Sumary: Bella decidió olvidarse de Londres, de su carrera y de su novio infiel… Pero su nueva vida corría peligro: tenía como vecino al despiadado Edward Cullen, cuya estrategia era hacerse con su antigua empresa, además de la mitad de su herencia.
Disclaimer: Los personajes como ya sabéis son de Meyer, y la trama no es mía, es de Graham Lynne, nada más leerla supe que era perfecta para estos personajes. Hay algunos cambios, pero la estructura es la misma.
Bueno gente, aquí vengo con una historia nueva que espero que os guste! Avisó más adelante hay momentos muy intensos! Así que ya estáis avisados jjeeje. Y ya os dejo con la historia.
En un momento de sinceridad mordaz, acaecido entre el sueño y la vigilia en su habitación de un hotel de Manchester, Bella Swan reconoció que su vida no era lo que una vez había soñado que sería. Aun así, no tenía la menor sospecha de que estaba a punto de enfrentarse a su peor pesadilla hecha realidad.
En cualquier caso, en su séptimo cumpleaños su padre le había enseñado a enumerar todas las cosas buenas que tenía, después de que su encantadora madre hubiera vuelto a faltar a una de sus visitas prometidas. Aquellas continuas decepciones le habían hecho tanto daño a Bella que había aprendido muy pronto a mirar el lado positivo de las cosas. Así se protegía a sí misma, borrando los pensamientos negativos con un mantra en el que se repetía todo aquello por lo que debía dar gracias. En esta etapa de su vida, se sentía agradecida por tener un novio maravilloso, Mike, quien se había enamorado de ella a pesar de todos sus defectos. Luego, estaba su numerosa familia. Y también tenía un trabajo genial, en el que ganaba un sueldo fabuloso y que había animado a Mike a pensar en el matrimonio.
Una sonrisa soñadora curvó sus generosos labios. Inundada por un delicioso optimismo, agarró el mando a distancia y encendió la televisión para ver las noticias.
—Tras la reciente caída en las cotizaciones, la llegada a Londres de Edward Cullen ha alimentado los rumores de una posible quiebra en el sector de la electrónica.
Bella se irguió bruscamente en la cama hasta sentarse mientras en la pantalla aparecía la imagen del magnate italiano en el aeropuerto de Heathrow. Como de costumbre, iba rodeado por su personal y sus guardaespaldas, y su alta e imponente figura congregaba a un ejército de paparazzi frenéticos por llamarle la atención. Sin embargo, Cullen caminaba con tranquilidad, sin ninguna prisa por salir de aquel tumulto. El hombre de hielo, pensó Bella adustamente. Aunque estaba en mitad de la treintena, irradiaba la autoridad y la seguridad de los ejecutivos poderosos y despiadados, gracias en parte a su enorme fortuna y su brillante don para los negocios. Con sus permanentes gafas de sol, su rostro era tan inescrutable como una pared de granito.
Viéndolo, Bella sintió un escalofrío por la columna. Con mano impaciente se apartó un mechón de sus cabellos castaños que le caía sobre la pálida frente, al tiempo que los suaves contornos de su rostro redondeado se tensaban en una mueca de desaprobación. Diez años antes, Edward Cullen había adquirido la compañía farmacéutica en la que el padrastro de Bella había trabajado. Despojada de todos sus bienes la debilitada empresa había acabado por desaparecer, y como consecuencia, el desempleo había hecho estragos en su puebloy había destrozado a más de una familia feliz. Por lo que ahora despreciaba todo lo que aquel magnate representaba: Cullen no creaba nada, simplemente destruía cuanto encontraba a su paso en nombre del progreso y los beneficios económicos.
En aquellos momentos, Bella había sido una chica de campo, inmensamente feliz de ayudar en la escuela de equitación. Nada le gustaba más que trabajar con caballos. Por eso se había quedado tan desconcertada dos meses atrás, cuando recibió la inesperada herencia de una pariente desconocida que le había dejado un pequeño negocio en la costa occidental de Irlanda. Al principio se había quedado absolutamente perpleja por la noticia, pero al asombro dejó rápidamente paso a la irritación, cuando se enteró de que había una interesante oferta para comprar la propiedad. Tanto se había indignado que a punto estuvo de tomar el primer vuelo hacia Kerry. Por desgracia, ninguno de los que la rodeaban compartía su entusiasmo por investigar su legado y patrimonio irlandés.
Su madre, Renee, había huido de Irlanda y de su familia tras quedarse embarazada siendo aún una adolescente. Se había instalado en Londres y nunca quiso decirle a su hija quién era el padre. A Bella le habría encantado que la animara a visitar Ballyflynn, el pueblo natal de su madre y habría aprovechado la oportunidad para intentar descubrir por sí misma la identidad de su padre. Pero la suerte no la acompañó, pues al día siguiente tenía que firmar los contratos para la venta del negocio. Apremiada para anteponer la sensatez al sentimentalismo, acabó cediendo a la presión y accediendo a vender la herencia que no había llegado a ver. Después de todo, hacer otra cosa habría provocado un drástico vuelco en su vida.
Su teléfono móvil empezó a sonar, y aunque se sentía incómoda por sus reflexiones, intentó responder con el mejor ánimo posible.
—Bella... ¿sabes si mi traje de Armani sigue en la tintorería? —le preguntó Mike con voz tensa.
—Déjame pensar —dijo ella. El fin de semana pasado, su novio le había pedido que recogiera su traje si le era posible, y ella le había asegurado que lo haría. Pero ¿lo había hecho? Desde que el trabajo empezó a invadir su tiempo libre, le resultaba cada vez más difícil atender los pequeños detalles de la vida.
—Isabella... —la presionó Mike, sabiendo que odiaba que usaran su nombre completo—. Tengo prisa.
—Sí, lo recogí.
—¡Pues no está en el armario! —espetó Mike, tan cortante e impaciente como sólo podía serlo un abogado. Había sido igualmente rotundo y categórico al afirmar que Irlanda era tan verde porque nunca paraba de llover, y que por tanto no podía considerar la isla como el lugar perfecto para sus vacaciones—. ¿Se puede saber dónde está?
Bella se lo imaginó con el mechón de pelo rubio cayéndole sobre la frente y sus brillantes ojos azules iluminando su rostro blanquecino. El amor la hacía sentirse vacía y anhelante. Se estrujó los sesos y recordó haber entrado en el apartamento de Mike cargada con bolsas de la compra y el traje de Armani sobre el brazo.
—Dame un momento. Estoy intentando recordar.
—¿Por qué eres siempre tan desorganizada? —la acusó, repentinamente furioso.
Atónita por aquella crítica tan injusta, Bella apretó los párpados con fuerza e hizo un esfuerzo supremo por acordarse.
—Tu traje está colgado en la percha de la puerta de la cocina.
—Que está... ¿dónde? Oh, no importa —dijo, no precisamente agradecido.
—Es la última vez que te hago un favor un sábado sólo para que puedas encontrarte con tus amigos en el gimnasio —declaró ella—. No soy desorganizada, ¡simplemente no tengo tiempo para tantas cosas!
Hubo un incómodo silencio al otro lado de la línea.
—Lo siento —murmuró Mike—. Me he pasado de la raya. ¿Te veré más tarde?
—No. Tendré suerte si consigo llegar a casa antes de la medianoche —respondió ella. Cuando llegara a Londres, aún tenía que llamar a la agencia, darle el parte a su jefa, Saskia, y escribir un informe detallado. La reunión mensual con los ejecutivos de Zenco en Manchester era el compromiso más importante de su agenda.
—Es una lástima, porque te echo mucho de menos —le aseguró con su encanto habitual—. Aunque yo también tengo muchas cosas que hacer hoy, así que si llamas y te encuentras con mi móvil apagado, no te preocupes y deja un mensaje. Tengo prisa... te llamaré mañana, encanto.
¿Encanto? A ella la sorprendió aquel apelativo. Tenía un cierto deje de frivolidad que no era en absoluto el estilo de Mike . Su hermanastra, Rosalie, también lo usaba, pero Rosalie era una chica que siempre iba a la última moda. Sonrió con cariño al pensar con orgullo en la joven y lamentó, no por vez primera, que las dos personas que más quería, su hermanastra y su novio, no pudieran estar juntos en la misma habitación.
Justo cuando estaba a punto de marcharse a la reunión, El móvil empezó a sonar de nuevo,.
—¿Estás viendo las noticias? —preguntó su jefa en tono frenético.
—No... ¿por qué? —dijo ella al tiempo que encendía el televisor con indiferencia. Saskia era la reina del melodrama.
—Zenco se ha ido a pique —dijo Saskia con voz áspera y dura.
Sintió como el estómago le daba un vuelco y observó la pantalla. Cientos de empleados se arremolinaban frente al edificio de Zenco. Algunos golpeaban las puertas de entrada, pero en el interior no parecía haber nadie. Los rostros reflejaban desconcierto, ira e incredulidad. La cámara se detuvo y enfocó a una joven que sollozaba.
—Has estado tratando con la gente de Zenco. ¿Cómo es que no te diste cuenta de que había problemas? —le preguntó. Su voz traspasó como un cuchillo el horror que sentía Bella al ver el drama en televisión—. ¡Si nos hubieras avisado, habríamos podido retirarnos a tiempo!
—Pero, Saskia, ¿cómo podía yo...?
—En estos momentos no me interesan tus excusas —la cortó su jefa, que parecía estar histérica—. Ve allí ahora mismo y averigua lo que está pasando. ¡Y luego vuelve aquí enseguida! Sin el informe de Zenco se te acabó gastar a manos llenas como si te hubiera tocado la lotería.
Tras recibir aquellos ataques tan inesperados como injustos, Bella se presionó las manos contra las acaloradas mejillas. Su jefa era famosa por su lengua afilada, pero era la primera vez que ella sentía sus efectos en persona. Hasta esa mañana había sido su empleada favorita, siempre al frente de las negociaciones con Zenco y de un presupuesto que no paraba de crecer. Si Zenco tenía problemas, también los tendría ella.
Dos años habían pasado desde que se incorporara a la plantilla de Dar Design. Por aquel entonces, aún se trataba de una empresa pequeña, pero a Zenco le había gustado su campaña creativa y la entusiasta presentación de Bella. El resto era historia: la agencia había crecido con fulgurante rapidez y podía hacerse cargo de las necesidades publicitarias de la multinacional. Pero ¿qué pasaría si de repente todo se venía abajo?
Seis horas más tarde, estaba cruzando el elegante vestíbulo de Dar Design. Un silencio espeluznante flotaba en el ambiente. Sus colegas asomaban las cabezas por las puertas y apartaban rápidamente la mirada. Nadie sabía qué hacer ni qué decir. Antes de que Bella se embarcara en un avión de vuelta a Londres, Saskia la había llamado cuatro veces más, y todo el mundo debía de haberla oído gritar a pleno pulmón sobre la enorme fortuna que Zenco le debía a Dar Design. Los intentos de ella por hablar con Mike habían sido en vano; al llamar a su secretaria, ésta le dijo que estaría en una reunión hasta las seis, y su móvil estaba apagado, como él le había dicho.
Una mujer morena y demacrada, de cuarenta y tantos años y enfundada en un traje rosa de tweed, abrió de un brusco tirón la puerta del despacho.
—¿Y bien? —la increpó Saskia mordazmente. Bella respiró hondo, entró y cerró la puerta tras ella.
—La cosa no tiene buen aspecto. Se rumorea que hay un agujero en las cuentas de Zenco y está pendiente una investigación de tres de los directores.
Saskia masculló una palabrota y le clavó una mirada de profundo resentimiento.
—¿Por qué demonios me estoy enterando de esto ahora?
—La corrupción en las altas esferas no es un tema de conversación habitual entre el personal de Zenco —señaló con toda la tranquilidad que pudo—. Ninguno de ellos tiene contactos, y tampoco yo.
A pesar del distanciamiento que siempre había existido entre Carlisle Cullen y su hijo, Edward decidió acudir al funeral de su padre.
Edward era de los que creían que las rivalidades familiares no debían ser mostradas en público, y no tenía ningún motivo para ofender la tradición. Ciertamente, no le convenía mucho dejar Reino Unido justo cuando Zenco se iba a la quiebra, pero ya estaba pensando en ganar otros cuantos millones de libras aprovechándose de la ingenuidad y la avaricia de las personas.
Un silencio lleno de sobrecogimiento y respeto lo recibió en la capilla de Roma. Al ver el cadáver del viejo no mostró la menor emoción ni sentimiento. Aquella actitud impasible ante el féretro era un rasgo que su difunto padre habría admirado, sin duda. Setenta años alimentando una personalidad cruel y egoísta no le habían servido a Carlisle para conseguir la frialdad y el orgullo que su hijo demostraba.
La furia y la frustración por no poder intimidar a su hijo habían llevado a aquel hombre a estar siempre en guerra con él. Le había hecho la competencia con métodos bastante turbios y escabrosos, y en demasiadas ocasiones había intentado hundir el imperio de su hijo. Derrotado, Carlisle se había dado cuenta de que, a su pesar, se enorgullecía de su propia sangre. Edward tenía una inteligencia letal, un férreo control sobre sí mismo y una carencia absoluta de sentimiento. Poco antes de morir, Carlisle había llegado a la conclusión de que había creado un rey junto a la esposa irlandesa que no había cumplido sus expectativas.
Las reflexiones de Cullen junto al féretro no eran precisamente religiosas ni pacíficas. Al contrario; los recuerdos eran tan amargos y dolorosos que se le clavaban como cuchillos.
—Tu madre es una ramera y una yonqui. ¡No te creas una sola palabra de lo que diga esa zorra mentirosa! —le había advertido su padre cuando éste tenía siete años—. Cuando la visites, no olvides nunca que tú eres un Cullen y que ella no es más que escoria irlandesa.
Carlisle, sin embargo, se había superado a sí mismo cuando Edward se enamoró por primera y última vez a los quince años. Le había pagado a una prostituta de lujo para que sedujera a su impresionable hijo a lo largo de una semana.
—Tenía que convertirte en un hombre, y la verdad es que esa mujer se quedó impresionada. Sabrosa, ¿verdad? Lo sé porque la probé antes de mandártela —decía Carlisle con una risa lasciva—. Pero no puedes amarla. Es una fulana y nunca volverás a verla. En el fondo todas las mujeres son unas fulanas cuando se acercan a hombres con dinero y poder.
Aquella devastadora declaración estuvo acompañada de las carcajadas de los socios de su padre.
—Los sentimientos y los negocios son incompatibles —había sentenciado cuando el padre del mejor amigo de Edward se pegó un tiró por culpa del fracaso en una negociación después de que su padre se desentendiera de la misma—. Yo velo por mis intereses, y, siempre que me seas fiel, también por los tuyos. La familia y los amigos no cuentan para nada a menos que pueda sacar algo de ellos.
No mucho después Edward había recibido un sermón sobre los valores del aborto, el rechazo y la intimidación en cuanto a los embarazos no deseados. Al pensar en aquella ironía, casi sonrió por primera vez en varios días. Su padre había engendrado a una niña en Irlanda, durante una breve aventura con la viuda que una vez había sido la asistenta de Flynn Court, el hogar ancestral de su mujer. Ahora tenía una hermanastra, una chica de quince años con una boca y unos modales insolentes y los grandes ojos de los Cullen. Él había pagado sus exclusivos internados durante los últimos cuatro años, aunque no le había hecho por ningún vínculo emocional. Edward siempre tenía un propósito para todo. Su generosidad no sólo le había servido para avergonzar y enfurecer a su padre, sino para no quedar mal ante los recelosos habitantes de Ballyflynn.
Arrojó al féretro una foto descolorida de su madre y la ruinosa mansión de Flynn Court, deseando con todas sus fuerzas que el espíritu de su madre acosara el alma de Carlisle en el purgatorio y el infierno.
Bueno hasta aquí la introducción! Espero que os haya gustado y que me recompenséis con un review!.
Voy a actualizar bastante seguido, aunque se que no es lo más típico en mi, esta vez es una adaptación, no escribir una historia desde cero y me esta costando menos!
Un saludo.
DRAMIONE BLACK
