Harry Potter le pertenece a J. K. Rowling.
Este fic participa en el minireto de noviembre para "La Copa de la Casa 2014-15" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Aclaración: Lysander (para mi) es un chico que exagera cualquier cosa, hasta lo más insignificante; es conocido en su familia como El Príncipe del Drama.
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Pizza.
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Ok, eso era raro.
Lorcan dejó de leer Encantamientos Avanzados para ver como Lysander no dejaba de llamar por teléfono y pedía ¿una pizza? ¿Desde cuándo a su hermano le encantaba la pizza? La última vez que su papá los llevó a comer él se fue gruñendo «No me gusta la pizza, es horrorosa» sin siquiera darle más de una mordida y, ahora, ordenaba una... sí, definitivamente algo le pasaba.
—... Deme una de champiñones por favor —siguió hablando Lysander. Ignoraba por completo la mirada analítica y confundida de Lorcan—. Ajá, a la misma dirección de siempre —sonrió maliciosamente—. Gracias.
Dejó el teléfono en la mesa y, sacando un espejo, se vio mientras se arreglaba su cabello; el cual sospechosamente estaba mojado.
¿Se lo lavó... en sábado? Hasta donde sabía Lysander nunca se bañaba ese día ¡y menos se perfumaba!
Lo último lo supo en cuanto notó como se echaba su fragancia de arándano.
«No se supone que odia el olor a arándano» pensó confundido.
Cada vez era más raro.
Lysander caminó hasta la mesa y se metió ¿un caramelo de menta? ¿Le preocupaba su aliento?
«¿Qué mosca lo picó?» meditó. No dejaba de extrañarse.
Él siguió con la vista a su hermano cuando, cinco minutos después, el timbre de su casa sonó; el mago, con una alegría inverosímil, se fue corriendo hacia allá. Cosa aún más sospechosa ya que él sólo corría cuando se trataba de ir a jugar Quidditch. Pasando por alto la mirada escrupulosa de su hermano abrió la puerta.
Y ahí el taumaturgo lo entendió.
La razón por la cual se comportaba así: la repartidora.
—Buenas tardes —saludó una señorita caucásica de pelo marrón oscuro y ojos del mismo color. Tenía dieciocho años, dos años menor que ellos.
—Hola, Roxanne. —Sonrió Lysander mientras tomaba las dos cajas de pizza.
La chica tenía una sonrisa simpática.
—Te ves muy hermosa.
—Ajá. Son 39 libras —dijo la muchacha ignorando el piropo.
El chico sacó su billetera y, después de sacar el dinero, se lo entregó a la fémina. Ella le sonrió por última vez y se fue, aunque antes mencionó.
—Me gusta tu perfume.
Lo que a Lysander le encantaba no eran las pizzas sino la hermosa repartidora; para Lorcan ya no era de extrañarse ese comportamiento: su hermano estaba enamorado y un drama estaba más que asegurado.
Con lo melodramático que era éste, quizá más de lo debería.
