Rapunzel se despertó sonriente y apartó las sábanas de encima de su torso. Pascal, su camaleón, también se encontraba de buen humor. La razón era muy simple: Sólo faltaban tres meses para que la chica cumpliera dieciocho años.
-Buenos días, Pascal.- le dijo alegremente la chica a su amigo mientras le acariciaba la cabeza con el dedo.
La felicidad de Rapunzel no era sólo porque iba a ser mayor de edad, sino también porque, como cada año, volverían a aparecer las hermosas luces flotantes en el cielo nocturno. Hasta entonces la joven sólo se había contentado con verlas desde su ventana, pero ese año pensaba pedirle a su madre, Gothel, su mayor deseo: Ir a verlas de cerca y así averiguar qué eran. La mujer le había dicho siempre que eso era imposible, debido a los grandes peligros que acechaban en el exterior de la torre, pero ella iba y volvía sana y salva todos los días, ¿por qué Rapunzel no iba también a poder sobrevivir ahí fuera? Ya era casi adulta, además, podía acompañarla Gothel, así no correría peligro. Se preparó y se lavó la cara, mientras que Pascal se asesaba en su pequeño cubo de agua, y pronto bajaron las escaleras y llegaron al salón. Para desilusión de Rapunzel, su madre no estaba.
-Habrá salido a por alguna cosa- le dijo la chica al camaleón, que estaba posado en su hombro.-Bueno, ¿jugamos al escondite?
El reptil asintió y se bajó de un salto.
-Venga, yo cuento hasta veinte y tú te escondes.-le informó la muchacha mientras se daba la vuelta y cerraba los ojos contra la pared.
Ciudad de Corona
Ya eran las siete, el sol estaba irguiéndose hacia el cielo y la gente todavía empezaba a despertarse. Flynn dormía plácidamente, sus sueños estaban llenos de hermosas mujeres y grandes riquezas, cuando de pronto algo líquido y pegajoso le despertó. El chico abrió los ojos y vio una enorme y rosada lengua sobre su mejilla.
-¡Buaj! ¡Maximus, para ya!- se quejó mientras se limpiaba la baba del caballo.
Max se rió por lo bajo, le encantaba despertar se esa fastidiosa manera a su amo. En el callejón donde se hallaban no tardaron en oírse pasos. Allí estaban, justo a su hora.
-¡Rider! ¡Despiértate!-dijo una ruda voz desde el otro lado de la esquina.
-¡Ya estoy despierto!
En unos segundos aparecieron dos enormes figuras, en cuyas caras se reflejaban el odio y la avaricia: Los hermanos Stabbington, Carl y Jack.
-Buenos días, señores- les dijo Flynn con su típico tono despreocupado.
-Menos charla, Rider. ¿Tienes la alforja?- le preguntó Jack, que vestía un chaleco y llevaba una espada atada a la espalda.
-Pues claro que la tengo- contestó el joven mientras desataba una alforja grande de cuero de la silla de montar.
-Bien-respondió el pelirrojo con una sonrisa malvada.
Su hermano Carl, que era tuerto y mudo (o al menos, era mudo delante de Flynn), también sonrió. Maximus les miró con desconfianza, no le gustaban nada aquellos tipos, intuía que no eran trigo limpio. Pero, por suerte, Flynn también lo sabía y le había contado la noche anterior cómo desarrollarían el plan de robo una vez lejos de los guardias. Los Stabbington no sabían nada, ni siquiera lo sospechaban.
-En marcha, guaperas- le ordenó Jack mientras se daba la vuelta.
Max le dio un pequeño toque en el hombro a su dueño como si le dijera: ¿Desde cuándo acatamos órdenes de tipos como ésos? Flynn se rió por lo bajo.
-Tranquilo, tú sólo sigue el plan- le susurró.
Ya eran las siete y media cuando llegaron al castillo.
-Bien, como lo habíamos acordado anoche: Treparemos por los muros sin que se den cuenta los guardias; vosotros me bajáis con la cuerda; yo cojo la corona y huimos hacia el bosque hasta que dejen de perseguirnos-informó el muchacho a sus cómplices.
Empezaron a escalar la enorme pared de piedra del castillo, saltando de tejado en tejado y de torre en torre, hasta que por fin llegaron a su destino: La sala del trono, donde se encontraba la corona de la princesa perdida.
Flynn miró al horizonte.
-Guau, vaya vista-dijo fascinado.
-Vamos, Rider.-le mandó Jack.
-Decidido, quiero un castillo.-respondió el chico con aires de señorito.
-Si hacemos esta tarea, tendrás tu castillo- el hombre le agarró por el chaleco y tiró de él.
El otro Stabbington le ató una cuerda a la cadera y luego lo fueron bajando sigilosamente. Flynn se hizo rápidamente con el objeto brillante y lo metió en la alforja.
-¡Achús!- un guardia encargado de vigilar estornudó.
-¿Alergia?
-Sí.
En cuanto el guardia se dio cuenta de lo ocurrido, Flynn ya estaba arriba del todo con el botín.
-¡Alto!- dijo mientras los demás soldados llegaban.
Flynn corrió por el tejado junto a sus compañeros y no tardaron en llegar al final del mismo. Maximus estaba colocado a modo que cuando se tirasen cayesen sobre su lomo, y así lo hicieron. Una vez que los tres estuvieron sobre el caballo, éste se levantó de manos y salió galopando tan rápido como pudo, ya que la guardia real les pisaba los talones.
-¡Espero que este saco de pulgas sea lo suficientemente veloz!-comentó Jack, mirando hacia atrás.
-No te preocupes, él sabe lo que hace.- respondió el joven acariciando a su amigo.
