Enroque
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Miró los pasillos como si estuviera buscando algo, probablemente a uno de sus compañeros. Le dio un vistazo al interior de un par de aulas antes de optar por encaminarse al final del corredor.
Subió las escaleras que conducían a la azotea. Y, mientras ponía los pies sobre los peldaños, creyó escuchar gritos: unos de miedo y otros de rabia. Todos ellos retumbaban por los pasillos.
Al llegar a la azotea, lo encontró.
El joven miró pasmado a su amigo apoyarse en el barandal y con un semblante que delataba su emoción. La imagen en conjunto resultaba extraña para quien conociera de antemano a esa persona que decía amar a todos los seres humanos por igual...
Aun si para ello los orillaba a sufrir y cometer atrocidades.
Shinra Kishitani no dio aviso de su presencia y optó por contemplar a su amigo. Absorto, éste había formado una amplia sonrisa que, a diferencia de las adoptadas en ocasiones pasadas, no parecía delatar que su dueño tuviera malas intenciones. En realidad, parecía sentirse feliz.
Quizá la palabra correcta para describir su expresión fuera que se hallaba por completo embelesado por lo que fuera estuviera viendo en esos momentos.
—Creo que amo a ese monstruo que tenemos delante —murmuró aferrando el enrejado con sus dedos. Se había puesto de puntillas, aunque era capaz de ver perfectamente desde su sitio.
Shinra no mostró que aquella declaración lo sorprendió. Hasta ese momento no había adivinado lo que hacía Izaya en los periodos libres o cuando decidía ausentarse.
Se acercó al enrejado y, en efecto, no tardó en dar con Shizuo Heiwajima. Una vez más, entre alaridos el Monstruo de Ikebukuro estaba empleando su fuerza para lidiar con un grupo de estudiantes que, pese a los rumores, seguían empeñados en acosarlo.
Izaya contempló detenidamente las facciones de Shizuo cuando desprendió un poste de luz.
Shinra permaneció en silencio antes de atreverse a preguntar:
—¿Lo amas como amas a cualquier otro?
El aludido no se molestó en entender el por qué de la pregunta.
Izaya se volvió y en su rostro no había la menor señal de que segundos antes se hubiera encontrado disfrutando de sentirse un "observador imparcial" o, en otras palabras, un dios.
—No. No lo amo del mismo modo —dijo con voz calmada. Luego rio suavemente—. Por eso no lo permitiré; no le daré cabida a este problemático sentimiento. Elegiré entonces sentir odio y no amor —Izaya se dispuso a marcharse de Raijin.
Después de todo, faltaba poco para que se convirtiera en un informante.
Faltaba poco para que en su palma pudiera tomar a Ikebukuro y a su gente.
—¿Orihara-kun?
El arrebato de Izaya se fue tan rápido como hubo llegado.
—Olvídalo, Shinra —Izaya se encogió de hombros y se obligó a no ver nuevamente a través del enrejado—. Creo que ahora me siento más interesado en conocer quién es la leyenda urbana de la que todo el mundo habla. ¿Sabes algo al respecto? Creo que la llaman El Motorista sin Cabeza.
Shinra lo siguió y, por unos instantes, pensó en el error que cometió hacia un par de años atrás.
Años después, en el interior de un almacén
Con aire tranquilo, el guardaespaldas avanzó en dirección al centro del lugar.
Mantuvo sus manos dentro de los bolsillos del pantalón como haría de encontrarse trabajando por las calles de Ikebukuro. El informante llegó a pensar que con tal actitud era posible que se decidiera por fumar pese a lo singular que era su actual situación.
Cuando llegó al lado de Izaya, el guardaespaldas se detuvo y pareció no darle mayor importancia al pequeño grupo de personas ahí congregadas (sin contar a sus subordinados), las cuales habían forzado aquella reunión. Sin embargo, sabía que aquellos tres pares de ojos no los perdían de vista en ningún momento; los que eran rojos fueron los que menos le gustaron y los que le recordaron a los de una serpiente prefirió ignorarlos.
El informante alzó el rostro, pero no logró decir nada. Sólo dejó escapar un débil gemido cuando volvió a su postura inicial; con las manos en torno a su abdomen, se encogió en el suelo sin dejar de notar que Shizuo lo taladraba con la mirada, al igual que hacia el resto.
Al tiempo que pensaba en la ironía de la circunstancia, notó también los fuertes olores entremezclados del tabaco y de la lluvia que había empapado el traje de camarero.
—¿Shizu-chan...? ¿Qué...? —dijo cuando el guardaespaldas, con excesiva lentitud, se arrodilló frente a él para después tomar sus manos entre las suyas y obligarlas a cerrarse en dos puños.
Así, las manos de Shizuo envolvieron con firmeza las del otro.
Izaya Orihara no fue capaz de reprimir un grito. Un grito tal, que incluso Shizuo Heiwajima se estremeció y se obligó a rehuir de su semblante afectado.
Aun así, terminó por romper los huesos del informante.
El chasquido de los nudillos rotos resonó en el interior del almacén.
Y tanto el hombre como la mujer de rostro maquillado, y que se mantenía de brazos cruzados al otro extremo del sitio, sonrieron, complacidos. Haruna Niekawa había sonreído desde antes de la llegada del Monstruo de Ikebukuro, así que se limitó a permanecer inmóvil.
N. del A. Dejaré esto por aquí, en caso de que alguno lo encuentre de interés ^_^ ¡Gracias por leer!
