Disclaimer: No poseo absolutamente nada salvo mis locas ideas. Todo pertenece a George R. R. Martin y HBO.

El aire frío se colaba por las grietas de aquella oscura torre. Estaba oscuro pero Cersei podía sentir como las cucarachas caminaban sobre sus pies descalzos. En otro tiempo, ella practicamente hubiera vomitado por el simple roze de uno de esos insectos.

Reina. Reina. Reina. La reina destronada se estremeció. Aquellos gritos de victoria no eran para ella. Todo aquel jubilo era una muestra de cuan amada era Daenerys Targaryen. Daenerys de la Tormenta, La que no arde. Rompedora de cadenas. Madre de dragones.

Ella sintió que las lagrimas le quemaban en los ojos pero su soberbia no le permitió derramarlas. Al fin y al cabo, su orgullo Lannister era lo único que le quedaba.

Ya no tenía Reino, súbditos ni caballeros que defendieran su honor. Ya no tenía a sus hijitos, ni a Jaime, tampoco el amor y la protección de su padre. Ya no era tan joven, ni tan bella.

La leona de Roca Casterly tan solo poseía aquella torre en ruinas, donde la Reina regente le permitía vivir, en un derroche de generosidad. Tenía un pequeño tragaluz por el que se colaban pequeños rayos de sol, pero Cersei siempre evitaba aquella luz.

Le recordaba al brillo dorado de sus añorados largos cabellos. A la corona que ciño las cabezas de Joffrey, Myrcella y Tommen. Al oro de sus mortajas. A la mano de oro de su hermano mellizo. La luz, el sol, lo dorado. Todo aquello que amó ahora le producía rechazo.

La puerta de la celda se abrió, dejando entrar un bofetón de claridad que hizo que se colocara la mano sobre los ojos.

-¿Quién eres? No tienes derecho a estar aquí.

Haraposa, sucia y encerrada como una vil criminal. Pero Cersei Lannister seguía siendo soberbia, aquel castigo no había conseguido amedentrar su caracter. Ni mucho menos. La rabia alimentaba su alma cada día más.

En un segundo escuchó la puerta y al siguiente, una mano rodeaba su cuello. Una mano fría, estática. Cersei abrió los ojos. Los Dioses no podían ser tan crueles. Ella no se merecía que su muerte viniese de aquella mano. Sus ojos esmeralda se humedecieron a la misma vez que los de aquel hombre se clavaban en los suyos. Eran verdes, tan preciosos como los suyos. Pero él no derramaba ni una lágrima. Sus ojos estaban vacíos, carentes de cualquier tipo de emoción. Jaime Lannister apretó sus dorados dedos alrededor de su traquea hasta que su bella hermana se convirtió en un cadaver.

Despierta. Despierta.

Él no quería despertar. Todavía quedaba Jaime, todavía quedaban Lannister que exterminar. Todavía sentía deseos de venganza hasta en la ultima fibra de su tullido cuerpo.

Bran, despierta. Maldita sea. Vuelve.

El más pequeño de los Stark cerró su tercer ojo y abrió los otros dos. Sonreía. El Norte recuerda.

Y cuando las lágrimas te ahoguen, el valonqar te rodeará el cuello blanco con las manos y te arrebatará la vida.