Caminé animada por el pasillo de la gran biblioteca del dueño del castillo en el cual estaba hospedada temporalmente.
—¿Qué podría leer hoy?
Miraba y miraba los lomos de cada libro que había en los estantes pero nada me terminaba por convercer.
—¿Buscando un nuevo libro?
La voz gruesa a mis espaldas me hizo sonreír.
—Te parecerá increíble que ningún libro me termine de convencer cuando solo hay un par de ellos en el lugar de donde vengo —comenté un poco avergonzada.
—Tal vez es porque necesitas estar ahí —respondió.
—Puedo estar ahí con mi imaginación —respondí segura.
—Tal vez, pero hay una mejor forma de estar en un lugar que imagines. Sígueme.
Extrañada e intrigada por lo que había dicho, caminé a su lado hasta llegar a la mesa de la biblioteca. Ahí, lo ví subir a una de las escaleras movedizas y rebuscar en el estante hasta que finalmente encontró su objetivo.
—¿Lo recuerdas? —preguntó, mostrándome el libro entre sus manos.
Al instante un mini infarto se hizo presente en mi pecho. Los recuerdos de mi infancia me invadieron una vez más, haciéndome sentir triste al instante.
—Tranquila. Déjame llevarte a un lugar —pidió, tendiendo su mano hacia mi.
Lo miré con recelo, no era que desconfiara de él, pues en todo este tiempo había cambiado mucho su comportamiento con todos. Pero aún así. Sentía cierto temor.
En un salto de fé, tomé su mano y cerré mis ojos, esperando que nada malo.
—Abre los ojos —pidió con su gruesa voz.
Con temor, los abrí; descubriendo asombrada unas hermosas pinturas que decoraban las paredes y el techo del lugar donde estábamos.
—¡Notre dame! —expresé con entusiasmo.
No lo podía creer, la inmensidad de la capilla me abrumaba; aunque era de noche, la belleza del vitral principal seguía siendo inigualable.
—Vaya, no creí que fuera tan grande —comentó mi acompañante.
Mis ojos admiraron la belleza del vitral, jamás habría pensado que sería así de bello y enigmático verlo. Daba una sensación de paz tan grande que simplemente me sentía flotando en el aire.
Mi mirada fue a parar a los ojos del chico que fue convertido en bestia, detallando como sus ojos azules destellaban en la oscuridad.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Si. Gracias por traerme aquí.
Sin pensarlo, cerré la poca distancia que quedaba entre los dos y le di un abrazo. Se tensó un poco antes de corresponderme.
Tras un par de segundos nos separamos un poco solo para vernos a los ojos, sus pupilas dilatadas me reflejaban por completo. Poco a poco su rostro comenzó a acercarse a mi.
Mi corazón comenzó a latir más rápido y mi rostro lentamente fue aumentando su temperatura; pero justo en el último segundo, su frente terminó por posarse sobre la mía, haciendo que soltara un pequeño suspiro.
Mis ojos se cerraron, ocultando un poco de decepción tras ellos.
—Deberiamos irnos —murmuró cerca de mi rostro.
—Si.
Bastaron un par de segundos para volver a estar en la biblioteca de su castillo.
