Un breve descanso

Cuando Akkarin la atrajo hacia sí, Sonea no se resistió, aunque un escalofrío la recorrió de arriba abajo cuando imaginó lo que iba a suceder. Sería su primera vez… y sería ni más ni menos que con el que antaño fuese Gran Lord del Gremio. Solo de pensarlo se le erizaba todo el vello del cuerpo.

La muchacha se mordió el labio inferior con deseo antes de que él lo atrapara entre los suyos y sus dedos comenzasen a acariciar su mejilla, su cuello, su clavícula; poco a poco, sus manos se deslizaron hacia abajo, rozando sus pechos marcados bajo la saya húmeda y recreándose, durante unos segundos que Sonea quiso que fuesen eternos, en memorizar su redonda forma. Cuando pellizcó suavemente sus pezones, la joven echó la cabeza hacia atrás con un gemido, pero la mano de Akkarin voló rauda hacia su boca, obligándola a callar. Ante la sorpresa de la antigua aprendiza, el mago mostró media sonrisa burlona.

–En otras circunstancias, te dejaría gritar "a placer" –susurró junto a su oído, remarcando las dos últimas palabras y haciendo que su amante enrojeciera intensamente–; pero estarás de acuerdo conmigo en que no sería agradable… que nos interrumpieran a mitad de faena.

Sonea reprimió una risita mientras asentía. Akkarin, conforme, retiró su mano y la devolvió a su lugar anterior para continuar su recorrido hacia las caderas de la joven. Ella optó por enterrar sus gemidos en la boca de él, sin oposición aparente, mientras intentaba acariciar torpemente sus músculos marcados bajo la camisa empapada.

Al menos, hasta que él tomó una de sus manos y la llevó con delicadeza unos centímetros más abajo. Sonea separó sus labios de los de Akkarin con un respingo, al tiempo que permitía a sus dedos acomodarse a la dureza del miembro de él, aún oculto por los pantalones. Mientras lo acariciaba, intercambió una mirada ardiente con el mago, que sonrió con lujuria sin soltarle la mano. Sonea jadeó y apretó un poco más sus dedos contra la entrepierna de Akkarin, haciendo que él echase la cabeza hacia atrás con un suspiro.

–Sonea, me matas –jadeó, ronco, mientras volvía a mirarla de una manera que hizo estremecer de placer a la muchacha–. No pares…

Ella sonrió a medias, triunfante, antes de atreverse a desabrochar las tiras del pantalón de su amante. Este enarcó una ceja mientras ella trabajaba, pero no dijo nada. Al menos, hasta que ella hizo algo inesperado para él. En el momento en que sus dedos rozaron la suave piel del pene de Akkarin, sintiéndose envalentonada, Sonea se inclinó con una pícara mirada y se introdujo la punta del mismo en la boca sin pensar. Akkarin soltó una barbaridad en voz alta, incrédulo, mientras sus dedos soltaban a Sonea y aferraban la roca que tenía tras su espalda. La muchacha reprimió el impulso de reír y quiso seguir con su labor, pero un tirón nada brusco de la melena y unos ojos oscuros cargados de deseo hicieron que tuviese que demorarla un poco más.

–Vaya, vaya… –susurró Akkarin con cierta diversión, clavando una mirada ardiente a su antigua pupila–. Nunca dejas de sorprenderme, mi dulce Sonea.

La muchacha sintió un curioso calor en el bajo vientre cuando Akkarin la llamó de aquella manera, pero prefirió camuflar su excitación mientras le sostenía la mirada y sonreía, orgullosa.

–Había oído escuchar a algunas chicas mayores en las barriadas sobre esta técnica –explicó como quien recita una lección archisabida–. Decían que nunca fallaba a la hora de hacer que un hombre se rindiera ante ti… Y parece que es cierto.

Si Akkarin se sorprendió por aquel alarde de osadía, no lo demostró. Al fin y al cabo, los límites de lo decente se habían superado hacía un buen rato. Pero lo que no esperaba Sonea fue lo que sucedió a continuación. Akkarin la tomó de la nuca, la hizo ascender hasta su boca y la besó con una rudeza inusual. A la vez, los dedos de la mano libre se deslizaron bajo la saya empapada, empujándola en su trayecto ascendente. Sonea ayudó a su amante hasta sacarse la prenda por la cabeza y, después, quiso hacer lo mismo con la camisa de él. Pero un movimiento rápido de Akkarin hizo que, en vez de eso, ella quedara tendida de espaldas en el suelo cuan larga era.

–Me parece que alguien va a tener que aprender varias lecciones hoy –ronroneó el mago junto a su rostro, mientras acomodaba su cuerpo entre las piernas abiertas de ella, haciendo que a la joven se le retorcieran las entrañas de anticipación–. Pero –agregó él, anticipando sin esfuerzo lo que ella sentía e incorporándose hasta quedar de rodillas sobre el suelo–. Vamos a ir por partes.

Sonea contempló entonces, desde la nebulosa que era su mente excitada, cómo Akkarin se quitaba la camisa con un gesto hábil antes de ocuparse de los pantalones de ella. La muchacha, de la ansiedad, era incapaz de moverse. Solo podía admirar sus músculos, brillantes a causa de las gotas de agua que su ropa habían dejado, adornando su piel pálida como diminutos diamantes. Su cabello oscuro cayendo sobre sus hombros. Cómo sus manos finas pero varoniles retiraban la tela que cubría sus piernas y dejaban expuesto su sexo...

Por un instante, Sonea temió decepcionarlo. Al fin y al cabo, era una absoluta novata en aquello. Pero Akkarin no hizo mención a ese hecho ni a nada negativo. En cambio, se incorporó lo justo para quitarse los pantalones y volvió a situarse entre sus piernas abiertas, con las rodillas en tierra. El mago sonrió al situar una mano sobre su miembro erecto y comprobar cómo Sonea lo observaba con deseo.

–¿Lo quieres? –preguntó él. Y ante su asentimiento, agregó en un ronroneo–. No te preocupes, todo llegará.

Entonces, Akkarin echó el cuerpo hacia atrás, se deslizó hasta el suelo y situó el rostro a la altura del sexo de Sonea. Ella se extrañó, sin saber qué era lo que estaba haciendo, hasta que notó el primer roce.

Fue como si una corriente eléctrica la recorriera de los pies a la cabeza, haciendo que arquease la espalda sin quererlo y tuviese que morderse el labio con fuerza para no soltar un intenso gemido. Sus dedos aferraron la roca húmeda y jadeó, atreviéndose tras la sorpresa inicial a comprobar lo que su amante estaba haciendo.

Este pareció sentirse observado, porque abrió los ojos y, entre los mechones oscuros de su cabello, Sonea pudo ver cómo se relamía y después pasaba la punta de la lengua por toda su zona íntima, demorándose a propósito en la zona más elevada; donde Sonea pudo ver que atrapaba algo entre los labios y succionaba, haciendo que la joven casi se marease de placer. ¿Qué demonios…? Pero todo pensamiento se diluyó cuando Akkarin introdujo un dedo en su vulva, sin dejar de lamerla. Sonea se esforzó todo lo que pudo por no gemir muy alto, pero era demasiado difícil. Como siguieran así, se desmayaría sin remedio.

Como si hubiese leído sus pensamientos, Akkarin le lanzó en ese momento el sayo. Sonea abrió los ojos, sorprendida, al notar la tela impactar contra su pecho. Pero la orden de Akkarin fue clara:

–Si quieres gemir, muérdelo –y ante su extrañeza, añadió con media sonrisa comprensiva–. Créeme, será mejor así.

Sonea obedeció al punto, sin preguntar, mientras Akkarin continuaba con lo que había dejado a medias. Al poder gritar a gusto contra la tela, la muchacha descubrió que su tensión se desvanecía, que otro cúmulo de sensaciones maravillosas se apoderaba de su cuerpo y en particular de su bajo vientre; por lo que, sin temor ya a que la pudiesen escuchar, Sonea se dejó llevar hasta el límite máximo del placer, momento en que se sintió como si Akkarin le acabase de absorber todas las energías de la forma más dulce posible. Él se apartó entonces con suavidad y ella se incorporó, jadeando y alerta. ¿Era posible que…?

Pero no, ella no le había cedido nada y no había habido conjuro. No había habido trampa para absorber su energía. De hecho, Sonea se sintió algo estúpida al pensar aquello cuando comprobó que Akkarin sonreía, arrodillado frente a ella, con una mano bajo el pene como si la invitase a probarlo de nuevo.

–¿Lo quieres? –volvió a preguntar Akkarin.

Sonea, aún mareada por la descarga de sensaciones que había supuesto su primer orgasmo, asintió despacio y se obligó a incorporarse lo justo para avanzar a cuatro patas hacia él. Lo deseaba, lo deseaba tanto… De repente, se sentía capaz de todo. Quería montarlo como a un caballo salvaje hasta que le suplicase que parara, quería que…

Casi sin que fuese consciente de ello, llegó a la altura de Akkarin y ciñó sus labios en torno al glande húmedo y rosado, provocador como una fruta prohibida y de sabor desconcertante incluso tras el baño en la laguna. Akkarin la tomó con delicadeza por el pelo y acompañó sus movimientos, torpes al principio y más seguros conforme pasaban los segundos y los minutos, al tiempo que emitía suaves gruñidos y gemidos. Él también disfrutaba y se estaba conteniendo para que no los descubrieran.

En un momento dado, Akkarin se tensó y Sonea pensó que los habían encontrado, pero nada más lejos de la realidad. Simplemente, según él mismo le transmitió cuando ella soltó su "presa" y volvieron a estar frente a frente, no quería terminar así la primera vez. Despacio, el mago tendió a Sonea de nuevo sobre la roca y se colocó, esta vez sí, paralelo a ella. Con una extraña delicadeza, dejó que sus cuerpos se rozaran, amoldándose despacio el uno al otro, mientras su lengua se enredaba con la de Sonea disparando su adrenalina de una forma extraña pero muy agradable.

–¿Lista? –preguntó él entonces, tras lamerle el lóbulo de la oreja de una manera que hizo que a Sonea le diera vueltas la cabeza.

Esta inspiró hondo y asintió, febril de deseo. Entonces Akkarin volvió a besarla, la sostuvo con una mano sobre el costado, situó la otra junto a la cadera de la muchacha y la penetró.

Al notar la embestida, Sonea dio un pequeño respingo, pero enseguida indicó a Akkarin que todo estaba bien. Quizá simplemente es algo normal la primera vez, pensó en su ignorancia sobre el asunto sexual.

El mago, por su parte, sonrió aliviado antes de indicarle que, si notaba cualquier cosa extraña, se lo dijera y pararían de inmediato. A lo que Sonea lo abrazó con las piernas, decidida, y susurró junto a su oído:

–Espero que estés de broma y no dejes de metérmela hasta que yo te lo diga.

Akkarin soltó una risita complacida antes de empujar con todas sus fuerzas. Sonea se arqueó y gimió. Solo había usado una frase que le había escuchado decir una vez a una prostituta de las barriadas; pero, por lo visto, había surtido un efecto mágico en su amante. Aquello era demasiado bueno para ser verdad.

–Como desees –murmuró él, sin dejar de mover las caderas, de introducir su pene hasta el fondo y de llevar así a la joven primeriza a un estado cercano al desmayo.

De hecho, cuando Sonea alcanzó su segundo orgasmo y lo camufló mordiendo el hombro de él, Akkarin no pudo contenerse más y terminó corriéndose con un intenso gemido que rebotó en las paredes del improvisado refugio tras la cascada. Cuando abrió los ojos, Sonea lo miraba con una sonrisa relajada en el rostro que lo hizo estremecer. Le haría el amor tantas veces… Sin embargo, el mago se limitó a devolverle el gesto y esperar unos segundos a que ambos recuperaran el resuello, antes de retirarse y, finalmente, tenderse al lado de su amante, satisfecho. Ya habría momento para repetir.

–Bueno, ¿qué tal ha estado tu…primera vez? –preguntó con cierta duda, mientras su brazo rodeaba la cintura de ella–. No soy un amante experto, pero...

Se calló, consciente de que quizá estaba hablando de más. Pero entonces ella se giró para acariciarle la mejilla, besarlo con dulzura y dijo:

–Ha sido perfecto, Akkarin. Gracias.

A lo que él sonrió, besó sus dedos y respondió:

–De nada, Sonea. El placer ha sido mío.