Danzando en Sinah.
Era una de esas fiestas que hacían cada año en Sinah. Había música, entretenimiento, comida, baile, risas y palabras falsas.
No muchos eran invitados a aquellas fiestas se reservaban para los nobles, los políticos y militares, todos invitados por el mismísimo rey.
– Es absurdo– había declarado Nanaba mientras viajaba en el carruaje que los llevaría hasta la fiesta–. Los hombres pueden ir con el uniforme y las mujeres, con vestido de gala.
Iban en un carruaje excesivamente decorado, que el rey había puesto a su disposición. En el interior, se encontraba el joven Comandante Irvin, sentado entre Levi y Mike, siendo el primero quien miraba por la ventana con aburrimiento.
Frente a ellos, estaban Hanji y Nanaba. La primera, tenia sus pies sobre el asiento, mientras que su espalda reposaba sobre los laterales. Poseía un vestido color vino, de mangas algo abultadas alrededor de sus antebrazos, mientras que se ceñían firmemente alrededor de sus muñecas, terminando con un encaje negro. Su cuello estaba escotado, separando la piel del vino sólo por el encaje. El corset que tenía no hacía más que remarcar la figura suavemente trabajada y curvilínea. Llevaba su cabello suelto, una de las pocas veces que así lo tenía. A pesar de que estaba maquillada, no llevaba ninguna pieza de joyería.
Por otro lado, la rubia de corte varonil, estaba a su lado con un codo apoyado en el marco de la ventana con el mentón sobre su mano y una evidente expresión de fastidio. Ella llevaba un vestido celeste pálido, con volados y decoraciones en blanco, lleno de pliegues y más cargado de lo que le gustaría. A penas se notaban sus aros, pequeños cristales aquamarina y resaltaba más su collar de plata con un dije sencillo que hacía juego con ellos.
Hanji, en respuesta a su comentario, le sonrió afable.
– Míralo así, al rey le encanta obsequiarnos ropa– expresó– . Es mejor que obligarnos a comprar uno.
– Eso te lo concedo, de tonto no tiene nada... por suerte– suspiró– . Si intenta hacer que nos compremos no, con la miseria de sueldo que tenemos...
Irvin le sonrió pacífico, como sólo él sabía sonreírle a sus amigos y camaradas.
– ¿Por qué no usan traje ustedes? – preguntó ella entonces.
– Intentaron hace que Levi usara uno... pero desistieron cuando estaban dándole la amable sugerencia– comentó con tono inocente, pero todos captaron la respuesta real. Sonrieron vagamente, observando al pequeño Capitán de metro sesenta, quien continuaba mirando por la ventanilla, aparentemente ajeno a la conversación que se daba.
– Entonces... ¿Por qué nosotras sí tenemos que usar vestido?
Irvin sonrió ahogando una risa ante la insistencia de Nanaba, Mike observó, atento a quien respondiese primero. Hanji fue quien tomó palabra.
–Eso es, mi querida Nana, porque nosotras dos nos vemos espectaculares en cualquier vestido que nos pongan, mientras que ellos... bueno, se verían raros en corset ¿no crees? –comentó, riendo, simpática.
Nanaba suspiró y Mike volvió la vista a su ventana. La rubia no lo quería admitir, pero odiaba asistir a aquél tipo de fiestas y odiaba que Irvin la invitase. Tanta burocracia, tanta adulación innecesaria que solo ellos debían recurrir para aquellos cerdos elitistas que disfrutaban ver como se retorcían al no tener los fondos suficientes para mantener las cosas a flote dentro de la Legión. Solo aceptaba ir porque le tenía respeto al joven comandante, además, de la fuerte amistad que los unía a todos como grupo desde sus días en la Academia y porque sabía que é los necesitaba a todos ellos, que, juntos, el calvario era mas ameno.
Por eso, a veces se encontraba envidiando a sus compañeros de escuadrón, o a Dita Ness, por poder darse el lujo de no aceptar sin remordimientos o sin compromiso.
Suspiró, dejando caer su cabeza hacia atrás, mirando el techo del carruaje por unos instantes.
– ¿Creen que Lady Tucci vuelva a confundirme con un hombre travestido? –preguntó entonces, para alejar el tema y demostrar que no estaba tan molesta como realmente estaba.
–Cada año, esa vaca gorda está más ciega y gorda que el año anterior... Lo hará –aseguró Levi, desde su lugar, sin voltear a verlos.
–¿Apostamos, enano? –sugirió Hanji, divertida.
Una vez en el baile, el grupo de Reconocimiento se encontró con la Guardia Estacionaria, compuesta aquella noche por el Comandante Dott Pixis, sus dos subordinados Anka Rheinberger y Gustav, y el escuadrón de Elite: Riko Brzenska, Ian Dietrich y Mitabi Jarnach. También se encontraba el Comandante Nile Dawke y alguno de sus subordinados, más el resto de la Policía Militar que se encontraba vigilando y custodiando el perímetro, en caso de problemas. Por cortesía, por compañerismo, por los tiempos en la Academia, los de Reconocimiento se relacionaba con aquellos hombres que prometían tener una vida más longeva que todos ellos juntos. Bastaba con ver al Comandante Pixis, de gran edad y sonrisa juvenil.
Nanaba no tardó en iniciar conversación con Riko, Ian y Mitabi, perdiéndose rápidamente en anécdotas risas. Hanji hablaba con el resto de los subordinados de Pixis y Pixis mismo, compartiendo con el hombre características y detalles de los últimos titanes vistos. Irvin asistía a conversaciones más diplomáticas, envolviéndose con la parafernalia del baile en Sinah, aunque nunca se negaba a mantener alguna que otra conversación amena con sus iguales al mando, o con Mike y Levi. A este último más bien se encontraba en el medio de la charla que participando en ella.
Siempre y cuando se mantuviesen con sus pares, la velada les resultaba tranquila y dulce. No obstante...siempre tenía que ocurrir algo. El conflicto, no tardó en llegar.
– ¿Esa chica es del Escuadrón del Reconocimiento? –preguntó una mujer a sus espaldas, Nanaba fingió no escuchar.
–¿Es una chica? –respondió un hombre a su lado – ¿Y el cabello? ¿Dónde está la mirada pacifica y dulce, las mejillas sonrosadas? Parece tener una mirada de un delincuente. Siempre ceñuda y desconfiada.
–¿Y su andar? Parece un pato ¿Has visto el ruido que hace con aquellos tacones?
–Y esas manos callosas... que asco, parecen las manos de un hombre...
Nanaba cerró sus puños y se mordió el labio inferior, la vena en su cuello resaltó azul bajo su piel. Riko e Ian intentaron distraerla.
–¿Has visto eso? Que poco femenino...
–¿Has visto esos brazos? Parecían los de un muchacho...
– ¿Qué clase de mujeres hay en la Legión de Reconocimiento? Una mujer que pierde su delicadeza, no puede llamarse mujer. Así ningún hombre se fijará en ella, querida.
Apretando los dientes, la rubia dejó el vaso sobre una mesa cercana, se excusó de sus colegas y salió con una calma poco fingida por la puerta más cercana del salón.
Mike se enteró por boca de Pixis, quien a su vez, lo hizo por sus subordinados que le relataron aquél hecho ocurrido. En cuanto la información terminó de darse, el rubio buscó la aprobación de su superior al mando, quien accedió con un leve gesto de la cabeza y salió a buscarla.
El palacio donde se sucedían aquellos ostentosos bailes era inmenso y contaba con una amplia variedad de habitaciones. La búsqueda le podría llevar horas e, incluso, podía no encontrarla.
Levi salió pocos instantes después que él y le señaló el lado derecho del pasillo.
–Irvin me pidió que te ayudara –murmuró–. Sabe que conozco este lugar de memoria.
–¿Uno de tus planes de robo en tus días de gloria, Levi? –el pelinegro le sonrió de costado.
–Estos días son mis días de gloria – se limitó a decir, quedo.
–¿Aún sigues molesto por no haber podido invita a esa dulce subordinada tuya a este baile?
–No iba a invitarla.
–No, cierto... ibas a hacerle una de las grandes preguntas ¿Cuál era? –habló, permitiéndose distraerse por la conversación banal–. Si te sirve de consuelo, sea cual sea la pregunta, estoy seguro de que te dirá que sí.
–Cállate... –pidió, con cierta molestia–. Nanaba seguramente estará en alguno de los baños...
–Lo sé, lo sé... Ella siempre se escondía allí cuando aludían que era más hombre que mujer–suspiró–. Llevaba tiempo sin hacerlo.
–Nadie te cuestiona cuando eres bueno–fue la sencilla respuesta de Levi, y Mike se lo concedió. Ellos dos, con sus extravagancia lo sabían de sobra–. Iré por la derecha. El baño de invitados está por allí.
La comenzaron a buscar y pasó alrededor de unos... quince minutos hasta que Levi halló uno de los tacones de ella, en uno de los pasillos.
–¿No puedes olerta? ¿Con esa nariz mágica que tienes?
– No es mágica. Y el olor a colonia de todos los invitados no me dejan distinguir uno de otro.
–Qué lástima. Nos hubiese servido. Estúpidos cerdos de Sinah.
Algún día de estos, el más alto le preguntaría al más bajo sobre su odio hacia los círculos más elitistas. Pero sería algún día, no aquella noche. Continuaron buscando, por las cercanías de aquél pasillo. Tras abrir una de las puertas, Levi halló el otro tacón y las piezas de joyería tiradas en el suelo. Llamó la atención de Mike con una señal y luego le indicó la puerta. En cuanto el rubio se acercó, el pelinegro se alejó, dándole un saludo con la mano. Su trabajo ya estaba hecho.
El hombre alto, no lo miró irse, abrió por completo la perta e ingresó para dar una mirada al lugar. En efecto, allí estaba el tacón faltante y las piezas de joyería y, cerca de la puerta, encontró el vestido arrugado en el suelo. La sala en sí era una sala de reunión simple y sencilla, aburrida y sobre decorada dentro de los términos del palacio. Había sillas, algún sillón, una chimenea, una estantería repleta de finos licores y colores muy pasteles en las paredes. Escondida y bien disimulada, halló una puerta que debía dar a un pequeño cuarto de aseo personal. Se dirigió allí y golpeó suavemente la puerta, tres pacientes golpecitos.
–¿Nanaba? –llamó, con cierta duda–. Sé que estás ahí.
–Quiero estar sola –pidió ella con su voz ahogada debido a la puerta que los separaba.
–No te dejaré sola, ven, ábreme.
–No.
–¿Qué tengo que hacer para que me abras la puerta, Nana?
Ambos sabían que Mike podía, simplemente, ordenárselo y ella obedecería, sin oponerle resistencia. No obstante, no pronunciaba aquellas tres palabras y Nanaba se lo agradecía en silencio, pues en vez de ordenar y exigir, su superior y amigo buscaba llegar a un acuerdo.
–Quiero mi uniforme.
–Quedó en tu habitación,en las barracas de Rose.
–Quiero un uniforme –se corrigió.
–¿Saldrás si te lo doy?
–... Sí.
–Muy bien, volveré en breve.
Cuando Mike estaba cerca de la puerta, escuchó a Nanaba darle las gracias.
Al menos media hora pasó cuando Mike volvió a poner un pie en aquella habitación. Caminó directo hacia la puerta del cuarto de aseo y volvió a tocar aquella esa puerta, a la espera de escuchar las palabras de la rubia.
–¿Mike? –preguntó con voz delicada.
–El mismo–respondió con calma–. Nile pudo proveerme un uniforme, aunque no tendrás el equipo de maniobras...
–Esta bien; sólo quiero el uniforme.
–De acuerdo. Tampoco tengo la chaqueta nuestra, pero te daré la mía.
–¿Y qué harás tu?–Mike se encogió de hombros antes de darse cuenta que ella no podía verle.
–No es gran cosa, no te preocupes. Ahora ven, ábreme, sino no podré dártelo.
La mujer abrió lentamente la puerta, revelando un cuerpo semi desnudo que sólo contaba con el corset color crema y una vedetina blanca y lisa. En cuanto a pudores, se podía decir que ella no poseía alguno, pasar toda su vida cambiándose en vestuarios donde la intimidad entre mujeres es nula y, durante heridas en expediciones que la han obligado a dejar al descubierto parte de su piel para un tratamiento rápido, donde en sí, un soldado no debía tener pudores, no debía avergonzarse de su cuerpo.
En el rostro de ella, había una pequeña señal de llanto, a través de lágrimas secas y ojos rojos. Mke le sonrió, amable yle tendió la camisa y pantalón distintivo de la milicia. La mujer los tomó haciéndole una leve inclinación con la cabeza, en señal de agradecimiento. Antes de volver a entrar al baño o cambiarse allí mismo, la rubia se volvió a él para hacerle una sola pregunta.
–¿Crees que soy... poco femenina?– fue una pregunta cargada de duda y tímida, un poco fuera del lugar del carácter usual de ella.
Mike se sorprendió por aquella pregunta, aunque no debía hacerlo dado la situación en la que se encontraban. Ladeó su cabeza, pensando muy bien en las palabras que debía decir y no tardó en sonreírle, como si esa pregunta, más el cuadro que formaba Nanaba, le produciese ternura.
–Creo que has logrado mantener tu posición de mujer y de soldado de una manera única y admirable –pronunció posando una mano sobre la cabeza de ella–. La feminidad no pasa por tu aspecto físico o la manera de vestirte, sino por la manera en la que lleves tu vida. Es muy común que se asocie el sacrificio con la imagen de una mujer y creo que en ese sentido, eres muy femenina, pues te estas sacrificando por toda la humanidad –y si se lo ponía a pensar, en esos términos, todo soldado de la Legión de Reconocimiento, poseía ese nivel de feminidad–, lo has elegido tú y no te lo han impuesto, elegiste dedicar tu puro corazón a la humanidad más allá de tus propios deseos como ser humano. La feminidad también se la asocia con la maternidad, pero no creo que la mujer tenga que ser madre para ser maternal o feme...
–Mike, no te estoy pidiendo una clase... –habló ella, permitiéndose una sonrisa divertida, pues su superior a veces podía sobre-pensar algunos argumentos cuando hablaba con alguien que le importaba.
–Estás pidiendo mi opinión y yo te la estoy dando –repuso con una sonrisa amigable, retirando la mano de la cabeza de ella–. Pero si quieres la versión corta; no, creo que eres femenina, pero también eres soldado y llevas una cosa sin desmerecer otra. Nana, los soldados no tenemos ni género, ni identidad, ni deberíamos tener sentimientos. Pero por encima de eso, somos humanos. Y considero que has hecho un trabajo brillante construyendo tu identidad como soldado y manteniendo tu uniforme y entrenamiento a punto, así como te has cortado el cabello por cuestiones de practicidad. De igual forma, has mantenido tu imagen de mujer, he visto tu habitación los colores que has usado, la delicadeza y atención que le has puesto al orden, un orden que sabes que no es militar. Usas perfume, aunque te he dicho que no es necesario porque tu esencia propia es más... te hace justicia más que la mejor fragancia elaborada en toda la historia de la humanidad.
Ante las últimas palabras, Nanaba se permitió sonreír, con cierta gracia, pues si bien respetaba el olfato que Mike poseía, no creía que esa opinión fuese en extremo neutra.
–Dices eso porque me amas –habló con cierto tono de broma, como si con eso, pudiese desacreditar el ambiente que se estaba formando.
–Sí, pero también te amo por lo que te estoy diciendo, Nana – replicó él con una tranquilidad pasmosa.
Automáticamente, las lágrimas volvieron a estallar en el rostro de la mujer. Aquello realmente, la sorprendió. Se arrodilló a su lado y la envolvió entre sus brazos de una manera tranquilizadora.
¿Hacía cuanto tiempo que venían con bromas sutiles respecto a la posibilidad de la existencia de sentimientos amorosos? ¿Desde cuando venían con ese tímido tira y afloje? Nunca habían hablado de sus sentimientos respecto al otro y no obstante, con tanta soltura y tranquilidad, él se lo había dicho. Le había aclarado sus sentimientos.
Se quedaron en silencio, abrazados el uno al otro hasta que el llanto cesó y la mujer de cabellos rubios logró recuperar parte de su calma.
Mike le dio un suave beso en la frente cuando lo notó y acomodó los cabellos que él mismo había despeinado momentos atrás con ternura y calma.
–Vamos, apresúrate a cambiarte, así volvemos a la fiesta. Todos están preocupados por ti.
–No tengo muchas intenciones de volver, al menos, no ahora–pronunció con lentitud Nanaba–. Quiero quedarme aquí, contigo.
Mike sonrió y sus ojos se iluminaron mientras la inclinaba sobre su cuerpo para envolverla en un abrazo estrecho.
–Nos quedaremos, entonces.
Bien... Here. Sé que no es Rivetra e_e Pero lo será el próximo n_n
Lo he querido subir desde hace varios días. Pero... no he tenido tiempo T_T
