Esta será una historia corta, de entre tres y cuatro capítulos.
La narración es rápida, porque es como si el personaje hiciera un resumen de los hechos.
Ojalá disfruten la lectura.
ENTRE LA ESPADA Y LA PARED
CAPÍTULO 1
Esto no es un cuento, pero según algunos podría calificar como una historia de terror, sobre todo porque es verdadera, quizá a los demás les resulte inmoral, desagradable, aborrecible, aunque para mí… bueno, solo es un recuento de los hechos, mis hechos, no, corrección, nuestros hechos.
Mi nombre es Shizuru Fujino.
Y soy una asesina serial.
Además… tiendo a comerme a mis víctimas.
Pero por mala que parezca dicha confesión, ese no es el problema principal. Aquí el asunto gira entorno a mi novia, Natsuki, cuyo apellido queda pendiente por un motivo que notaran enseguida. Verán, ella tiene una condición que iguala o quizá supera a la mía.
Desde muy joven, Natsuki sufre del trastorno de doble personalidad, por lo cual existen dos de ella, Natsuki Kruger y Natsuki Kuga.
Curiosamente, ha coincidido que ambas se enamoraron de mí, y yo de ellas, en verdad, amo a sus dos versiones, a pesar de lo diferentes que son.
¿El problema?
Kruger desconoce que soy una asesina, en cambio Kuga sí lo sabe, y mientras la primera ni siquiera soporta ver sangre, la segunda es mi cómplice.
Aun así, tenía todo en perfecto equilibrio, con una relación intacta, en la que técnicamente, somos tres personas, a pesar de eso tenía cada detalle controlado, o al menos así era hasta hace unas cuantas horas.
Antes de que el fuego con el que jugaba finalmente me terminara quemando.
Pero mejor comencemos por el inicio.
La primera vez que le vi, fue de lejos, caminando apresurada en la universidad, con un café en la mano y una expresión de que quería asesinar a alguien, a quien fuese, con tal de liberar un poco de estrés. Ella asistía a la facultad que estaba al lado de la mía, por el nombre del edificio supuse era una estudiante de Arquitectura, en cambio, yo estudiaba Fotografía.
Me interesó de inmediato, irónicamente, porque era todo lo contrario a lo que solía buscar en una chica.
Pregunté a algunos conocidos, pensando que tal vez uno de ellos podría decirme su nombre, pero nadie supo darme razón de ella. Como nunca había sido de quedarme con dudas, ese mismo día, al finalizar mis clases, me senté en una banca afuera de su facultad.
Sé que sonaba a acoso, y técnicamente contaba cómo, pero, si toman en cuenta que poseo el perfil psicológico de una psicópata, no es de extrañar que tuviera esas conductas.
Si quería algo, tenía que tenerlo, sí o sí.
Mi lado más oscuro no aceptaba negativas.
Así que esperé.
Una persona normal se habría ido después de unos minutos sin resultados, y cuando pasaron dos horas, también me cruzó por la mente marcharme de ahí e intentarlo al día siguiente, considerando que probablemente el objetivo de mi atención ya se había marchado a su casa, pero tuve una corazonada que me hizo quedarme un poco más.
La recompensa de mi paciencia llegó a mí poco después, sonreí al verle salir del edificio, traía consigo su mochila y dos portafolios de arquitectura. Me acerqué a ella, aunque iba tan distraída que no me notó hasta que me tuvo enfrente. -¿Te ayudo?-. Se exaltó un poco por mi repentina presencia. Era de esperar que me viera con desconfianza, su ceño fruncido me pareció adorable. -¿Ha sonado demasiado extraño?-. Mantuve una sonrisa.
-No suele haber gente aquí, a las 11 de la noche-. Seguía viéndome con duda, como preguntándose si en verdad estaba ahí o era producto de su imaginación. -¿No eres un fantasma, o sí?-. Volteó hacía ambos lados, como comprobando si éramos las únicas en aquella facultad.
En efecto, el lugar estaba tan solo que podría haberle asesinado sin preocuparme de ser descubierta.
-Solo soy una universitaria, que ha salido tarde por hacer sus proyectos finales-. Mentí sin reparo, segura de que todo lo que saliera de mis labios sonaría convincente. -Como supongo entenderás-. Se notaba que ella en verdad había trabajado hasta quemarse las pestañas.
-Pero que pregunta tan tonta-. Se reprochó a sí misma. -Claro que no eres un fantasma-. En el fondo me causó gracia que le preocupara que fuera un ente sobrenatural, cuando la realidad era mil veces una peor posibilidad, ya que ella había captado mi atención, y por lo regular, quienes me interesaban, tarde o temprano acababan muertos. -Disculpa, el estrés y la cafeína me tienen más hosca de lo habitual-.
-El final del semestre nos tiene a todos algo nerviosos-. Aunque ya era de noche, pude apreciar bien sus ojos, de un verde que me pareció bastante atractivo. -Entonces, voy camino al estacionamiento, ¿me permites darte una mano?-.
Noté que iba a negarse, sin embargo, al último momento cambió de opinión y me pasó uno de sus portafolios. -Por cierto, soy Shizuru Fujino-. Le extendí la mano libre, honestamente esperaba un rechazo, pero le estrechó. Entonces supe que ella, más allá de la desconfianza normal que una situación así provocaría, me estaba probando, tanteando terreno.
-Natsuki Kruger-.
Bastó tener su nombre para conseguir información acerca de ella, así que fue realmente fácil saber a que hora estaría libre. Al día siguiente, me salté una de mis clases para encontrarme con ella.
Al verme, su expresión fue un poema. -¿Eres alguna clase de acosadora?-. Detecté un tono que indicaba bromeaba.
-Te invito a averiguarlo-. Le sonreí, y me percaté de que le agradaba mi sonrisa. -¿Tomarías un café conmigo?-.
-Depende, ¿me estás coqueteando?-. Podía ver que no era una persona precisamente social, pero vaya, si algo derrochaba, eso era seguridad en sí misma.
-Tal vez-. Era un sí definitivo y ambas lo sabíamos.
Decidió aceptar, creo que yo llamaba su atención casi tanto como ella la mía, aunque lo suyo probablemente fuera un efecto colateral de lo mío. Nos dirigimos a la cafetería de su facultad, contrario a lo que suele pasar en muchas escuelas, el lugar era bastante agradable.
Natsuki pidió un café negro, yo pedí un moka caramelo.
-¿No te gusta lo dulce?-. Cuestioné mientras caminábamos a una mesa.
-Prefiero mi café amargo-. Miró mi bebida. -Veo que a ti sí te gusta-.
-¿Qué es la vida sin algo de dulzura?-.
-No pareces una mujer dulce-. Le dio un trago a su café, aunque este estaba casi hirviendo.
-¿Así? ¿Y qué tipo de mujer crees que soy?-.
Me vio fijamente, con una mirada indescifrable. -Eso es lo que intento averiguar-. Me gustó su respuesta.
-¿Eso quiere decir que nos conoceremos?-. Le seguí el juego.
-¿Qué demonios estaríamos haciendo en esta cafetería, si no?-. La sonrisa que me dio, la primera que le vi de hecho, estaba repleta de misterio.
De ese modo, conocí primero a Kruger. Una mujer frívola y reservada, con ciertas conductas compulsivas, una actitud taciturna, y un secreto que ni ella misma entendía del todo.
Las siguientes semanas pasaron entre encuentros, platicas y evidentes coqueteos por ambas partes. Había química entre nosotras y eso era innegable. Pero más que fijarme en eso, en el hecho de que ella me interesaba en más de un sentido, mi mente se ocupaba en calcular como usar esa cercanía a su favor para desaparecer a Kruger de la faz de la tierra.
Mi obsesión por ella había crecido tanto que ansiaba, literalmente, devorarle. Gran parte del tiempo solo podía pensar en que expresión tendría su rostro inerte, y en que sabor tendría su carne.
Sin embargo, había más que eso.
Lo sabía.
En el fondo, existía algo que denominaba un impulso capaz de superar al instinto asesino, pero no sabía cuál era, peor aún, ni siquiera sabía que no era un impulso, si no que era un sentimiento.
Pobre idiota de mí.
Me estaba enamorando de mi objetivo.
La mera idea era ridícula, era como si un depredador se encariñara con su presa.
Era inaudito.
Además, ni siquiera era capaz de saberlo, porque jamás había sentido ninguna clase de afecto o cariño por nadie.
De hecho, creía que carecía de la mayoría de las emociones, y cuando parecía que sí las poseía, era una actuación para pasar desapercibida en la sociedad.
Esa inexperiencia emocional casi me costó cometer el mayor error de mi vida.
Tras cuatro meses de conocernos, surgió una pregunta importante, esa que marcó una diferencia abismal.
Se nos había hecho costumbre ir a la cafetería de su facultad, y ahí estábamos en ese momento.
Natsuki no era una persona de sentimentalismos, así que no adornó su petición con palabras bonitas, eso me gustaba de ella. -Shizuru-. El como pronunciaba mi nombre también me gustaba. No hacía más que ganar puntos conmigo, siendo solo Natsuki. -¿Quieres ser mi novia?-.
He de decir no me veía venir eso, en el sentido de que al menos no de su parte, ella era tan reservada que creía que sería yo quien se lo preguntaría.
-Sí-. Contesté sin dudar.
El primer beso consiguió ser memorable.
Era obvio que poseía mucha experiencia y eso le dotaba de una gran habilidad para hacerme sentir bien con solo besarme.
Pero lo que más me gustó fue el sabor de sus labios, e incluso, estuve muy tentada a darle una mordida, sin embargo, todo iba tan bien que no podía arruinarlo de esa manera.
Tenía que ser paciente.
Ser novias me facilitaría mucho darle el golpe final.
O eso pensaba.
Aprendí por las malas que Natsuki era la única persona capaz de sorprenderme.
Un mes después le invité a mi casa a cenar, a decir verdad, me esmeré en la preparación de la comida, como un último regalo antes de bueno, ya saben. Cuando llegó, le recibí en mi puerta, me mostraba una sonrisa que me provocaba un cosquilleó en el pecho, y aun así, continuaba sin entender que ella era realmente especial para mí.
Mi sed de sangre era tan terca que cegaba todo lo demás.
Le hice pasar, al entrar me dio una botella. -Ara, ¿cómo lo supiste?-. Era mi vino preferido, algo que nunca le había dicho.
Me guiñó un ojo. -Una corazonada-. Se quitó la cazadora. Debajo vestía como solía hacerlo casi todos los días, jeans, camisa y saco casual, toda su ropa perfectamente planchada y los zapatos tan limpios que parecían nuevos, datos que parecían no tener importancia alguna, pero que yo sabía eran producto de sus manías compulsivas.
Creía con seguridad tener analizado cada uno de los aspectos de mi chica.
Cada conducta, cada reacción, cada gesto.
Entonces me pregunté que tanto sabría ella sobre mí.
Porque definitivamente Natsuki no era tonta, en ningún sentido.
Platicamos mientras servía nuestros platos y los llevaba a la mesa. El ambiente entre ambas era tan ameno que costaba creerlo, una vez más, eso debió darme una señal de que estaba por cometer un error, pero mi instinto asesino seguía mal aconsejándome, diciéndome que debía terminar con todo esa misma noche.
Por lo general, yo solía sonreírle a la gente casi en modo automático, más como una costumbre para generar confianza que otra cosa.
Con ella sonreía genuinamente, su sonrisa provocaba la mía. Lástima que no me daba cuenta.
En algún punto, a media comida, hubo un cambio notable, sin motivo aparente comenzó a ponerse nerviosa, haciéndome creer que o tenía sospechas sobre mí, o que tal vez había tenido una corazonada demasiado acertada sobre como planeaba terminar la noche.
-¿Sucede algo?-. Pregunté con tono casual.
Debajo de la mesa, tenía un cuchillo, era para emergencias, como cuando necesitaba apresurar las cosas.
-No… sí-. Parecía incomoda, como si quisiera salir corriendo del lugar, tomar el cuchillo fue muy tentador. -Tengo que contarte algo-. Aunque no era una persona insegura desvió la mirada, eso me desconcertó. -Algo que no es precisamente bueno-.
Corrección, en lugar de desconcertarme… me preocupó.
En vez de tomar el cuchillo, tomé su mano. -No puede ser tan malo-. Una parte de mí quería reconfortarle, por motivos que no entendía, me molestaba verle con el animo caído. -No es como si hubieras matado a alguien-.
Yo había matado a decenas y no me pesaba la consciencia, aunque probablemente eso se debía a que mi moral y empatía daban asco de tan retorcidas que estaban.
Sus dedos se tensaron.
Ahí tuve la pésima sensación de que no era la única con las manos manchadas de sangre en esa mesa.
Irremediablemente, mis alertas se dispararon.
Pero…
Me obligué a desechar tal idea, Natsuki no emanaba ni una pizca de instinto asesino. En realidad, era una de las personas más correctas que había conocido.
Aunque bueno, la mayoría de los psicópatas parecíamos buenas personas.
-Sea lo que sea, puedes contármelo-. Le sonreí.
-¿No te asustaras?-.
-Soy difícil de asustar-. Vaya, cuando tú misma eras quien daba miedo, era difícil que otros llegaran y te asustaran.
Le vi dudar, sus labios simplemente no lograban decirme su verdad. -¿Qué tal algo más de bebida?-. Ya nos habíamos terminado el vino que llevó, pero tenía más botellas en la cocina. Asintió con la cabeza.
Tenía un revoltijo emocional en el pecho.
Y creía que, si ella desaparecía, esas sensaciones también lo harían.
Así que consideré que era momento de terminar la velada antes de que sucediera algo inesperado.
Tomé otro par de copas, en una de ellas vertí un pequeño frasco y después llené ambas con vino. Para cualquiera, era imposible distinguir que había alterado una de las bebidas. Regresé a la mesa.
Con confianza, Natsuki se bebió todo el contenido de golpe. El somnífero que yo utilizaba, era prácticamente instantáneo y sin síntomas, antes de darse cuenta, se quedó dormida sobre la mesa.
Le observé a detalle, se veía tan vulnerable que terminó por entrarme un debate interno.
Por un lado, quería terminar con todo, ya.
Por el otro, me negaba a dañarle.
Mi cabeza era un desastre por culpa de las emociones, que a esas alturas de mi vida, apenas comenzaba a conocer.
Maldije internamente.
¿Acaso no era una asesina?
¿No mataba por el mero placer de hacerlo?
¡Ese era el maldito problema!
Estar con Natsuki me era placentero, en cambio, no estaba segura de que matarle me fuese a resultar en una sensación mejor que la que ya tenía.
Me giré a otro lado, pensé que talvez dejando de verle unos minutos, podría tomar la decisión que más me convenciera.
Cuando deje de verle, escuché un sonido de movimiento, eso me alertó, el somnífero era tan fuerte que le haría dormir mínimo, durante 5 horas. Entonces… ¿qué estaba pasando?
-Esa no es forma de tratar a Kruger-. Excluyendo que había hablado en tercera persona, había algo más que no cuadraba, la voz era la misma, pero el tono era diferente, burlón y sarcástico. -¿No me darás la cara?-. El ambiente había cambiado por completo.
Me volteé, encarándole. Ya se había levantado, noté enseguida que su postura era distinta, desgarbada. Además, sus ojos, rayos, la mirada que mostraba, en comparación con la anterior, solo tenía en común el color, sus ojos evidenciaban ser los de un depredador, con un toque de… locura.
-¿Quién eres?-. Pregunté entrecerrando los ojos, intentando encontrar en los de ella a mi novia.
Sonrió, de tal manera, que podría haberme helado la sangre, si yo hubiese sido capaz de sentir miedo.
Se quitó el saco, era obvio que no le gustaba, también se desfajó y arremango su camisa, todo mientras era consciente de que le observaba con una mirada que al igual que la suya, no tenía buenas intenciones.
-¿Quién eres?-. Repetí.
-Te hago la misma pregunta-. Escupió las palabras. -¿Quién mierda eres?-. Fue muy raro escucharle ese lenguaje, Natsuki jamás usaba ese tipo de palabras, le parecían de mal gusto.
Me miró analizándome de pies a cabeza.
Caí en cuenta, de que en verdad, no me reconocía.
La persona que tenía en frente, era completamente diferente a la que ya conocía.
Podía sentirlo, toda ella emanaba la misma esencia que yo: La de un psicópata con ansias de sangre.
Como no le respondí, hizo lo que cualquier psicópata frente a otro habría hecho en su lugar: Intentar matarme antes de que yo hiciera lo mismo.
Se arrojó contra mí.
Era endemoniadamente fuerte, e intentó, sin demoras, ahorcarme. Sus manos en mi cuello aplicaban una presión casi animal. Ni siquiera parpadeaba mientras intentaba asesinarme.
Era un espectáculo que me habría gustado ver, si yo no fuese parte de el.
El brillo en su mirada, producto de querer apagar el mío, era algo digno de apreciar. Sé que esto lo pienso solo porque mi cabeza funciona distinto a las suyas, así que pueden juzgarme, de todos modos, no me importa.
En lugar de forcejear con ella, pues era evidente que su fuerza era abismalmente mayor a la mía, saqué un cuchillo que traía en mi bota derecha, y sin pensar en cuales podrían ser las consecuencias, se lo clavé en el brazo derecho.
No fue que me soltará, pero aflojó el agarre lo suficiente para librarme por mi cuenta. Corrí a la mesa para tomar el cuchillo que había debajo, levantándolo para interponerlo entre ella y yo.
Ella se sacó el que le había clavado, empuñándole con naturaleza. Estaba segura de que no le había apuñalado superficialmente, no obstante, no dejaba ver seña alguna de dolor. La sangre bajó por su extremidad, empapando su camisa y llegándole al antebrazo.
Entonces, ambas caímos en cuenta al mismo tiempo de un detalle, ella tenía algo escrito en el antebrazo, me miró, le miré, y fue como si acordáramos poner una pausa a nuestra escena de intento de homicidio, para que leyera el misterioso mensaje.
Se limpió la sangre con una parte limpia de su camisa, y al leer lo que tenía ahí, sonrió de nuevo, mostrando sus blancos dientes. -¿Tú eres Shizuru, no es así?-. Parecía que algo le causaba gracia, en ese momento no podría ni sospechar lo enfermizo que podía llegar a ser su sentido del humor.
-Shizuru Fujino-. Le confirmé.
Soltó una estruendosa carcajada, yo no entendía nada. Dejó caer el cuchillo. -Debes ser… muy importante para Kruger-. Alzó su antebrazo para mostrarme lo que tenía escrito: ¡No dañar a Shizuru Fujino!
Eso fue una sorpresa que casi me dejo con la boca abierta.
La sorpresa creció cuando el nivel de amenaza que emitía se redujo considerablemente, clara señal de que había dejado de ser su objetivo, bajé el cuchillo, sin soltarlo. -¿Quién eres?-. Volví a preguntar.
-Soy Natsuki Kuga-. Respondió sin dejar de sonreírme con aquella mueca burlona. -Y creo que deberías hablar con Kruger-. Rio de nuevo, en esa ocasión, como una pequeña risita, más similar a la que sueltan los niños tras una travesura, que a su demencial carcajada de instantes atrás. -Me voy-.
-¡Espera!-. Necesitaba entender que rayos estaba sucediendo.
-Nos veremos después-. Aseguró, sus palabras tenían toda la pinta de ser una amenaza. -Adiós, Shizuru-. La manera en que pronunció mi nombre me provocó una extraña sensación… que no era desagradable.
Así fue como conocí a Kuga. Una mujer que a diferencia de Kruger, carecía de paciencia y elegancia. Esta versión de Natsuki era impulsiva y sarcástica, con una personalidad imponente que derrochaba violencia y crueldad, además, compartía conmigo el hecho de ser una completa psicópata.
Si existía algún Dios, en verdad, que nosotras teníamos que ser una falla en su creación, y el hecho de conocernos, un error aún peor.
Esa mujer había intentado matarme, pero quería seguir hablando con ella, quería conocerle.
Tras la despedida de Kuga, el cuerpo de Natsuki se desplomó en el suelo, volviendo a los efectos del somnífero. Era la oportunidad perfecta para sacarme de encima, lo que prometía ser un problema de magnitudes incalculables.
Pero después de esa experiencia, había entendido… que no quería matarle.
Que quería a Natsuki.
En verdad había desarrollado sentimientos por y para ella.
Me encargué de atenderle la herida que yo misma le había hecho, y luego de asegurarme que estaba bien, le cargué y llevé hasta mi habitación, recostándole en la cama.
Solo me quedaba esperar.
Horas después, despertó, muy alterada, al darse cuenta de que llevaba puesta una camisa manchada de sangre, pero aun con sus ojos dilatados por el miedo, pude ver que eran los ojos de Kruger, ni rastro de Kuga.
-¡Shizuru!-. Le impedí levantarse. -¿¡Te hice daño!?-. Su angustia era palpable.
-Tranquila Natsuki-. Parecía un animalito asustado.
-¡Pero hay tanta sangre…!-. Buscaba en mi cuerpo la fuente.
-Es tuya, no mía-. Confirmó mis palabras, al ver que yo estaba, hasta cierto punto, intacta, y que ella tenía una sutura en el brazo. -No me hiciste nada-. Bueno, eso no era del todo cierto, había intentado ahorcarme, y de hecho, aun tenía las marcas de sus dedos en mi cuello. Pero en realidad eso solo equilibraba la balanza, dejándonos a mano, ya que yo había tenido intenciones de matarla desde que nos conocimos.
Vio las marcas. -Dios…-. Se dejo caer en la cama, agotada por el repentino golpe emocional. -Dios mío-. Se puso las manos en el rostro.
-Natsuki… ¿No recuerdas nada?-.
-Nada-. Vi que temblaba ligeramente. -Lo siento, lo siento-. Y que intentaba contener un sollozo. -Lo siento mucho-.
No me gustaba verle así.
-¿Eso era lo que ibas a decirme?-. Atar cabos no había sido difícil después de lo ocurrido.
-Sí-. Aceptó con pesar. Se quitó las manos del rostro, viéndome a los ojos con un sentimiento de culpa enorme. -Le conociste, ¿no es así?-. Se le escapó la primera lágrima. -Tuviste que apuñalarme porque ella no supo controlarse, ¿verdad?-. La segunda lágrima. -Y ahora vas a dejarme, cosa que entiendo, ¿Quién no se marcharía?-. Hizo sus manos puños.
Lloraba porque pensaba que le dejaría a causa de las acciones de Kuga, mejor dicho, por la pura existencia de Kuga, cuando irónicamente, en verdad había sido algo así como el héroe de la noche, ya que ella era la causa detonante de decidir no asesinarle.
Además, claro, no iba a decírselo, sin embargo, yo me había percatado de la perturbadora verdad, Kuga había intentado matarme porque se dio cuenta de que yo quería matar a Kruger. Y se había reído de esa manera, al entender, que aquel sería un secreto entre ambas.
-No te dejaré-. Me vio con incredulidad, como si yo hubiera enloquecido, lo que Natsuki no sabía, era que ya estaba loca antes de conocerla, conocerlas. -Me quedaré contigo Natsuki-. Tal vez debí decir con ustedes, pero ni yo estaba preparada para decirlo ni ella para escucharlo.
