de un par de minutos, negó con la cabeza y soltó una risa nerviosa.

—Mamá, eso no es cierto. Anoche te llamé quejándome de la apariencia del lugar, me respondiste que no era para tanto.

Calvera negó con la cabeza. Para confirmar su teoría, se giró a Sonia.

—Bebé, ¿cuántos años cumpliste la semana pasada?

— ¡Seis! —respondió la niña energéticamente, semi ajena al problema que asechaba la mente de madre, padre e hija mayor.

Milo volvió a negar la con la cabeza. Se giró a su padre.

—Papá, ya dile que deje de realizar aquél juego tan retorcido, que no me divierte en lo absoluto.

Su padre esta vez no se puso de su lado. Esta vez negó con la cabeza, y Milo sintió a la realidad golpearle duro en el estómago, y se permitió, al igual que su madre, llorar.

¿En dónde pudo estar todo ese tiempo?


—gem, 13 de enero de 2017—