Días sin
I
A las tres horas de vuelo me empecé a arrepentir.
Tenía abierto mi cuaderno y solo una palabra gritaba en diferentes tamaños "estúpido, estúpido, estúpido". Agarré el bolígrafo y garabateé sobre ellas con fuerza. Me he acostumbrado a llevar siempre algo para escribir, me gusta hacerlo a mano porque se siente más natural. Es maravilloso cuando las frases bailan tan rápido que uno no entiende ni su propia letra, como se siente el dolor de palabras como llanto, escritas con una línea más gruesa de lo habitual. Escritas con interrupciones, porque es difícil.
A veces éstas llegan a traspasan los folios convirtiéndose en más que un vestido, un cuerpo.
O quizás mis amigos tengan razón y simplemente sea una atracción por las cosas antiguas, porque me gusta soñar con épocas en las que no existían los teléfonos y la gente escogía con cautela sus palabras antes de redactar una carta. Qué importa, en cualquier caso, mis anticuados gustos son muy útiles cuando uno se encuentra en un avión y los aparatos electrónicos deben permanecer desconectados.
No recordaba cuánto tiempo había pasado desde la última página. Temía leerla y darme cuenta de que esa persona no existía ya.
Un avión me parecía un buen lugar para retomar mi afición. Horas eternas de esperable silencio con el asiento vertical, rodeado de desconocidos. La primera tarea de un escritor es la observación. Rostros con diferentes historias, la pareja de novios en su luna de miel, la mujer que coge un vuelo por primera vez para conocer a su nieto, inmigrantes con poco dinero y mucha ilusión o las dos copas de más del treintañero que se enfrenta a sus miedos.
En cambio yo, "estúpido, estúpido, estúpido". Por fin me vino otro pensamiento "La próxima vez que te levantes será para saludar a otro país, la otra cara del mundo." Sí, eso quedaba perfectamente bien escrito. Una letra clara, elegante.
—O para ir al servicio.
Miré de reojo al hombre que acababa de violar mis pensamientos –hay quien puede preguntarse cómo alguien puede creer que lo que piensa es tan maravilloso que necesita ponerlo por escrito–, le sonreí forzadamente y me pegué lo más que pude al asiento mientras aquel hombre se burlaba de las medidas de seguridad de los aviones. Nunca un viaje se me hizo más eterno.
Exceptuando a mi madre, nadie sabía lo que estaba haciendo. Creía que ni siquiera notarían mi ausencia.
—¿Por quieres volver si no te gustó la primera vez?
No contesté, tenía razón. Nueva York me había parecido una ciudad gris y algo sucia. Seguía siendo un misterio por qué había inspirado tantas obras.
—¿Y a tu novia no le importa que vayas con esa chica? —siguió cuestionando mientras yo improvisaba una maleta. Recordando uno de mis libros favoritos, uno debe viajar ligero (1). Llevaba diez quilos con cosas tan dispares como un bañador o un gorro de lana. No sabía lo que podía encontrarme. Ella no me había dado detalles.
—No, mamá —contesté con hartura. Escuché como mi madre siguió hablando por teléfono con una amiga suya, criticando las relaciones liberales de hoy en día. Mi madre, a pesar de autodefinirse como una mujer moderna para su época, detestaba ese tipo de actitudes.
Lo que no le dije es que yo también –más de lo que quería admitir– y que mi cuaderno estaba estancado desde el día que Hikari me dejó.
No se lo dije, ni a ella ni a nadie. Primero debía ser capaz de decírmelo a mí mismo.
Estúpido ¡Estúpido, estúpido! Parecían escritas con humo.
—Nos merecemos disfrutar la vida —recordé.
Por algún motivo que no era capaz de entender, mi exnovia había decidido que la vida conmigo no era suficiente para ella.
Ella había dicho: Ya no es lo mismo que antes.
Todavía recordaba sus palabras, pero no podía escribirlas. No quería entenderlas, no quería verlas durante años y seguir deseando que eso no hubiese pasado nunca. No quería inmortalizarlas, ni tampoco olvidarlas. Me aferraba a ellas porque a partir de ese momento ya no pude recordar otra cosa que su despedida. Solo recordaba que había sido feliz, como quien solo recuerda el final de una película y dice que estuvo bien. Debía ser cierto, no cabía otra explicación para las hojas en blanco. Era incapaz de leer el resto y descubrir mi mentira.
Le pedí explicaciones, por qué había cambiado de opinión tan drásticamente. Hikari no me encajaba en ese comportamiento. Me sentía seguro con ella, jamás intuí nuestro final y eso acabó conmigo. Para mí todo estaba bien, como siempre lo había estado.
—Siento que es todo demasiado previsible.
Creí que era una excusa y me enfadé ¿tantos años y no era capaz de ser sincera?
La llegué a odiar, aunque solo quería que volviera.
Me había tomado aquel viaje como una especie de renacimiento, quizás Nueva York se merecía una segunda oportunidad. Yo me la merecía. Pero no tuve en cuenta que ella estuvo a mi lado la última vez.
Acababa de recordarlo, yo le había dejado la ventanilla y ella respetaba mi intimidad. Sin problemas. Perfecto.
Me encontré sonriendo tontamente al hombre de dudoso olor corporal que insistía en describirme el extraño zumbido de uno de los motores.
Volver a una ciudad que solo podía traerme recuerdos de mi exnovia no se presentaba la mejor de las decisiones. Pero cuando Mimi me ofreció alojarme en su casa durante una semana, no necesité pensarlo mucho. En ese momento era uno de esos patos que tanto llamaron la atención de Holden en Central Park (2). Yo tampoco sé qué pasa con ellos pero una cosa es segura, cuando el lago se hiela, solo queda marcharse o morir. Yo no quería quedarme.
Había leído Brooklyn Follies, Manhattan Transfer y otros tantos de la llamada Generación Perdida. Visto incontables películas de Woody Allen. Y, por qué no decirlo, Friends. Nueva York está en mi cabeza desde que mi madre se aficionó a Frank Sinatra. Nueva York es la ciudad ¿Quién no querría formar parte?
Nueva York es un concepto.
.***.
Aterricé. La gente corría en una misma dirección y yo hice lo propio. Mi inglés no es muy bueno pero confiaba en tener suerte. Finalmente me quedé observando como algunos pasajeros eran recibidos por sus seres queridos mientras Mimi no me cogía el teléfono. Me senté en el suelo, confiaba en que apareciera pero según corrían los minutos me parecía más probable pasar una semana vagabundeando en el aeropuerto; no llevaba suficiente dinero como para pagar un hotel.
Por fin me devolvía la llamada.
Mimi pertenece a ese exclusivo grupo de personas con las que la gente no puede enfadarse. Estaba seguro de que su intención era llegar a la hora y darme la mejor de las bienvenidas, pero habría encontrado mil motivos por los que retrasarse. Apenas mantuvimos contacto durante años pero bien sé que nunca podrá cambiar eso. Mi padre es igual.
Miré a mi alrededor y le expliqué dónde estaba.
—Hay cien McDonals, Takeru. Mejor sal y busca dónde están los taxis, te veo allí.
Suspiré resignado y cogí mi mochila. Los diez quilos se acababan de convertir en veinte.
En ese momento solo era otro extranjero más.
Me detuve en frente de los taxis girando sobre mí mismo esperando a que ella me identificara, yo no estaba seguro de reconocerla.
—¡Takeru! —oí y me giré. Una chica rubia agitaba la mano junto uno de los coches.
Me acerqué dudando hasta que pude oír su risa, ya estaba seguro de que era ella.
El primer encuentro debe ser algo así como la primera página de un libro. La primera página lo es todo. Es la clave de la venta.
—Nunca me acostumbraré a tus cambios de peinado.
Mis primeras páginas nunca son lo suficientemente buenas.
—Yo tampoco. Ven, sube, no nos queda tanto tiempo.
Llevé la vista unos segundos a lo que parecía ser Nueva York. Una vez le pregunté a Mimi si pensaba regresar a Japón y ella respondió enigmáticamente que nunca podría estar completamente allí. No lo había entendido hasta ese momento, el mundo es demasiado grande.
Mimi me presentó al taxista como si se tratara de un viejo amigo. Lo llamó John todo el tiempo, porque su verdadero nombre era impronunciable para nosotros.
—No entiende nada de lo que decimos —me dijo como si fuera algo muy divertido—. Le dije que si llegaba a la hora, cuando sea famosa le contrataré de chófer y le compraré el coche que elija. Sería fantástico ¿no? daría trabajo a todos mis amigos y así les tendría cerca siempre.
Creo con toda seguridad, que Mimi me consideraba uno de sus amigos a pesar de tantos años distanciados.
—Estoy tan contenta de que estés aquí. Le estaba contando a John que me gustaría recibir visitas más a menudo. —Mimi alternaba el idioma como si quisiera que todos formásemos parte de la conversación—. Siempre os estoy invitando y siempre hay mejores cosas que hacer.
El taxista siguió hablando, por el tono de voz intuí que estaba de acuerdo con Mimi.
—Es que no es tan fácil —intervine.
—Sí que es fácil. Tú estás aquí y voy a hacer que jamás olvides Nueva York.
No le dije a Mimi que me daba igual olvidar Nueva York, que solo intentaba escapar de mi vida y que la única razón por la que había podido coger el vuelo era las ofertas del 11S.
—John es un buen taxista —me comentó, yo no podía estar de acuerdo. Los acelerones me tenían aterrorizado— ¿Sabes por qué lo sé? Siempre arranca en naranja.
Mimi volvió a hablar en inglés, John se rió mientras yo veía como nos saltábamos un semáforo.
—¿No estás contento? —me preguntó. Debía llevarlo escrito en la frente.
—Sí, es... no me creo que esté aquí.
—¡Si no te gustó la otra vez!
No recordaba habérselo contado.
—Ya, pero aún así tiene algo especial.
—Es vida.
Asentí a pesar de que había olvidado su significado.
Mimi ordenó parar al taxista y le dejó propina. Al bajar me di cuenta de que era imposible que se conocieran previamente. Decenas de coches idénticos recorrían las calles pitándose unos a otros, probablemente no se volverían a ver jamás. No pude evitar imaginarme todos esos taxis como pequeños pollitos amarillos piando sin parar ¡Ah, si se me diera bien pintar! Es uno de mis sueños frustrados, qué buen pintor soy en mi imaginación.
Me costó adaptarme al paso de Mimi pero era necesario si no quería entorpecer las calles. Era fácil distinguir a los turistas como yo, siempre con la cámara colgando y mirando al cielo. Yo hice lo mismo pero no me pareció impresionante.
—Te voy a llevar al mejor sitio de todo Nueva York.
Sonreí contagiado por su entusiasmo.
Mimi se metió por unas calles más estrechas. Oscuras, malolientes. Las típicas calles que uno desaconsejaría para una chica, pero al parecer el único que tenía miedo era yo.
Se detuvo frente a un puesto de comida rápida. El chico que nos atendió también parecía su mejor amigo. Mimi me señaló mientras hablaba con él.
—Hola amigo —dijo con un acento más que mejorable y me extendió la mano.
—Tres cincuenta —dijo Mimi dándome un bocadillo de bacon—. No encontrarás más por menos.
Nos sentamos en las escaleras de un edificio. Más jóvenes como nosotros hacían lo mismo.
—Pensé que estabas hambriento ¿Prefieres otra cosa?
—Lo estaba, pero creo que es demasiada cantidad para mí. Últimamente no sé dónde está mi apetito.
Mimi acabó su sandwich antes de que yo terminase de hablar.
Dijo una vez más lo mucho que le alegraba verme. Debía ser la quinta vez que lo hacía.
—¿Te pasa algo? —me preguntó.
Yo traté de disimular lo mejor que pude mi falta de ilusión.
—Estoy cansado, ya sabes, el vuelo.
—Claro.
Mimi suspiró e inclinó la cabeza hacia atrás. Inconscientemente la imité. Años antes, Hikari se había dado cuenta de que era imposible ver la Luna con tantos rascacielos. Yo no le había prestado atención, pero qué difícil me pareció en ese momento pensar en otra cosa.
—Tengo que contarte algo —me dijo con una sonrisa—, mis padres se separaron el año pasado. Mi madre está con alguien diez años menor y mi padre volvió con su segunda novia.
Permanecí en silencio dudando si Mimi buscaba algún tipo de complicidad por mi parte al ser yo hijo de divorciados.
—Durante un tiempo no hice más que estar enfadada con todo el mundo. Como si todo volviera a ser como antes solo por llorar o romper cosas. Y, bueno, hasta que no comprendí que mi felicidad no dependía de ellos... no fue fácil. Ahora duermo en su habitación y comparto piso con un chico, que duerme en la que antes era mía. Estábamos todos juntos y de pronto es un recuerdo. Así que no hay nada seguro, solo que me toca aguantar ser yo misma para siempre. —Le devolví la sonrisa—. Me gustaría que tú fueras tú mismo.
Perdí todas las dudas acerca de si Mimi sabía que Hikari y yo no estábamos juntos.
Le prometí intentarlo. No era justo que me viera así.
Os puedo asegurar que llevaba años pensando en esta combinación, pero jamás encontré una excusa para llevarla a cabo hasta que volví a escuchar "new york, new york" y prácticamente se escribió solo.
Todos los datos que doy sobre la ciudad los saqué de Internet, no puedo asegurar que sean ciertos.
Está terminado, seré breve publicando.
Espero que os guste, pero sobre todo a Hikari Blossom, muy fan de la pareja (tiene un fic largo con ellos, altamente recomendable incluso para quienes odien a los dos)
(1). Aquel que quiere viajar feliz, debe viajar ligero - El principito.
(2). Holden es el protagonista de "El guardián entre el centeno", que se pregunta adónde van los patos de Central Park cuando el lago se congela.
