Entre tus brazos
De: Tinta Roja (Valerie Sensei)
Una de esas tardes de las que salía del hospital, me topé con un enorme arbusto de romero. Ese día, decidí tomar otra ruta para llegar al apartamento y fue así que encontré el arbusto que capturó mi atención. Las imágenes de la Srta. Pony, cuando horneaba pan de romero, llegaron frescas a mi memoria. Me antoje de revivirlas. Tomé unos cuantos ganchitos y me propuse hornearlo.
La receta me la sabía de memoria. Muchas veces estuve presente en la cocina mientras la Srta. Pony lo preparaba. Fueron tantas las veces que aún, muchos años después, puedo recitar los ingredientes como si fuera un rezo vespertino.
Dos tercios de taza de agua, dos tercios de taza de leche, dos cucharaditas de azúcar, media onza de levadura en polvo, tres claras de huevo, tres cucharadas de aceite, una cucharadita de sal, tres cucharaditas de hojas de romero; y cuatro tazas y media de harina.
Una vez en la cocina, tibié el agua, le añadí azúcar, sal y levadura. Esperé paciente diez minutos hasta que vi formarse las burbujas de la levadura.
Por otro lado, batí las claras de huevo, el aceite, la sal y el romero en un recipiente grande. Añadí la mixtura de la levadura. Poco a poco, incorporé las tazas de harina. Puse todos los ingredientes sobre la mesa, siempre añadiendo más harina, para evitar que se pegara a la mesa y a mis manos. Comencé el trabajo más duro: el de amasar.
Mientras amasaba, sentí que los dedos de un hombre comenzaron a acariciar mis manos. Mi piel se erizó, pero seguí amasando. No tuve que mirarlo, era él, Albert. Llego a mí, erotizado por verme en medio de la faena domestica. Se dejó llevar por la tentación de acercarse y tomarme entre sus brazos.
Luego, el hombre que estaba decidido a seducirme, se acercó a mí, pegó su pecho contra mi espalda y puso sus manos sobre las mías. Éste las tomó entre las suyas, y amasó. Sus labios se posaron sobre mi cuello, lo atavió con pequeños besos, los cuales me hacían cerrar los ojos y dejarme llevar.
El aroma del romero invadía la cocina y se confundía entre nuestras esencias. La masa ya estaba lista y la dejamos reposar por una hora. Albert buscó leña para encender el horno. Ya encendido, puse la masa en el horno y al lado de la puerta el rubio me miraba y se sonreía. Caminé un tanto tímida hasta él, me tomó de la mano. Me llevó a su habitación. Mientras en el horno se cocinaba el pan, entre sus brazos se cocinaba un nuevo amor.
