CAPÍTULO 1

El replicar del teléfono apenas pudo penetrar la bruma de agotamiento que envolvía la mente de Inuyasha Taisho. Finalmente sacó una mano de debajo de la sábana y descolgó el auricular.

-Mas vale que sea algo importante... –gruñó.

-Soy el comandante McKenna, Taisho.

-¿Señor? –la mente de Inuyasha se despejó a instante al escuchar la voz de su jefe.

-¿Salvó ayer por la tarde a un niño de ser arrollado por un camión, Taisho?

Inuyasha pasó su mano por su rostro y masculló una maldición. La tensión que le había causado trabajar infiltrado durante seis meses para cerrar una importante operación antidroga había pasado su factura. Estaba agotado y casi quemado. Apenas podía recordar su nombre, y menos aún lo que había sucedido el día anterior.

Trató de pensar, de recordar lo sucedido.

Finalmente había cerrado el caso. Los sospechosos estaban bajo custodia, había entregado el informe y se había ido a casa para tratar de dormir a pierna suelta por primera vez en seis meses.

Entonces recordó al niño. Y estuvo a punto de maldecir de nuevo.

-Sí, señor. Lo hice. La madre estaba distraída hablando por su móvil. E l niño salió corriendo tras su pelota. Yo estaba allí por casualidad, vi lo que estaba pasando y fui por él. Nada del otro mundo, señor.

-En eso se equivoca, Taisho. Al parecer la prensa piensa lo contrario. Su foto aparece en la primera página de casi todos los periódicos de Chicago.

Inuyasha se irguió en la cama de un salto.

-¿Qué?

-Su foto está en casi toda la prensa –repitió el comandante pacientemente-. Casualmente había un reportero por allí que lo fotografió en el momento en el que salvaba al niño. Ahora tengo a una periodista meticona fuera de mi despacho que espera entrevistar al último policía héroe de Chicago. Le han puesto "el Policía Más Sexy de la Ciudad".

-Maldita sea –gruñó Inuyasha.

-Lo mismo digo, detective –no resultó difícil captar el tono burlón del comandante-. Lo siento, Taisho, pero no me queda otra opción. Va a estar treinta días de baja, sin perder si sueldo, por supuesto –el comandante ignoró las protestas de Inuyasha -. Puede que para entonces la prensa haya perdido interés en usted. No puedo permitir que uno de mis mejores quede al descubierto. Podría suponer un riesgo para su vida, además de un problema serio para cualquier investigación en la que esté trabajando.

-Pero...

-Treinta días –ladró el comandante -. Empezando desde hoy mismo, teniente. ¿Comprendido?

-Comprendido –murmuró Inuyasha.

-Y haga el favor de irse de la ciudad. Esta periodista no va a parar hasta conseguir lo que quiere. No creo que tenga más de media hora antes de que lo localice en su casa. Quiero que desaparezca hasta que este asunto que ¡de completamente olvidado¿me oye?

-Sí, señor –Inuyasha ya había salido de la cama y estaba recogiendo sus vaqueros del suelo.

-Nos veremos en treinta y un días.

-Sí, señor.

-Y haga lo necesario para mantener su nariz y rostro alejados de la prensa hasta entonces.

Tras pasar diez minutos maldiciendo la prensa de Chicago, Inuyasha metió algo de ropa en una bolsa de viaje, tomó su ordenador portátil y el archivo que llevaba recopilando desde hacía casi diez años. Luego llamó a su familia para comunicarles o sucedido y que se iba de la ciudad hasta que la prensa se calmara.

Aunque se habrían enterado de todos modos. Hijo mayor de una familia numerosa, sus cinco hermanos, su hermana y él estaban totalmente unidos. Teniendo en cuenta que todos sus hermanos eran policías o bomberos, no había duda en que todos habían visto la prensa de la mañana.

Menos mal que se iba, pensó mientras guardaba sus cosas en el maletero de su Mustang. De lo contrario, no habría sobrevivido a la burlas de sus hermanos.

"El Policía Más sexy de la Ciudad", pensó, asqueado. Acababa de sumergirse en el ajetreo tráfico de la ciudad cuando empezó a nevar.

No tenía idea de donde ir. Estaba demasiado cansado para pensar, pero lo último que quería era un enfrentamiento con la prensa. De manera que siguió conduciendo hasta salir de la cuidad.

En algún lugar entre Illions y Wisconsin, el viento arreció y el cielo se oscureció mientras la nieve empezaba a caer con mas fuerza. Mientras conducía escuchando una emisora de viejos éxitos, Michael trató de relajas su mente y poco a poco fue notando como iba amainando su tensión.

Los seis meses que había pasado trabajando de incógnito habían sido agotadores. No era fácil vivir en el filo de la navaja, introducido en el sub-mundo de las drogas, siempre vigilante y siempre preocupado por si lo descubrían, algo que sin duda le habría costado muy caro.

Le gustaba ser policía. Era una tradición de la familia Taisho. Su abuelo fue policía en Chicago, lo mismo que su padre, que murió cumpliendo con su deber cuando él tenía once años. Como hijo mayor de la familia, se esperaba que él también se uniera al cuerpo, cosa que hizo obedientemente.

Pero siempre había tenido otro sueño, un sueño secreto que nunca había tenido el valor de revelar a nadie. Se había dedicado a recopilar notas de sus casos durante diez años con la esperanza de contar algún día en un libro sus experiencias.

Pero nunca había tenido tiempo de hacerlo.

Hasta ahora.

El pensamiento hizo que sintiera una excitación que hacía tiempo no experimentaba. No recordaba si alguna vez en su vida había tenido todo un mes por delante para hacer lo que quisiera.

Perdido en sus pensamientos siguió conduciendo sin darse demasiada cuenta de que se iba acercando al corazón de la tormenta. Cuando se hizo consciente de que le convenía detenerse y buscar refugio antes de que las condiciones climáticas empeoraran se fijo en un cartel que anunciaba una población llamada Chester Lake, de dos mil doscientos setenta y cinco habitantes, que se hallaba a ocho millas.

Necesitó casi media hora recorrerlas. Casi sonrió de alivio cuando vio el cartel del desvío, seguido de inmediato por otro que anunciaba el hostal de Chester Lake.

Salió con cuidado de la autovía y maldijo cuando al frenar al final de la rapa el coche le patinó un poco. Afortunadamente no había ningún otro vehículo cerca.

Giró hacia la izquierda en dirección a las únicas luces visibles, apagó la radio y subió la calefacción. Preocupado por la gasolina que pudiera quedarle, bajó la mirada un momento y cuando la alzó vio que un cervatillo de cola blanca se cruzaba ante él en la carretera.

Instintivamente pisó los frenos giró el volante para evitar golpear al animal. El coche patinó y dio un círculo antes de que Inuyasha perdiera el control.

Trató de protegerse la cabeza y el rostro con los brazos mientras el coche contra un banco de nieve helada.