Disclaimer: Todo todito le pertenece a Tolkien y a sus herederos. Yo solamente juego un rato con sus historias.

Esta historia participó en el Reto 5#Especial San Valentín, primer reto del mes de febrero del sensual foro El Poney Pisador, quedando en primer lugar (Coronita de mithril)


The unbroken line of Isildur:

-Dos historias de amor y un propósito desesperado-

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Love&Lost

An Arathorn&Gilraern fanfiction

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Amanecía de nuevo en la ciudad de los elfos. Las primeras luces cobrizas luchaban contra las nubes cenicientas, abriéndose paso tímidamente hasta el ventanal del que había sido designado como su dormitorio. Anor no llegaría a gobernar los cielos aquella mañana, pues incluso Súlimo se había apiadado de ella y lo ocultaba con pericia entre nimbos y cirros y demás estirpe nubosa como muestra de respeto por su dolor.

Tenía a su pequeño aún durmiendo plácidamente en los brazos, despreocupado de lo que sucedía a su alrededor. Si intuía algo de lo sucedido con su padre no lo mostró. Era un niño muy despierto, extremadamente dulce, y con una gran sensibilidad y empatía con aquellos que lo rodeaban. A pesar de los pocos años con los que contaba siempre parecía saber cuándo algo la atormentaba. En eso era clavadito a él... De modo que con el tiempo terminó asumiendo que, como a Arathorn, no sería capaz de ocultarle nada.

Se le formó un nudo en la garganta: tenía que pensar en cómo iba a decírselo. Aún no había preguntado por él, pero lo haría… ¿cómo podría decirle que su papá ya no estaba, que no lo vería más… si ella misma se resistía a creerlo? Por un momento tuvo la sensación de que si lograba darse la vuelta en la cama, lo encontraría descansando a su lado. De que tendría la posibilidad de perderse en esos ojos claros de nuevo, igual de alegres y vivos que antes. De volver a ver esa media sonrisa suya, que era de su propiedad porque sólo le sonreía así a ella.

Apenas había podido llorarle con propiedad y eso le asustaba enormemente. La muerte de su esposo lo había precipitado todo, y como consecuencia lógica la seguridad de su hijo se había tornado en el asunto principal. Pospuso su propio dolor durante todo el viaje, justificándose, diciéndose a ella misma que había de ser fuerte, que no podía derrumbarse hasta estar a salvo bajo el amparo del medio elfo. Pero ni siquiera una vez estuvieron en Rivendel se permitió el lujo de derribar los muros. Debía ser fuerte. Por Arag… por Estel.

Y no sólo por su hijito. Gilraen temía sobremanera el momento en el que al fin cedieran sus defensas y se viera inundada por los recuerdos, pues sabía bien que era algo que no iba a ser capaz de superar. ¿Cómo podría? ¿Cómo podría seguir respirando cuando todo el aire se había extinguido tras la última exhalación de él? Amaba a su marido sobre todas las cosas. Arathorn es… era. Era la razón de toda su existencia. Y ya no estaba. Se lo habían matado… Esos malditos orcos, esas horribles criaturas se lo habían arrebatado.

Se lo llevaron. Pero no pudieron arrebatarla también sus recuerdos: peleaba con uñas y dientes con ellos, por mantenerlos a raya. Aún tenía grabado a fuego en la memoria la primera vez que habían cruzado sus miradas. Cómo se había sentido hundirse en la inmensidad, oculta detrás de aquellas greñas indómitas. La expresión incrédula del hijo de Arador, al saberse salvado por la hoja de ella y su gratitud después para con sus padres. La amabilidad que mostró en el funeral de su hermano. Cómo trató de consolarla, tras hacerla soltar la antorcha con la que había prendido fuego a su cuerpo inerte, sin importarle cómo ella se había lanzado a sus brazos en un momento de necesidad como aquel. La manera en que la cuidaba y la hacía reír, aun cuando ni ganas tenía. Por los Valar, que iba a echar de menos las conversaciones con él. Miles de imágenes se agolpaban en su mente, pugnando por ser recordadas: la primera sonrisa, la primera vez que tomó su mano entre las suyas propias, el primer beso y tantas otras primeras veces. Habían tenido tantos momentos, tantos besos, tantas sonrisas, tantas caricias… y tan poco tiempo. ¿Por qué? ¿Por qué Mandos había de llamarlo tan pronto? ¿Por qué lo había arrancado de su lado de esa manera? ¿Por qué los Valar no habían vacilado en dar la razón al cabezota de su padre? Como si hubiera sido capaz de ver más lejos que nadie, resultó que Dírhael no había errado un ápice en su juicio. Nunca quiso desposarla con él, no porque lo considerara insuficiente para ella o creyera que fuera hacerla infeliz… de algún modo extraño supo de su final trágico e intentó ahorrarla todo el sufrimiento que ahora padecía.

Pero ni un millón de eras, ni otras tantas muertes iban a convencerla de abandonarlo y terminó honrando a su corazón y casándose con aquel hombre que le traía tanta felicidad. Las lágrimas nublaron su mirada al recordar el día de su enlace. El muro había caído. Hundió la cabeza en la almohada, intentando ahogar los sollozos para no despertar a su pequeño. Pero de poco la sirvió, porque nada más sentir la humedad de las lágrimas de su madre en el rostro, Estel abrió los ojillos —lo único que parecía haber heredado de ella —y se las secó a besos.