Disclaimer: Digimon no me pertenece.

Rating: Posiblemente pase a ser "M" en algún capítulo futuro.

Advertencias: Para los primeros capítulos de este fic me basé en algunas escenas de los libros "Fifty Shades of Grey" de E.L. James y "Bared to You" de Sylvia Day. Sin embargo, esto no será una adaptación.

Summary: En mi regreso a Japón he aprendido tres lecciones. Lección uno: Investiga quién será tu jefe antes de aceptar un trabajo. Lección dos: No hagas apuestas con tu -extremadamente atractivo- jefe. Lección tres: La lección dos es más importante de recordar que la uno. ¿Pero qué más da? Ya es tarde. Yamato Ishida se metió bajo mi piel, y estoy segura de que será mi perdición.


Evermore

Mister Evermore


—¡Al fin!

Me recogí con ambas manos mi larga cabellera castaña a la par que examinaba el resultado de mi ardua labor. No podía creer que hubiera terminado de desempacar en un lapso menor a un día. ¡Tiempo record! Bueno, claro que tendría que ingeniármelas con el poco espacio que tenía en el armario, pero por mientras, la mitad de mi ropa se tendría que quedar en las maletas. Admiré mi obra durante unos segundos más y me pasé la mano por la frente a pesar de no haber sudado una sola gota. Y después suspiré, dejándome caer de lleno en la que ahora sería mi cama.

—Estoy exhausta.

—¡Ah no! ¡Tenemos que ir a celebrar, Mimi! —exclamó mi pelimorada amiga de grandes gafas redondas.

—Estoy segura de que ir de fiesta una noche antes de mi primer día de trabajo es una mala idea, Yolei.

—¡Pero es por eso que debemos celebrar! Conseguiste un trabajo en una de las empresas más prestigiadas de Japón. Eso y que de a partir de ahora seremos roommies —finalizó con una sonrisa.

Le sonreí, poniendo los ojos en blanco. No me sorprendía nada la actitud de mi mejor amiga. Miyako Inoue siempre encontraba excusas para celebrar, no importaba que tan pequeño fuera el motivo. Recordaba perfectamente los veranos en los que la pelimorada me acompañaba en los Estados Unidos. Era fiesta, tras fiesta, tras fiesta. Buenos tiempos.

—No me vas a convencer, mujer —insistí —. Por ahora lo único que quiero es darme un baño de agua caliente y dormir.

Miyako bufó, cruzándose de brazos.

—Espero que no hayas perdido tu toque y que estés así por el jetlag.

—Ya, te prometo que mañana salimos de copas para celebrar mi primer día, ¿sí?

—Bien, pero ni creas que lo voy a dejar pasar.

Negué con la cabeza.

—Sé bien que no lo harás.

—Descansa, amiga.

Miyako dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida de mi ahora habitación, y antes de cruzar el umbral, me miró por encima de su hombro.

—Y bienvenida de vuelta.

No pude evitar sonreír ante sus palabras. Cerré los ojos, suspirando. Nunca iba a terminar de agradecerle a Yolei todo lo que había hecho por mí. Comenzando por recibirme en su apartamento sin más, y negándose a cobrarme renta. Ja, hasta crees, Inoue. En mi primera paga me encargaría de ello. De un salto me levanté de la cama y tomé mis cosas para dirigirme al baño, dispuesta a ducharme. Ahí podría aclarar mis ideas.

Había vuelto a mi ciudad natal. Al fin.

Y a pesar de que Yolei era la única persona con la que que había mantenido contacto de mis antiguos amigos, ya me sentía más en casa aquí que en los Estados Unidos. Menos sola. Menos… ahogada. Sacudí la cabeza con fuerza a la vez que abría la llave del agua caliente. Basta, Meems. No serviría de nada pensar en los fantasmas de mi pasado. Todo lo que viví al otro lado del mundo había quedado enterrado. Comenzaría una nueva vida en Tokio. Con nuevo trabajo, con nuevas personas, con nuevas oportunidades.


.

Al día siguiente me levanté temprano. Demasiado, de hecho. Miyako ni siquiera había salido de su cuarto. Decidí tomar algo ligero para desayunar y, después de arreglarme, salí a toda prisa del edificio. En el momento en el que puse un pie afuera, el olor y los sonidos de Tokio me albergaron, haciéndome sonreír. Lunes por la mañana en otoño. El clima estaba bastante fresco y lo agradecía, últimamente estaba muy peleada con el verano. Ugh, sol. Aunque pensándolo bien, unas vacaciones playeras nunca le caían mal a nadie. De inmediato sacudí la cabeza. No, concéntrate, Tachikawa.

Miré mi reloj de mano, debatiéndome entre pedir un taxi o irme caminando para tomar el subterráneo. Tenía tiempo de sobra y ciertamente, caminar en tacones era mi fuerte, por lo que opté por irme a pie. Tenía muchas ganas de recorrer la ciudad que me traía recuerdos puramente felices. Tal vez, si este fin de semana tenía tiempo, me daría una vuelta por el distrito de Odaiba.

—Hmm, me pregunto sí todavía vivirán ahí… —susurré vagamente.

Yolei no sabía nada de nuestros amigos tampoco. Con los únicos que mantenía contacto era con Ken —su novio—, y con Cody. Y yo no había tenido noticias de los demás desde mi decimoquinto cumpleaños, hace ocho largos años. Ese había sido mi último viaje a Japón. ¿Cómo estarían todos?

Fruncí el ceño. Ahora que estaba de vuelta me daba cuenta de que realmente me gustaría volver a ponerme en contacto con ellos. Ya haría algo al respecto. Ahora tenía que ir a trabajar. Tomé mi iPhone de mi bolso y revisé la dirección en el GPS. Si me bajaba en la tercera estación, quedaría a pocas cuadras del lugar. Apresuré el paso y bajé las escaleras del subterráneo. Estaba lleno de gente con maletines de trabajo y estudiantes. Tomé mi boleto y esperé a que llegara el vagón, el cuál tardó menos de un minuto en hacer aparición.

Subí sin prisas y un amable señor me cedió su lugar. Negué con la cabeza, pero el insistió, por lo que le agradecí y le regalé la mejor de mis sonrisas. El trayecto no duró demasiado y en poco tiempo ya me encontraba de pie, lista para bajar. Cuando puse un pie fuera del vagón, me dirigí directo a las escaleras. Una vez arriba, volví a respirar el aire fresco característico del otoño y miré de inmediato el GPS para cerciorarme de ir en el camino correcto. Confirmado esto, revisé las cuadras que me quedaban por recorrer y, después de trazarme un mapa mental, emprendí marcha.

Caminaba por las calles mirando hacia todos lados, sintiéndome como una completa extraña. Esperaba que pronto pudiera mezclarme con todos, ya que esa sensación de estar fuera de lugar no me agradaba en lo más mínimo. Era un sentimiento que conocía perfectamente y no permitiría que me volviera a invadir, por lo que decidí ignorarlo. Sabía que no tenía sentido frustrarme por lo mismo. No hoy. No aquí. Así que apresuré mi paso —lo más elegantemente posible— hacia mi destino. El edificio de las industrias Evermore.

—Es… impresionante…

La palabra increíble se quedaba corta ante tal maravilla arquitectónica. Parecía un rascacielos, y tuve que alzar mi cabeza por completo para apreciarlo mejor. No tenía idea de cuántos pisos podría tener, pero se veía que eran bastantes. Su estructura estaba formada por una moderna combinación de acero y vidrio oscuro, y definitivamente sobresalía de entre los otros edificios que estaban a su alrededor. Era el más imponente, sin duda. El corporativo Evermore. Wow. Por lo que tenía entendido, la empresa era relativamente nueva. Tendría tal vez unos seis años, y ya se había apoderado de numerosas industrias de todo Japón en distintos sectores: las telecomunicaciones, el comercio internacional, la publicidad, la mercadotecnia, y un sinfín de cosas más. Era algo que había que ver para creer.

Y vaya que ya lo estaba viendo.

Entré al edificio, dirigiéndome al instante al gran escritorio de la recepción. Todo era sumamente elegante, sobrio y… frío. De pronto me alegré de mi insistente necesidad por estar a la moda. Mínimo así no descuadraba con todas las demás personas que estaban ahí. Parecía una pasarela. Había atinado al elegir mi blusa elegante favorita. Gris de satín, y una falda negra ceñida a mis piernas, un poco arriba de la rodilla. Ah, y por supuesto, mis tacones. Mis amados e infalibles tacones negros.

En recepción saqué mi ID y se la mostré a la encargada, una hermosa y alta mujer de perfecta melena rubia. Ella me sonrió con amabilidad, mostrándome su blanca e inmaculada dentadura, y me indicó que me esperaban en el piso diecinueve. Asentí, devolviéndole la sonrisa, y me dirigí a los elevadores. Dios, nunca había visto a una mujer tan... Barbie como aquella. Definitivamente era extranjera. Me encogí de hombros, no tenía porque darle importancia a detalles así.

Una vez en mi destino, salí a paso dudoso de la cabina del ascensor. Ahora sí que estaba nerviosa. Si mal no recordaba, tenía que presentarme con Kouji Minamoto, quien sería mi nuevo jefe. Miré en la recepción y el escritorio estaba vacío. ¿Qué? ¿Ahí no había otra despampanante Barbie que me atendiera? El piso era enorme y había varios pasillos. No tenía ni idea de a dónde ir, y lo que menos quería era llegar tarde. Necesitaba empezar con el pie derecho en todo.

No esperé más de dos minutos y de pronto ya me encontraba vagando por los pasillos del piso diecinueve. Era una suerte, las puertas de las oficinas tenían el nombre de su ocupante en una placa, por lo que encontrar a mi jefe no podía ser tan difícil.

En ese momento, escuché unos pasos a la vuelta del pasillo. Giré mi rostro y miré en esa dirección, esperando que alguien apareciera. Así podría preguntarle dónde estaba la oficina de Kouji Minamoto. Tal vez era la recepcionista perdida. ¿Por qué no estaba en recepción como su rubia compañera del recibidor? Oh, pero lo que salió de ahí era todo, menos una Barbie platinada. Podría jurar que mi mandíbula casi cayó hasta el suelo.

Dios mío…

Lo que mis ojos tenían en frente era sin duda el hombre más perfecto que hubiera visto jamás. ¿Era real? Por todo lo que comenzó a removerse dentro de mi cuerpo, pude intuir que sí. Definitivamente era real. Él hablaba por celular. Llevaba un traje bastante fino a la vista, color gris, de tres piezas. Y era la masculinidad en persona. Bastante joven, alto y se notaba que estaba muy bien ejercitado, pero sin exagerar. Y cuando clavé mis ojos en su rostro, casi me voy para atrás.

Es que… wow. ¿Cómo era posible que fuera tan guapo? Sus rasgos eran afilados y su rostro enmarcado. Tenía el cabello rubio y algo rebelde, cayéndole por la frente, y sus labios eran pura tentación. Pero lo que me terminó de quitar el aliento, fueron sus ojos. Azules cual zafiro. Hermosos y fríos. Potentes. Atrayentes. Peligrosos.

Y entonces los zafiros se posaron en mí.

¡Madre mía!

Ahora estaba paralizada. Me faltaba aire en los pulmones y un extraño magnetismo proveniente de aquel hombre comenzó a mezclarse en el aire que respiraba. La atmósfera se tornó pesada, tanto, que era casi tangible.

Él entonces colgó su teléfono celular, sin dejar de mirarme.

Tragué saliva y quise retroceder y salir de su campo de visión, pero mis —amados— tacones decidieron traicionarme. ¡No! Y en un abrir y cerrar de ojos, ya me había caído de sentón al suelo. ¡Mierda! Mis codos amortiguaron un poco el golpe, pero no me preocupaba el dolor físico, estaba más alterada por que seguramente el Adonis rubio seguía mirándome. Alcé la vista tímidamente y pude sentir mis mejillas arder al ver que aquel hombre ya estaba plantado frente a mi, tendiéndome la mano.

Santo Dios, era el colmo. Olía tremendamente bien. Tanto, que debería ser un pecado. Su aroma me hacía agua a la boca.

—¿Está bien?

Y para rematar, tenía una voz celestial. Aterciopelada y algo ronca.

—E-estoy bien.

Claro, y seguramente yo sonaba como una idiota. Bravo, Meems.

Con algo de duda, tomé la mano que me ofrecían y me levanté del suelo con la poca dignidad que me quedaba, tratando de ignorar la electrizante sensación que me produjo el contacto de su piel.

Una vez de pie, ambos quedamos frente a frente, aunque él fácil me sacaba una cabeza entera de altura. Yo luchaba por no poner una expresión bobalicona, claro que si él seguía mirándome así, no iba a lograrlo. Me estaba examinando de pies a cabeza. Casi desvistiéndome con la mirada. Y esos ojos azules eran tan poderosos que me hacían sentir desnuda.

De inmediato retiré mi mano de la de él y me crucé de brazos, cubriendo mi no desnudez.

—¿Segura? —insistió el rubio —. Parece nerviosa.

—Sí, estoy bien —espeté —. Perdí el equilibrio, eso es todo.

De pronto me encontraba irritada conmigo misma por sentirme tan incómoda cuando él estaba tan tranquilo y sereno. ¿Y por qué? Porqué estaba deslumbrada, carajo.

—Uhm, busco a Kouji Minamoto —comencé a explicar —. Es mi primer día de trabajo y digamos que… me perdí. Es un edificio enorme y los pasillos parecen laberintos, ¿no lo cree? ¿En qué estarían pensando al construirlo? Estos magnates de hoy en día no saben en qué gastar su dinero... —rayos, ya estaba hablando de más. Eso hacía cuando los nervios se apoderaban de mí. Y tristemente, las palabras no dejaban de brotar —. Claro, el lugar me gusta, es muy impresionante, pero nunca me había sentido tan desorientada a causa de unos pasillos, ¿usted no se ha perdido? ¿También trabaja en el piso diecinueve? De hecho iba a preguntarle si sabía dónde estaba la ofi...

No me había dado cuenta de que desvié la mirada mientras parloteaba, pero me quedé sin habla al devolver mis ojos hacia los de él. No me había quitado la vista de encima y no podía siquiera descifrar su expresión. Demonios. Me estaba poniendo —más— nerviosa. ¡Sus ojos eran completamente inquietantes! Esa mirada. Ese océano azul. Todo en él era atrayente. Y a la vez… parecía tan misterioso. Lo raro era que, mientras más veía esos ojos, era más inquietante lo familiares que me resultaban. Demasiado, diría yo.

—La oficina de Minamoto está en el ala oeste del piso —dijo de pronto el hombre, de modo arisco —. Pudo habérselo preguntado a la recepcionista, no debería estar deambulando sin rumbo en horas de trabajo.

Fruncí el ceño. Su cambio de tono había sido algo brusco.

—La recepcionista no estaba —exclamé, al fin saliendo un poco de mi deslumbramiento injustificado.

—Hay un botón en el escritorio para localizarla dónde sea que esté —dijo como si eso fuera lo más obvio del mundo.

—¿Sí? Pues no lo vi, entré con prisa y...

—Resulta evidente que no lo vio —me interrumpió —. De haberlo hecho, no estaría perdida en los pasillos, o debería decir, en los laberintos.

¿Ah? ¿Ahora se estaba burlando de mí? Eso parecía, pero no podía estar segura pues seguía cargándose esa cara que no expresaba nada. ¿Qué le pasaba a este sujeto? De pronto muy amable y ahora demasiado hosco. Fuera lo que fuera, no iba a dejar que un desconocido —un hermoso y prepotente desconocido— me hablara como si fuera una tonta cuando yo me había dirigido a él con educación.

—Bien, y si son horas de trabajo, ¿qué hace usted deambulando por los pasillos? —exclamé, mirándolo ceñuda —. Y como le decía antes de que me interrumpiera, si no vi el botón fue por qué entré a prisa. No quería llegar tarde.

El ojiazul dejó su semblante serio y esbozó una sonrisa de medio lado.

Una sonrisa a la que sólo pude denominar como matadora. Mierda.

—Lamento decirle que ya va tarde —exclamó con arrogancia —. Eso deja una muy mala impresión de cualquier persona, y más en su primer día.

—Usted no es nadie para recriminarme eso —dije, situando ambas manos en mis caderas —. Y llevo prisa, así que si me disculpa, tengo que buscar a mi jefe.

Iba a dar media vuelta, pero mis pies parecían estar plantados en el suelo. Ahora no podía dejar de mirarlo, no si él no retiraba sus ojos de los míos primero. Se veía tan poderoso y tan imponente. Y sus ojos. No había apartado su vista de mí desde que crucé palabra con él y esos glaciares azules me estaban inquietando cada vez más. También estaba su sonrisa, ¿por qué no dejaba de sonreír? Me haría las cosas más sencillas.

—Está bien, como diga —exclamó, metiendo sus manos a los bolsillos del pantalón —. Pero le advierto, si la vuelvo a ver merodeando por los pasillos...

Oh no, ahí estaba de nuevo, contemplándome por completo, de pies a cabeza. Arrancándome la ropa con la pura mirada. Juro que pude sentir mis entrañas removerse ante la forma en la que me veía. Hice lo posible por mantener mi compostura y a como pude, le contesté.

—¿Si me vuelve a ver, qué? —espeté, retándolo.

El rió por lo bajo. Su risa fue ronca y sensual, y casi hace que me desmaye.

—Ya se enterará...

¿Qué demonios…? No sé si la palabra "escalofríos" llegue al grado de lo que esa frase me hizo sentir. Y ahora estaba completamente perdida. Primero me ayuda, luego me mira como si fuera un bicho raro, después se comporta desagradable y se burla de mí. Y ahora... ¿me estaba amenazando? Aunque ciertamente pude escuchar cierto matiz de promesa en esa amenaza. ¿Qué se supone que debía pensar? ¡Qué ansias! Ya no podía estar cerca de este hombre, su actitud cambiante —y arrogante— me estaba volviendo loca. ¡Ni siquiera podía formular algún pensamiento coherente en su presencia! Uff, lo mejor sería alejarme de él y encontrar la oficina de mi jefe. Pero antes, le iba a hablar claro.

—No, no creo que me vaya a enterar de nada. Por mi cuenta corre que no me vuelva a ver merodeando por los pasillos.

—¿Ah sí? Eso sería una auténtica lástima...

Su respuesta me tomó desprevenida. ¿A qué estaba jugando este tipo? Ahora entendía menos que antes. ¿Era eso? ¿Acaso estaba intentando coquetear conmigo? Conocía ese tipo de frases. Siempre he sabido cuando un hombre me está coqueteando. No pude hacer más que sonreír con incredulidad.

—¿Eso es lo mejor que tiene? —exclamé, cruzándome de brazos.

Él parecía estarse divirtiendo, pues su sonrisa de comercial no había abandonado su rostro.

—¿Lo mejor que tengo? —preguntó, arqueando una ceja.

—Si esa es su forma de coquetear, déjeme le informo que no está funcionando.

—¿Piensa que estoy coqueteando con usted?

—Uhm… eh…

Lo que me parecía una obviedad hace unos instantes, ahora era lo menos obvio del mundo. ¡Y más si me lo preguntaba en ese tono! Por lo general los hombres no me ponían nerviosa. Por lo general no me costaba descifrar las intenciones de los hombres. ¡Por lo general ningún hombre me dejaba sin palabras! ¿Qué tenía este sujeto? Sí, era cierto que nunca había visto a alguien más atractivo que él, pero había algo más…

—Interesante… —habló de pronto, crispándome la piel con el sonido de su voz.

Iba a contestar, pero él dio un paso hacia mí, y yo sólo atiné a retroceder. Ya no había un solo atisbo de sonrisa en su rostro. Dios, ¿era mi imaginación o había comenzado a hacer calor? Ahora más que nunca quería huir de ahí. Huir de él aunque mi cuerpo me pidiera a gritos todo lo contrario.

—¿Q-qué es interesante? —pregunté, sintiéndome al instante como una idiota. ¿Por qué continuaba con la plática si lo único que quería era acabarla? Estaba experimentando demasiadas sensaciones contradictorias en un lapso muy corto de tiempo.

Sus ojos se oscurecieron y su semblante se tornó amenazante, causando un efecto aún más aplastante en mí. Y entonces, habló de una manera tan fría que me erizó la piel por completo.

—Yo no coqueteo con nadie. Nunca.

Bien. Me queda claro. Y más si me lo decía de esa forma. Sus palabras habían sonado peligrosas. ¿Se podía ser más intimidante? Y lo peor es que no dejaba de lucir descaradamente sexy.

—Vaya a trabajar —continuó, y yo seguía muda —. Le recuerdo que ya va tarde.

Su comentario me hizo regresar a la realidad. Literal, sentí como si me hubieran sacado de golpe de una clase de universo alterno que la sola presencia de ese hombre había creado. Y ahora que había vuelto en sí, no iba a desaprovechar la oportunidad. Ignorando el hecho de que prácticamente me había dicho eso como si fuera una orden, retomé mi porte lleno de seguridad y sonreí educadamente. Las máscaras se me daban con facilidad.

—Claro, gracias por recordarme lo obvio —respondí —. Y yo le hago la misma sugerencia, vaya a trabajar, que no soy la única perdiendo el tiempo aquí.

Arqueo una ceja, luciendo algo sorprendido por mi actitud, y después volvió a mostrarme su perfecta sonrisa.

Oh por favor, no sonrías más.

—Eso haré —respondió —. Espero verla de nuevo merodeando por los pasillos.

—No tiene tanta suerte.

Y sin darle tiempo de decir cualquier cosa más, me giré sobre mis talones y salí disparada de ahí. Mis tacones resonaban con cada paso que daba, pero era lo que menos me importaba. Cuando llegué a la recepción, me di cuenta de que había estado conteniendo el aire. ¿Quién rayos era ese tipo? Nunca en la vida me había sentido así con la sola presencia de alguien.

Y madre mía, ¿realmente le había contestado eso? ¿Que no tiene tanta suerte?

¿En serio, Meems? ¿No pudiste haber pensado en algo más ingenioso?

—¿Mimi Tachikawa?

El escuchar mi nombre me hizo salir de mi cabeza. De inmediato volteé en dirección al escritorio. Ah, otra esbelta y rubia mujer. Seguramente era la secretaria desaparecida que me hubiera sido de mucha ayuda hace unos minutos.

—Soy yo —anuncié, acercándome.

—El señor Minamoto la está esperando desde hace rato. Su oficina está…

—En el ala oeste, ¿verdad? —la interrumpí.

—Ciertamente. Preséntese ahí de inmediato.

Asentí, y sin decir nada más, me encaminé a la oficina de mi futuro jefe, esperando no tener que volver a encontrarme con ese misterioso hombre rubio.


.

Podría decirse que mi día estuvo bien después de ese peculiar encuentro. Mi jefe, Kouji Minamoto, resultó ser una persona bastante callada. Me pareció muy educado, profesional y amable. Y sí, también muy guapo. ¿Todos en Evermore eran así? Durante el día de hoy no vi nadie que no lo fuera.

La jornada laboral se pasó rápido. El señor Minamoto, es decir, Kouji —como me pidió que lo llamara—, me explicó en qué exactamente consistiría y trabajo y respondió a todas mis dudas con amabilidad y bastante seguridad, de esa que se contagia. Me había dicho que si me contrató, era porque creía en mis habilidades y porque estaba seguro de que yo podía con el puesto. En resumen, había salido contenta del trabajo. Algo en mi interior me decía que las cosas en la oficina serían tranquilas y agradables con alguien así como jefe.

En estos momentos me encontraba sentada en una mesa alta de un bar muy concurrido. Al parecer uno de los sitios de moda actualmente en Tokio, según mi gran amiga Yolei, a quien esperaba desde hace un poco más de quince minutos. ¿No se supone que ella era la que quería festejar?

—¡Meems!

Ah, menos mal.

—Espero que recuerdes esto la próxima vez que yo llegue tarde.

—Tú siempre llegas tarde, cariño.

Solté una risita.

—Tarde, nunca. Todos los demás llegan muy temprano.

—Claro, claro —respondió Miyako, tomando asiento frente a mí —¡Oye! Pero no creas que tomaré esto como nuestra noche de copas pendiente. Son apenas las siete…

Me encogí de hombros.

—Siempre podemos beber algo.

—Ah, claro que beberemos, ¡pero el fin de semana tiene que ser de fiesta!

—Lo que tú digas, Yols. —exclamé, siguiéndole la corriente.

—Sí. Bien. Lo que yo diga —respondió, sonriente —. Cuéntame, ¿qué tal tu primer día de trabajo en Evermore?

Uff…

Tenía que contarle sobre ese hombre rubio y misterioso, pero preferí comenzar por lo más sencillo. Mi jefe, mis labores, las recepcioncitas rubias, el ambiente, etcétera. Miyako me estaba escuchando con atención y de vez en cuando interrumpía eufóricamente, al parecer le agradó Kouji, aunque también mencionó que seguro era gay.

—No, realmente no lo creo —dije, riendo.

Ya iba en mi tercera margarita de fresa.

—Claro que lo es. Traje de marca, cabello fabuloso, sonrisa espectacular, profesional, educado y exitoso. Es gay —aseguró —. Pero tienes suerte, la pasarás de maravilla en el trabajo.

—Y el sueldo es bueno —agregué —. Si en seis meses consigo un aumento, es muy probable que dentro de un año y medio o dos reúna el dinero para abrir mi repostería.

—¡Lo lograrás! —me animó —. Ha sido tu sueño de toda la vida. Esta vez nadie te lo va a arrebatar, ya lo verás.

Solté un suspiro lastimero.

—Ese es el plan…—dije con amargura —. Y también es una de las razones por las que ahora estoy aquí en Japón.

Miyako tomó mi mano con la suya por encima de la mesa, en señal de apoyo.

—Hey, pero no te desanimes recordando cosas malas. Ya no estás en los Estados Unidos. Estás lejos de todo eso, aquí las cosas serán distintas.

Oh, como adoraba a Miyako Inoue. Ella era la única persona en el mundo que conocía toda mi historia.

—Gracias…

—Nada que agradecer —dijo de inmediato, dándole un apretón a mi mano antes de soltarla —. Lo que debes hacer es patear traseros en Evermore, ¡demuéstrales de qué estás hecha!

No pude evitar sonreír.

—Lo haré.

—Tal vez la mercadotecnia no sea lo que te apasiona, pero eres buenísima, Mimi.

—Ventajas de estudiar una segunda carrera, supongo…

—¡Y vaya que sí! En esa empresa no contratan a cualquiera. Dicen que Mister Evermore tiene fijados estándares muy por arriba del promedio, sólo entran los mejores.

—¿Ah? ¿Realmente llaman Mister Evermore al CEO de la empresa?

—Oh sí, los medios de comunicación le dieron ese seudónimo. Todo el país sabe quién es Mister Evermore.

—¿Ah sí? ¿Y quién es?

Miyako me dedicó una mirada de confusión.

—Eso no lo sé.

—Pero dijiste que...

—Me refería a que así se le conoce al dueño de Evermore, no a que realmente supiera quien es. Es un hombre de negocios. Muy inteligente, astuto y competente, pero es lo único que sé de él.

—Bueno, tal vez me toque conocerlo algún día.

—Sí, tal vez, pero dejemos ese tema de lado —exclamó —. Sígueme contando tu día, ¿ocurrió algo interesante?

Su pregunta captó mi atención, y arqueé una ceja.

—¿Cómo interesante?

—Oh, esa mirada me dice que sí. ¡Habla ya, Tachikawa!

Bueno, después de todo, no podía ocultarle nada a Miyako Inoue.

—Creo que hoy conocí al hombre más sexy sobre la faz de la tierra. Tal vez el más sexy en la historia del universo.

—Wow, esto se pone bueno. Continúa —dijo en tono juguetón, recargando su barbilla en sus manos.

—No hay mucho que decir. Era bastante guapo, pero digamos que no congeniamos muy bien...

—¿Ah? ¿Cómo dices eso si apenas lo conociste hoy? —inquirió, extrañada.

—Créeme, fue el intercambio de palabras más incómodo que he tenido en la vida...

Y vaya que sí...

—No voy a entenderlo hasta que me cuentes, así que mejor ve empezando.

Me encogí de hombros.

—No hay mucho que contar. Me caí de sentón al suelo y él me ayudó a levantarme —resumí —. Creo que me vi bastante patética y terminé perdiendo mi dignidad.

Miyako soltó una sonora carcajada.

—Puedo imaginarlo, pero tienes que contarme los detalles —insistió —. Dijiste que era guapo, ¿pero era alto o bajo? ¿Rubio o moreno? ¿Delgado o fornido? ¿Color de ojos?

Le di otro trago a mi margarita.

—Guapo es poco comparado con lo atractivo que era. Alto. Rubio. Delgado y fornido. Ojos azules. Pudriéndose en dinero, a juzgar por su ropa. Y era insanamente sexy. No pude encontrarle un sólo defecto mientras lo devoraba con la mirada.

—Uff, ¿tanto así?

—Tal vez hasta se me cayó la baba mientras lo miraba —bromeé.

—¡No inventes! ¡En mi mente he creado a un ser perfecto! Quiero conocerlo. ¿Cómo se llama?

Fruncí el ceño.

—No tengo idea.

A Miyako casi le da un ataque.

—¡Madre mía! —bramó —. ¿Cómo puede ser posible que no le preguntaras su nombre?

—Hey, sí, era guapísimo, ¡pero no era una situación como para preguntarle su nombre! —exclamé —. La conversación tomo un rumbo que no debía y yo pensé en todo, menos en eso.

—Pues esta creación en mi cabeza tiene que tener un nombre —sentenció, terminándose su bebida de un trago —¡Dios Sexy!

Solté un bufido.

—Debes estar de broma, ¡es lo más ridículo que has dicho hoy! —no pude evitar reír.

Al parecer decidió ignorarme.

—Y bueno, ¿qué pasó después de que el Dios Sexy te ayudó a levantarte?

La miré, pensativa, rememorando el momento. Un escalofrío me recorrió cada entraña del cuerpo al recordar su mano tocando la mía. Oh, demonios, ahora veía claro como el agua su perfecto rostro en mi mente. Debería ser ilegal ser tan alucinante. Al parecer todavía no me recuperaba del todo de aquel encuentro, y eso me hacía sentir algo patética.

—Hey, tierra llamando a Meems.

—Nada —respondí al instante, saliendo de mi ensoñación —. No pasó nada.

—¿Nada?

—No, me fui a buscar a mi jefe.

—¿Cómo? ¿No le coqueteaste?

Uhg. Esa palabra. A partir de hoy estaba vetada de mi vida.

—No —contesté.

—¿Cómo que no?

—Él no era el tipo de hombre con el que coqueteas, Yols.

Ella bufó.

—No existe un tipo de hombre con el que no se pueda coquetear. ¡Ellos siempre disfrutarán de un poco de coqueteo inocente de vez en cuando!

—Te lo aseguro, no había nada de inocente en este sujeto.

—Ah, uno de esos —asintió con fingida sabiduría —. Los chicos malos pueden ser divertidos, si no te acercas demasiado.

Yo negué con la cabeza.

—La cosa es que ni siquiera puedo imaginármelo siendo divertido —dije —. Era… demasiado intenso.

—¿Ya te viste la cara mientras hablas de él? —exclamó —. ¡Era cierto lo de la baba!

Abrí la boca, fingiendo indignación.

—¡Zorra desgraciada!

—¡Te gustó! ¡El Dios Sexy te gustó! —dijo, divertida.

—Yo no diría eso, era demasiado arrogante para mi gusto —le contesté —. Pero no te negaré que nunca me había sentido tanta atracción física por alguien.

—¡Aún no puedo creer que no usaras tus encantos sobre él! ¿Ya te viste en un espejo? ¡Eres sexy, Tachikawa! Estoy segura de que hasta él habría caído a tus pies.

Uff...

—De hecho, por un momento pensé que intento... coquetear conmigo —ugh, tenía que encontrar el reemplazo para esa palabra.

—¡No inventes!

—Pero sólo fue eso, ¡un pensamiento! —me apresuré a decir —. Al final quedé como una tonta.

Ella sólo arqueó una ceja, indicándome que continuara.

—Se lo pregunté.

—¿Qué cosa?

—Eso.

Qué vergüenza.

—¿Le preguntaste si estaba coqueteando contigo?

—Sí... —exclamé, cubriéndome el rostro con ambas manos —. Quería que me tragara la tierra.

—Pues si se lo preguntaste es por qué él te dio a entender eso. ¿Quién sabe? Tal vez quería invitarte a comer o algo...

La miré con incredulidad.

—Él parecía el tipo de persona que querría todo, menos invitarme a comer, Yols. Hubieras visto como me miraba —y de sólo recordarlo, me dio calor.

—¡Pues te le hubieras insinuado!

—Hice todo lo contrario, lo mandé a volar de la manera más educada que pude.

Y la más patética. Ese "no tiene tanta suerte" me iba a atormentar por el resto de mi vida.

—Eres tonta. Imagínate. Justo ahora en vez de estar conmigo, ¡podrías estar teniendo una noche de pasión y sexo salvaje!

Definitivamente, el alcohol ya estaba haciendo efectos en Miyako.

—Estás enferma —respondí —. Y ya, por favor, cambiemos de tema. ¿Existe la posibilidad de que nos reunamos con los chicos?

—Uff, eso sí que es un cambio de tema drástico —hizo una pausa —. No lo sé, Mimi. No sé nada de ellos desde hace casi siete años. Con la última que hablé fue con Kari, hace unos cuatro.

Suspiré, desganada.

—Los extraño demasiado…

—Yo también, pero todos hicieron su vida y nuestros caminos se separaron.

—¿Y no sabes nada de nada?

—Hmm… sé que Kari es educadora, Sora diseñadora de modas, Joe es neurocirujano… —frunció el ceño —. Me sorprende realmente no saber nada de ellos. Solíamos ser muy unidos.

Suspiré. Era cierto. Vivimos muchísimas cosas juntos, pero tan solo éramos unos niños. Había sido una ilusa al pensar que nuestro lazo duraría para siempre. Ahora no tenía ni la más remota idea del paradero de los que alguna vez fueron mis mejores amigos. Los extrañaba. A Taichi y a sus bromas. Al instinto maternal de Sora. A Izzy y su sorprendente inteligencia. Al Superior Joe y su manera de preocuparse por nosotros. A las risas de Hikari. Al encanto de Takeru. Hasta extrañaba al solitario de Yamato.

Yamato.

De nuevo ese extraño escalofrío. Ahora recordaba ese perturbador sentimiento de familiaridad que me invadió al ver los ojos del Dios Sexy. Fríos como dos tímpanos de hielo y tan profundos como el misterioso océano. Su mirada era idéntica a la de Yamato Ishida, de no ser porqué la del Dios Sexy era demasiado intensa, atrayente y poderosa.

—Meems, ¿en qué tanto piensas?

—Ah, uhm… en nada —respondí, restándole importancia —. Hay que irnos ya, ¿sí?

La pelimorada me dedicó una mirada compasiva.

—Ya verás que los volverás a ver.

Asentí.

—Eso espero.

Ella sonrió, dando así por finalizada la plática.

—Oye, te iba a decir. Ken se ofreció a llevarte a Evermore todas las mañanas —dijo mi amiga, cambiando el tema —. Le comenté que no tenías auto y me dijo que te dijera que él podía llevarte.

—¿Eh? No, estás loca, no quiero desviarlo ni incomodarlo.

Yolei giró los ojos.

—Ni una ni otra. Su trabajo está en la misma zona de edificios de Evermore, le queda de paso.

Fruncí el ceño.

—Uhmm... sería raro que me subiera en el auto con él si tú no estás.

—Ay, por favor —rió —. No seas idiota.

—No es eso, bien sabes que no me gusta aprovecharme de la gente —argumenté.

—¿Aprovecharte? —bufó —. Ya, Meems. Acepta que no tienes excusa para rechazar un aventón diario a tu trabajo.

Iba a seguir lanzando negativas, pero pensándolo bien, si me iba en subterráneo tardaría mucho más tiempo del que le tomaría a Ken llevarme hasta Evermore. Además, dinero no me sobraba y no podía estar tomando taxis a lo loco, eran demasiado costosos en Japón. Y bueno, como bonus, pasaría un poco de tiempo con un amigo al que no había visto en ocho años.

—Bien, no tengo excusa. Tú ganas —respondí, sonriendo.

—Como siempre.


.

Acceder a que Ken me trajera había sido una muy buena decisión. Logré entrar al edificio Evermore quince minutos antes de las nueve de la mañana. Hoy sí iba a llegar a tiempo. Ken, como todo un caballero, me había abierto la puerta del auto cuando bajé y hasta había esperado a que yo cruzara las puertas para arrancar e irse. Yolei sí que había tenido suerte con su novio y me alegraba mucho por ella. Sonreí para mis adentros. Hoy pintaba para ser un buen día, pues había comenzado de manera excepcional.

Primero, tenía que mejorar la impresión que di ayer, aunque ciertamente Kouji no me había dicho nada al respecto. Hoy había optado por ponerme mi formal y ceñido vestido negro favorito. El mejor amigo de toda chica. Y, por supuesto, tacones a juego. Por un momento llegué a pensar que tal vez estaba exagerando en mi arreglo, pero en cuanto puse un pie en el edificio, recordé por qué había decidido vestirme así. ¡Todos vestían como si trabajaran para una revista de modas! Pues bueno, Mimi Tachikawa no sería la excepción. La moda era mi fuerte.

—Buenos días, señorita Tachikawa —me saludó la recepcionista del piso diecinueve.

—Hola, uhm… Izumi, ¿cierto?

La rubia asintió.

—Puede llamarme Zoe.

—Entonces tú puedes llamarme Mimi.

La rubia me dedicó una sonrisa.

—Claro, Mimi. Esta vez llegaste antes que el señor Minamoto, pero puedes pasar directo a su oficina, me acaban de dar tu llave. Toma —exclamó, tendiéndome una tarjeta con código.

—Gracias —dije, aceptándola.

Sin esperar más, me dirigí hacia mi nueva oficina, que estaba al final del último pasillo del ala oeste. Era un lugar bonito y pequeño, con ventanas de vidrio como paredes y un moderno escritorio de acero. Obviamente, equipado con la mejor tecnología existente. Oh, y quedaba justo frente a las puertas de la oficina de mi jefe.

Dejé mi bolso en mi escritorio y de inmediato comencé a ponerle mi toque personal. Saqué dos fotografías que me había traído. Una era de mis padres y yo cuando era pequeña, en nuestro viaje a Paris, y la otra era de hace tiempo, con Miyako, en una noche de karaoke. Sonreí al instante. Ah, que recuerdos. Coloqué también mi mouse pad color rosa y una pequeña maceta con un simpático cactus, cortesía de mi buena y pelimorada amiga.

Bien, esto ya comenzaba a sentirse más cálido. Ya le iría agregando más cosas después.

—Buenos días, Mimi.

Al escuchar la voz de mi jefe, me encaminé hacia él.

—Buenos días, Kouji —respondí.

—Es bueno saber que no se te olvidó que no debes llamarme señor.

Sonreí.

—No se me iba a olvidar después de lo mucho que insististe.

Él me devolvió la sonrisa.

—Oye, acompáñame a mi oficina un momento.

Asentí y después lo seguí hasta cruzar el umbral. Ya había estado aquí ayer, pero no dejaba de impresionarme la vista que tenía hacia las calles de Tokio. Me indicó que me sentara en una de las sillas de piel que tenía delante de su escritorio mientras él hacía lo mismo en la suya.

—A ver, hoy tengo varios pendientes y me gustaría saber si me puedes ayudar —comenzó a decir.

—Soy tu asistente. Es mi trabajo ayudarte.

—Ah, claro —exclamó él, riendo un poco —. La verdad es que eres mi primer asistente, estoy acostumbrado a no delegar mis responsabilidades.

—Pues tendrás que desacostumbrarte. Estoy ansiosa por que me delegues tus responsabilidades —dije mitad seria, mitad bromeando.

—Bien, entonces intentaré comenzar ahora —continuó —. En cinco minutos tengo una reunión con los altos mandos. Tengo que exponerles el plan de trabajo que propuse para esta área. Tu primera labor será acompañarme y tomar nota de todo lo que consideres importante. Lleva el iPad.

—Por supuesto.

—Perfecto, déjame tomo mis cosas y nos vamos —exclamó con su tono profesional habitual —. Directo al piso cincuenta.

Oh, el último piso. ¿Cómo sería la vista desde ahí?

En menos de dos minutos los dos ya estábamos en el ascensor, camino a la junta. Kouji lucía algo nervioso, lo que me asustaba un poco. No era que lo conociera mucho, pero no parecía el tipo de persona que se pusiera así con facilidad.

—¿Todo bien? —me tomé el atrevimiento de preguntar.

—Sí, es sólo que… el jefe es algo difícil.

Arqueé una ceja.

Las puertas del elevador se abrieron, mostrando un lugar que no era para nada como la planta baja o el piso diecinueve. Era mucho más amplio, moderno e impresionante que el resto del edificio. Hacía evidente que la jerarquía estaba muy presente en Evermore.

—¿Y la junta es sólo con el jefe? —pregunté.

—No, irán los presidentes de cada área. También su abogado y asesor, que es su mano derecha.

—Oh, entonces no te pongas nervioso, no puede ser tan malo.

—Lo dices porque no lo conoces.

—¿Muy prepotente?

Negó con la cabeza.

—No es eso. Si no que… evoca poder. Y cómo no, si es el dueño de Evermore, por lo que también lo es de una cuarta parte de Japón —explicó, sin poder ocultar su admiración —. Es un hombre algo… intimidante…

Esa palabra me cayó como un balde de agua fría.

¿Intimidante?

Seguramente se trataba de una coincidencia. ¿Verdad?

—Señor Minamoto, es el primero en llegar, el jefe ya se encuentra dentro de la sala de juntas.

Mierda. ¿Entonces íbamos a estar solos con Mister Evermore mientras los demás llegaban?

Ambos nos encaminamos hacia las enormes puertas de dicha sala y yo podía sentir mi corazón a punto de salírseme por la boca. Ahora estaba igual o incluso más nerviosa que Kouji. El destino no podía ser tan cruel conmigo. No era él. No podía ser él. Hay muchas personas intimidantes en el mundo, ¿cierto?

Mi jefe tomó la perilla de la puerta derecha y, justo cuando se dispuso a girarla, ambas puertas se abrieron desde adentro.

Mi primera reacción fue dar un paso hacia atrás, y después posé mi mirada en donde unos ojos azules se toparon con los míos. Oh por Dios. ¡No! No puede ser. ¡No puede ser! La boca se me secó y de pronto me sentí sin aliento.

—Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí —exclamó el rubio.

—Buenos días, señor —saludó Kouji, y después nos miró a ambos—. Uhm, ¿se conocen?

El destino sí que era cruel conmigo.

No-podía-ser.

¿El Dios Sexy era el presidente ejecutivo y dueño de las industrias Evermore?

Eso significaba que era el jefe de mi jefe. El CEO de la compañía. ¡Y yo ayer le había dicho un montón de cosas de las que ahora me arrepentía! Bravo, Mimi. ¿Quién era él para decirme que no merodeara por los pasillos? ¡Pues mi maldito jefe! Y para rematar, lo había mandado a volar. ¡Que idiota soy!

—No. Minamoto, ¿y si nos haces los honores? —dijo él, adornando su perfecto rostro con una sonrisa de medio lado.

—Por supuesto. Ella es mi asistente, Mimi Tachikawa —anunció Kouji, mirándome.

Estaba a punto de colapsar, mas sin embargo, él parecía estar disfrutando la situación. ¡Y cómo no!

—Y él es nuestro jefe, el señor Yamato Ishida.

Wow. ¿Qué?

¿Había escuchado bien?

Mi cerebro no estaba procesando nada. Me había quedado en blanco viendo a la persona que tenía justo frente a mí. Aun conociendo su nombre, me costaba trabajo reconocerlo. ¿Era él? ¿Realmente era él? Sus ojos eran iguales a los que siempre he conocido, pero no eran los mismos. Y su mirada no era lo único que había cambiado. Quería hablar, decir algo, ¡lo que sea! Pero la impresión se había llevado consigo mi voz. Un millón de preguntas estaban azotando mi cabeza y yo simplemente estaba paralizada. Creo que realmente me voy a desmayar. Yamato Ishida, mi amigo de la infancia, era nada más y nada menos que mi jefe.

Yamato Ishida era Mister Evermore.


.

Notas de la autora:

¡Hola, hola! ¿Me extrañaron? ¡Uy, yo sí que los extrañé! ¡Pero ya no me iré! Por lo menos no planeo hacerlo, no con esta historia recién empezada y otra en puerta (los que me siguen, saben que hablo de la de Taichi novio de Mimi, haha). Y bueno, no sé ni cómo comenzar con mis notas. A ver, aclararé algunos puntos. Para escribir esta historia me inspiré en autoras como E.L. James, Jamie McGuire, Sylvia Day, S.C. Stephens, K.A. Linde, entre otras. Como dije en las advertencias, me basé en ciertas escenas de algunos libros para escribir los primeros capítulos, pero esto no será una adaptación. Ya conforme avance la historia tendrá su propio desarrollo.

Otra aclaración es que este NO es un universo alterno, pero tampoco sigue la línea del epílogo, más bien se desarrolla 10 años después de Digimon 02, por lo que ahora Mimi tendría unos 23 años. Aish, estoy entusiasmada con este fic, tengo varios capítulos escritos y les adelanto que los que se vienen se ponen mejor, ésta fue solo la introducción. Muero por que sepan lo que sigue para la pobre de Mimi XD...

AH, lo que me recuerda. Es la primer historia que escribo en primera persona. Y la decidí escribir así con el único propósito de que el personaje de Yamato Ishida sea todo un misterio para nosotras :9. Todo lo que Mimi no sepa, nosotras tampoco lo sabremos (bueno, yo sí, ustedes no), ¿no es genial? ¡Les prometo que eso hará la trama más interesante! Y HUSH, si le va bien al fic, prometo traer algunos capítulos de bonus desde el punto de vista de Yamato. ¿Quieren saber qué fue lo que él pensó en su primer encuentro con ella? ¡Tal vez algún día lo publique!

Y por ahora, eso es todo. Les garantizo que mis notas se irán haciendo más y más largas conforme avancen los capítulos XD. Y OH, no tendrá una trama lenta, de hecho, creo que todo va al ritmo necesario, aish, en serio, ya quiero publicar el capítulo que sigue, a mí me gustó mucho escribirlo. Espero traérselos el próximo viernes.

¡Por favor, dejen reviews! Quiero saber si la historia gusta y sus opiniones. Sé que tienen dudas, por ejemplo, ¿Yamato tampoco reconoció a Mimi? ¡Eso ya lo verán después! Sepan que me encanta leerlos y sentir su apoyo, además, los he extrañado un montón y, aceptémoslo, ¡necesitamos revivir la sección Mimato! Ha estado algo abandonada y eso debe cambiar.

EN FIN, ahora sí me despido, my sunshines.
¡Los quiero!
Atto. Rolling Girl
aka: Gravi ~

PD: ¡Vayan a mi perfil y entren a mi Deviantart para que puedan ver en grande el dibujo de portada para el fic! ¡Espero les guste!