Terrie fulminó su reflejo con la mirada. Sus pálidas manos apretaron los bordes del lavabo y frunció el entrecejo para luego resoplar. Ya lo había pensado antes, ya había tomado una decisión… ¿Por qué dudaba ahora? Miró las tijeras plateadas en el lavamanos y suspiró mientras las cogía. Sujetó un mechón de su melena pelirroja y acercó las tijeras, pero las manos le temblaron. Miró su rostro en el espejo y se obligó a cambiar esa expresión de incertidumbre. Recordó lo que había prometido, lo que debía demostrar a todos, y sus ojos claros reflejaron la determinación que la había conducido a lo que estaba a punto de hacer. Entonces cerró la tijera y el primer mechón cayó sobre el mármol del lavabo.

Treinta y cuatro minutos más tarde, la muchacha tiró el cabello desechado a la basura y se miró al espejo. Ahora tenía un corte de pelo bastante alborotado, al estilo de los años 80. Era suficiente.

-Lo más difícil está por llegar…- pensó en un susurro.


Me llamo Therese Schrödinger; Terrie, para mis amigas. Tengo 16 años y mido 1, 59; no sabéis qué rabia me da ese centímetro que me salvaría del nombrecito "medio-metro"… Ah, sí, me cabrea bastante que se metan con mi altura, pero ese ya es otro tema. Mi piel es blanca como la leche, y mis mejillas están llenas de pecas. Cuando me da el sol, la piel se me pone roja y me salen pecas hasta en las axilas. Mis ojos son la única parte que me gusta de mi cuerpo, y son almendrados y de un color entre azul y gris. Mi pelo es rojo anaranjado (demasiado llamativo para mi gusto), y ahora mismo está cortado como lo llevaban los rockeros de los años 80. Mis labios son muy delgados para tratarse de una chica, y mi cuerpo parece una tabla de planchar. Apenas tengo pechos (es más, ni siquiera me haría falta usar un sostén) y apenas se me notan la cintura y las caderas. Ah, sí, es como pensáis, soy bastante delgada; pero no estoy esquelética, no se me notan los huesos a través de la piel.

Ahora mismo estoy caminando por un sendero de cemento, arrastrando una maleta de ruedecitas y cargando con una bolsa de mano sobre el hombro. El viento está intentando echarme del camino, y creo que está empezando a chispear. ¿Lo único bueno de todo esto? Que el uniforme masculino es muy cómodo, y no tiene faldas que se levantarán con una ráfaga de aire.

Ah, es verdad, no os lo he dicho: me estoy haciendo pasar por chico. La senda de hormigón sobre el que lucho por caminar conduce a ese gran edificio viejo de ahí adelante; sí, ese es mi futuro hogar, el prestigioso colegio internado Dandelion's Barrow. Es enorme, parece uno de esos viejos palacios del barroco y está rodeado de jardines, colinas, fuentes, hay un lago… anda, hasta tiene un bosquecillo. Joder, y luego dicen que este colegio no es para snobs…

¿Que por qué me voy a hacer pasar por chico? Bueno, no lo hago por gusto; es más, odio los hombres. Son idiotas, asquerosos, bobalicones, incultos, burros, apestosos, egoístas, y son unos cerdos. Sólo piensan en deportes, coches, dinero, sexo… Tienen el cerebro en la entrepierna. Si me atrajeran las mujeres, sería lesbiana, pero no se da el caso. Entonces os estaréis preguntando que por qué me voy a hacer pasar por chico, si los odio tanto. Es simple: quiero demostrar que las chicas pueden ser igual de buenas o mejores que los chicos en todo, tanto en logros académicos como en deportes; estoy harta del maldito machismo en todas partes, sobre todo si recuerdo mi infancia con mi padre. ¿Que podría demostrarlo de todas formas sin hacerme pasar por chico? Pero por supuesto, pero no tendría tanta libertad para actuar ni tendría la oportunidad de humillar a los chicos tan drásticamente. Si ingresara en ese colegio como una chica me darían los trabajos más fáciles y no me dejarían meterme en los equipos de deportes con los chicos. ¿Cómo podría demostrar que soy mejor que ellos si no tengo la oportunidad de patearles el culo en su propio campo?

Ah… qué maravilloso sería… Ya estoy viendo venir el día de la graduación: todos en el auditorio, la directora repartiendo diplomas… y cuando me llegue el turno a mí, me desenmascararé ante todos…

¡Mierda! Tanto fantasear me ha hecho no darme cuenta de esa piedra en medio del camino, y acabo de tropezar y meterme un costalazo de mil demonios. Refunfuño mientras me pongo en pie, frotándome la rodilla, y recojo mis cosas y sigo caminando.

Os preguntaréis por qué la directora me ha dejado entrar en este colegio como un chico. Bien, ella es una vieja amiga de mi madre y es tan feminista como yo (o más), y un día que vino a visitar a mamá, nos pusimos a hablar del machismo y todo eso y el plan se nos ocurrió a las dos.

Subo las escaleras de la entrada principal y atravieso las enormes puertas de madera oscura labrada, contenta de poder abandonar el vendaval otoñal y sus frías gotas de lluvia dispersa; por suerte no me he llegado a mojar demasiado. La ventanilla de la secretaría está a la derecha, así que voy para allá. Anda, qué maja es la secretaria… Sí, lo he dicho con ironía. Es una tipa de unos cuarenta y muchos, con el pelo rubio teñido cardado y corto y una sonrisa postiza que me da ganas de partirle los dientes. Me toma un par de datos y me da la llave de mi habitación, la cual tendré que compartir con otros dos chicos; las habitaciones son de tres. Me coloco bien el asa de la bolsa de mano en el hombro y subo por la enorme escalera de mármol hasta un rellano. Luego tiro hacia la izquierda y atravieso otra puerta más pequeña que la principal.

El suelo de madera está cubierto con una larga alfombra color caoba, y huele a pino por todas partes. Me encuentro en medio de un pasillo no muy largo, en cuyos extremos hay una puerta. Voy hacia el de la derecha, siguiendo el cartel en el que pone "Dormitorios Masculinos", y atravieso la puerta de al final del corredor. Ahora me encuentro en una sala de estar con muchos sofás y butacas y mesas. Hay una cadena de música y un televisor de pantalla plana en la pared más lejana. La sala está llena de chicos vestidos con el mismo uniforme que yo. Algunos miran en mi dirección y otros saludan. Yo les saludo con un gesto de la cabeza y miro alrededor. A mi izquierda hay unas escaleras de madera barnizada que llevan a los pisos superiores. Subo hasta el tercer piso, donde la secretaria me dijo que estaba mi habitación. En la entrada de cada piso parece haber una sala común para los estudiantes de cada planta. Llego a mi piso y veo bastantes chicos, algunos con maletas, de aquí para allá o haciendo el vago en los sofás. Les devuelvo el saludo sin mucho interés y avanzo por la sala para llegar a un pasillo que tiene una de sus paredes llena de puertas de madera numeradas. Encuentro la habitación nº 437 y la abro con la llave y entro, cerrando la puerta detrás de mí. Luego miro al frente.

No hay nadie.

No sabéis qué aliviada me siento; hasta he soltado un suspiro. Parece que soy la primera en llegar al dormitorio, así que tengo derecho a escoger cama. La habitación es bastante grande, casi como la sala de estar de mi casa. Enfrente, en cada una de las tres paredes, hay una cama pegada de costado a la pared, un escritorio y un armario empotrado. En medio de la sala hay dos sofás de cuatro plazas orientados hacia la pared donde está la puerta; en esa pared han colocado una mesa con una televisión. La pared opuesta tiene un gran ventanal, y una puerta por la que se accede a un cuarto de baño.

Nada, me toca deshacer las maletas. Se me va a hacer raro esto de llevar ropa interior masculina todos los días, y más si tengo que llevar una pequeña coquilla para simular que tengo… algo. Por no hablar de los vendajes del pecho… Vale, mis pechos son pequeños, pero tengo que estar totalmente plana para que nadie sospeche nada, así que me toca llevar vendas para apretar mis "peritas" hasta que la directora me consiga ese corsé disimulado que me prometió.

¿Ah, no creéis que sea capaz de fingir un año entero? Eso mismo me dijo mi madre… Pero os equivocáis, soy perfectamente capaz. Si tengo el suficiente cuidado ningún chico me descubrirá, y por la personalidad no os preocupéis… Digamos que soy tan maleducada, basta y malhablada como cualquier viejo camionero. Casi no soy capaz de hablar sin soltar algún taco, soy sincera hasta el punto de ofender a la gente, digo lo que pienso, actúo sin pensar muchas veces… No, no me llaméis marimacho porque no lo soy. Sólo soy basta. Punto.

He terminado de colocar mis cosas y aún no ha venido nadie. Las clases empiezan pasado mañana, así que los alumnos que no vengan hoy vendrán mañana. La noche llega, y tampoco viene nadie. No he salido en toda la tarde de mi habitación, y tampoco tengo hambre, así que hoy no bajo al comedor a cenar. Eso es raro en mí, normalmente como por cinco… Pero supongo que, a fin de cuentas, estoy algo nerviosa.

En fin, supongo que tendré que dormir un poco… Mañana será otro día.


Buenas, damas y damos, aquí venimos con otra historia. No suelo escribir nada de comedia, pero un día tuve un sueño rarísimo, me desperté, me partí de risa y dije: voy a escribirlo. Espero que os guste. He hecho un pequeño cambio en mi estilo narrativo... Normalmente nunca narro en primera persona, pero me gusta el resultado. Decidme qué opináis y ya veremos si sigo escribiendo esto o no -w-

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