Los personajes del anime/Manga InuYasha son propiedad de la grandiosa Mangaka Rumiko Takahashi. Yo solo los tomo prestados para hacer esta historia, que por lo demás sí es mía, un poquito más entretenida para las lectoras.
¡Hola chicas! esta vez les traigo este nuevo fanfic, espero que les guste. Es un BankKag, narrado en AU y tendrá un poco de OoC.
Sin más a leer
Prohibida Tentación.
(Capítulo Uno)
Tsubaki Shin era una joven humilde e inteligente de inestables recursos económicos. La facilidad con la que ésta chica se desempeñaba en las matemáticas la llevaron a optar a una beca en una prestigiosa universidad de la capital. En ese lugar obtendría su pasaporte a la comodidad al convertirse en la novia oficial de Onigumo Higurashi; un chico popular, muy enamoradizo y apasionado.
Los jóvenes adquirieron nupcias alrededor de los veintidós años de edad debido a un "descuido" de ambos, o al menos eso era lo que Tsubaki decía. Los padres de Onigumo respetaron la decisión de su único hijo, ya que consideran que el bebé en camino no tenía culpabilidad alguna. Los padres del enamorado siempre consideraron que Tsubaki era una mujer calculadora y ambiciosa, fingiendo tras ese rostro de chica amable y sumisa.
Tras el jovial romance y a los veintitrés años de edad, Tsubaki dio a luz a una pequeña criatura a la cual bautizaron bajo el nombre de: "Kagome".
La joven señora Tsubaki volvió a retomar sus estudios universitarios, esta vez costeados con mucho esfuerzo por la familia de su esposo; quienes ayudaron a Onigumo con los gastos, apoyándolo de esa manera.
La pequeña Kagome era cuidada por su abuela paterna, la cual adoraba con su vida a esa pequeña de ondeado cabello azabache, parecido al de su padre. Mientras tanto Tsubaki solo se dedicaba a sacar su profesión en publicidad. Siempre le llamó la atención trabajar junto a gente famosa.
El tiempo pasó y el joven matrimonio junto a su pequeña hija se independizó como familia, comprando una amplia y cómoda casa de dos pisos, con una reconfortante terraza; ubicada en un privado condominio. La amplia casa les regalaba una vista privilegiada hacia todo el verdoso alrededor.
Con el transcurso de los años la ya, madura señora Higurashi, se fue desarrollando como una de las mejores publicistas de la ciudad, volviéndose reconocida por toda la gente que habitaba ese rubro. Comenzó a cambiar ciertos gustos y se volvió más exigente con la gente que la rodeaba a diario. Tsubaki llegó a convertirse en una mujer egoísta y calculadora con el pasar de los años, importándole exactamente lo mismo a quién pudiese llegar a dañar con sus altaneras actitudes. El dinero le enseñó otra cara de la vida… vida que jamás creyó conocer.
Los cambios de personalidad que empezó a tener la madura mujer fueron tristemente notados por su esposo, quién trató de convencerse a sí mismo que solo era una etapa de ella, que todo pasaría… equivocándose rotundamente.
Después de casi dos décadas Onigumo y Tsubaki comenzaron a tener sus diferencias y su matrimonio comenzó a descender, arrastrando con ellos a la fastidiada adolescente que oía en silencio sus diarias discusiones. Muy pocas veces intercedía en los problemas de sus padres.
—¡Ya me tienes harta! —reconoció Tsubaki completamente sobrepasada por la rutina y el cansancio laboral, al menos así era como ella lo justificaba frente a él.
—¡Si estás tan harta entonces deberías largarte! —gritó Onigumo al meter la llave en la puerta de la casa para entrar.
Él no era de gritar, y mucho menos a su aún amada esposa, pero sus abruptos cambios comenzaron a hartarlo. Tsubaki últimamente llegaba a altas horas de la noche a su hogar, se molestaba de sobremanera con Onigumo cuando exigía explicaciones, ya no deseaba intimar con él, tampoco besarlo, e incluso evitaba el más mínimo roce físico. Ese comportamiento solo logró que Onigumo levantara sospechas y desconfianza en ella.
Hace un par de semanas que el desconfiado esposo había contratado a un investigador privado para que siguiera los pasos de su mujer, obteniendo los resultados que no quería admitir del todo. Esa noche la llamó por teléfono avisándole que él iría por ella a su oficina, ésta se molestó demasiado y a punta de discusiones, aceptó. Necesitaban aclarar las cosas.
—Créeme que lo he pensado muchas veces. —dijo al mirarlo desafiante para luego entrar al hogar. Él le había abierto la puerta para que ella entrara primero.
. .. … .. . .. … .. .
La primogénita y única hija del problemático matrimonio se encontraba encerrada en su amplia habitación, como últimamente le era costumbre, evitando así encontrarse con sus padres batallando en una nueva guerra de ego. Estaba con su novio, él único que la ayudaba a escapar un momento de su tediosa realidad.
—Me gustas tanto. —reconoció el joven de extraños ojos ambarinos mientras comenzaba a quitarle la ropa.
—Tú también Inu… —habló ella en voz baja, sin poner resistencia alguna a sus ansiosos deseos.
Kagome quería a InuYasha, no se encontraba enamorada de él pero sí lo consideraba un gran apoyo emocional, y ahora estaba con él ahí, como muchas otras veces, dándose su medicina de relajación. Posó ambas manos sobre las mejillas del excitado joven para luego adueñarse de sus labios de manera apasionada, esparciendo en grandes cantidades sus salivas debido a la desesperación y el delirio.
Una vez las prendas de ambos amantes regadas por todo el piso alfombrado de la habitación, el peliplata se tomó el atrevimiento de tomar a la delgada joven entre sus brazos, sin dejar de besarla para luego recargarla sobre la puerta del cuarto. Kagome enredó sus piernas en él y se abrazó a su poco trabajado torso.
—Voy a entrar… —informó jadeante al alzar a su novia con un brazo, y con la otra lograr acomodar sin dificultad alguna su erecto miembro en la ya, húmeda entrada de ella.
La masculinidad de InuYasha se desplazó con cierta facilidad por el interior de la joven azabache, debido a sus húmedos fluidos. Ella gimió al sentirlo invadirla.
—Ah… —salió suavemente de sus labios al aferrarse aún más fuerte a él.
La respiración de ambos jóvenes se exigía cada vez más, y los choques de sus desnudas y sudadas pieles eran sonoros en el silencio de la habitación.
Comenzó a alzar a Kagome con más fuerza, hundiendo así su hombría en lo más profundo de ella. Oía los inútiles intentos de su novia por intentar regular su respiración, pero no se lo permitiría, volviendo la penetración más ruda. Adoraba ver sus achocolatados ojos cerrados y su boca semi abierta, si seguía provocándolo de esa manera pronto acabaría.
—¡Ya no quiero seguir hablando contigo! —ambos apasionados jóvenes se tensaron al oír las discusiones en el primer piso.
—¡Eres un maldito cobarde! —gritó ahora la madre de la azabache.
InuYasha detuvo los movimientos para dejar lo que hacían, de lo contrario si los padres de Kagome se enteraban que él estaba ahí seguro la castigarían de por vida. Y más aún si los encontraban en esas injustificables condiciones.
—N-no… no te d-detengas… Inu —pidió en un tortuoso gemido al estar por llegar a la cúspide del clímax, aferrándose firmemente al cuello masculino.
—Pero Kagome… —dijo con su voz entrecortada al retomar el movimiento —tus padres… —estaba más preocupado por ella.
—No entraran. —informó al bajar hábilmente una de sus manos y cerrar la puerta con seguro.
Presionó apasionado el redondo trasero de la delgada pero curvilínea joven apresada por él, y los movimientos se volvieron más exigentes al hundirse cada vez más en el interior de ella.
—¡Ah! —fue lo único que salió de los labios de la joven al sentir la electrizante y placentera sensación del orgasmo recorrerle todo el cuerpo.
—¡Kag…! —la nombró jadeante el peliplata al derramar toda su espesa esperma en su interior. Kagome solía tomar de manera responsable sus anticonceptivos, lo que menos deseaba era un embarazo en esos momentos.
Ella se quedó recargada un momento aun entre los brazos del ambarino, tratando de calmar las sensaciones de su cuerpo y respiración; InuYasha hacia lo mismo. Luego de un par de minutos en los que lograron reponerse, el peliplata beso de manera delicada los formados labios de ella.
—Parece que tus padres vuelven a discutir —mencionó al oír nuevamente los gritos provenientes de la planta baja.
—Es lo que siempre hacen. —dijo Kagome al bajarse de encima de él y comenzar a buscar su sostén entre las prendas esparcidas por el suelo, debido al pasional pero rápido encuentro anterior.
Kagome a sus diecinueve años de edad ya finalizaba su segundo año de enfermería en una buena universidad de la capital. Llevaba una linda relación amorosa de seis meses con InuYasha Taisho de cuarto año. Él era dos años mayor que ella.
—Toma. —dijo al entregarle la pequeña prenda que tanto buscaba.
—Gracias InuYasha —sonrió al darle un fugaz beso en los labios para luego vestirse rápidamente—. Por favor, no se te ocurra bajar. —pidió un poco apenada de que nuevamente oyera los gritos de sus padres. El peliplata asintió al guiñarle un ojo con tranquilidad.
Salió de su habitación y se quedó de pie fuera de la misma al estremecerse por la quebrada voz de su padre.
—Dime qué es lo que he hecho mal —deseaba saber la masculina voz de éste.
—Nada Onigumo… déjame en paz por favor —pedía con cansancio la últimamente, fría mujer.
—¿En qué momento cambiaste tanto Tsubaki? —comentó con un deje de decepción.
—¡Ya déjame en paz! —exigió con fastidio en su forma de hablar.
—Eres mi esposa… no lo haré jamás —reconoció con dolor.
—¿Tú crees que eso me interesa? —preguntó ella con su tono de voz cargado en molestia —Retrocedería mi vida entera por reparar el maldito error de casarme contigo. Eres lo peor que se pudo haber cruzado en mi vida. Un maldito cobarde y débil hombre. Eso eres para mí… absolutamente nada.
Kagome bajó las escaleras con rapidez y se molestó al oír como su madre nuevamente agredía a su padre, hiriéndolo y denostándolo, denigrándolo como últimamente lo hacía. Mientras éste solo se limitaba a oírla sentado en el moderno sofá, sin defenderse a sí mismo de aquellas agresiones. Los achocolatados ojos de Kagome se posaron en la gran botella de whisky puro casi vacía.
—¡Conseguiré un maldito abogado y me divorciaré de ti. Ya no quiero seguir amarrada a un inútil como tú! —se alteró la madura mujer al señalarlo de manera despectiva.
—¡No lo permitiré! —dijo Onigumo con su voz alterada.
—¡Ya no te amo! —manifestó Tsubaki al gritarlo sin remordimiento.
La joven azabache frunció el ceño molesta hacia su madre, reprendiéndola con la mirada. Kagome sabía que su padre era muy pasivo y siempre se dejaba insultar por ella, pero la joven era lo suficientemente astuta como para darse cuenta que su madre ya no lo amaba, y que inútilmente él intentaba avivar el seco matrimonio… sin tener obtener avance alguno.
—Basta mamá... —interfirió Kagome al acercarse a su derrotado padre —ya has hablado suficiente ¿no crees? —cuestionó con indignación al ver el estado en que tenía a su progenitor.
—Déjala hija... —pidió Onigumo al acariciar su rostro —tu madre a encontrado a un hombre más... "eficiente", a uno que la haga sentir viva —comentó con ironía al hacerle comillas a la palabra—. Es por eso que está tan desesperada por obtener el divorcio —sonrió tristemente—. Ella ahora tiene a su amante cerca todos los días.
—Papá… —susurró en voz baja sin saber qué decirle.
Kagome se giró a ver con reproche a su madre sin dirigirle palabra alguna, si lo que decía su padre era cierto, entonces ella era una maldita bestia traidora culpable de todo dolor que éste pudiera sentir. Sentía unas enormes ganas de preguntar si era verdad lo que su padre decía pero desertó de hacerlo. No quería seguir dañándolo.
—Voy a salir un momento, necesito distraerme. —informó al ponerse de pie un tanto tambaleante. Kagome se acercó inmediatamente, intentando darle equilibrio.
—Eres patético… —musitó Tsubaki al cruzarse de brazos.
—Papá no vas a salir así a ninguna parte —dijo la joven al sostener su brazo—. Te puede pasar algo.
—No me pasará nada mi pequeña Kagome… —habló tranquilo al darle un cálido beso en la frente— Volveré pronto. —dijo al liberarse del agarre.
—Mamá… —susurró Kagome esperando que ésta hiciera algo. Tsubaki desvió la mirada.
—Esa relación jamás funcionará Tsubaki… —mencionó Onigumo antes de salir —él es casi veinte años menor que tú —aclaró al voltear su rostro de medio lado—. Compórtate como la madura mujer que eres. —finalizó amargamente antes de salir.
Los ojos de la acongojada azabache se posaron una vez más en la desinteresada mirada de su madre, quién no había puesto ni una sola objeción a la descabellada decisión de su marido.
—¡¿No harás nada?! —preguntó completamente irritada al oír la puerta doble de su cómoda casa cerrarse. Tsubaki se encogió de hombros.
—Cuida tu tono de hablar jovencita —dijo molesta al tomar asiento en el confortable sofá en forma de "L"—. Tu padre es un hombre lo suficientemente inteligente como para diferenciar lo que es o no peligroso para él. —habló desinteresada al rebuscar entre su cartera un encendedor para prender su cigarrillo.
—Tú no lo amas… —reconoció con pesar —no tienes corazón. —dijo al observarla con decepción para luego subir las escaleras hasta su cuarto.
Dio un fuerte portazo al apoyarse en la misma y dar un profundo suspiro. No deseaba terminar peleando con su madre.
—¿Qué pasó? —preguntó rápidamente InuYasha al verla entrar enfadada.
—Es mejor que te vayas. —dijo en un tono cansado.
—Pero Kagome… —deseó insistir el peliplata.
—InuYasha, por favor —pidió cansada. Él cedió al asentir.
—¿Tú estarás bien? —preguntó preocupado, ella solo musitó un débil « Sí. »
Le dio un cálido beso de despedida e InuYasha esta vez, salió por el espacioso ventanal de la habitación. No podía salir por la puerta principal, ya que Tsubaki ni siquiera imaginaba la presencia del peliplata en su casa.
Una vez sola en su enorme habitación, Kagome se acostó en posición fetal, abrazándose fuertemente a sus piernas. Ya no reconocía a su madre.
Horas más tardes…
Corrían preocupadas por el blanco pasillo de la clínica particular, ni siquiera habían tenido tiempo de cambiar sus pijamas después de esa inesperada llamada.
Un oficial había llamado para informar que su familiar había tenido un grave accidente automovilístico y lo llevaban camino a urgencias. Ambas, madre e hija se abrazaban dándose un poco de apoyo al esperar el informe del médico a cargo del pabellón.
El doctor que había recibido a Onigumo minutos atrás se presentó a darle noticias sobre su estado. Se sacó el gorro quirúrgico junto a la mascarilla para dirigirse a ellas con un entristecido rostro.
—¿Cómo está? —la primera en preguntar fue Kagome. El doctor bajó la mirada al ver el preocupado rostro de quién seguramente era la hija de su difunto paciente. Negó en silencio —¡No!—gritó con desesperación la joven azabache al caer pesadamente al suelo.
—No pudimos detener la hemorragia, habían varios órganos comprometidos —explicó al posar sus ojos en la seria mujer que trataba de contener a su adolorida hija—. Lo siento mucho.
—Gracias. —fue lo único que susurró Tsubaki al abrazar con mayor insistencia a su adolorida hija.
—¡Papá… —gritaba Kagome con desesperación —¿Por qué no me escuchaste?! —hablaba entre sollozos cada vez más fuertes.
Tsubaki no se atrevía a decirle ni una sola palabra de consuelo, después de todo no había ni una sola que pudieran contenerla en esos duros momentos. Apretó el cuerpo de su hija al suyo, acariciando su negra cabellera.
Un día y medio pasó y la hora de despedirse por completo del cuerpo de Onigumo se acercaba poco a poco.
La oscura carroza se adentraba lentamente al cementerio donde dejarían los restos del padre de la azabache. Kagome iba en el auto de InuYasha, sentada en el asiento de copiloto junto a él. Lucía un ancho y negro vestido que le llegaba hasta las rodillas, era con mangas más arriba de los codos y un corte muy recatado; todo su cabello fue amarrado en una alta coleta, pues el sol golpeaba fuerte a esa hora del día. Sus ojos eran cubiertos por unos grandes lentes oscuros que protegían su demacrado rostro y la hinchazón de sus ojos.
—Vamos. —dijo InuYasha al abrirle la puerta del auto para luego guiarla de la mano.
El sacerdote prácticamente musitó toda la oración en el funeral debido a que ya estaba demasiado anciano. Kagome buscó a su madre entre la multitud y la ubicó hablando con un misterioso y alto joven moreno que vestía de traje y gafas negras, le pareció extraño pero le restó importancia al tratar de prestarle atención al viejo sacerdote.
Tsubaki se acercó a su hija al notar que ya comenzaban a bajar el ataúd de Onigumo para enterrarlo. Kagome sollozó en completo silencio para no preocupar más de la cuenta a InuYasha, secando así sus gruesas lágrimas con el blanco pañuelo que él le había regalado antes de salir de casa.
El personal del cementerio bajó cuidadosamente el ataúd con el cuerpo de Onigumo, y poco a poco comenzaron a cubrirlo con la tierra que habían sacado. Adornaron la tumba con todas las flores que la gente le había llevado.
Los lentes de Kagome eran empañados por toda la pena y remordimiento que la albergaban en esos momentos. Esa noche no lo debió dejar salir; pensaba mientras presionaba sus dientes con impotencia.
Las vivas y coloridas flores fueron las únicas que resaltaron en ese penoso lugar.
Muy pocos amigo que tenía Onigumo y compañeros de trabajo se acercaron a darle las condolencias a la triste joven; quien las tuvo que recibir debido a que su madre nuevamente brillaba por su ausencia.
—Enseguida vuelvo —dijo InuYasha al ver que sus padres se marchaban—. No te muevas de aquí Kagome. —pidió al besar su mejilla. Ella asintió en silencio al posar sus ojos en las personas que se acercaban.
—Lamentamos mucho la perdida de Onigumo… —dijo el jefe del nombrado —era el mejor abogado con el que podía contar la empresa.
—Lo era. —mencionó la triste joven al asentir repetidamente con su cabeza.
Kagome se sentó bajó la sombrilla de un árbol junto al pequeño terreno de tierra cubierto por hermosas flores, el cual ahora era propiedad de su padre. La curiosidad por buscar a su madre nuevamente se hizo presente, giró sus ojos sin mayor insistencia, frunciendo el ceño con extrañez al verla una vez más junto al misterioso sujeto. Negó en silencio sin mayor curiosidad. La verdad… no tenía ánimos de pensar otras cosas.
. .. … .. . .. … .. .
Un par de días ya habían pasado desde el entierro de Onigumo y Kagome aun lucia anímicamente mal. Se sentó en el living de la sala con la mirada fija en la aterciopelada alfombra bajo la cristalina mesa de centro, prestándole atención a cada una de las palabras que salían de los labios del peliplata.
—¿Cómo es eso que te irás? —preguntó desentendida al frotar las palmas de sus manos contra su rostro.
—Kagome, no me iré para siempre. —dijo InuYasha al abrazarla contra su pecho.
—Pero no puedes dejarme en un momento así. Yo te necesito aquí conmigo. —discutió desanimada.
—Lo sé, créeme que lo sé pero no puedo quedarme. —explicó realmente afligido.
—Ni siquiera tengo a Sango ahora… —contó con cansancio —sus estudios en el extranjero no la dejan respirar.
—Lo sé Kagome… —mencionó al acariciar su cabello.
—Pero por qué no puede ir tu familia sola —interrumpió la joven con cierto fastidio.
—Porque yo no quiero que ellos viajen solos —dijo en seco—. Desde que perdiste a tu padre quiero aprovechar el máximo de tiempo con el mío. —comentó sin intenciones de herirla… pero lo hizo. Kagome bajó su rostro ensombrecido.
—¿Cuándo volverás? —preguntó al dar un suspiro y sentarse correctamente, para luego posar su mirada en el rostro de su novio. Quería entenderlo y no hacerlo sentir culpable por dejarla en un momento así.
—No lo sé, no estoy seguro —respondió al acariciar sus manos. Ya habían salido de vacaciones—. Mis abuelos están muy delicados de salud y mi familia desea ir a verlos antes que algo malo se les adelante. —comentó rogando porque lo entendiera.
—Bien… —dijo al forzar una sonrisa —esperaré ansiosa tu regreso. InuYasha la atrajo en un protector abrazo, Kagome de alguna u otra manera siempre terminaba por entenderlo.
La primera semana había transcurrida lenta y nostálgicamente para la azabache, la ausencia de InuYasha comenzaba a pesar de a poco.
Pasaba todo el día sola en la gran casa mientras su madre trabajaba, ésta muchas veces llegaba a altas horas de la noche. A Kagome los días se le hacían eternos y las noches dolorosas al reprimir su soledad. Pero ese día sábado hubiese preferido ser sorda en esos momentos, antes que escuchar las barbaridades que le confesaba su madre.
—¡Es que estás loca! —gritó Kagome con desesperación al ponerse de pie.
—Yo debo rehacer mi vida —discutió Tsubaki con indignación.
—¡Pero no cuando mi padre no lleva ni medio mes muerto! —recordó con rabia la delgada azabache —¡¿Qué tienes en la cabeza?!
—Bueno… lo siento —dijo la madre de ésta al encogerse de hombros —pero encontré al hombre indicado para mí y no pienso dejarlo escapar. —informó descaradamente.
—Papá tenía razón —habló Kagome en un tono amargo—. A ese hombre tú no lo conociste ahora, él es el amante que mi padre tanto hablaba. —comentó dolida.
Tsubaki guardó silencio al fruncir sus labios, no le podía decir que llevaba una relación paralela hace ya más de tres meses con él. Sería un golpe muy duro para su hija.
—Tendrás que comportarte como la señorita que tanto me he esmerado en educar… —exigió al ponerse de pie en un tono retador—. El vendrá hoy y serás amable. —ordenó al dirigirse a la cocina. Preparaba una deliciosa lasaña, la cual sabía muy bien era la favorita de su joven amado.
Kagome resopló frustrada, no podía creer el descaro al que su madre podía llegar. Comprendía que tenía que rehacer su vida pero también entendía que hacerlo tan luego no era nada común, mucho menos algo sano… sobre todo para ella.
Se puso de pies con fastidio al oír el armonioso timbre de su hogar resonar por toda la sala. Abrió la puerta de malas ganas y sus ojos se abrieron con sorpresa al reconocer al joven hombre parado frente a ella.
Vestía unos jeans azules oscuros, con una ajustada camisa de mezclilla y zapatos pocos formales, sus ojos eran cubiertos nuevamente por unas oscuras gafas. Así era más fácil reconocerlo.
Él era el mismo sujeto que había asistido al funeral de su progenitor. El mismo moreno de cabello largo y trenzado. El mismo que se había mantenido alejado de todos y solo hablaba con su madre.
¿Acaso… él era su amante?
…
Bueno esta vez me la jugaré con este fanfic jijiji Espero que les llame la atención lo que va de esta historia :)
Una cosa más, este fanfic será bien cortito en comparación al que llevo... no más de diez capítulos le calculo.
¡Saludos a Todas!
CIRCULO MERCENARIO
