Y esta es otra de mis historias que habia reservado para subir cuando pudiese continuar actualizando mis viejos fics, estos personajes no me pertenecen, son todos de Kurumada yo solo los meto en mis historias locas
Y ahora a leer
Un cuento, un duende y doce Caballeros Dorados.
No por ser el único con un niño a cargo había sido elegido por su superior, o al menos eso pensaba el mientras terminaba de preparar los tres vasos de leche y sacaba del horno las galletas con chispas de chocolate que había puesto a cocinar, debía existir algo más, tal vez su paciencia con aquellos más pequeños o la simple razón de ser una de sus noches libres.
—Maestro— la suave voz de una niña lo aparto de sus pensamientos y volteó suavemente en su dirección.
—Helen…—dijo, con una sonrisa— ¿sucede algo?
—Los chicos están inventando una historia de terror y yo no quiero escucharla… no me gusta— la pequeña de largos cabellos castaños se refugió en el oso de peluche que cargaba entre sus brazos.
Mu negó lentamente, terminó de alistar todo y con paso lento pero firme fue de la mano con la niña hasta su habitación, en donde al entrar se topó con la sorpresa de dos pequeños revoltosos brincando en su cama, riendo a carcajadas mientras gritaban que un enorme hombre de las nieves se aproximaba a su refugio.
—Suficiente— dijo Mu, haciendo que en el acto los niños se detuvieran y guardaran silencio— es hora de dormir no de estar jugando— reafirmó, al mismo tiempo que tomaba a la pequeña y la subía al lado de los dos varones.
Los ojos grises del pequeño lemuriano rodaron con fastidio, mientras que Jacob, obedecía instantáneamente, tapándose con las finas sabanas al lado de Hellen.
—Pero no tenemos sueño—murmuró Kiki, con un gesto de rebeldía que se veía adorable bajo sus rizos rojos.
El joven caballero de Aries suspiró, lleno de resignación y exceso de paciencia, tomó asiento a los pies de su cama y con seriedad en su rostro pero sin siquiera voltear a verlos metió una de sus manos bajo el colchón y sacó un libro, que a simple vista reflejaba una centenaria edad, de pasta gruesa y hojas flojas y amarillas.
Lo colocó sobre sus piernas ante la mirada atenta de sus tres espectadores y lentamente lo abrió pasando las páginas una por una con delicadeza.
—Un cuento…—murmuro la niña, con ojitos brillantes y una sonrisa.
—Así es, pero este es uno muy especial—le contesto Mu, esta vez dirigiéndose a todos— este me lo contaba mi maestro hace muchos años y a él también se lo contó su maestro, creo que ha pasado de generación en generación—pensó por un instante.
El silencio reinó por un momento, los tres infantes compartieron miradas cómplices y suaves risitas, como si en sus mentes compartieran una pequeña discusión.
— ¿Es de piratas señor Mu? — preguntó Jacob, con sus ojos celestes llenos de curiosidad, intentando leer desde su ubicación el título de aquel avejentado ejemplar.
Mu negó lentamente, mientras buscaba el comienzo de aquella historia, saltándose los dibujos a mano alzada que llenaban las primeras diez u ocho páginas.
—Yo lo sé— se aventuró Kiki con emoción— es sobre magos lemurianos.
De nuevo la negativa de su maestro le provoco una mueca de disgusto y no hizo más que cruzarse de brazos.
—Es una princesa…—dijo Hellen, con aquella suave voz que apenas era audible en momentos de silencio y que era amenazada con ser superada por el sonido que hacía cada página al pasar.
Finalmente el santo de Aries sonrió y asintió satisfecho.
— ¿Qué? — Kiki y Jacob abrieron sus ojos con asombro, al mismo tiempo que la desilusión gobernaba sus rostros— los cuentos de princesa son para niñas…—dijo el pelirrojo, viendo de reojo a la niña que solo acariciaba su peluche.
—Los cuentos de princesa no son para niñas…— reprocho el mayor, dejando al fin una página con una gran "erase una vez" escrito en esas letras antiguas— denle una oportunidad —sugirió acomodándose para comenzar la lectura.
Los varones se voltearon a ver y levantaron sus hombros en una clara muestra de no tenemos más que hacer, indispuestos pero al fin y cabo con un poco de curiosidad.
Así que, una vez todos listos y acomodados el pelilila comenzó aquella que según él sería una fabulosa historia.
—Erase una vez, hace muchos años, en un bosque donde habitaban seres mágicos, hubo una vez una gran celebración, la princesa de las hadas Huliet…
—Un momento— interrumpió el pequeño lemuriano— ¿Qué clase de nombre es Huviete…?
—En realidad es Huliet… y es nombre como cualquier otro… tu te llamas Kiki y yo me llamo Mu…
—Pero es fácil para ti, creo que tú me bautizaste— reprochó el menor con uno de sus puntos ligeramente elevados— ¿por qué no podemos llamarle de otra forma?, ese nombre me distraerá de la historia.
El mayor sonrió.
—Dime ¿Qué nombre le pondrías?
—June…—sugirió la jovencita— creo que es más fácil imaginarnos a la señorita June…
Todos estuvieron de acuerdo, y el caballero comenzó de nuevo la historia.
—Erase una vez, hace muchos años, en un bosque donde habitaban seres mágicos, hubo una vez una gran celebración, June la princesa de las hadas cumplía finalmente la mayoría de edad, era importante porque, para una hada, eso significaba su primer par de alas, pero para una princesa, además de eso significaba su libertad.
June había sido cuidada desde que dormía en un capullo de magnolia, vigilada día y noche por un grupo de hadas centenarias que le alimentaban y jugaban con ella ¿la razón? La reina hada había fallecido días después de su nacimiento, cuando un enfrentamiento con los duendes había desencadenado una tormenta y ella con su poder sobre las plantas trató de detener, salvando a la mayoría de su gente pero perdiendo la vida en el acto, por otro lado el rey Magno era…
— ¿Magno? ¿Qué clase de nombre es ese para un rey? — Esta vez Jacob alzo su mano — señor Mu ¿podemos poner otro nombre?
Mu vio de uno a otro, y pensó por un momento la respuesta, luego ojeo el libro y vio la cantidad de nombres que había en él, pero también notó que de una forma u otra los chicos estaban escuchando cada una de sus palabras y que tal vez Kiki tenía razón, si cambiasen los nombres sería más divertido para ellos imaginarse cada una de las escenas de la historia.
—A ver ¿qué nombre sugieren?
—Alviore… —dijo sin una pizca de duda el pelirrojo— él es el maestro de la señorita June y de Shun el caballero de Andrómeda.
—Sí, él es como su papá adoptivo— dijo Hellen, Jacob solo asintió.
—De acuerdo— Mu siguió con la historia, esta vez con los nombres correctos—… el Rey Alviore era un guerrero fuerte, no por nada era el rey de las hadas, quien luego de varios ruegos por parte de la joven había accedido a celebrar aquella fiesta.
Esa noche en especial el bosque lucía lleno de color, cada una de las hojas del enorme árbol que albergaba el palacio brillaba gracias a las pequeñas luciérnagas que colgaban bajo su sombra, y los grillos tocaban con sus delgadas patas una tonada suave y relajante.
Pero no solo hadas estuvieron invitadas a esa celebración, tres curiosos duendes, que habían logrado escabullirse de la seguridad que Alviore había extendido por todo el límite de su territorio, se habían colado y disfrazado para entrar al salón principal y conocer a la princesa y su reino, eran Merchor el más joven de los tres y el príncipe de los duendes , Alberthsu concejero y Neils su mejor amigo…
—Maestro…—Kiki de nuevo interrumpió la lectura.
—Lo se… quieren cambiar sus nombres…—Mu levantó uno de sus puntos, y esperó paciente que los tres niños hablaran en voz baja para decidirse, luego de unos minutos Jacob tomó la palabra.
—Pensamos que… los tres duendes deberían ser el señor Milo como el príncipe , el señor Aioria como su mejor amigoy el maestro Camus su concejero…
—El maestro Camus tiene mucha paciencia con el señor Milo—dijo Hellen, riendo con picardía.
—De acuerdo —sonrió Mu suspirando para empezar de nuevo— eran Milo el más joven de los tres y el príncipe de los duendes, Camus su concejero y Aioria su mejor amigo.
Su aventura comenzó justo luego de escuchar una conversación entre los guardias que custodiaban sus dominios, donde se decía que existía un rumor sobre la joven princesa de las hadas, que nadie sobre la faz de aquellas tierra, ni su propia raza conocía su rostro, que aquel que la viese moriría de inmediato, tanta fue la seriedad de aquella horrible historia, que ahora estos tres intrépidos duendes se encontraban a los pies del árbol donde vivía la familia real y en donde esa noche el ritual de las primeras alas de la princesa se llevaría a cabo.
Llegar casi a la copa fue el comienzo esta travesía,luego entrar sin ser vistos hasta el gran salón y por ultimó dormir unos guardias para disfrazarse de soldados hada.
Pero todo ese esfuerzo exitoso y peligroso al mismo tiempo habría valido la pena, pues al entrar al último de los salones quedaron momentáneamente boquiabiertos, la iluminación de los insectos, la música no solo de aquellos grillos si no las voces de las hadas le daban a ese lugar la magia que complementaba lo escuchado en aquella historia, de repente la música se detuvo y la voz de un pequeño que parecía un bufón se dejó escuchar.
—El rey Alviore y su hija, la princesa June— anunció con emoción, haciendo una reverencia tras una caravana hacia un hombre rubio que caminaba lento pero con seguridad y quien traía de la mano a una jovencita pálida y delgada tras una máscara de seda.
Todos aplaudieron con emoción, finalmente la joven salía a luz, finalmente tras el cautiverio que el rey había impuesto por miedo a que fuese a pasarle algo, razón que para nadie era un secreto.
Milo se acercó lo más que pudo entre la multitud que poco a poco se aglomeraba, aun así no podía ver con claridad a la joven, que en ese momento se encontraba en un pequeño balcón juntoa su padre, pero al dar un paso más sintió la presión en su antebrazo y volteó con rapidez.
— ¡Oye! — dijo, al mismo tiempo que se liberaba.
—No pensaras acercarte más ¿cierto? —Aioria le observó con su mirada entrecerrada.
—La idea era conocer a la princesa ¿no? —Milo acoto su objetivo—y no me iré sin poder tenerla a menos de un metro de distancia—terminó, sonriendo y perdiéndose entre la multitud de alados.
Tanto Camus como Aioria se voltearon a ver, se metería en problemas, eso era un hecho, como todo el tiempo desde que había aprendido a caminar, y desde que ellos tenían memoria.
—Es tradición nuestra —dijo el rey, mientras mostraba unas bandejas llenas de antifaces de varios colores y tamaños —usar una máscara toda la noche con el fin de poder hablar y bailar sin importar quién sea el acompañante — explicó , tomando uno de aquellos que con rapidez sus sirvientes habían sugerido y colocándolo sobre su rostro— eso si— continuó el soberano— al marcar la media noche, mi hija subirá al balcón y recibirá sus primeras alas, luego de eso podrán retirar sus antifaces y recibir un beso de su acompañante— dijo, palmeando un par de veces para que los pequeños empleados repartieran con rapidez el artículo que cubriría parte de sus rostros.
June suspiró tras una sonrisa, sabía que a pesar de que la celebración era para ella, su padre jamás la dejaría bajar a bailar entre la multitud y su pensamiento se reafirmó cuando la mano de su progenitor tomó la suya con fuerza al mismo tiempo que con una sonrisa la guiaba hasta el trono.
Milo observo con detenimiento cada movimiento del par de jerarcas y tomó tres antifaces para pasarles a sus amigos.
— ¿La princesa no bailara entre nosotros? —pregunto al empleado.
—No joven, la señorita June no puede revolverse con el proletariado— contesto con una mueca de desilusión el pequeño hombrecillo— nuestro señor hace mucho con permitirle salir hasta el salón, el año pasado solo cantamos y ella comió pastel junto a él — suspiró y luego tras una sonrisa hizo una reverencia— que disfrute la noche.
Milo asintió primero con tristeza pero luego su mirada reflejó picardía, la noche apenas comenzaba y su misión de conocer a la princesa se había convertido en una travesía y nada iba a detenerlo.
Regreso de nuevo al lado de sus amigos y con rapidez les repartió la máscara, era un hecho, de nuevo les metería en problemas, pero de antemano sabía que ni Aioria ni Camus le dejarían solo un momento.
—Tenemos hasta media noche— les dijo— bailaremos, comeremos y veremos cara a cara a la princesa.
— ¿Cuál es el plan? —Camus reviso el antifaz con cautela— digo, sabemos que quieres ver a la princesa… pero.
—Déjemelo a mí, solo manténgame informado si los halados se enteran que estamos aquí—terminó colocando la suya y perdiéndose entre la multitud.
Un sonoro suspiro escapó de los labios de los dos duendes, que al mismo tiempo se colocaron los disfraces y se mezclaron entre las hadas que bailaban y comían.
—x—
El tiempo no perdonaba y las horas que restaban para la media noche se habían convertido en minutos, y para el príncipe de los duendes, poder llegar hasta la joven hada había sido toda una odisea, pero finalmente, el destino quien es el culpable de tejer los hilos de la casualidad de la forma más curiosa del mundo los puso uno al frente del otro.
Mientras caminaba de espalda, entrando a una etapa de resignación y desilusión, un bulto le hizo trastabillar y voltearse instantáneamente.
Por un momento su entrecejo se mantuvo fruncido, mientras sentía que el par de zafiros que le observaban le hacían un estudio minucioso. Limpio su garganta mientras la joven que tenía al frente tragó grueso.
—Buenas noches— sonrió e hizo una reverencia a la chica que se mantenía cohibida, estirando su mano con delicadeza.
Ella, que apenas dejaba ver un par de rizos rubios bajo una capucha y unos labios rosados bajo el antifaz que cubría casi toda su cara, apenas y los abrió para saludar, de igual manera tomó su mano con gentileza.
—Buenas noches— dijo al fin en un hilo de voz, sonriendo.
Por un instante de silencio, ambos jóvenes mantuvieron sus manos unidas, como esperando que de repente alguien llegase a romper aquel extraño momento, pero fue Milo, quien se liberó y tomando una postura más relajada le hizo una invitación, se iría sin conocer a la princesa, pero por lo menos bailaría y conocería a una de las hadas en persona.
—Ya falta poco para la media noche ¿te gustaría bailar?
La rubia asintió y permitió que la llevase al salón, donde la música poco a poco bajaba el ritmo movido para una tonada más suave. Las luces se hacían más tenues y la gente reía y disfrutaba, Milo notó algo curioso, la chica veía hacia una de las ventanas que daba a un balcón hacia el bosque, en cada giro, cuando tenía la oportunidad, su mirada se perdía en aquellos vidrios cubiertos por una cortina.
—Si quieres podemos ir al balcón— sugirió Milo, deteniendo su baile, no necesito un sí, la sola muestra de interés de aquella joven que le tomó la mano y le guio hasta fuera fue necesario.
—x—
La chica una vez afuera reposó ambas manos sobre la barandilla, dejando escapar un suspiro que hizo sonreír al joven que la acompañaba.
Milo por su parte le dio su espacio, ella parecía encantada con aquella vista mágica, la luna, enorme y llena, alumbraba las copas de los árboles, tal vez no podría conocer a la hija del rey en persona, pero por lo menos sacaría sus dudas, conocería la verdad sobre aquella extraña leyenda, se arregló el antifaz y luego de un par de pasos se hizo finalmente a su lado.
—Y… ¿Se puede saber que le regalaran a la princesa? — preguntó con la mirada perdida en el horizonte.
La joven sonrió, y bajó la capucha que le cubría para dejar sus bucles rubios en libertad, se giró aun con su antifaz puesto y meditó un par de minutos, ella era la princesa, le había costado trabajo llegar a donde estaba y posiblemente su padre no tardaría mucho en darse cuenta de su ausencia en la habitación donde le había ordenado quedarse, así que, revelar su identidad provocaría la euforia en su acompañante, pero también sería divertido.
—No importa que me regalen… —dijo, cruzando sus brazos, imaginando la expresión de aquel desconocido que había bailado con ella— nada se compararía a una sola noche en lo más profundo del bosque….
Milo se quedó pensativo, abrió ligeramente su boca en una expresión de satisfacción, pues su misión al fin y al cabo había sido un éxito, pero antes de poder decir una sola palabra, las doce campanadas comenzaron su conteo, acompañadas por las risas de los que aún estaban en el salón, frunció su ceño y tomó las manos de la joven.
— ¿Y si yo te regalara esa noche? — cuestionó.
La rubia frunció su ceño, y entrecerró sus ojos celestes, mientras una mueca de alegría comenzaba a apoderarse de sus mejillas pálidas.
—Pero tú… ¿Quién eres…? — preguntó, pero su respuesta fue dada con rapidez y no precisamente por su acompañante.
— ¡Milo!… —Camus abrió la puerta que comunicaba el salón con ese pequeño balcón— es hora de iros, han descubierto que estamos acá.
June se soltó de las manos del joven y aparto su antifaz, observó de uno a otro, las características eran inconfundibles, orejas puntiagudas, el color trigueño de su piel.
— ¡Eres un duende!… —dijo, llena de asombro, pero no pudo terminar la frase, puesto que Milo la tomó a la fuerza y…
—Señor Mu… — Hellen interrumpió con un tono de angustia— ¿Por qué no simplemente escapan juntos? ¿Por qué tiene que ser a la fuerza?
Mu lo medito un momento, ¿Por qué no? La historia ya estaba bastante vieja y una improvisación hecha con ideas de los niños no le caería mal.
—De acuerdo —dijo el lemuriano retomando la lectura, esta vez para guiarse.
— ¡Eres un duende!… —dijo llena de asombro, pero no pudo terminar la frase, puesto que Milo la tomo deuna de sus manos y con la otra apartó su mascara
—Ven con nosotros…—sugirió— te llevare a recorrer el bosque.
Aioria y Camus se voltearon a ver, el tiempo corría y la única salida sería lanzarse por el balcón, así que sin esperar más respuesta y temiendo por la vida del príncipe de los duendes uno de ellos emitió un silbido e hizo que un par de Búhos volaran hasta ellos, antes de abandonar el lugar Milo presionó de nuevo su mano.
—Si soy un duende pero no debes de temer, te prometo que estarás de vuelta al amanecer…
La respiración de June se volvió agitada, volteó hacia la ventana, esperando que alguno de los guardias evitara que saliera, pero nada, mordió sus labios, y apartó la máscara que llevaba puesta dejándola en el suelo.
—Vamos… —susurro, tomando la mano de Milo, quien la subió al ave y para luego perderse entre el espeso follaje.
continuara
gracias por leer!
