HOLA!!! Soy nueva aquí, así que no sean muy duros.

Lo primero, decir que los personajes no me pertenecen (que más quisiera yo...). Pero la historia sí, eh?

Bueno, espero que la disfruten. Dejen reviews!!!

CAPÍTULO 1.

Dos jóvenes se hallaban frente a un pozo, llamado el pozo devora huesos. Eran un chico y una chica. El chico tenía el pelo plateado, unas orejas de perro, los ojos color ámbar y llevaba puesto un haori rojo. La chica, por el contrario, tenía el pelo negro azabache, los ojos marrones y llevaba puesto el uniforme de su colegio, un tanto extraño para la era del Sengoku.

Los dos estaban parados uno en frente del otro, y para variar el chico trataba de impedir el paso de la joven hacia el pozo.

- Déjame pasar- repetía la muchacha, comenzando a perder la paciencia. No era la primera vez que tenía lugar esa escena.

- Keh, solo intentas librarte de tu responsabilidad de buscar los fragmentos de la Shikon no Tama.- decía, como lo había hecho muchas otras veces, aunque sabía perfectamente que lo que decía no tenía sentido. Kagome tenía otra vida al otro lado del pozo, y no tenía ningún derecho de retenerla junto a él. Pero no podía soportar separarse de ella.

- Ya te lo he dicho un millón de veces- casi gritó Kagome- Tengo que hacer los exámenes de final de curso, si no, repetiré. Además, volveré dentro de tres días, como siempre.

- Tú y tus malditos exámenes- ladró el chico.

A pesar de que todo estaba ya bastante claro, el chico seguía sin moverse de la entrada del pozo.

- ¡Inuyasha!- le advirtió Kagome.

El hanyou sólo ladeó la cabeza, dando a entender que no pretendía hacerle caso.

- Inuyasha...- llamó Kagome, con una voz de repente suave.

- ¿Sí...? – preguntó éste temeroso, creyendo saber ya la respuesta.

- ¡SIÉNTATE! ¡SIÉNTATE! ¡SIÉNTATE!- gritó Kagome, haciendo que el hanyou cayera estrepitosamente de cabeza al suelo.

La muchacha aprovechó esto para saltar al interior del pozo.

- Maldita Kagome- se quejó Inuyasha todavía desde el suelo.

Kagome aterrizó al otro lado del pozo, en la época moderna. Siempre surgía el mismo problema con Inuyasha cuando ella decidía volver. Siempre le montaba esa escena. Aunque a veces eso conseguía hacerla enfadar, por otra parte a Kagome le gustaba que hiciese aquello, porque demostraba que no podía pasar ni un segundo sin ella.

Salió del pozo y se dirigió con velocidad a su casa, con su pesada mochila a la espalda. Entró y dejó la mochila en el suelo.

- ¡Mamá! ¡Sota! ¡Abuelo!- vociferó- ¡ Ya estoy de vuelta!

La señora Higurashi apareció desde detrás de una puerta con una sonrisa resplandeciente.

- ¡Hija!- exclamó con alegría- ¡Qué bien que estés de vuelta! ¿Qué tal te lo has pasado?

- ¡Hola mamá!- respondió Kagome al saludo.

- ¡Hermana!- gritó Sota corriendo hacia ella. La abrazó con fuerza.- Hacía tiempo que no venías.

Kagome le dedicó una sonrisa y pensó: "Si que yo volviese aquí o no dependiese de Inuyasha, no volvería nunca".

- Es cierto Sota- le dijo correspondiendo a su abrazo.- Me parece que esta vez pasé demasiado tiempo en el Sengoku.

- Y me temo que ya sé por quien- dijo su madre pícaramente, guiñándole un ojo.

- Si, a veces Inuyasha me pone de los nervios, ¿es que no entiende que tengo una vida aquí?- dijo sin comprender lo que quería decir la señora Higurashi con aquellas palabras.

Su madre simplemente se rió interiormente, sabía el porqué su hija pasaba tanto tiempo en la otra época, y ese porqué tenía nombre: Inuyasha.

Kagome recogió su mochila y subió a toda prisa a su habitación, dejó su pesada carga de nuevo en el suelo y cogió la mochila que llevaba normalmente a la escuela. Bajó como una bala y se dirigió a la entrada de su casa.

- Mamá, me voy a la escuela- dijo despidiéndose de su madre.

- Vale, ¡hasta luego hija!- tuvo que gritar su madre, puesto que Kagome iba a gran velocidad y ya casi había salido del templo Higurashi.

Enseguida Sota siguió su ejemplo, y la señora Higurashi quedó sola en su casa, puesto que el abuelo había salido a casa de un amigo.

Sonrió y volvió a meterse en el interior de su casa para seguir con sus labores.

En la era del Sengoku, Inuyasha por fin consiguió levantarse del suelo, pero con un bonito dolor de espalda.

- Maldita Kagome...- murmuró.

Se apoyó en el pozo devora huesos y miró a su alrededor sin mucho interés. Cada vez que Kagome se marchaba se aburría mucho. Tenía ganas de ir con ella, pero temía su reacción.

Pasó un rato allí, apoyado en la pared del pozo, pensando en sus cosas, cuando un olor a demonio llegó a su nariz.

Se levantó inmediatamente, e hizo crujir sus garras amenazadoramente.

- Bien- murmuró- tu me servirás de distracción.

Se plantó delante del pozo, esperando a que el demonio apareciese de entre los árboles.

Hubo un movimiento entre los árboles, e Inuyasha se puso en posición de pelea, alerta.

Pero no le dio tiempo a reaccionar cuando una pantera de inmenso tamaño se abalanzó sobre él, hacinedole perder el equilibrio y caer al suelo.

Con gran esfuerzo logró apartarla de él unos metros, volvió a levantarse y desenfundó a Tessaiga.

Inuyasha estaba desconcertado. ¿Por qué no había conseguido escuchar su movimiento?

La enorme pantera volvió a atacar, Inuyasha intentó golpearla con Tessaiga pero con otro movimiento rápido la pantera lo esquivó.

Se movía tan rápido que Inuyasha no lograba verla y por alguna razón que él desconocía tampoco podía oírla.

Lanzó varias estocadas con su espada, pero todas dieron simplemente en el aire.

De repente, Inuyasha vio una enorme garra que se le acercaba peligrosamente y se dispuso a esquivarla, pero logró herirle en el brazo derecho. Soltó un grito de dolor y llevó su otro brazo hacia la herida.

- Mierda...- jadeó.

Intentó nuevamente derrotar a su adversario y esta vez logró hacerle un rasguño. El muchacho quedó aún más sorprendido. ¿Sólo había logrado hacerle un rasguño?

Sin poder creerlo, dirigió su mirada a Tessaiga.

Pero para mayor sorpresa del chico, esta se había transformado. ¿Y aún así sólo había conseguido hacerle un simple rasguño? ¿Nada más? Era imposible. Muchas veces había conseguido derrotar a otros demonios con una simple estocada de Tessaiga, los había hecho pedazos. Y sin embargo, no lograba hacerle daño a ese demonio. El muchacho se sentía cada vez más desconcertado.

El demonio aprovechó el momento de desconcierto del muchacho para volver a atacarle.

Se acercaba a gran velocidad, e Inuyasha solo tubo tiempo de darse la vuelta, puesto que el demonio intentaba atacarle por la espalda.

Fue visto y no visto. Inuyasha no tubo tiempo de reaccionar, y la pantera logró clavarle uno de sus enormes colmillos entre el hombro y el pecho, arrancándole un grito de dolor. El demonio intentaba cerrar sus fauces para apresarlo, pero él no se lo iba a permitir. Forcejeó para apartarlo de él, pero el demonio tenía una inmensa fuerza. La pantera logró apretar un poco su agarre, consiguiendo que se clavasen las puntas de algunos dientes en la espalda y el torso de Inuyasha.

La sangre empezaba a ensuciar el haori del muchacho y la hierba que se encontraba a sus pies. Inuyasha hacía todo lo posible para que la pantera no continuase cerrando las fauces, porque sino sería su fin.

Pero la sangre que perdía no era poca, y la fuerza que necesitaba emplear tampoco.

Su respiración se estaba volviendo pesada y sus ojos comenzaban a cerrarse involuntariamente.

- Necesito... escapar- murmuró débilmente el hanyou.

La pantera comenzó a arrastrarlo hacia el camino por el cual había venido, e Inuyasha forcejeó aún más. No quería ser el almuerzo de una pantera gigante.

La pantera sentía que el hanyou se resistía, y volvió a apretar sus fauces. Inuyasha abrió mucho los ojos, sorprendido. Después hizo una mueca de profundo dolor y perdió el conocimiento durante unos segundos, los cuales aprovechó la pantera para llevarse al hanyou a su destino.

Pero Inuyasha despertó, y aunque estaba cada vez más débil, utilizó todas sus fuerzas para librarse del fuerte agarre de la pantera.

Corrió como pudo hacia el pozo, mientras escuchaba a la pantera rugir de furia porque su presa había escapado. Pero la pantera no iba darse por vencida, así que se apresuró en ir tras el muchacho.

Inuyasha se percató de que la pantera le seguía, e intentó ir más rápido. Tropezó y cayó al suelo, se levantó todo lo rápido que pudo en el momento en el que la pantera intentaba darle un zarpazo. Sólo consiguió dejarle unas marcas no muy profundas en la espalda, pero el hanyou no pudo evitar lanzar un gemido. Haciendo uso de las fuerzas que le restaban, fue hasta el pozo dando grandes saltos.

Llegó al lado de éste agotado, se apoyó en sus paredes con las manos para evitar perder el equilibrio, pero cayó al interior del pozo semiconsciente.

Se golpeó contra el suelo del fondo del pozo, pera ya no estaba en su época.

- ...Si despejamos X en esta ecuación, nos queda...

Kagome apenas prestaba atención a las clases. Miraba distraídamente por la ventana, pensando en como estarían sus amigos de la otra época, en que estarían haciendo... De todas maneras no entendía casi nada de lo que explicaban los profesores debido a que se había saltado numerosas clases. Le resultaba muy difícil seguir el ritmo de las clases, y muchas veces lo dejaba por imposible, como en aquella ocasión.

Suspiró. Si al menos Inuyasha la dejara venir más de vez en cuando, podría tener un ritmo de vida más normal en su época. Y así, su abuelo no tendría que inventar tantas enfermedades. Las enfermedades que inventaba su abuelo eran cada vez peores, y Kagome tenía que vérselas y deseárselas para adivinar de que enfermedad le hablaban cada uno de sus amigos, que por cierto eran todas distintas.

Suspiró de nuevo. Su abuelo si que tenía imaginación a la hora de inventar excusas y enfermedades.

Pero claro, todo esto no sería necesario si Inuyasha la dejase volver más a menudo. Si, se sentía bien cada vez que viajaba a la otra época, y además se sentía responsable de lo que le había sucedido a la Shikon no Tama, pero necesitaba volver a su tiempo más a menudo.

Pero parecía que Inuyasha no entendía todo eso, o quizá no quería entenderlo. Kagome no podía evitar enfurecerse algunas veces. Si fuese él quien viajase a su época ella le dejaría volver más a menudo, no lo presionaría para volver pronto si él no quería.

Suspiró otra vez. De verdad, algunas veces Inuyasha era extremadamente insoportable e inmaduro.

- Higurashi- la llamó de pronto el profesor- ¿podría decirme como se resuelve esta ecuación?- preguntó mientras señalaba una complicada ecuación escrita en la pizarra.

Kagome miró la ecuación durante unos segundos, y después negó lentamente con la cabeza.

- Debería intentar prestar más atención a las clases, señorita Higurashi, o me temo que sus notas sufrirán un grave descenso. Piense que esta semana empezamos con los exámenes finales.- la regañó el profesor.

- Si- respondió Kagome cabizbaja. Incluso cuando no estaba presente, Inuyasha le causaba problemas.

El resto del día transcurrió sin más percances, y por fin se escuchó el timbre que anunciaba la salida.

- ¡Por fin!- exclamó Kagome mientras estiraba los brazos con cansancio.

Se levantó de su silla y empezó a recoger sus cosas. Enseguida sus amigas se acercaron a ella.

- ¿Qué tal te encuentras, Kagome?- preguntó su amiga Yuka nada más llegar a su lado.

- Tengo entendido que tenías neumonía, ¿ya te encuentras mejor?- interrumpió Eri.

- ¿Qué? Yo tenía entendido que tenías artrosis.

- Je je- rió nerviosamente Kagome. "Gracias abuelo".

Metió apresuradamente el resto de sus pertenencias en la mochila mientras sus amigas seguían discutiendo sobre sus enfermedades, e intentando que no se percataran, intentó huir antes de tener que dar alguna explicación al extraño asunto.

- Eh, ¿adonde vas, Kagome? Aún no nos has dicho que te pasaba- le preguntó Yuka, algo ofendida por el comportamiento de su amiga.

- Es que tengo mucha prisa.- intentó disculparse la aludida.- Lo siento de veras. Mañana nos vemos.- dijo haciendo un gesto de despedida con la mano.

Ya en el exterior, Kagome soltó un gran suspiro de alivio.

- Ha faltado poco...- murmuró con una mano en el corazón.

De todas formas, decidió darse algo de prisa en llegar a su casa, por si a sus amigas se les ocurría seguirla por el camino de vuelta a casa y así poder continuar con el interrogatorio.

La mayor parte del camino lo hizo corriendo, y no se sintió del todo segura hasta que estuvo ante las escaleras del templo Higurashi.

- Ya... llegué- dijo entre jadeos.

Ahora tocaba la peor parte. Subir todas aquellas escaleras.

Ese día le costó más que nunca subir aquellas interminables escaleras después de haber corrido todo el trayecto desde su colegio hasta su casa corriendo como una loca.

Cuando llegó arriba estaba exhausta, y siguió el resto del camino andando a paso normal.

Pasó justo delante del pozo devora huesos, y no pudo evitar la tentación de entrar.

- Qué bien se está aquí- dijo satisfecha por la agradable frescura que le brindaba ese lugar.

Depositó su mochila en el suelo y bajó las escaleras que conducían al pozo. Luego se apoyó en una de las paredes del pozo y miró al interior. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no gritar del susto.

- Inuyasha, menudo susto me has dado. ¿Qué se supone que haces aquí?

Al ver que el hanyou no contestaba se enfadó un poco.

- ¡Inuyasha! ¿Me estas escuchando?

Pero la respuesta seguía sin llegar.

- ¿Inuyasha?- preguntó esta vez un poco más preocupada al darse cuenta de que el hanyou no reaccionaba.

Bajó con cuidado al interior del pozo y se acercó un poco al hanyou. Pudo distinguir en la oscuridad del pozo un charco de sangre rodeando al hanyou.

- ¡Inuyasha!- gritó corriendo hacia él.

Se arrodilló junto a él, y con sumo cuidado lo colocó boca arriba. Estaba inconsciente y muy pálido. Con terror, descubrió que tenía un enorme colmillo clavado entre el hombro y el pecho, tanto que lo atravesaba, además de numerosas marcas de mordeduras.

- Inuyasha... – susurró, mientras comenzaban a inundársele los ojos de lágrimas.- ¿Qué te ha pasado?

Abrazó al muchacho junto a ella, con cuidado de no provocarle mayor daño.

- Espera aquí... Voy a buscar ayuda.

Muy a pesar suyo, dejó al hanyou en el interior del pozo para ir hasta su casa a buscar a su madre.

- ¡Mamá! ¡Mamá!- gritó nada más entrar en su casa- ¡Mamá!

- ¿Qué ocurre, Kagome?- preguntó la señora Higurashi corriendo hasta su hija.- ¿Qué te pasa, hija?- le preguntó mientras la cogía por los hombros al ver su desesperación.

- Mamá... Es terrible, Inuyasha...- sollozó.

- Tranquilízate, Kagome. ¿Qué le pasa a Inuyasha?

En la Era Sengoku, Miroku, Sango y Shippo paseaban tranquilamente por los alrededores de la aldea de la anciana Kaede. Miroku intentaba aproximarse a Sango mientras caminaba, pero esta consciente del peligro inventaba alguna excusa para desviarse un momento del camino, y así, cuando volvía se colocaba en otro lugar más apartado del monje. Por el contrario, Shippo iba tranquilamente delante de ambos, correteando detrás de los animales que encontraban a su paso.

- ¿Cuántos fragmentos crees que nos quedan por encontrar?- preguntó Sango, para que el monje dejara de pensar en acercársele.

- Pues la verdad, no lo sé- respondió Miroku tras meditarlo unos breves momentos. Para gran alegría de Sango, su plan surtió efecto.- Pero espero que no muchos. No quiero ni pensar en los demonios que ambicionan la esfera. Sólo con pensar en todo lo que hemos pasado... me da dolor de cabeza.

Después, el monje dirigió su mirada hacia la mano en la cual se encontraba el vórtice, y una sombra de tristeza y miedo cruzó por su rostro durante unos segundos. Sango pudo notarlo a pesar de que él intentó disimularlo. El tamaño del vórtice había aumentado durante el transcurso de su largo viaje, y si no mataban pronto a Naraku, terminaría por destruir al propio Miroku.

Sango se arrepintió por haber sacado ese tema sólo por intentar que Miroku no se acercase tanto a ella.

Se acercó al monje, y apoyó su mano en el hombro de él, intentando transmitirle seguridad y apoyo.

Miroku miró a Sango a los ojos. Ella pudo percibir en su mirada agradecimiento y ternura. No pudo evitar sonrojarse levemente.

Miroku le sonrió dulcemente y Sango enrojeció aún más. Pero, como era habitual, pronto sintió una mano tocando en una zona bastante íntima.

Se escuchó el eco de un fuerte golpe en todo el bosque, y varios pájaros abandonaron sus nidos repentinamente.

Sango siguió andando, bastante irritada y dejando al monje en el suelo con una marca roja en forma de mano en la mejilla izquierda.

Shippo se giró en dirección a ellos al escuchar el fuerte tortazo, pero siguió a lo suyo después de ver la escena.

- Nunca cambiará.

Miroku se levantó y se frotó la mejilla dolorida. Pero a pesar de todo, estaba contento. Había conseguido su objetivo.

-¡Sango! ¡Sanguito!- la llamó mientras corría para alcanzarla.

Sango solo giró la cabeza y le lanzó una mirada asesina al monje. Después volvió la vista al frente, enfadada.

- Venga Sango, no te enfades- rogó Miroku, haciéndose el inocente.

- ¿Qué no me enfade? ¿No crees que me das razones suficientes para que lo haga?- exclamó Sango, girándose de nuevo hacia el monje.

- Pero ya sabes, la mano maldita...

- ¡Deja de inventar excusas! ¡No hay quien se lo trague!- Siguió su camino, avanzando con pasos furiosos. Miroku se apresuró en seguirla. Una vez que consiguió alcanzarla, se situó a su lado.

- Por favor Sango, perdóname- intentó de nuevo Miroku.- Tu sabes que lo hago sin querer...

Miroku fue interrumpido repentinamente por Sango. Ella se había parado, observando fijamente a Kirara, que olisqueaba el suelo, al parecer siguiendo algún rastro.

- ¿Qué es, Kirara?- preguntó Sango, poniéndose alerta.- ¿Es algún demonio?

Como respuesta, Kirara solo dirigió una mirada a Sango.

- ¿Puedes llevarnos hasta allí, Kirara?- preguntó Sango. Por toda respuesta, la pequeña gatita se transformó, permitiendo que su amiga subiese en su lomo.

Shippo se acercó a ellos corriendo, puesto que se había alejado bastante del pequeño grupo. Lanzó a Sango y Miroku una mirada interrogativa, pero Sango solo negó con la cabeza, y de un gesto le incitó a darse prisa en montar sobre Kirara junto a ella y el monje.

Una vez que el pequeño Kitsune subió a lomos de Kirara, esta alzó el vuelo siguiendo el camino que le marcaba su olfato.

Sango sentía la brisa en su cara, le gustaba esa sensación de libertad, pero aquella vez no pudo disfrutarla. Estaba algo tensa, sentía en su interior que algo no marchaba bien, y se estaba preparando mentalmente para una posible pelea.

Sobrevolaron varias llanuras cultivadas por los aldeanos, y algunos de ellos los observaron y luego hicieron gestos de saludo con las manos. Sango ni siquiera se dignó a corresponder al saludo. No podían perder tiempo.

Kirara comenzó su descenso a medida que se fueron aproximando al pozo devorahuesos. La tensión de Sango aumentaba por momentos. "¿En el pozo devora huesos?". No hacía tanto que Kagome e Inuyasha se habían dirigido hacia allí. "Bueno" intentó tranquilizarse la exterminadora "quizá Inuyasha y Kagome ya han acabado con el demonio".

Pero algo en su interior le decía que no era precisamente eso o que había sucedido en ese lugar momentos antes.

Para gran alivio de Sango, finalmente Kirara aterrizó cerca del pozo. Bajo inmediatamente de su lomo y con su Hiraikotsu en la mano se aproximó al pozo. Miroku y Shippo tampoco perdieron el tiempo, y enseguida se reunieron con la exterminadora.

La escena que presenciaron nada más llegar los dejó de piedra. Podía verse claramente que se había librado una batalla recientemente. Parte de la tierra que formaba el suelo estaba removida, algunas de las plantas que componían la vegetación de la zona habían sido dañadas, además podían visualizar unas enormes huellas en el suelo. Pero el componente de aquel cuadro que más llamaba la atención era sin duda alguna la sangre que había en forma de pequeños charcos en varias zonas, y ese rastro de sangre conducía al pozo devora huesos.

Se quedaron en silencio durante unos segundos, pero este silenció fue roto por el ruido que provocó el impacto de la caída del Hiraikotsu de Sango al suelo.

Fue entonces cuando todos reaccionaron. Miroku fue el primero en hablar:

- Debemos estar alerta, el demonio aún puede estar cerca.

- Yo creo que el demonio ya se marchó- comentó Shippo mientras olisqueaba el aire.

Kirara también olisqueaba. Comenzó a seguir algún rastro por el suelo y Sango se apresuró en seguirla. No tuvo que andar mucho, porque enseguida la pequeña mononoke dio con algo.

- Un colmillo- murmuró Sango al reconocer el objeto.

Se agachó junto a Kirara y recogió con cuidado la enorme pieza dental.

La observó detenidamente. ¿De qué clase de demonio podía tratarse? ¿Qué demonio podría tener tales colmillos?

Miroku también observaba el colmillo detrás de Sango, y luego le tendió una mano para que ella se lo pasase. La exterminadora se lo dio, y el monje comenzó a observar la pieza con detenimiento.

- ¿Tienes alguna idea sobre la procedencia de este colmillo?- inquirió la joven exterminadora.

El monje volvió a observar el colmillo una vez más, y luego contestó a la pregunta de Sango con cierta decepción.

- Mucho me temo que no, Sango- dicho esto, volvió a entregarle el colmillo.- No puedo saber de qué clase de demonio se trata si no tengo más pistas.

- A mí me pasa lo mismo.- concedió Sango. Se levantó y se dirigió al pozo, seguida por Miroku y Kirara.

Llegaron donde se encontraba Shippo y Sango envolvió el colmillo con cuidado en un pañuelo. Quien sabe, quizá ese colmillo les ayudaría a encontrar al demonio.

Pero había otro asunto que preocupaba a la exterminadora: ¿A quién o a quienes pertenecía la sangre derramada?

Comentó su preocupación a Miroku.

- Podríamos averiguarlo- contestó el monje pensativamente- esperemos que la sangre pertenezca al demonio, y no a nuestros amigos. Aunque la verdad, lo pongo en duda. La sangre conduce al interior del pozo devora huesos.

- ¿Y como podríamos averiguarlo?- inquirió Sango mientras observaba la sangre que manchaba las paredes del pozo.

- ¡Shippo!- gritó repentinamente Miroku, con lo que Sango pegó un vote, sobresaltada- Ven, acércate.

Shippo miró extrañado al monje durante unos segundos, pero luego se apresuró en llegar junto a él y la exterminadora.

- ¿Qué quieres Miroku?- preguntó el pequeño Kitsune, aún algo extrañado.

- Puedes servirnos de gran ayuda, pequeño Shippo- dijo Miroku. Luego señaló la sangre que había en el pozo y le preguntó- ¿Podrías olfatear la sangre para ver a quién pertenece?

Sango miró unos minutos al monje sin entender, hasta que por fin cayó en la cuenta de que Shippo probablemente podría saber a quien pertenecía aquella sangre con solo olerla.

- De acuerdo- respondió el Kitsune, orgulloso de poder ser útil.

El pequeño Kitsune comenzó a olisquear la sangre, mientras que los demás esperaban con el corazón en un puño.

"Por favor, que la sangre sea del demonio, que no sea de Kagome ni de Inuyasha". Pensaba Sango, nerviosa.

" Por fin sabremos a quien pertenece esta sangre" pensaba al mismo tiempo Miroku. "Ojalá sea la del demonio".

Tras unos segundos que resultaron eternos, Shippo alzó su pequeña cabecita. Su expresión no tranquilizó a los presentes.

- La sangre es de... – Shippo tragó saliva- La sangre es de Inuyasha.