Ambientado en el videojuego mismo. Joel, Tess y su sobrino, Ryan, son encomendados para entregar a Ellie a Las Luciérnagas. Ya sabemos cómo fue aquello. Cuando Tess es infectada y asesinada, dependerá de Joel y Ryan mantener a Ellie con vida hasta llegar con los radicales. Por su parte, Ellie jugará una gran parte en sanar los corazones de sus dos guardianes.
Prólogo.
Mis nudillos quedaron adoloridos de tanto golpear aquella puerta. Ya estaba comenzando a pensar que el resultado sería el mismo que cuando fui a buscar a mi tía; que nadie abriría, y aquello solo podía significar que Joel y Tess me habían dejado atrás para ir a lo de las pastillas ellos dos solos, cuando la puerta se había abierto, revelando a un recién amanecido Joel. No me había hecho mucha gracia no encontrar a mi tía en su apartamento, y de muy mala gana me había dirigido a lo de Joel, algo temeroso pues la última vez que habíamos estado juntos, un par de días atrás, él había dejado muy claro que quería que lo dejáramos solo.
- ¿Está Tess aquí? - pregunté, mirando a Joel directamente.
- Buenos días a ti también. - fue toda respuesta de Joel, haciéndose a un lado para dejarme pasar.
- No está en su apartamento. - dije, entrando para cerrara la puerta detrás de mí. - Se suponía que íbamos a entregar las pastillas esta mañana, pero se ha marchado antes.
- No puede ser. - exclamó Joel, ahora si sintiendo el peso de mis palabras. - Tenemos que ir a buscarla.
Comenzó a moverse de inmediato, recogiendo algunas de sus cosas. Y en ese momento llamaron a la puerta. Joel fue a abrir, y mi tía Tess entró como si fuera la dueña del lugar.
- ¿Cómo estuvo tu mañana? - le preguntó Tess a Joel. - ¿Tan temprano por aquí, Ryan?
Enarqué una ceja, molesto. Mi tía a veces me sacaba de mis casillas. Avanzó como si nada y se sirvió algo de ron. Tenía el rostro marcado por algunos golpes. Nada que fuera algo para ella.
- ¿Un trago? - ofreció. Sabía que solo a Joel; en este mundo estaba bien que yo, un chico de dieciséis anduviera con ellos, entre matones, cargando armas de fuego y disparándole a otras personas, para sobrevivir. Pero Dios los perdone a ambos si alguna vez me dejaban beber alcohol siendo menor de edad.
- No, no quiero. - dijo Joel.
Me crucé de brazos mientras mi tía se apoyaba sobre la vieja mesa de la sala.
- Tengo noticias interesantes para ti. - le dijo Tess a Joel. Carraspeé la garganta. - Para ustedes.
- ¿Dónde estabas, Tess? - preguntó Joel.
- Esa sería una noticia mucho muy interesante. - opiné, mirando a mi tía con el entrecejo fruncido.
- En el distrito West End. - respondió Tess, bebiendo un sorbo de su trago. - Teníamos que hacer una entrega.
Suspiré notoriamente; si había ido a por el asunto de las pastillas ella sola.
- Nosotros. - dijo Joel, señalándonos a los tres. - Teníamos que hacer una entrega.
- Si. Querías estar solo, ¿recuerdas? - le dijo Tess a Joel.
- ¿Y qué hay de mí? - pregunté, serio. - Podría haber ido contigo.
- No era necesario que fueras. - dijo Tess, mirándome. Tomó un trapo húmedo que Joel le entregó.
- Pero habíamos acordado que los acompañaría a ustedes dos. - recordé. - Ya los había acompañado a los dos a recoger las pastillas e iba a ir a entregarlas también.
Joel negó con la cabeza y se alejó de ella para apoyar ambos brazos sobre la cocina. Había estado acompañándolos a varios de sus asuntos porque las pagas eran muy buenas; mucho mejores que las porquerías que los militares repartían.
- Déjame adivinar; el trato se canceló y el cliente se escapó con nuestras pastillas. ¿Es más o menos así? - dijo Joel, ganándose una risa burlona por parte de mi tía.
- El trato se completó sin problemas. Suficientes tarjetas de racionamiento para un par de meses. - sacó las tarjetas de su bolsillo trasero y las dejó sobre la mesa. En efecto, eran suficientes para obtener raciones por varias semanas, incluso divididas entre los tres.
- ¿Y qué hay con tu cara? - pregunté, haciendo una seña hacia su rostro.
- Estaba volviendo a mi casa y me atacaron estos dos imbéciles, ¿de acuerdo? - respondió Tess, como si no fuera absolutamente nada del otro mundo. - Me golpearon un par de veces, pero… Miren, me las arreglé.
Joel la miró y suspiró.
- Dame eso. - dijo, y le quitó el trapo de la mano, comenzando a curar muy superficialmente las heridas de mi tía.
- Debiste haber dejado que te acompañáramos. - le reproché, negando con la cabeza. Y luego me permití sonreír de lado. - Asumo que los imbéciles esos están muertos, ¿no?
- Muy gracioso. - dijo Tess, sonriendo levemente, al igual que Joel.
- ¿Averiguaste quiénes eran? - preguntó Joel.
- Si, eran unos don nadie. No tienen importancia. - Tess sujetó la mano de Joel y cambió su actitud; se puso seria. - Lo importante es que Robert los envió.
Entrecerré los ojos.
- ¿Nuestro Robert? - preguntó Joel.
- Entonces el muy maldito si sabe que lo estamos buscando. - comenté.
- Y piensa que nos atrapará primero. – dijo Tess.
- Ese hijo de perra es inteligente. – murmuró Joel, dejando el trapo sobre la mesa de la cocina, poniendo los brazos como jarra y pensando en la situación.
- No lo suficiente. – dijo Tess, acercándose a él.
- ¿Acaso… sabes dónde está? – pregunté, acercándome también. Tess asintió.
- Por supuesto que lo sabes. – dijo Joel, con un dejo sarcástico.
- El viejo depósito en el área 5. – informó mi tía, acercándose a la puerta de salida. – Pero no sé por cuanto tiempo.
- Bien. Estoy listo ahora, si. – Joel asintió y se acercó a ella.
- Ahora es perfecto.
Comencé a seguirlos, pero nada más llegaron a la puerta, los dos se voltearon a mirarme.
- ¿Qué? – pregunté.
- Creo que será mejor que te quedes aquí. – dijo Joel.
- Si, claro. – rodé los ojos, sarcástico.
- Esto será muy peligroso. – dijo Tess.
- ¿A diferencia de nuestros otros trabajos con traficantes de drogas y armas? – comenté. – Porque esos eran como ir a alimentar gallinas o acariciar conejitos.
Los dos adultos se quedaron mirándome varios segundos, en silencio. Luego se miraron entre ellos.
- Ya sabes las reglas. – me dijo Tess, seria como nunca.
- Solo… vamos ya. – dije, negando con la cabeza mientras salíamos del apartamento de Joel.
Bajamos hasta la primera planta del edificio por las escaleras, obviamente, en silencio. El área 5, como todos los sitios manejados por criminales, se encontraba bastante alejada del perímetro protegido por los militares. Lo primero que tendrían que hacer era salir de la zona de cuarentena, de ser posible a través de alguno de los puntos de control, puesto que si eran atrapados escabulléndose hacia el exterior sin permiso, se verían en grandes problemas con los soldados.
- El punto de control tres sigue abierto. – indicó Tess cuando salieron al exterior del edificio, a un callejón trasero totalmente descuidado y lleno de basura.
- Solo quedan algunas horas antes del toque de queda. – dijo Joel.
- Hay que hacer esto rápido, entonces. – dije, comenzando a caminar.
Era el mismo callejón por el que había llegado para ingresar al edificio hacía algunos minutos. El piso y las paredes de los edificios estaban en pésimo estado, medio cubiertos por musgo y hongos. La naturaleza poco a poco iba recuperando su territorio. Los montones de basura se acumulaban a cada vuelta, y la peste apenas era soportable sin obligarte a respirar por la boca. Íbamos saliendo hacia una de las calles principales cuando las bocinas puestas en lo alto de los edificios volvieron a repetir una de las frases habituales: llevar identificaciones actualizadas todo el tiempo, cumplir con el personal de la ciudad, etc.
Sobre los tejados, soldados armados hacían guardia para vigilar y mantener el orden entre los habitantes. También había algunos patrullando las calles. Cerca de un punto de abastecimiento de raciones, que se encontraba cerrado.
"Deben estar bajos de raciones de nuevo," pensé, siguiendo a Joel y Tess, ignorando las miradas de los soldados cercanos. A partir de los quince años, la escuela dejaba de ser obligatoria para los niños debido a la necesidad que presentaban muchas de las familias de que más miembros trabajaran para conseguir tarjetas de raciones. Ya iban tres semanas seguidas en las que solo habían entregado la mitad de una ración normal. A los quince años, también, era la edad de reclutamiento para ingresar a la milicia; en un principio obligatoria. Muchos jóvenes no cumplían con las expectativas y eran regresados a la clase civil. En mi caso, por ejemplo, había tenido muchos problemas con la autoridad (no seguía muy bien las órdenes de mis superiores), y se me había dado de baja tras solo unos pocos meses de estar en la academia.
El punto de control 3 no se encontraba a más de unas pocas calles de ahí, pasando frente a un edificio cercado y siendo vigilado por guardias militares armados. Ya sabía que se trataba de un cateo antes de que tres civiles salieran siendo empujados por soldados protegidos con trajes de protección biológica. Me detuve a observar. Era normal que los infectados fueran en aumento a medida que la cantidad de personas que intentaban fugarse de la zona también lo hacía.
- No te quedes atrás, Ryan. – me llamó Joel.
Una de las personas siendo sometidas fue detectada como infectada, y aquello solo terminaba de una forma si eran los soldados los que te descubrían: le dispararon de inmediato. Al igual que al tipo que intentó ayudar a su amigo enfermo, y finalmente al tercero, que trató de escapar.
Lo más sensato era siempre eliminar a los infectados, así evitabas que el número de corredores y chasqueadores aumentara eventualmente. Apresuré el paso para darles alcance a Tess y Joel, ya casi llegábamos al punto de control.
- Tengo nuevos papeles. – dijo Tess. – No deberíamos tener ninguna interferencia por ahí.
Avanzamos como si nada hacia la puerta de acceso, donde un soldado armado solicitó nuestras identificaciones.
- Si no vas a trabajar, ¿para qué dejaste la escuela? – me preguntó el soldado.
- Trabajo casi todos los días; pero a mi tía le gusta cuidarme siempre. – mentí, mirando a Tess. – Si ella se toma el día, también debo hacerlo.
Me quedé mirando al soldado a los ojos, y este finalmente pareció comprar mi excusa.
- Bien, adelante. Pueden avanzar.
Y un camión de los militares explotó frente a nosotros, sacudiendo mi cabeza y provocando que mis oídos zumbaran.
- ¡Mierda! – grité, cubriendo mis oídos y sacudiendo la cabeza.
- ¡Retrocedan! – ordenó el soldado, cerrando la reja y uniéndose a sus compañeros. - ¡Son Luciérnagas! ¡Dispárenles!
- Salgamos de aquí. – dijo Tess, sujetándome de un hombro y tirándome de él. - ¡Vamos, Joel!
Corrimos, dejando atrás los disparos y los gritos. Las bocinas informaban el cierre del punto de control por el que estuvimos a punto de pasar. Solo a media calle había un edificio con una escalera de concreto que conducía a una pesada puerta de madera vieja. Tess abrió la puerta y nos condujo hacia el interior del edificio.
- Hasta ahí con el camino fácil. - dijo Tess mientras yo cerraba la puerta detrás de nosotros. - Van a cerrar todos los puntos de control. Tendremos que rodear el exterior.
- ¿Fuera del muro? - preguntó Joel.
- Es mejor que dejar que Robert se escape. - opiné.
Caminamos por el pasillo, dando vuelta a la izquierda por la primera planta. Había muchas puertas bloqueadas, departamentos que no estaban habitados y que los militares designaban a los nuevos habitantes que llegaban a la ciudad o a los niños que crecían y dejaban la escuela y el orfanato. Yo mismo tenía asignado un apartamento pequeño en un barrio cercano a las bases militares; para mayor seguridad.
Un hombre cuyo nombre no recordaba se levantó de una silla al fondo del pasillo y se acercó a nosotros.
- ¿Viste esa mierda, Tess? - preguntó el hombre.
- Estuve ahí. - dijo mi tía. - ¿Qué tal está el túnel del este?
- Despejado. Pasé por ahí, sin patrullas. ¿Adónde vas?
Todos los mercenarios como nosotros… o como Tess y Joel, la verdad, se conocían y se apoyaban. Al menos los que vivían en aquella comunidad. Había muchos trabajos que requerían la cooperación de varios, y las ganancias se repartían equitativamente. Normalmente, desde luego, Tess y Joel solían trabajar juntos ellos solos y, últimamente, me habían permitido acompañarlos.
- Voy a visitar a Robert.
- ¿Tú también?
- ¿Quién más lo está buscando? - preguntó Joel.
- Uh, Marlene. Ha estado haciendo preguntas intentando encontrarlo.
Miré a nuestro nuevo acompañante ante la mención del nombre de la líder de las Luciérnagas.
- ¿Qué quieren las Luciérnagas con Robert? - pregunté, curioso y sorprendido.
- Ya, como si fuera a decirme.
- ¿Y qué le dijiste? - preguntó Tess a nuestro informante.
- La verdad. No tengo idea de dónde se oculta.
- Bien hecho. Ey, mantente lejos de los problemas, ¿si? - le dijo Tess. - Los militares aparecerán pronto.
- Claro. Nos vemos.
Y el tipo se alejó para reunirse con alguno de los suyos. Avanzamos otro poco y volvimos a dar vuelta a la izquierda.
- Marlene está buscando a Robert. - comentó Tess. - ¿Qué piensan sobre eso?
- No me gusta. - dijo Joel. - Será mejor que nos demos prisa…
- Tenemos que encontrarlo antes que las Luciérnagas. - dije. Si aquel grupo revolucionario llegaba a él primero, lo que era nuestro no llegaría nunca a nuestras manos.
Al final del pasillo, una de las puertas a uno de los departamentos estaba abierta, permitiéndonos el paso. Un hombre se encontraba sentado en un sofá viejo y gastado junto a una chimenea; uno de los pocos adornos en el espacio que estaba designado para una sala.
- Somos nosotros. - anunció Tess.
- Ey, amigos. ¿Cómo están? - saludó Pete. Levanté una mano a modo de saludo.
- Las cosas están agitadas allá afuera. - dijo Joel.
- ¿Cómo está todo aquí? - preguntó Tess.
- Estuvo tranquilo. Sin señales de militares ni infectados.
- Algo de suerte nos queda, ¿no? - comenté, sonriendo levemente.
Joel se acercó a un mueble de madera, con una vieja televisión y varios libros encima.
- Ayúdame con esto, Ryan. - pidió, colocándose a un lado del mueble para empujar. Me dirigí hacia el otro extremos para tirar.
No era un mueble muy pesado. tanto Joel como yo hubiéramos podido moverlo solos; pero sin duda entre ambos era mucho más fácil y rápido. Claro, Joel era sin dudas mucho más fuerte que yo. Aunque sin dudas, para estar viviendo en un mundo de escasez, medir un metro con setenta y cinco, pesando siempre alrededor de setenta kilos, estaba muy bien. Claro que era todo gracias a los trabajos que mi tía hacía, y en los que ahora participaba también. Y aún me quedaba un año o dos para crecer.
Tras mover el mueble, revelamos un gran agujero en el muro, suficientemente grande para que cualquier persona pudiera pasar sin problemas hacia un salto hasta el piso de abajo.
- Cuídense allá afuera, chicos. - se despidió Pete.
Tess fue la primera en saltar, luego Joel y yo, al final. El pútrido hedor de la basura llenaba el lugar; pude percibirlo antes de aterrizar siquiera. La gente arrojaba de todo a ese lugar, otrora el sitio donde se podía acceder a los mecanismos de los ahora inútiles elevadores.
- Ugh, este lugar es horrible. - dijo Tess, en elgún lugar en la oscuridad. No se podía ver mucho más que las siluetas de los demás al moverse. - Deberían tener más cuidado con lo que arrojan aquí abajo.
Un generador de corriente a base de gasolina comenzó a trabajar, accionado por Tess, y la luz llenó el lugar. Nos dirigimos hacia donde normalmente dejábamos las mochilas y las armas; una mesa y estantes con bastantes herramientas y equipos para fabricar armas y utensilios.
- Las mochilas siguen aquí. - anunció Tess, tomando la suya.
Joel tomó la de él y sacó su pistola para comprobar el cargador. Mi mochila también estaba; del mismo tamaño que la de Joel, pero de un diseño de camuflaje verde gastado y desteñido. Dentro, mi arma seguía donde la había dejado. Una pistola con un cargador lleno, y además tenía un cuchillo de supervivencia guardado en uno de los bolsillos más pequeños de la mochila, dentro de su funda. Había sido un regalo de Tess; se lo había quitado a un militar al que había idiota al que había matado, la segunda vez que me habían permitido ir con ellos a uno de sus trabajos.
- Hay poca munición. – dijo Joel, y me miró. – Hay que hacer contar cada tiro.
- Lo sé. – dije, asintiendo y tomando una máscara para protegerme de las esporas que pudiéramos encontrar en el camino. Aquello había sido una de las primeras cosas que me habían enseñado.
